"Lo que ha pasado es que ahora no escribo para ella, ahora escribo con ella. Porque estamos más juntos que antes"
Una década después de publicar 'Una madre' y dar a conocer al personaje de Amalia, el pilar de una familia, Alejandro Palomas, cierra la tetralogía con: “Una vida”, donde esta mujer y esta madre sufre una leve infección en apariencia, Fer, Emma y Silvia, no imaginan lo que la vida ha dispuesto para ellos.Los tres hermanos, se convierten a la fuerza en hijos cuidadores.
Mientras las madres viven, los hijos somos hijos por encima de todo. Es nuestro asidero tengamos la edad que tengamos, no importa cómo, tampoco la distancia.
Amalia es una mujer llena de ocurrencias, de ingenuidad a primera vista, pero que encierra una sabiduría profunda, propia de una mujer vivida que afronta la vida convirtiendo situaciones cotidianas en lecciones de amor, perdón y fortaleza, podríamos decir propio de una madre imperfecta, humana.
P.—Una madre, un perro, un amor y una vida. Cierras la historia de Amalia, que no el universo, porque si miras, allí está.
R.—Alguien me ha dicho, que es una tetralogía. Yo creo que es un cuarteto y es un universo. Y es un planeta con sus continentes, con sus mares, sus océanos, sus cadenas montañosas.
No se va, porque sigue girando, es orbital. Y no se va porque es que si se va, me voy yo. Entonces no se puede ir. Hasta que yo no me vaya, no se puede ir.
Se cierra este formato de las cuatro novelas, la ficción novelada, pero se abren otros que me interesan mucho y que creo que además para mí son muy necesarios.
P.—¿Cuándo aparece Amalia?
R.—Amalia aparece en el año 2014. Cuando yo redescubro a mi madre. Ella se divorció a los 65 años y descubrimos a una mujer que había estado allí, pero que no habíamos visto, porque ella tampoco se había permitido verse.
Con lo cual, eso lleva un descubrimiento impresionante que nos agrada la vida a todos y es una mujer impar que se siente muy a gusto siéndolo. Es como una niña pequeña con ganas de descubrir el mundo. Y ahí es cuando llegan todas las lecciones de vida.
Porque es una niña curiosa, torpe, que aprende a caminar. Y nosotros con ella, porque ha entendido lo que es la vida.
P.—¿Recuerdas la última vez que nos vimos, y me dijiste que solo había una cosa que no habías podido cumplir y era parir a un hijo?. Ese vínculo tan importante.
R.—Claro, a mí me habría gustado parir porque yo tengo el referente de mi madre. A mí me habría gustado hacer con un hijo lo que ella ha hecho conmigo, que no siempre es así, obviamente, pero yo tengo ese referente, entonces me habría gustado poder ponerme en su piel, cómo ha vivido ella, cómo me ha vivido ella, cómo he sido yo desde su mirada, cómo he sido yo desde su vivencia, y eso yo no lo tengo.
Pero en mi imaginario, yo quiero pensar que habría intentado ser una madre como lo ha sido ella.
P.—Tu libro es una montaña rusa de emociones. En la primera parte, Amalia es la necesidad terapéutica de la risa. Que hace reír a sus tres hijos y cada uno lo digiere de una manera totalmente distinta.
R.—Claro porque cada uno tiene sus deudas con ella también, eso es lo que tenemos los hijos mayores, por eso muchas veces nos cuesta decirle a nuestra madre, te quiero, porque cuando dices te quiero mamá, siendo mayor, estás borrando de un plumazo todas esas cosas que te impiden acercarte a ella, lo no dicho, todas las cuentas pendientes.
Cuando tú llegas a un lugar, como en esta novela, que es el final de Amalia, te das cuenta de que queda poco tiempo y que hay que resolver muchas cosas. Y una de las formas que yo he vivido, y que yo he encontrado para resolver eso, es lo físico, es el abrazo.
Y yo recuerdo que mi madre se volvió muy física al final y solo pedía abrazos todo el rato. Y, por ejemplo, veíamos la tele, ella en su cama y yo me sentaba a su lado y la veíamos cogidos de la mano.
