Entrevistar supone además de disfrutar de la lectura y la conversación con el autor, un encuentro en el que siempre queda un poso al que volver. Y más cuando tiempo después, la escritora publica una nueva novela.
En este caso la cita es con Desireé Ruiz, que ha publicado “La Casa de las Amapolas”. Historia en la que ya solo la portada te atrapa.
"Flora, necesita refugiarse, tras haber sufrido la misteriosa desaparición de su hija y la amiga, hace más de veinte años. La autora, explora lo complejo de las relaciones familiares, marcadas por desapariciones y secretos del pasado. La novela está ambientada en la sierra de Albarracín”.

P.-- Comienzas la novela con una imagen muy impactante: un pájaro muerto. ¿Fue lo primero que escribiste?
R.--: Sí. Vi esa escena, literal: un pájaro muerto en el suelo, y un grupo de hormigas rodeándo la cabeza. Me pareció brutalmente simbólico. Hay algo frágil, puro y al mismo tiempo oscuro en esa imagen. Me llevó a pensar en cómo empieza el deterioro, en qué cosas se pudren en silencio, incluso dentro de nosotros. Fue inmediato: supe que así debía empezar el libro.
P.-- Flora, la protagonista, es fascinante y contradictoria. ¿Cómo la construiste?
R.--: Flora fue el personaje más difícil de escribir. Es muy compleja, y a veces hasta incómoda. Es alguien que se ha endurecido con los años, que ha aprendido a sobrevivir a través del control y el silencio. Pero debajo de esa fachada hay un dolor profundo, una culpa que nunca ha querido mirar de frente. No es ni buena ni mala. Y me interesaba justamente eso: que fuera humana, con toda su imperfección.
P.-- A veces uno se pregunta si Flora está huyendo o buscando redención…
R.--: Exactamente. Ella no lo tiene claro tampoco. Ha hecho cosas por las que no se perdona. Y encuentra en esa casa, en ese lugar aislado, una forma de ayudar a otras mujeres, como una especie de redención indirecta. Pero al mismo tiempo, sigue protegiéndose, sigue evitando el pasado. La novela la pone frente a él, inevitablemente.
P.-- ¿Cómo fue el proceso de escribir una novela tan íntima y llena de silencios?
R.--: Muy emocional. Es una historia donde lo que no se dice pesa más que lo que se dice. Tenía que trabajar mucho el ritmo, la contención. A veces era más difícil no contar algo que contarlo. Pero me gusta eso: que el lector participe, que intuya, que respire el ambiente. Es una novela que hay que leer con los sentidos. Y con paciencia.
P.-- ¿Qué representa para ti la casa? Porque claramente no es solo un escenario.
R.--: Para mí, la casa es un personaje más. Está viva. Tiene su luz, su sombra, sus grietas. Guarda secretos, como las personas. Y creo que refleja mucho a quienes la habitan. Flora la ha convertido en un refugio, pero también en una cápsula del tiempo. Todo allí dentro está detenido, incluso lo que duele. La casa es contención y es cárcel, a la vez.
P.-- En la historia conviven tres generaciones de mujeres. ¿Cómo se relacionan entre ellas?
R.--: Maya es la nieta, y representa la vida, la posibilidad de romper con el pasado. Es luz pura, aunque también tiene sus heridas. Aurora, su madre, es el silencio más hondo. Y Flora, la abuela, es la que ha sostenido todo... pero también la que ha elegido qué se recuerda y qué no. Entre ellas hay amor, rabia, culpa, desconocimiento. Como en muchas familias.
P.-- Maya parece tener una conexión especial con la naturaleza.
R.--: Totalmente. Maya es alguien que, pese a sus circunstancias, se permite mirar con asombro. Llega a Albarracín a regañadientes, pero termina conectando con el bosque, con los olores, con los animales, con los detalles. Y eso la transforma. La hace ver cosas que las demás no ven. Maya es esencial para que la historia respire.
P.-- En cambio, la desaparición de Blanca y Aurora está como suspendida en el tiempo…
R.--: Porque así es el duelo cuando no hay cuerpo. La muerte al menos ofrece una tumba. Pero la desaparición es una herida abierta. Una madre que desaparece con su hija y nunca se sabe qué ocurrió… Eso envenena a toda una familia. Lo que no se dice, lo que no se habla, se transmite. Se hereda. Es como una humedad emocional que lo impregna todo.
P.-- La novela está llena de símbolos: amapolas, el agua, la niebla… ¿Cuánto de eso fue intencionado?
R.--: Muchísimo. Me interesa mucho la simbología. Las amapolas, por ejemplo, son flores que nacen incluso entre ruinas. Son delicadas, pero resistentes. El agua lo arrastra y lo limpia, pero también puede enterrar. La niebla es lo que no se ve. Todo tiene un sentido. No quiero que el lector se dé cuenta de golpe, pero sí que lo sienta.
P.-- ¿Por qué elegiste Albarracín como escenario?
R.--: Es un lugar que conozco bien y al que tengo mucho cariño. Me parecía perfecto por su belleza, pero también por su aislamiento. La novela necesitaba un entorno así: natural, apartado, lleno de pequeños rincones donde esconder cosas. Y con ese tono rojizo tan característico… encajaba como un guante.
P.-- ¿Sientes que las casas te ayudan a narrar?
R.--: Mucho. Me gusta pensar que una casa puede contar una historia sin que nadie hable. Las puertas que crujen, una habitación cerrada, un cajón con cartas. Todo eso habla. Me interesa la arquitectura emocional. A veces una casa dice más que un diálogo.
P.-- En redes sociales has hablado de que te mueves mucho por emociones. ¿Cuál dirías que es la tuya más poderosa?
R.--: El amor, sin duda. No solo el amor romántico, sino el amor en todas sus formas: de madre, de amiga, de hermana, de hija. Soy muy emocional, muy entregada, y eso me atraviesa como persona y como escritora.
P.-- ¿Y la que más te cuesta?
R.--: La culpa. Siempre he sido muy autoexigente. Me culpo incluso por cosas pequeñas, o por cosas que ni siquiera están bajo mi control. Es una emoción muy dura, muy corrosiva. Creo que por eso también aparece tanto en mis personajes.
P.-- Pregunta lúdica: si fueras una asesina de novela negra, ¿cómo matarías?
R.--: ¡(Risas)! Sería una asesina pasional, seguro. Nada premeditado. Me pillarían fijo, porque no sabría mentir bien y actuaría en un arrebato. Soy muy visceral.
P.-- ¿Qué te gustaría que quedara en el lector después de cerrar el libro?
R.--: Que se quedara un rato en silencio. Que pensara en su propia historia, en sus propias casas. Que el libro le siga hablando incluso cuando ya no lo esté leyendo.
P.-- La Casa de las Amapolas es una novela llena de memoria, misterio y alma. Gracias, R.--, por escribirla y por compartir este rato con nosotros.
R.--: Gracias a ti, Rosa, por leerla con tanto cariño. Ha sido un regalo.
