"Leer a los niños a la hora de irse a dormir, porque además de que es un momento mágico, que debería ser obligatorio, es un momento que se presta a la conversación»
Si alguien te habla del síndrome de Diógenes, lo primero que se te ocurre es imaginar una habitación, o una casa llena de cosas que has ido acumulando, y que no te hacen falta, pero no te atreves a darles otra vida, o simplemente desprenderte de ello. A veces lo que acumulamos son las emociones negativas, provocando sentimientos que no dependen de nosotros.
Nahir Gutiérrez e Iván Harón publican "El cajón de las cosas que no duelen", un cuento ilustrado, para aprender a ordenar lo que sienten, lo que sentimos, tanto adultos como niños, y deshacerse de aquello que nos sobra.
"Robusto, Ropero Picaporte., es un armario de alta gama, presumido y vanidoso, al que no le sienta nada bien que lo trasladen al cuarto de Simón, porque no hay ninguna duda de que un armario de esas características merece estar en el dormitorio principal”
P.—¿Cómo puede ser que un armario de esta de alta gama, sea desplazado del dormitorio principal?
R.—Bueno, aquí tenemos varias teorías, una muy válida puede ser que él es un armario antiguo, porque es un armario de roble, seguramente es el armario familiar de hace muchos años y posiblemente los padres buscan un armario más funcional, pero no quieren desprenderse de un armario heredado, algo muy querido y qué hacen, lo mueven a la habitación del niño. Pero claro, a Simón le sienta como una patada en los cajones. Y mantiene una teoría al respecto sobre la gestión del cambio.
P.—Cuéntamela.
R.—A Robusto directamente le destierran a la habitación de Simón. Y se pregunta, por qué lo envían a la habitación del niño que deja todo por ahí tirado, y es un caos, y claro, es algo que realmente le indigna.
P.—¿Cómo es Simón?
R.—Es un niño con una sensibilidad bastante particular, que no sabe, yo creo que ninguno sabemos, pero él no sabe explicar bien lo que le pasa y al final su solución va a ser su armario. Además es sobre todo un niño, con todas las características que conlleva, es decir, está enfrentándose al mundo, está enfrentándose a la vida, le surgen nuevas emociones, le surgen nuevos retos y no sabe muy bien cómo gestionar todo eso.
Entonces, claro, cuando de repente sueltas a Robusto, que es el armario de referencia, un caos vital que siempre son los niños, o sea, porque no atienden a los patrones que establecemos los adultos, pues es cuando de repente se genera esa especie de pequeño conflicto y donde ellos dos tienen que aprender a entenderse. Entonces, esa es la parte quizás más interesante de la historia, de cómo dos seres completamente distintos tienen que encontrarse.
P.—¿Qué hay dentro del armario?
R.—Está perfectamente equipado con todo lo que se espera de un armario, a lo que se refiere es que, él puede albergar todas las emociones. Entonces de alguna manera ese armario somos cualquiera de nosotros, porque todos cargamos con todas las emociones y eso no es algo que puedas escoger, evitar y él es cualquier alter ego y también es el alter ego de Simón.
Él es como si le diera al niño la oportunidad de decir qué es lo que te pasa, porque si tú estás triste, yo tengo un cajón para la tristeza, si tú estás alegre, yo tengo un cajón para la alegría, pero no acierta a saber qué es lo que le pasa a Simón.
P.—También hay departamentos que tienen una tapa muy fuerte y que hace que esté muy opaco, no se sepa realmente lo que hay dentro.
R.—El armario se acompaña de todas las emociones de un ser humano. Entonces, aquí el papel fundamental es que Simón aprenda a organizarlo. Y existe un cajón para la tristeza, un cajón de la alegría, un cajón para el resto de emociones. A la hora de representarlo, teníamos que jugar un poco con distintas metáforas para que se pudiese entender, y que además fueran atractivas e interesantes para el público infantil que es para quien está dirigido.