Y Ojalá las cosas fueran tan fáciles desde un principio. Solo con darte la mano y ya está, ya está todo dicho, ya está todo perdonado, ya podemos empezar de nuevo. Claro, una madre como ésta y un sentido del humor como éste toca cosas que incomodan en los hijos, porque es un humor muy surrealista.
Entonces no todo el mundo está preparado para el surrealismo de esta cadena. Y ahí, tienes que ser muy solidario con esto. Porque no sabes hasta que punto ella está manejando la situación.
Tienen como ese séptimo sentido. Que saben campear muy bien por situaciones muy extrañas. Y Amalia, le sirve, lo utiliza para dejar al descubierto la torpeza de los demás, la torpeza de Silvia, la incomodidad de Silvia, Emma que se siente todo el rato muy vulnerable con su madre, pero muy cerca también, y Fer, es cómplice absoluto y necesario para todo lo que hace. Ella lo sabe. Son los que mejor se entienden y conspiran todo el rato.
P.—Mauro, es una nueva figura, su profesor de Chi-Kung, con perros, online, antena sin cable. Es mamá y la risa de Fer.
R.—Tengo que confesar que me he reído mucho al escribir esto. Me he reído mucho al vivirlo, porque yo lo vivo.
Y yo la veo haciendo eso. Mi madre hacía chi- kung y se llevaba al perro. Y una vez se quedó dormida y se cayó. Pero ella, con una candidez absoluta decía que no.
Porque claro, ¿qué pasa? Que a las madres hay que descubrirlas... porque las madres mienten mucho.
P.—“Hay más vidas en tu madre que en todos nosotros, solo que aún no le ha llegado el momento”. La abuela Esther es otra madre, es otra pérdida, y una señora muy sabia.
R.—Sí, la Abuela Esther es un poco el contrapunto de Amalia.
Es esa cosa sabia, esas abuelas que hablaban y hablaban. Y tú sabías que estaban en lo cierto. Así como Amalia es como ese mundo que va y viene, como esa nube. La abuela Esther era como la piedra, la tierra. Y esa forma de querer, también, que es de la tierra, de que no te va a pasar nada, porque yo soy la sabia. Esa seguridad.
Esa tranquilidad de vida que ahora cuesta mucho encontrar. No hay esa figuras. En primer lugar, porque la relación de los hijos con los padres es diferente, la forma de mirar a las generaciones anteriores es diferente, entonces no existen esas piedras en las que sentarnos y estar seguros y eso se nota mucho creo que a nivel social.
P.—Una madre, madrea no solo con sus hijos sino también con aquellos a quien considera que lo son, aunque no sean de carne o hueso, porque Amalia quiere amar a las plantas.
R.—Amalia quiere todo lo que para ella es huérfano, y todo huérfano la necesita. Madrea todo y después rescata plantas de los contenedores, rescata animales de donde sea que haya estado de día mirando, cosas de ositos, de gatitos, de todo lo que la necesita, porque el mundo la necesita, porque ella puede con todo, entonces ella mete toda suerte de cosas en su casa. Desde animales a personas a refugiados, a todo lo que encuentra.
Y luego los hijos tienen que sacar todo eso fuera, de alguna manera. Esa especie de síndrome de Noé que tiene ella, pues los hijos tienen que ir desalojando cada cierto tiempo, todo lo que va acumulando.
P.—Con Mauro encuentra un aliado, un cómplice, alguien que la entiende pero que está fuera del entorno familiar.
R.—Sí, eso es un milagro. Mauro es un milagro para Amalia, porque además una mujer así, después de que desde la separación todas las parejas que formaban parte de ese núcleo la dejan de lado, con lo cual para ella encontrar a alguien que no sea parte del ámbito familiar y con quien pueda entenderse, conspirar, porque lo que más le gusta es conspirar, Mauro es una tercera vida, es el regalo, y no hay nadie que disfrute más de los regalos que Amalia.
P.—Una mala noticia, bajamos esa montaña rusa. Meses, una posibilidad, la esperanza.
