Citarse con un autor al que descubriste en las bibliotecas, y desde entonces no has dejado de leer sus obras, es algo que se disfruta, incluso antes de empezar la entrevista. Lleva el añadido de ser Premio Príncipe de Asturias, al que se le resiste el Nobel, pero quizás eso no sea lo que más le preocupe. Benjamin Black o John Banville, depende de cual sea el registro con el que escribe, en este caso es Benjamin Black que acaba de publicar “Los ahogados” (Alfaguara).
"Un coche medio vacío en medio de un campo llama la atención a un tipo solitario, a quien el hallazgo le resulta misterioso. Debería no acercarse pero no puede evitar la tentación. Esto le traerá consecuencias. Va a verse envuelto en un inquietante caso en el que el hombre asegura que su mujer ha desaparecido y que podría haber sido arrojada al mar. Estamos en Irlanda, años 50”.
P.—La curiosidad, ¿podría ser una de las mayores asesinas en la historia?
R.—La curiosidad nos lleva a algo que sabemos que no debemos hacer y luego trae consecuencias. Lo que mueve a Quirke, por ejemplo, es la curiosidad. Quiere saber: ¿qué es lo qué ha pasado?. Quiere saber: ¿quién ha matado a esta persona?. ¿Por qué han matado a esta persona?
Me gusta que en este libro y en el anterior esté el mismo tipo de asesino. Y nadie sabe quién es. Solo es al final del libro, cuando los lectores son los que se enteran de quién es el asesino.
En cuanto a la curiosidad, suele decirse que, la curiosidad mata al gato. ¿Qué seríamos sin la curiosidad? Seríamos indiferentes en el mundo. Soy muy viejo ahora, pero sé tan poco como sabía cuando era un crío, tal vez incluso menos. Y siempre siento curiosidad. Es una de las cosas que me mantiene vivo.
P.—Esa supuesta muerte, hace que el inspector Strafford, requiera al doctor Quirke, una relación que yo diría es casi como un matrimonio mal avenido. Lo que ocurre, es que en el matrimonio acaban separándose, pero en este caso tienen que permanecer unidos. ¿Por qué creas esta relación?
R.—No lo he pensado, la verdad. Dependen el uno del otro, son independientes, pero también es un matrimonio, así que gracias por ponerlo en esas palabras.
Quirke está fascinado por Strafford, porque Strafford, viene de una clase social distinta, de un mundo distinto. Es de una religión protestante, y Quirke, hasta donde sabemos, es católico, de una clase social media-alta, y le fascina Strafford. Y a Strafford, le fascina Quirke.
Pero son cosas en las que no había pensado antes. Me gusta tu planteamiento.
P.—¿Cómo está ahora la relación entre ellos, teniendo en cuenta que Strafford tiene una relación con la hija de Quirke?.
R.—A Quirke no le hace gracia, porque es muy posesivo Y no hay nada incestuoso en su relación para Phoebe. Pero claro, habiéndole negado su paternidad, ahora se ha ido al otro lado, y es súper positivo. Y está en esta posición irónica, en el que dijo que no soy tu padre, pero ahora de repente es como que no te quiero soltar, no te quiero dejar ir.
P.—Irlanda, años 50. No estaba permitido el divorcio.
R.—En Irlanda no podías divorciarte. Pero si eras doctor, abogado, político, podías ir a Roma y conseguir la anulación. Incluso si tuvieras tres o cuatro hijos. Podías decir, oye, no hemos tenido nunca relaciones sexuales, este matrimonio no funciona...Es una situación bastante hipócrita, la verdad.
Pero, estamos en España ahora, y conocéis el poder del Estado, el poder de la Iglesia, las mentiras que hay que contar... Esto es algo que tal vez los lectores de fuera de Irlanda no entiendan, dando este matiz en la vida de Strafford.
