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«La literatura entra en aspectos de las guerras que no caben en la crónica histórica»
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«La literatura entra en aspectos de las guerras que no caben en la crónica histórica»

"El tiempo de las fieras" Víctor del Árbol (Destino 2024)

miércoles 18 de septiembre de 2024, 23:43h

"Esta novela va de cacerías, de cacerías humanas, de depredadores y de presas. Y hay un duelo muy interesante entre dos sicarios por cazar, por cobrar la misma presa"

Al principio no es sencillo, a menos que se haya nacido aquí. No es fácil hacerse con este paisaje, ni con su gente. No lo lograron los godos y no lo han conseguido los turistas. Esta tierra pertenece a la lava y al océano, a sus volcanes y a sus profundidades. Si quieres vivir aquí, tienes que dejar que la isla te reconozca. Con el tiempo se acostumbrará a tu presencia y te cederá un sitio.

Rosa pasa página charla con Víctor del Árbol, paisano y gran amigo que acaba de publicar “El tiempo de las fieras” (Destino2024)

Me adentro en tus páginas, y en tus historias sabiendo que voy a encontrarme un “maremágnum” de cosas, en el que todo cobra sentido y en donde hay una profundidad tremenda, no solamente en tus personajes, sino en el lugares que recorres en cada libro. Siempre indagando en la profundidad del alma humana.

R.—Es lo que siempre me ha motivado, lo que siempre me ha movido. Puedes cambiar el registro, puedes cambiar la técnica, la estructura, pero la motivación, siempre es la misma: entender.

P.—¿Qué hacemos en Lanzarote?

R.—Conocer a las fieras. Aunque estén en todas partes. Pero en Lanzarote, lo que vamos hacer es encontrar a un viejo conocido que viene de “Nadie en esta tierra” que es el Gordo Soria. Tres años después de las cosas que pasaron en Barcelona, castigado por sus superiores y enviado ahí un poco al destierro, a languidecer. Y de repente lo que va a pasar es que en esa isla debería estar apartado de la actualidad, de todos los problemas, y un simple atropello, va a desencadenar un efecto dominó que nos va a llevar a viajar desde Lanzarote por buena parte del mundo y por diferentes épocas.

P.—Las épocas son tan diferentes como importantes.

R.—Siempre son importantes, pero en esta novela quizá más, porque para entender a los personajes y para entender lo que está pasando necesitamos retrotraernos a un momento del pasado donde ellos eran otra cosa.

El sicario; el hombre de los ojos oscuros, nos va a llevar a su origen, a los años 70 a México, y nos va a explicar en primera persona, quién era esa primera víctima que mató con 13 años.

Luego vamos a viajar a los años 90 a las antiguas repúblicas Yugoslavas, por qué, porque tiene mucho que ver lo que pasó en Borneo con uno de los personajes principales de la novela que es Besna, pero no es lo mismo que ellos nos lo expliquen a que nosotros lo veamos.

P.— “La arquitectura debería servir para unir el talento humano con la ingeniería de la naturaleza y hacer así la vida de la gente más bella”

R.—Eso es lo que lleva a Besna, a esta chica de 19 años, a Lanzarote, a estudiar la obra de César Manrique. De alguna manera esta frase lo que creo que resume es esa idea que yo tengo, contraria “Al tiempo de las fieras" de que las cosas no deberíamos hacerlas por obtener un beneficio, sino por obtener un bienestar. Y ese equilibrio que me gusta tanto de Lanzarote, de lo natural con lo humano, esa simbiosis.

En Lanzarote la vida es posible por la conjunción del esfuerzo humano y por la tolerancia de la naturaleza. De otra forma, no sería posible vivir en una isla volcánica.

Entonces, esa visión de la arquitectura, como la puede ser del arte, de la economía, es decir, no es negar el progreso, sino readaptar el progreso a nuestras verdaderas necesidades.

P.—¿Te dejarías llevar por las corrientes como si volvieras a nacer y esta vez fuera todo diferente?

R.—Claro, ese es un sueño que todos tenemos, ¿verdad?

P.—Sí, depende qué tipo de corriente, claro. Esa imagen de Besla, flotando en el mar entre esos dos mundos. Entre la Tierra y el Cielo, son imágenes maravillosas.

R.—Yo recomiendo a todo el mundo que pueda nadar en el océano de noche. Porque es una sensación muy curiosa. Por un lado el miedo. A qué te va a pasar, qué te va atrapar. El temor a alejarse.