R.—Sí, había que llegar ahí de una forma real. Tal y como ocurre en la vida. Cuando menos preparado estás y cuando todo parece ir súper bien, la vida es así. De repente, los resultados de una prueba o una llamada telefónica dicen que tu hijo ha tenido un accidente, por ejemplo.
Entonces la vida es otra dimensión. Como cuando te dicen, tu madre está enferma y a tu madre le quedan tantos meses de vida, tú no entiendes lo que te dicen. Tu cabeza no está preparada para entender eso. Y yo quería reflejar que nuestras cabezas no están preparadas por mucho que lo intentemos, no existe preparación para esos cambios tan bestias de vida.
Y sobre todo cuando te anuncian que tu próximo estado civil es huérfano. Entonces dices, ostras, ¿y esto cómo se gestiona? Voy a mirar huérfano en Google a ver etimológicamente cómo es. Y entonces a partir de ahí empieza tu búsqueda de la orfandad.
P.—Tres hijos, Fer, Emma y Silvia, y cada uno muestra un universo totalmente distinto, que es lo que pasa en las familias.
R.—Cada hermano es como, no puede ser, necesitamos una segunda opinión, siempre se buscan mil opiniones.
Como cuando tienes las cartas del tarot, que te sale una mala tirada y vuelves a preguntar de otra manera para que te salga algo bueno. Hay gente que hace así.
Luego hay otros que buscan rápidamente solución. Vamos a buscar cómo lo gestionamos de alguna forma, que son los pastores. Y luego hay otros que lloran. Y luego está la negatividad, casi siempre, camuflada de muchas formas distintas.
P.—Esa “ley de vida” que es lo que escuchas porque lo normal es que sea así, pero sigue siendo igual de doloroso y el concepto de orfandad es también inentendible.
R.—Totalmente. De hecho yo se lo decía a ella cuando todavía no había pasado nada, pero es que eso de que es ley de vida que las madres se mueran antes que los hijos, eso me parece... ¿Quién se lo ha inventado? O sea, no, tía, tenéis hijos, pues apechugar hasta el final. Tú te esperas hasta que yo me muera. No puedes dejar a la gente huérfana.
P.—El sentimiento de pérdida une a los tres hermanos.
R.—Es algo que reflejo en el libro porque nos pasó a nosotros y no tuve que inventar nada. De hecho, en esta novela he tenido que inventar poco en cuanto a las reacciones. Rápidamente fuimos uno.
Cuando tienes una noticia de estas, hay dos reacciones. Hay una dispersión automática y cada uno mira por sí mismo y se defiende del dolor que va a recibir y hay otra que es, todos juntos porque yo solo no puedo. Nosotros lo vivimos todos, también porque estos personajes como nosotros, no tienen hijos entonces ninguno tiene que mirar por lo que está debajo, sino que solamente por quien está al lado.
Saben que lo único que tienen realmente es la generación superior, debajo no hay nada. Siguen siendo hijos siempre, no son padres. Y eso, esa conciencia de que somos solamente hijos, solamente tenemos que ocuparnos de ella, eso es una situación muy poco frecuente también. Con lo cual también me gusta que salgan arquetipos familiares poco frecuentes. Porque nos enseñan una forma de gestionar las cosas de otra manera.
P.—¿Elegimos mal a los invitados en nuestra mejor fiesta, que es la vida?
R.— Solemos elegir bastante mal.
P.— ¿Y nos damos cuenta, cuándo?
R.—Yo creo que nos damos cuenta enseguida. Pero seguimos. La otra cosa es, cuánto tardamos en gestionar ese error, en llegar a dar el paso de eliminarlo o enmendarlo. Pero yo creo que somos mucho más listos de lo que nos gustaría ser. Y enseguida nos damos cuenta de que esas sumas a nuestras vidas son un error.
Hay algunas que no, pero en general no son. Porque las estamos sumando desde la carencia. Entonces nos conformamos con lo que llega.
P.—El proyecto de Amalia, árboles para cuando ella ya no esté.
R.—Sí, es muy planificadora. La lucha de Amalia es dejar a sus hijos más o menos encarrilados, como la de todas las madres. Es lo más común. Lo que pasa es que ella lo hace a su manera. Porque como tiene este mundo tan sui generis, ella piensa que si tiene que dejar a sus hijos enraizados, pues que mejor que hacerlo con árboles, que son los que se enraizan.
