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«Sigo viviendo en Cuba, porque para escribir necesito alimentarme de su realidad. Esa es la razón de mi pertenencia. Y de mi permanencia»

«Sigo viviendo en Cuba, porque para escribir necesito alimentarme de su realidad. Esa es la razón de mi pertenencia. Y de mi permanencia»

"Ir a la Habana" Leonardo Padura (Tusquet 2024)

domingo 01 de diciembre de 2024, 23:12h
"Me duele Cuba porque ha fallado la capacidad que tiene que ver con la economía, y la voluntad que tiene que ver con el esfuerzo, con políticas que se aplican"

Entrevistar a Leonardo Padura, es un honor y un placer. Nunca estas dos palabras tuvieron tanto significado, cuando la cita es con el escritor, periodista, guionista y, Premio Princesa de Asturias 2015, a quien descubrí con “El hombre que amaba a los perros”

La cita es en este caso por su última publicación: “Ir a la Habana” (Tusquet 2024). Un paseo por los barrios de la Habana, desde la periferia concretamente desde la Mantilla, lugar de nacimiento del autor.

“Cuando nací en 1955, y ya cuando tuve uso de razón, y empecé a tener nociones del mundo en el que vivía, advertí la condición geográfica, aunque también la espiritual, de mi barrio. En mi casa, a cualquier desplazamiento desde la Mantilla hacia los centros comerciales, institucionales o históricos de la ciudad, se le decía ir a La Habana”

P.—¿El ir a un sitio siempre es propio de vivir en los extrarradios?.

R.—Eso era una frase muy habitual en muchas partes de La Habana, pero en mi caso, en mi barrio, se decía con mucha frecuencia, porque además, había una ruta de la guagua, que salía de Mantilla y llegaba justo al centro histórico de la ciudad, donde estaba el antiguo ayuntamiento, donde habían estado los Capitanes Generales, un edificio histórico de La Habana. Y había siempre esa noción de que salías del barrio e ibas a La Habana.

P.—“Ahí exhibiéndose tentadora, y asediada por el sol del trópico, estaba la Habana, toda la Habana, abierta como un abanico, intrincada como un misterio, incitante como una invitación a descubrirla, a poseerla” ¿Esa fue tu primera visión?.

R.—Esa era la visión de la Habana, desde un edificio bastante peculiar que hay en una colina de mi barrio: El castillo de Averhoff.

Una especie de construcción que imita de alguna forma un castillo inglés. Se inauguró en 1917 cuando contrajeron matrimonio Octavio Averhoff y Celia Sarrá. Mi abuelo trabajó en su construcción. Tiene unas terrazas que dan hacia el norte. Y ese edificio, en esos momentos estaba prácticamente abandonado, después de haber sido ocupado por varias instituciones.

Un grupo de muchachos entramos para curiosear, porque se hablaba mucho de los misterios que había en el castillo, y yo salí, a uno de los balcones y descubrí que se puede ver desde mi barrio, hasta el mar de la bahía, y se ve toda la ciudad extendida desde ese punto del sur, hacia el norte.

P.—“Ir a la Habana” está escrito en dos partes. La primera, es el recorrido que has ido haciendo a lo largo de los años. La segunda, el mismo recorrido, pero a través de artículos periodísticos que publicaste durante mucho tiempo.

R.—Sí, la primera parte es un ensayo que tiene un recorrido físico, cronológico, de reconocimiento, de memoria, de constatación del presente, desde esos años cincuenta en que yo voy por primera vez a La Habana y tengo una noción de cómo es, pero con antecedentes históricos, porque hablo incluso de esa Habana colonial de los siglos XVII, XVIII, de esa Habana militar y marinera, hablo de la Habana clásica del siglo XIX, la Habana de la Belle Époque, la Habana republicana después, en la primera mitad del siglo XX.

Y en la segunda parte, el texto, tiene intercalados fragmentos de novelas ya escritas, y un recorrido en una serie de trabajo periodístico, de los que algunos datan de los años 80 y otros son muy recientes, en los que siempre, La Habana, es el centro de la reflexión o el espacio de esa reflexión.

Ahí hay varios textos que han tenido un significado especial para mi trabajo, como por ejemplo la historia de los proxenetas en La Habana a principios del siglo XX, que es un poco el material que me inspiró la escritura de una de las partes de mi novela: “Personas decentes”


P.—¿Te costó hacer esa selección?