Pero por otro es esa percepción de la inmensidad que te rodea y que tú formes parte de ella. Entonces, claro, el hecho de dejarse llevar por la corriente es muy bonito en el sentido de que podrías eludir tu propia responsabilidad, simplemente dejar que el destino te lleve hacia donde te tenga que llevar.

Y lo de volver a nacer, hay tantas cosas que harías y ya no puedes hacer.

P.—El destino, el azar, Dios, ¿son la misma cosa?

R.—Le damos muchos nombres a todo lo que no comprendemos. Para mí son la misma cosa en el sentido de que todos, al final, acabamos intuyendo que hay algo fuera de nosotros que nosotros no podemos controlar.

Es decir, la actuación misma del azar, del destino, de Dios, de lo que tú quieras, es esa fuerza exógena que tú no puedes controlar. Y lo único que puedes hacer es adaptarte a ella.

P.—¿Ser un criminal te convierte en un dios? ¿Ser dios?

R.—Depende del tipo de criminal. Si son criminales como los que aparecen en esta novela, que son criminales de la lógica, no son criminales de la pasión, sí que te permiten sentirte como un dios porque los criminales de la lógica se rigen por una doctrina y se ciñen a esa doctrina, sea las leyes del mercado, sea el máximo beneficio, sea el poder político, sea lo que sea, es una doctrina y ellos son fieles a esa doctrina. El problema es que los dioses no se sienten interpelados por la ética, por la moral o por los valores que afectan a la mayoría de la gente. Solo rinden cuentas ante sí mismos o entre dioses que son más poderosos que ellos, más ricos.

P.—¿Qué pasa cuando el crimen no es lo extraño? Lo extraño es la inocencia.

R.— Pues pasa que vivimos en "El tiempo de las fieras", que asumimos valores, que asumimos principios como naturales, que no lo son. En el momento en que una vida humana vale menos que un objetivo, como pasa en el tiempo de las fieras, el inocente se siente aislado, se siente solo, se siente señalado, incluso puede ser acusado de loco, de quijotesco.

P.—Cuando ese crimen se convierte en un crimen de guerra, un crimen global, en un crimen que no hay personas concretas, no hay nombres propios, no es una persona. La visión del crimen es distinta.

R.—Claro, porque los valores cambian. Entonces, al cambiar los valores de la sociedad, aquellos que no los aceptan son marginados. Y los valores de los que estamos hablando son valores que siempre responden al miedo. Ya sea la violencia colectiva institucionalizada o la crueldad institucionalizada o el desdén hacia los valores humanos, responden siempre a la fragilidad, al miedo, a no perder lo que tenemos, a qué va a pasar en adelante. Entonces necesitamos una causa, necesitamos una razón, un enemigo visible, algo concreto para guiarnos en esa lucha.

La historia está llena de ejemplos, empezando por el nazismo o siguiendo por las justificaciones que hoy en día podemos escuchar para los conflictos globales que todos conocemos.

P.—No hay personajes principales.

R.—Nunca. Todos tienen una historia, todos tenemos una vida y formamos parte quizá de ese dominó.

P.—El pito doble consideras que es una de las figuras de menor o mayor importancia.

R.—Yo creo que es la que más importante. Marca un principio digamos que cuando algo se tambalea los demás también tienen que tambalearse porque van a caer igual.

P.—Da igual qué tipo de personajes sean.

R.—Esta es una novela coral por una razón muy sencilla, porque no hay vidas pequeñas. No existen las vidas insignificantes. En el momento en el que nosotros formamos parte de una sociedad, da igual si es en la isla de Lanzarote o en México o en Texas, da igual, como pasa la verdad, en el momento en que una pieza se mueve, las demás se ven afectadas por ello.

P.—Ese efecto de dominó al final lo que significa es que estamos interconectados.

R.—Totalmente. Entre nosotros y con los hechos que nos pasan. Fingir, o creer que tú puedes ganar la partida de dominó solo porque tengas un seis doble, es un error.

Es no entender el juego. En Sarajevo 1994 el asedio a una ciudad se había convertido en un gigantesco manicomio en el que una vez que entras es difícil salir

P.—Vamos a Sarajevo de 1994.

