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«Más que un libro sobre un hallazgo, es un libro sobre la mirada, sobre la obsesión, sobre el misterio y sobre Velázquez»

«Más que un libro sobre un hallazgo, es un libro sobre la mirada, sobre la obsesión, sobre el misterio y sobre Velázquez»

"La dama invisible" Carlos del Amor (Espasa)

miércoles 26 de febrero de 2025, 23:06h
"La mirada dice mucho, y yo estoy secuestrado emocionalmente de ella"

Si la cita es con Carlos del Amor, vas predispuesta a escuchar cosas muy interesantes de quien sabe de arte, de cuadros y de miradas. Las que parece que van dirigidas a ti, porque quizá, el pintor quiera exactamente que sus protagonistas te atrapen y disparen tu imaginación, o te sientas hipnotizado. Compartir sus conocimientos siempre es un regalo, una manera distinta de mostrarnos el arte.

“Al abrir el correo me tocó sin avisar una fotografía de no mucha calidad en la que se apreciaba un cuadro con una joven mirándome fijamente con sus ojos ligeramente saltones y un gesto amable que irradiaba, e irradiaba todavía, serenidad” Una dama desconocida” es el título del último libro de Carlos del Amor. (Espasa)

P.—Resulta sorprendente que recibas tantos correos y que de repente uno, te llame la atención sobre otros, tal vez sea porque rezaba en él, que podría ser un cuadro de Velázquez.

R.—Sí, casi imposible, pero cuando leí que era un cuadro inédito de Velázquez llamó mucho mi atención, la verdad, porque claro, si te gusta el arte, te gusta el periodismo, te gusta la labor detectivesca que a veces es el periodismo, pues te agarras y tiras del hilo.

Y el remitente, Santi, que es un historiador del arte, hablaba en nombre de un coleccionista, todo ello supo captar la atención.

Pero más que un libro sobre un hallazgo, es un libro sobre la mirada, sobre la obsesión, sobre el misterio y sobre Velázquez.


P.—¿Fue tu profesora Margarita y la forma de tirarse al suelo para ver una obra, la que despertó en ti, el amor por el arte?.

R.—Esa fue la primera vez que yo supe que el arte se podía mirar de otra manera, no tan académico, sino imbuir un amor al arte diferente, que no fuese el clásico que muchas veces se muestra en las escuelas, cada vez menos, por suerte, pero muchas veces se muestra como algo pesado, como una explicación demasiado académica y claro; una profesora tirándose al suelo para ver de verdad cómo colgaba un cuadro en su época, o que te habla de cómo están los testículos del David esculpidos, pues automáticamente capta tu atención .

Ella tenía las armas para saber cómo captar la atención del niño que tiene 500.000 cosas en la cabeza, entonces ahí descubrí que al arte nos podemos acercar de otras muchas formas que no sean siempre la académica, que se puede huir de la cartela que vemos en un museo, que es más académica y que está bien, pero que necesitamos abrir un poco nuestra mirada.



P.—¿Apreciamos solo un cuadro, cuando tiene una firma determinada?

R.—Sí, yo creo que pasa en la vida, en general, no solo con el arte. ¿Por qué hay fascinación por una marca de zapatillas y las mismas zapatillas igual, pero sin esa marca nos gusta menos o le gusta menos a alguien?. El marketing. Y el arte está lleno de marketing.

La joven que nos mira en este cuadro sería mundialmente conocida si fuese obra de Velázquez, que ya no hablo de argumentos pictóricos, sino si tuviese nombre y apellido.

Pero pasa mucho, el Ecce Homo de Caravaggio, es ahora mundialmente conocido y cuelga en el Museo del Prado, cuando dos o tres meses antes estaba en una sala por 1.500 euros, y en esos meses hubo alguien que se molestó en mirarlo y llegó a la conclusión de que era Caravaggio, aquello creció y ahora Caravaggio, de 1.500 euros pasa a 30 millones. Imagínate.

La Gioconda del Prado podría todavía gustarnos más si de verdad fuese de Leonardo, y tendría colas inmensas, si alguien la hubiese terminado de atribuir a Leonardo y no al taller de Leonardo. La del Louvre está abarrotada de gente, le van a hacer una sala solo para ella, para que la gente pueda agolparse bien, y la del Prado, levantó expectación, pero ahora tiene su lugar, no es la obra que busca todo el mundo. ¿Por qué? Por el apellido. Y a lo mejor está mejor terminada o mejor pintada, se aprecia mejor el fondo, pero no es, no tiene la épica, no tiene la leyenda, de una obra de Leonardo.