P.—¿Qué guardaríais vosotros en el armario ahora mismo? Y hago además la misma pregunta pero con otro enfoque. ¿Qué cosas cambiaríais, si viajáramos en el tiempo respecto a cuando erais niños?
R.—La historia va de aprender a dejar atrás, de aprender a soltar. Entonces, hemos acuñado el término de diógenes llevado a lo emocional, es decir, cuando lo que almacenas y amontonas, son emociones, muchas veces acabas amontonando más de las debidas y algunas acaban enquistándose, y así no hay manera de vivir una vida sana, mental, espiritual y emocionalmente hablando, si no dejas cosas atrás, tienes que soltarlas.
Entonces si guardásemos cosas respecto a lo que fuimos, estaríamos pecando de diógenes emocional. Lo que no te sirve de nada, es pensar qué habría pasado si en aquel cruce hubiera quedado a la izquierda, en lugar de la derecha, es un gasto emocional inútil, porque al final son sus sensaciones y emociones que son muy limitantes que te guardan mucho en tu día a día y que puedas avanzar y apreciar realmente lo que se está pasando.
Lo que pretendemos lanzar con la lectura al público infantil, bueno también los padres que lo vean junto con sus niños, es superar estas cosas que realmente pues nos pueden frenar un poco en el avance de nuestro día a día y de nuestra vida.
Hay cosas que son irremediablemente como son, es decir, que te roben la bici , y que probablemente no vuelva a aparecer, es uno de los ejemplos que aparece en el libro, igual si, pues no, pero vamos estamos entendiendo que realmente son cosas que ya han pasado, que realmente no van a tener solución, no hace tanta alusión a quitarse el proceso de pérdida y de duelo que creo que va por un camino un poco distinto, sino que son un poco estas cosas que realmente nos obcecamos en nuestro día a día que nos desgastan muchísimo, que nos consumen mucha energía y que realmente tampoco al final vamos a conseguir solucionar nada.

P.—Si hablamos de guardar emociones creo que hay que vivirlas todas, no sé, la nostalgia, el vacío, la tristeza, hay que guardarlas en su determinado momento, pero primero hay que vivirlas o sufrirlas.
R.—Sí y luego esa evidencia puedes aprender a tamizarla, y de hecho van evolucionando, o sea, tú puedes tener la pena que tienes cuando pierdes a alguien muy querido, puede evolucionar hacia el recuerdo de los buenos momentos.
P—Nadie se muere del todo mientras alguien le recuerda.
R.—Eso es lo que tienes que pensar y transmitir, por ejemplo, a un niño hay que explicarle lo que es el duelo. Hay una emoción que se vive en el momento inmediato a la pérdida, de una manera, pero lo bueno es que evolucione y que cambie.
En Robusto, hay un cajón de la alegría transparente, Iván, lo dibujó de cristal. Entonces él dice que es efímero, que es luminoso, pero que también es muy frágil.
Y el tema de la alegría tiene mucho que ver con la infancia, es decir, pasan de la alegría al llanto en dos segundos. Quería retratarlo realmente como si fuese un auto-de-choque. que de repente apretabas el acelerador y salías despedido. Y decías, qué divertido. Luego te chocas y te hacías daño. Y era un poco la manera de trabajar con las emociones, estableciendo algún tipo de metáfora que realmente también fuese un poco distinta a otras interpretaciones que se dan de las emociones.
P.—Me gusta este armario que dista mucho del armario en el que casi todos, por no decir todos, de niños hemos tenido miedo a que se abriera.
R.—En ese armario, en la habitación, siempre sabíamos que no podía ser nada más que un monstruo. Entonces, estás sufriendo, no quieres que se abra. Pero este armario es diferente.
De hecho, a mí, el otro día una amiga me decía, ¿te has dado cuenta que has ido a escoger un objeto inanimado que tiene mucho que ver con el mundo de la fantasía porque en Narnia, los personajes pasan a través de un armario; la película de Monsters S.A. son todas las puertas de los armarios, entonces es verdad, me di cuenta en ese momento y me pareció una cosa bonita. Es una fiesta hacia la dimensión emocional.