Ella quiere que la muerte genere vida real. Y que ellos la tengan que cuidar.
P.—Sirley y su duelo particular, porque hay que hablar también de cómo sienten ellos.
R.—Esto ocurre, yo lo he vivido, con lo cual hablo de lo que yo sé. Y los perros, los gatos, los animales no humanos que nos acompañan, son parte de nosotros y se sienten parte del grupo y de la familia y tienen un vuelo que hay que observar ,porque cuando pierden a su compañero entran en un estado de depresión absoluta, entonces hay que estar también muy pendientes de eso y no solemos estarlo, porque nos duele tanto a nosotros que ya bastante tenemos con eso, pero ellos también sufren muchísimo.
Y que estén siempre cuando pasan las cosas. No eso que hacemos también con los niños, que es como, mejor que no estén en los momentos de duelo, de muerte, porque todavía no es la hora... A ver, la muerte es algo orgánico, es algo natural, con lo cual tienen que estar, tienen que formar parte de eso para que vean cómo lo gestionamos nosotros.
P.—Algunos escritores dicen que escriben para encontrar respuestas, otros para perder miedos. Para qué escribe Alejandro Palomas.
R.—Escribo porque tengo esta pequeña fantasía de que en algo puedo modificar la realidad. Mejorar el modo en que nos tratamos. Solo escribo para eso.
P.—Amalia y flores de girasol.
R.—Te cuento; flores de girasol, mira el día que murió Rulfo, mi perro, yo lo llevé a morir. Y cuando lo sacrificaron conmigo, y lo dejé para que lo incineraran, me fui a una floristería. Y cuando iba a comprar, me di cuenta que no tenía ningún lugar donde llevarle flores a Rulfo. Pero cuando iba a salir de la floristería, ví que había uno de esos jarros de metal donde se ponen las flores y quedaba un girasol.
Me paré, lo cogí y le dije a la florista: “mira, esto me lo pones para regalo y se lo das a la primera persona que venga con un perro”.
A tu primer cliente, clienta, o clienti que venga con un perro, se lo regalas y dile que es de alguien. Y eso es algo que hago muchas veces cuando viajo, voy a una floristería, busco girasoles y hago lo mismo, cuando entre alguien con un perro, es mi forma de expresar mi dolor por Rulfo.
P.--¡Qué bonito!
R.--Y eso lo empezó a hacer mi madre también. Luego a mi madre se le fue la pinza. Porque ella además de comprar el girasol, le añadía, no sé, unos pajaritos de madera, y luego le añadía más cosas y acababa como con una especie de templo de chinos.
Pero a ella le gustaba así. Era su tuneamiento de las cosas. Su forma de vivir.
Y siempre hablábamos del girasol. Teníamos una conexión muy bonita. Se le ocurrían cosas como de Marte.
P.—¿Cómo va a ser la orfandad, ahora que ya no va a estar Amalia?
R.—Creía que iba a ser insoportable, que no iba a poder vivir sin ese mundo. Pero ha pasado que como uno escribe para alguien. Yo siempre escribía para ella. Mi lectora cero era ella. Y siempre pensé, ostras, cuando ella no esté, no voy a tener lectora imaginaria. Entonces, no voy a escribir.
Y lo que ha pasado es que ahora no escribo para ella, ahora escribo con ella. Porque estamos más juntos que antes.
Hablo con ella todo el rato, le cuento todo. Y como tenemos tanta relación, sé perfectamente lo que me diría, cómo se reiría, cómo reaccionaría a lo que yo le digo. Todo lo sé. Con lo cual son conversaciones muy seguras, porque lo sé.
Y es que las madres están, aunque no las veamos, están.
"El cielo es una bóveda infinita en el que todas las noches en todos los rincones del mundo hay hijos buscando entre ellos los mensajes de sus madres. Sabemos que ellas están y que nos miran, ahí afuera, nosotros dentro de su oscuridad"
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Entrevista: Rosa pasa página
Editor de sonido: Manuel Muñoz