En “El tiempo de las fieras” iba buscando qué podría ejemplificar. Se habla, por ejemplo, de la matanza de San Isidro del Maldonado en 1984. Se habla de otros tipos de tragedias colectivas, de matanzas colectivas, pero esta este episodio me pareció relevante por un documental de un director eslobeno: Zupanic “Sarajevo Safari” lo que hace este documental es entrar en unos aspectos de la guerra de Bosnia que no caben en la crónica histórica. Y ahí es donde puede entrar la literatura.

Entonces me parecía que ejemplificaba perfectamente este concepto de lobo y cordero, depredador y presa y de dioses que cuando se aburren como el diablo matan moscas con la cola. Cómo lo más tremendo puede tener cabida en aquellos que simplemente no se consideran humanos, se consideran dioses, depredados.

P.—¿Qué se le dice a un enemigo al que no vas a echar de menos como a un amigo?

A veces nacemos en caras ocultas, en caras distintas de la luna, a veces nacemos en lugares distintos de la realidad y no podemos cruzar al otro lado, aunque nos gustaría. Entonces lo único que queda es el respeto. Incluso te voy a decir más, incluso el afecto. El afecto. Creo que el hombre de los ojos oscuros llega a sentir poco.

P.—Escribes desde la duda. Pero; ¿encuentras certezas?

R.— Pocas. Y de hecho creo que no es mi trabajo como escritor. Mi trabajo es plantear dudas, mi trabajo es plantear inquietudes y no es tampoco dar lecciones de moral a nadie, no es sentar cátedra sobre ninguna verdad porque no hay verdades absolutas. Entonces lo que creo que tiene bonito la literatura y poder conocer la realidad nos da una visión más empática de esas certidumbres, de esas ideologías, de esos dogmas y que nos las cuestionemos. Cuando entramos en lo humano, en lo individual, en lo genérico, muchas veces se difumina. Y es un interés para muchos.

P.—¿Cuándo visualizas la historia con las piezas del dominó?

R.—Pues en el momento en el que uno de los personajes de esta novela, que hay un personaje maravilloso, es el viejo Tobías que vive en Lanzarote y controla digamos a todo el mundo de la isla. Él tomó sus grandes decisiones jugando al dominó y la idea me vino estando precisamente en Lanzarote, cuando fui a buscar localizaciones para la novela y entré en un bar del puerto de Arrecife a comer y vi a unos señores jugando al dominó. Y me acordé de mi abuelo, cuando jugaban al dominó, en el barrio, y de las conversaciones que se tenían jugando al dominó. Y ahí me vino la imagen.

P.—Estoy pensando, fíjate en esa imagen de cuando jugaban, o veías que jugaban al dominó y la facilidad de estar en la partida y al mismo tiempo mantener una conversación. No banal, casi nunca.

R.—Porque el dominó no es solo un juego de matemáticas y de lógica, tiene esa parte, pero sobre todo el dominó es un juego de listos. Es un juego de instinto, es un juego de gente que sabe contar. Y es un juego de gente que sabe esperar, que sabe tener paciencia, sobre todo si se juega a dobles.

Entonces es un tipo de sabiduría para la vida igual y un lugar para esconderse del mundo, que es donde el hombre oscuro quiere estar a salvo, de las cosas que pasaron en esa tierra. Y paradójicamente también puede encontrarse los tres elementos que a mí me parecen más importantes que son la pasión, en este caso el sexo, el amor, aunque sea un amor de náufragos, y la muerte.

P.— La muerte. Y al final, es curioso que en la isla de Copagua, en Venezuela, estos tres elementos se unen amor, pasión y muerte en una misma persona.

R.—Es este último ancla que el hombre de los ojos oscuros había cogido para intentar ser otra cosa. Cuando ese ancla desaparece, el hombre de los ojos oscuros vuelve a ser el sicario.

P.—¿Cuáles son los peores sicarios? No sé si hay diferencias.

R.—Hay una diferencia. Esta novela va de cacerías, de cacerías humanas, de depredadores y de presas. Y hay un duelo muy interesante entre dos sicarios por cazar, por cobrar la misma presa. Y la diferencia entre ellos es palpable, es evidente. Es decir, uno hace lo que hace porque se le da bien, pero eso no significa que no tenga la capacidad de la empatía.

Los peores sicarios son los que consideran a sus víctimas o al resto del mundo como un escenario para cumplir su propósito, como presas. Una persona que carece de empatía, es decir, que carece de la capacidad de tener emociones de afinidad con otro ser humano.

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