P.—Juana Pacheco, nuestra protagonista, y esa mirada tuya también sobre el peinado del que dices: “me llamó mucho la atención el peinado y me pareció imposible, insólito y lo confieso una manera de estropear el primer vistazo, hasta que caí en la cuenta de que era el peinado que se llevaba”.

R.—Claro, no podemos mirar con los ojos de la moda actual. Sino con la de hace cuatro siglos. Ella tiene una cara dulce, una mirada templada, dice el coleccionista, que tiene mirada de enamorada, porque le está pintando su enamorado, Velázquez.

No sé si es Velázquez o no, pero es una mirada que genera empatía y que genera dulzura y eso puede ser porque hay alguien conocido al otro lado pintándote.


La mirada dice mucho, y yo estoy secuestrado emocionalmente de ella.


Pero es una mirada velazqueña. Tiene ese ligero estrabismo, esa manera de mirarte esté en el sitio donde esté.

Hay muchas hipótesis y yo probablemente, esté escribiendo, más una historia sobre el fracaso, sobre la derrota, pero sí como una historia de amor, de amor al arte y de amor entre Velázquez y Juana, de amor de un coleccionista y su obsesión, de amor mío por el arte. El amor en muchos sentidos.


P.—¿Cómo llegan a conocerse?

R.—Se conocen desde críos, que esa es otra de las teorías.

Cuando tú escuchas al coleccionista, todas las teorías son plausibles, todo es posible, porque se conocen desde críos.

Velázquez entra siendo un niño al taller de Pacheco y Juana vive ahí, obviamente, en el taller de su padre, están todo el día en contacto, se enamoran y claro si tú eres pintor, y es difícil tener modelos, cómo no vas a pintar a tu enamorada, a tu primera musa.

Por eso, esa teoría de que es Juana, entra dentro de lo posible pero más allá de eso, es una historia de amor que se prolonga durante mucho tiempo. Y ahí me gusta pensar, que Juana pintó, yo creo que pintó y yo creo que ayudó a pintar obras de Velázquez, lo que ocurre, es que nunca lo sabremos.

Incluso, me gustaría pensar que esto es un autorretrato y que la pintó en el taller, en una de las prácticas y como no tenía a quién pintar, se pintó ella y quedó ahí para siempre, pero luego hay teorías de que no, de que puede ser la hija, la hija de ellos dos y que es un regalo de boda de Velázquez. Hay muchas teorías, la pena es que no hay documentación, no hay nada.

P.—Juana Pacheco también pintaba, y su padre, Francisco Pacheco la veía pintar y sabía que como mujer no iba a llegar a ninguna parte. La invisibilidad de la mujer.

R.—La invisibilidad total, es un ejemplo más. Y lo que me da pena no sólo las mujeres invisibles que hemos ido rescatando por suerte, que vimos en la exposición del Thyssen, en “Invitadas”, o vimos en el Museo del Prado, hemos visto también la recuperación de muchas mujeres, porque ha habido un hilo documental del que tirar, pero hay muchas que no hay hilo de donde tirar y nunca sabremos que existieron.

Juana Pacheco, nunca sabremos si pintó o no pintó, salvo que aparezca un documento, ojalá, de este cuadro. Pero son cientos de pintoras que nunca sabremos que existieron, que nunca sabremos nada de ellas y que probablemente sean grandes talentos de la historia del arte que nunca conoceremos.


P.—Hay poca documentación sobre Velázquez, tampoco sobre su infancia.

R.— Es un tipo muy burocrático. Todo lo que hay son testamentos, acta matrimonial, etc, pero no hay ni siquiera grandes cartas de amor, grandes documentos.

De Caravaggio nos llega mucho, las cartas, su derrumbe económico, su derrumbe mental...y de Velázquez, nos llega sólo documentos de ventas, de adquisiciones, de actas notariales, actas matrimoniales…No sé, es como si él mismo, no hubiese querido dejar rastro de ningún tipo.

Hay que conocer más a Velázquez, porque él se dedicaba solo a pintar y es un top ten de la cultura.

Velázquez tiene la pata pictórica que es indudable. Es la leche, o sea, pinta como Dios.

Pero le falta la pata biográfica que tiene Caravaggio, que tiene Rembrandt, que tiene Leonardo, que tienen muchos artistas, y sería mucho más, porque atraería a toda esta mística marquetiniana de la que tanto hablamos, tendría esas dos patas y sería maravilloso.