R.—Sí, porque había una serie de textos que podían haber estado aunque quizás ya no era el momento, aunque mi periodismo ha resistido al paso del tiempo, nos dimos cuenta que se desajustan un poco, también en extensión, y nos concentramos en lo que tienen una vigencia que todavía le dicen algo al lector y apoyen el resto del discurso que hemos armado en la primera parte del libro.

P.—Tengo que añadir que lo enriqueces con material fotográfico al principio y al final del libro. Muy interesante.

R.—Este libro tiene dos pliegos de fotografía de Carlos Torres Cairo, con el que ya anteriormente había publicado un libro que se llama “La Habana nuestra de cada día”, en el que eran solo reportajes periodísticos.

P.—¿Quisiste ser periodista pero se cerró la escuela de periodismo?

R.—Se cerró la escuela porque alguien decidió que en Cuba ya había suficientes periodistas. Mira tú qué cosa más absurda está. En los países de planificación centralizada puede haber alguien que diga, bueno ya no queremos, no nos hace falta más periodistas y se cerró la carrera. Y por eso terminé estudiando literatura y sin embargo durante 15 años desarrollé mi profesión como periodista.



P.—¿El oficio de la literatura ha influido siempre por el lugar en el que se habita, más aún cuando se ha vivido una revolución comunista?.

R.—Sí, el espacio cubano en general y el habanero en particular es muy importante en mi literatura, y como tú dices, ha ocurrido cuando yo empiezo a tener uso de razón.

Yo nací en el año 55, en el año 59 triunfa la revolución y empiezan una serie de cambios que afectarán todos los elementos de la vida, porque cambió la política, cambió la economía, cambió la sociedad, en fin. En los primeros años el cambio fue paulatino, y después el cambio fue profundizando hasta convertirse en una verdadera sociedad socialista, lo que significó muchos otros cambios, por ejemplo, desaparecieron los pequeños negocios privados, que le daban un carácter a la ciudad.

Hubo, como en casi todas las revoluciones, una redenominación de lugares. El Gran Estadio de La Habana, pasó a llamarse Estadio Latinoamericano. El famoso cabaret Montmartre pasó a llamarse restaurante Moscú. Esto para demostrar que éramos profundamente socialistas.

P.—La pérdida del sentido de la pertenencia.

R.—Sí, este es un drama universal y es un drama que está viviendo Cuba. Lo ha vivido durante todos estos años.

En mi novela anterior: “Polvo en el viento”, hablo por ejemplo de la diáspora de mi generación. Tanta gente que ha salido de Cuba a lo largo de todos estos años. En los años 60 hubo una ola migratoria, después en el año 80 una gran estampida por un puerto cercano a La Habana, en tres, cuatro meses de 130 mil personas. Después de los 90 empieza un goteo constante. Y entre el año 1921 y 1924 han salido de Cuba más de un millón de personas. Después de la pandemia, cuando los cubanos pudieron viajar, como la situación económica es tan complicada, pues la gente ha buscado otra alternativa.

No sé qué va a pasar a partir de enero de este año, con el gobierno de Trump, que tiene una política anti inmigración, en la que creo yo, que incluso los cubanos van a verse afectados. Vamos a ver qué ocurre.

Pero lo cierto es que cuando emigra es un acto de desarraigo y eso significa dejar expuestas las raíces, es su significado de la palabra. Entonces es realmente muy dramático y esa es una de las razones por las cuales sigo viviendo en Cuba. Yo necesito escribir en Cuba, necesito alimentarme de la realidad cubana, incluso necesito oír hablar en habanero porque ese es el idioma en el que escribo. Esa es la razón de mi pertenencia. Y de mi permanencia.

P.—Tu madre es ya una anciana, que vive en tu casa.

R.—Tengo a mi madre afortunadamente, ahí en mi casa con 96 años y medio ya. Vamos contando los medios años, porque a esa edad hay que contarlo. Está muy bien y muy clara y en muchos sentidos es parte de mi memoria.

Acudo a ella para preguntarle, hay cosas que yo escribí, una crónica hace un tiempo para el semanal del país, en el que hablaba de esa historia que cuando ella muera y yo muera van a desaparecer porque son personajes, momentos, situaciones que solamente nosotros recordamos. Entonces es muy dramático.

Esto es lo terrible de la memoria y de la fugacidad de la memoria.