Strafford es como una imposibilidad en sí mismo. Es protestante, es de una clase social media alta, y esas eran las personas que gobernaban Irlanda hasta el año 1922, hasta aquí entraron los republicanos. Y ese 5% de esa población de los protestantes eran las personas que no tenían dinero, pero tenían tierras. Y los protestantes decían: “es que si nos quedamos sin techo”. Un amigo mío, protestante, me dijo hace poco, que él estaba con su abuela en una gran casa en Irlanda, en los 50, más o menos, y cuando se iban, el niño le dijo a la abuela :¡Qué bonita casa que tienes! Y la abuela le dijo, lo único que vale de esta casa es el tejado.
Me gustaría dar un mensaje muy complejo a nivel social y político de la situación que ha habido. Strafford cómo que vive en su propia burbuja, y Quirke cómo le odia por eso. Odia su lenguaje, odia esa elegancia negligente que tiene.
P.—Tengo la impresión en esta novela de que has recuperado a algunos personajes que estaban en otras novelas, como si se tratase quizá de cerrar cosas que quedaron pendientes o tal vez una despedida. ¿Puede ser?
R.—Puede ser. Estoy llamando a todos, los meto en la sala y de repente, claro, digo, sois todos sospechosos, pero tengo que decir a todos adiós. Tal vez me los cargo a todos. En un accidente horrible de coche o hundiendo un barco. Me quedaría muy solo sin ellos. Samuel Beckett publicó un libro que se llama Company. Y la gente le preguntaba por qué se llama Company, si no hay nada en el texto. Y él decía, el propio libro es compañía. Entonces, claro, esta gente es mi compañía.
A ver, me dan igual, no existen.

P.—Bien, los creas y los anulas cuando te parece conveniente.
R.—Estos son como personajes de sueños. Nos despertamos por la mañana y la gente que era tan vívida en la vida del sueño, ya no está. Estos personajes son iguales. Me acabo de dar cuenta que nunca he soñado con mis personajes. Me estás haciendo reflexionar, mucho. Me gusta.
P.—Voy a aprovechar lo que acabo de decir. Una de las entrevistas que tuvimos me dijo que los personajes no cobraban vida propia, sino que estaban en un cajón como si fueran marionetas y los sacaba cuando los necesitara. ¿Primero crea la historia que va a contar y luego los personajes, o al contrario?
R.—Escribo la primera frase y luego escribo la segunda frase. Y los personajes se reúnen. Yo soy el sargento y estoy llamando a mis soldados, diciendo, atención, y vienen, se ponen en línea y dicen, ¿y ahora qué tenemos que hacer? ¿de quién me tengo que enamorar? ¿a quién voy a matar? ¿me van a matar a mí? Es como infantil.
Por lo menos dos veces a la semana miro mi mesa Y pienso, soy un señor mayor, he crecido, ¿por qué estoy contando estas cosas tan trabajadas?.
¿Por qué estoy hablando de estas vidas tan complejas?. ¿Por qué?. ¿Me preocupo?. No lo sé. Y siempre me sorprende que otras personas lean estos libros.
Me pidieron que escribiera un texto, para una charla de 10 minutos. Y escribí una charla que se llamaba “Ficción y sueño".
Y dije: tienes uno de esos sueños que te vuelven dos o tres veces en la vida. Sueños que contienen quién eres. Y te levantas temblando.
Y te sientas a desayunar y le cuentas a la persona que está contigo sobre ese sueño. Y lo primero que la persona te dice es, ¿Estás mayor? Esto es un rollo, o sea, escuchar los sueños de otra persona es aburridísimo. Pero si tú le dijeras a la otra persona, me voy a pasar tres, cuatro años escribiendo sobre los sueños y te doy a ti que lo leas y lo releas, tú vas a soñar lo mismo que yo. Eso es escribir ficción.
P.—La pederastia en esta novela no es en grupal, o abuso a varios niños, es de un personaje a otro.
R.—Es uno de los personajes más tristes. Siento pena por él. Es adicto.
Yo tengo suerte, porque a mí, lo que me ha generado adicción, han sido las mujeres. Las mujeres mayores me encantaban, siempre me enamoraba de ellas. Pero qué horrible sería si no pudieras enamorarte de otra cosa que no fuesen niños de 10 u 11. Es horrible, pero también es amor. Si lees Lolita, el libro de Nabokov, probablemente a día de hoy no se publicaría.