P.—La ambientación en Sevilla, una ciudad que bullía, y el niño Diego Velázquez.

R.—Era el centro de España, y bullía culturalmente. Me he imaginado todas esas tertulias, todo ese ambiente cultural, todo ese ambiente que viene dado también, claro, por la cercanía del descubrimiento de América y cómo se utiliza, aunque no tenga puertos, se utiliza como salida.

Confluían muchas culturas, mucho ambiente intelectual que Pacheco propiciaba también en su taller.

Entonces lo que hice era imaginar esas calles, imaginar el examen de ingreso del que sí hay acta notarial o acta certificada, pero no hay más allá. Pero imaginar la alegría de él recorriendo esas calles, volviendo a casa para decir que ha aprobado o que ya tiene el oficio de pintor, el primer amor. Cómo se va de casa del taller de Herrera, disgustado porque no le trataban como él creía que debía ser, ese semi pensamiento de abandonar el arte.

Imagínate, un profesor te puede arruinar porque ahí va Pacheco, y Pacheco le reconduce, pero en otros casos una familia que no era modesta, que un profesor ya te tire para atrás tu afición al arte, puede ser que no vuelvas y te dediques a otras cosas.

P.—¿Qué vida le darías a Juana, al margen de lo que tienes construido en el libro?.

R.—La vida, de que sale pintando del taller de Sevilla, que acompaña por los tiempos que son a Diego, a la Corte y ve su ascenso, pero ella públicamente pinta y retrata también a la nobleza o retrata a Reyes.

Me imagino que la vida sería muy cercana a la corte, porque Diego vivía por y para la corte. Eran muy raros los cuadros de los viajes a Italia, como que de repente ahí descubre la efervescencia de otro ambiente.

Pero me lo imagino así, pintando también a esos bufones, haciendo una carrera también pictórica, o casi ninguna, en aquellos tiempos. Pero me la imagino pintando y ayudando mucho, y colaborando mucho con Velázquez, pero con un trabajo reconocido.

P.— Este cuadro sigue todavía en la oficina de la Extranjería de Barcelona, ¿Crees que se va a quedar ahí?

R.—Yo creo que sí. A no ser que haya tal movida que de repente….

Me gustaría que colgara algún día en un museo, pero más que nada para que la gente lo pudiera ver y le rindiera homenaje a la historia de ese fracaso.

P.--La historia de ese cuadro. Ejemplo de lo que puede ser y no fue.

R.--Exacto. Y entonces me gustaría una exposición de cuadros que pudieron ser y no fueron, y que ella recibiera, ese reconocimiento.

Ayer la estuve viendo de nuevo en su despacho: es preciosa, esa mirada es muy bonita, esos labios son muy Velazquez.


P.—¿¡Qué edad podemos calcularle?

R.—Yo te diría 14 años o tal vez 16, en aquella época se maduraba antes.

Las perlas que lleva están dibujadas que parecen manchas y son perlas, es una pasada. Y eso que está muy mal conservado, no tiene masa pictórica, es decir, no tiene relieve, que es lo bonito porque ha sido tan maltratado.


P.—Y si se empezara a restaurar, imagínate que aparece una firma.

R.—Es que Velázquez no firmaba, era tan chulo que no firmaba. Por lo tanto la ambigüedad está. Debajo, hay un retrato de un hombre.

No aparece nada más, pero es que lo bonito sería que apareciera un Diego. O que apareciera de repente un catálogo de hace tres siglos que pusiera: una joven dama de Velázquez con pelo no sé qué, perlas y mirada y que lo describiera perfectamente.

P.—¿Para terminar, por qué decides estar en el libro?

R.—Porque me resultaba más sencillo, soy periodista y vivo de ir y ver, y contar y volver, y entonces he hecho eso, he ido, he visto, he vuelto, he contado y he investigado, lo cual es que esta vez es un periodista detectivesco. Juego con eso y me resulta más sencillo.

P.—No sé si te has obsesionado con el cuadro.

R.—Le he cogido cariño porque me parece que está condenado al olvido. Porque quisiera saber quién es esa mujer, que hay ahí.

Y luego porque me parece más novelesco y se empatiza más con los perdedores, con los olvidados, que con los grandes triunfadores. Creo que este cuadro hubiera sido otro si hubiera estado en el despacho de un noble en Barcelona. Colgado y no como está en un caballete de 20 euros, en una asesoría en un despacho de Barcelona, o medio en penumbra.


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