P.—Trabajar las emociones, a través de los cuentos de los niños, es algo importantísimo. ¿Qué os parece la necesidad de cambiar los clásicos, para evitar que un niño "se enfrente" a ciertas emociones?
R.—Creo que edulcorar las cosas, no lleva a ninguna parte porque de hecho luego empezamos que si la generación de cristal… .Las cosas feas forman parte de la vida y cuanto antes lo aprendan mejor. No puedes moldear, una cosa es ponerle un niño la mano en la esquina de la mesa para que no se dé un golpe en la sien, y otra cosa es apartar todos los muebles, es distinto. Tú puedes guiarles, puedes ayudarles pero yo creo que edulcorar en exceso no lleva a ninguna parte. No le estamos no estamos haciendo ningún favor.
No entiendo por qué se cuestiona todo esto en la literatura infantil cuando realmente están expuestos a tantísimas cosas que son infinitamente más duras, mucho más tóxicas y mucho más nocivas para ellos.
Me parece mucho más instructivo que tú, mientras está leyendo un cuento puedas explicarle a tu hijo detenidamente, qué es lo que está sucediendo en esa situación, que además realmente puede ser peligrosa para él, puede ser una señal de alarma o puede provocar tristeza, miedo o cualquier otra cosa.
Es mucho más útil que lo aprendan a través de la literatura, aque lo aprendan a través de los medios, como puede ser Internet, televisión, etc. Es mucho más constructivo hacerlo desde esta óptica.

P.—¿Se lee tanto como se dice?
R.—Los jóvenes sí. Pero no sé si los niños. Yo no veo ya tanto a un niño sentado en una librería. Tengo confianza en las rodillas de esos padres y esas madres, que lo sienten en las rodillas y les lean, o les lean a la hora de irse a dormir, porque a partir de que es un momento mágico, que debería ser obligatorio, es un momento que se presta a la conversación.
Es decir, un niño que a lo mejor no te contaría según qué cosas, cuando tiene un momento de conversación, no dudes que va a aprovechar esa excusa. De hecho, ya hablábamos con gente que tiene niños de 9 y 10 años que dicen, ya leen solos, pero quieren que les leamos nosotros. Y los niños son como los gatos y como las otras mascotas, lo que quieren es tu compañía. Quieren que estés allí y si la excusa es que les leas, aunque ellos ya sepan leer, quieren que estés allí.
Cualquier cuento que se deja de leer es una ocasión perdida. Además que muchos temas de conversación surgen a través de esa literatura que le estás leyendo a tu hijo.
P.—Cuando piensas en niños, que están en campos de refugiados en mitad de la guerra, si lo situamos delante de un armario, qué sería capaz de guardar y con qué se quedaría.
R.— Pues no lo sé, pero yo creo que ahí cobraría muchísima fuerza, el miedo, y la ira. Cuando no entiendes una situación y yo te aseguro que muchos de esos niños, dudo que la entiendan porque no lo entendemos los adultos, es por qué a mí, por qué aquí, por qué esto, y la parte de la ira y el miedo es una combinación muy explosiva.
También la incertidumbre, de no saber qué va a suceder con sus seres queridos. Estos niños al final se encuentran en una situación de desprotección, donde no saben qué va a suceder. Es una emoción más adulta, pero la vivencia en incertidumbre no.
P.—Trabajas en el mundo editorial, pero qué te mueve a escribir cuentos.
R.—Diría que son como descargas eléctricas. Porque siempre nacen de una manera así un poco casual. El primero se titulaba Hipólito y Serafín. Era la historia de una amistad entre un hipopótamo y el pajarillo que le quita los mosquitos. Su gran amigo. Y la idea nació hablando con un periodista que me dio las gracias, y yo le contesté que no sabía porqué, al final es una simbiosis y se me ocurrió el cuento entero.