P.— ¿Y lo importante de la literatura es tratar de preservar?.

R.—Sí, tengo una lucha eterna por preservar memorias de personas, de lugares, de procesos que son importantes. Tanto como el de escribir en el presente, la memoria de ese presente para que no se pierda en el futuro. Y también, por supuesto, miro hacia el pasado y hago un ejercicio de memoria.

P.—Una Cuba marcada arquitectónicamente, detenida, también para el viajero recién llegado.

R.—La Habana es una ciudad muy detenida en el tiempo y esto es bueno y es malo.

Es bueno en el sentido de que se ha preservado un carácter de ese espacio, pero es malo en el sentido de que una parte de ese espacio se ha ido deteriorando, porque no se ha ido invirtiendo en reparación, mantenimiento, sostenimiento de algunos lugares de La Habana que lo necesitan mucho. La parte histórica, la parte vieja de la ciudad, lo que llamamos La Habana Vieja, es la Habana Colonial, esa parte ha recibido más atención, porque son los edificios más históricos, pero hay otras partes que son barrios de principios del siglo XX, por ejemplo, que están en condiciones paupérrimas en estos momentos.

P.—Hablas mucho de la agenitud.

R.—Sí, de ese proceso de extrañamiento, de encontrar que tus referencias se van perdiendo en muchos sentidos porque desaparecen, se transforman y también se pierden porque mi relación con ellas cambia.

No enfrentas igual una serie de elementos cotidianos de la vida a los 20 años que a los 40 que a los 60 y eso porque la ciudad tiene una evolución como organismo vivo, pero yo también tengo una evolución como organismo vivo todavía, entonces ahí puede haber esos desajustes que crean eso. Pasa mucho y lo he hablado bastante en estos días con el tema de la música que se oye en la ciudad. Durante mucho tiempo iba oyendo esa música de los años 50, 60, los boleros, después llegó la salsa y ahora hoy es reggaetón, es decir que la banda sonora de la ciudad también cambia y yo no me identifico con el reggaetón por ejemplo, entonces eso provoca agenitud también.


P.—Pues para terminar leo un lamento tuyo: “Lamentos que yo escucho con angustia intelectual y pesimismo ciudadano, pues algunos son ya estertores agónicos”. ¿La Habana desde hace décadas ha recibido o no afecto, cariño?

R.— Yo creo que sí. A mí me duele mucho la ciudad. Porque creo que ha habido poca capacidad, pero también ha faltado voluntad. La capacidad tiene que ver con la economía, con el dinero que puede haber y la voluntad tiene que ver con el esfuerzo, con políticas que se aplican.

Entonces, no sé, no quiero culpar a nadie porque no tengo los argumentos para hacer una acusación, pero tengo las evidencias del resultado de esa desidia que ha afectado la ciudad de La Habana y hay muchas partes con un enorme deterioro.

P.—Publicas abiertamente con editoriales cubanas, ¿tienes algún problema?

R.— He publicado hasta tres novelas atrás, todos mis libros habían salido en Cuba. Últimamente la razón que me dan es la falta de papel. Yo creo que sí que es cierto que falta papel pero también creo que falta un poquito de voluntad.

Los libros llegan poco y mal a Cuba porque imagínate este libro sería imposible venderlo en Cuba, vale 20 euros y 20 euros es la mitad de un buen salario cubano del mes. Entonces lo que pasa es que la gente busca alternativas de supervivencia, que las busca para todo y las busca incluso para la lectura y son la piratería.

Este libro llegó a las librerías aquí en España el 2 de octubre y el 18 ya había una copia pirata circulando en sitios cubanos y al final mira, digo está bien, está bien porque es la manera que tiene la gente de leer mis libros. Porque uno de mis pesares es que llegas a cualquier librería, en cualquier país de lengua española y están mis libros menos en mi país.

P—No conozco la Habana, pero he viajado por ella con tu libro.

R.—Ese es mi propósito, que la gente que haya ido a la Habana, la recuerden, la reconozcan, la identifiquen, los que no han ido, hagan este paseo al que yo invito desde mi perspectiva. Puede haber otros muchos viajes posibles a la Habana, por supuesto, pero bueno, creo que el mío no está nada mal, es un viaje simpático.

Escucha la entrevista en Spotify y Youtube.

Entrevista: Rosa pasa página

Fotos: Rosa pasa página

Edición de sonido e imagen: Manuel Muñoz

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