Para mí es uno de los libros de historias de amor más bonitas del mundo, pero sobre un pedófilo y su víctima, y es precioso. O sea, la ambigüedad está ahí siempre en nuestra vida. Decidimos que algo es un crimen. Pero si este hombre, el pedófilo del libro, hubiese vivido en la antigua Grecia, hubiese sido normal, como el resto del mundo.

P.—¿Dios creó el mundo para que pudiéramos disfrutarlo?
R.—Hay una maravillosa frase en Kafka. Es una conversación que tuvo con Max Brod y dice que somos como el mal humor de Dios. Dios estaba de mal humor cuando nos creó y nos inventó. Y creo que es cierto. Y claro, luego habrá pensado, madre mía lo que he hecho, y se fue, y nos dejó aquí, solos. Nos ha dejado a la deriva.
P.— Llevamos 300.000 años en el mundo, de los cuales en los últimos 70, hemos puesto en riesgo de extinción a nosotros mismos, por tres razones, por el calentamiento global, la energía nuclear y la inteligencia artificial. ¿Qué piensa sobre la última?
R.—Creo que siempre ha habido inteligencia artificial y siempre ha habido personas estúpidas haciendo cosas. Tenemos a los gobiernos, a la gente que escribe novelas...
Bueno, había best sellers escritos por la inteligencia artificial. Ahora lo hacen máquinas. Antes lo hacían seres humanos. El nivel de la estupidez humana no tiene barreras, no tiene fronteras. Es una infinidad que está por todas partes.
P.—La vida la mueve, el destino, las trampas, o la capacidad de no entendernos.
R.—Yo no me entiendo a mí mismo y no querría entenderme a mí mismo. Tal vez en mi último momento de vida diga, ¡Anda! Esta es la respuesta, ¿no? Pero no puedes entenderte porque no hay nada que entender.
Es un error pensar que hay un significado en la vida, que la vida tiene que tener un significado. La gloria de la vida es que no significa nada y no tiene significado. Somos solamente nosotros aquí, tomamos decisiones, pero todas están mal.
Si tienes dos elecciones, sea cual sea, va a seguir siendo la errónea. Y esa es la gloria de la vida. Te enamoras de la persona equivocada, sabes que te has enamorado de la persona equivocada, sabes que has cometido un error, y dices, bueno, ok. Y también todas las decisiones se ven mejor en retrospectiva. Siempre pensamos hacia atrás, pero claro, tenemos que avanzar.
Flotamos a la deriva, pero es una deriva gloriosa. Algo que nunca aprendí a hacer es flotar sobre mi espalda en el mar, siempre que intentaba hacerlo me hundía. Pero bueno, así es la vida.
P.—¿Qué emoción le produce o le gusta más como escritor?
R.—La avaricia.
Aunque no estoy seguro de que la avaricia sea una emoción. Elizabeth Bishop, poeta estadounidense que es una de mis favoritas, decía que tenemos un pentámetro, y que lo que no le gustaba de la vida, era ver el sol desaparecer.
“Es como una línea muy bonita. Son esos momentos, en los que nos damos cuenta de que estamos solos y de cierta manera dices, vale, estoy solo. Es como una de las caras de la figura. Entro en mi melancolía, y profundizo en ella. Entro en la soledad y descanso en este lado”. Creo que es algo muy bonito. No me gustaría vivir en ese estado, porque ese estado se llama depresión.
Pero pequeños sorbitos de depresión de vez en cuando nos invaden y no son malos.
P.—¿Cuál es la diferencia a la hora de escribir entre Benjamin Black y John Banville?
R.—La diferencia es muy sencilla. Los libros de Banville son producidos a través de una concentración muy profunda. Y los libros de Black son más espontáneos.
Escucha la entrevista en Spotify y Youtube.
Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Fotos: Rosa Sánchez de la Vega
Editor de sonido: Manuel Muñoz