El segundo fue Dónde está Abuelita Keta, porque se habla de mi abuela, que era la bisabuela de mis hijos y cuando murió, a mi hijo que tenía dos añitos, se lo contamos y le vimos que se quedó muy tranquilo. Y cuando íbamos a la casa de Asturias, que es donde íbamos a veranear, fui directamente a la habitación de la abuela. Y salió y dijo: ¿dónde está Abuelita Keta? Claro, tú le has dicho, no está, pero no le has dicho lo que ha pasado. Entonces, de pronto dices, hostia, me he dejado algo por explicar, ¿no? Y de ahí nace ese segundo cuento.
El tercero es una historia que se me vino el título a la cabeza, cuando estaba en una biblioteca, en una presentación y se me vino la frase a la mente de La bailarina sin corazón. Es como que me enamoré del título sin tener la historia. Y a partir de ahí no me quedó más remedio que decir pues este título se merece una historia. Y lo que nació fue la historia de una amiga de colegio de mi hijo que había tenido una cardiopatía de recién nacida. Y luego cuando empiezas a investigar, te arremangas y te pones y me enteré que es una enfermedad muy frecuente, y dices hay un mundo ahí afuera. Entonces ahí fue cuando además conocí a Iván.
Y el cuarto, tengo una compañera que en la época del COVID tenía un viaje a México previsto y me dijo pues hemos perdido el viaje, y dije madre mía Elena que faena tan grande, pero qué horror pero seguro que no podéis pelearlo, y me dijo: ya está lo he echado al cajón de las cosas que no duelen. Pues le tengo que escribir un cuento a esta frase, porque esto es un pedazo de título. Y ahí arrancó El cajón de las cosas que no duelen.
P.—La ilustración, Iván, ¿Es díficil, sobre todo cuando se trata de temas emocionales?
R.—Pues a veces es la parte más complicada, pero también la más divertida y la más bonita. Es quizás la que exige más esfuerzo, muchas veces es sumergirte en tus propias vivencias, en tus propias emociones, y pensar cómo puedes traducir las palabras del cuento y convertirlas en una imagen.
P.—¿Qué opinan vuestros hijos de los cuentos que escribís e ilustráis?
R.—Iván: Mi hijo, es muy crítico, pero bueno.
R.—Nahir . Lo mío es como son más mayores… pero creo que los niños en general son críticos y son un público muy exigentes.
Y son crueles cuando tienen que serlo, porque forman parte de su ser, no tienen filtro. Es una cosa que vamos aprendiendo.
P.—¿La única emoción sobre la que el armario se permite un juicio de valor, es la ira?
R.—Sí porque hay un personaje, que es el señor pescado, porque no hay imagen más clara de la maldad fortuita que está persona que le pincha un globo a un niño. Es la única emoción sobre la que Robusto opina diciendo que la gente que anda por la vida de mal humor desprende ese aroma, ese olor a plátano podrido del que habla en el cuento.
Y creo que es porque, de alguna manera, es la emoción que genera menos empatía. Puedes empatizar con alguien que está triste, puedes contagiarte de la alegría de alguien, pero es muy difícil empatizar con alguien que está cabreado.

P.—¿La ira tiene una toxicidad que no tienen las otras emociones?
R.—Sí, totalmente. Además hay una cosa que hace realmente Robusto, que es sacar a ventilar el accesorio de la ira, porque si no al final es que eso acaba contaminando todo el resto de emociones, y a ese es un poco el problema. O sea, la solución viene un poco más adelante, que es cuando ya todas las emociones se van armonizando y Simón las puede reorganizar y convivir con ellas todas a la vez.
P.—Deberíamos meter muchas más cosas en el cajón de las cosas que no duelen.
R.— Deberíamos ser más de soltar y darnos cuenta que no merece la pena que nos afepten esas cosas. Y es una capacidad que no sé quién la tendrá, pero de verdad, el que la tenga ha ganado el cielo. Porque es muy difícil.
Entonces, echalo al cajón de las cosas que no duelen y verás que cuando te vuelves la mochila te va a pesar un poco menos.
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Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Montador de sonido: Manuel Muñoz.
Fotos: Rosa Sánchez de la Vega