Roberto Brasero conversa con Rosa Pasa Página en una entrevista cercana y reveladora sobre su libro Pequeña historia del clima. A través de sus páginas, nos invita a descubrir cómo ha cambiado nuestro planeta desde la Edad de Hielo hasta hoy y qué podemos hacer para frenar el calentamiento global. Con un lenguaje accesible, explica la importancia de la atmósfera, el papel de la ciencia y la inteligencia artificial en la predicción del clima, y por qué entenderlo es clave para proteger nuestro futuro.
Luz, aire y agua. Tres elementos que sin ellos no habría sido posible que Roberto Brasero hubiera podido escribir este libro, como tampoco que estemos hablando de él. Pero la clave está en la atmósfera.
P.--Creemos que todos sabemos del clima con solo asomarnos a la ventana, diría que ahora ni siquiera eso, ahora está lloviendo fuera pero miramos el tiempo en el móvil.
R.--Sí, incluso teniendo la oportunidad de llevar un hombre del tiempo o una mujer del tiempo en el bolsillo, ahora llevamos el pronóstico en el bolsillo, pero sigue teniendo tirón esa figura que por la tele o también a través de las redes nos cuenta las cosas. Al final, quieres que alguien te las cuente e interprete, que no sea solo un icono y una cifra.
P.--¿Y en qué momento hemos perdido la conciencia de este privilegio de vivir en una atmósfera en equilibrio? y , ¿qué papel juega realmente la atmósfera en este equilibrio climático?
R.--Si de algo sirve este libro, que está enfocado un poco a niños de 0 a 99 años, es para recuperar esa conciencia. Vivimos en una atmósfera que es un privilegio y hemos dejado de considerarlo. El aire limpio y el agua fresca no son recursos ilimitados. Los niños tienen una mayor conciencia de esto, y espero que al leerlo, los adultos también la recuperen. Es un mecanismo de precisión exhaustiva, y al conocerlo, uno se va enamorando y lo respeta más.
P.--¿Crees que tenemos claro la diferencia entre lo que es conocer el futuro del clima y comprenderlo?
R.--No está claro ni siquiera la diferencia entre el tiempo y el clima. El tiempo es a corto plazo, es inmediato, como si fueras a mirar el pronóstico de la semana siguiente. El clima es a largo plazo, es la tendencia predominante. Por ejemplo, si hay una ola de frío, eso no significa que el clima no esté cambiando. Si un invierno nieva, no implica que no haya un calentamiento global.
P.--En este libro hablas de cambios climáticos brutales. ¿Los cambios naturales son diferentes de los provocados por la acción humana?
R.--Claro que ha habido cambios naturales, como los ciclos de la órbita de la Tierra o las manchas solares, que afectan al clima. Pero lo que estamos viviendo ahora no tiene nada que ver con eso. El calentamiento actual es tan acelerado que no concuerda con los ciclos naturales. La única explicación es el aumento de gases en la atmósfera debido a la actividad humana.
P.--¿Estos cambios climáticos tan brutales siempre han afectado a la civilización? ¿Va a ocurrir lo mismo ahora también?
R.-- Efectivamente, siempre han afectado a las civilizaciones, pero lo que es nuevo ahora es la rapidez con la que está ocurriendo el cambio. Nuestra vida será más incómoda si no tomamos medidas. No tenemos por qué desaparecer como especie, pero sí nuestra vida en este planeta puede ser más difícil.

P.--¿Cómo combinan los científicos la observación, los modelos matemáticos y la inteligencia artificial para predecir el clima?
R.-- La inteligencia artificial ha mejorado mucho la predicción meteorológica. Los modelos de IA son capaces de aprender de todos los datos históricos y calcular los pronósticos con una capacidad de acierto superior al 90%. Esto se debe a su capacidad de búsqueda y procesamiento de datos, lo que les permite realizar predicciones con una gran precisión.
P.--¿El lenguaje meteorológico se ha vuelto casi un espectáculo? ¿Qué opinas de términos como Génesis, Dana, supercélulas?
R.--Sí, el lenguaje meteorológico ha evolucionado. Términos como "DANA" (depresión aislada en niveles altos) o "gota fría" provienen de traducciones técnicas, pero las palabras tienen poder. Por ejemplo, el término "DANA" fue elegido en honor a un meteorólogo de prestigio, Francisco García Dana. El lenguaje tiene que ser preciso, pero también es importante contextualizar los términos, ya que a veces un nombre puede asociarse a tragedias, como con las lluvias de la "DANA".
P.--¿Cuál es el clima más extremo que has vivido?
R.--Sin duda, el clima más extremo que he vivido fue en el fenómeno del "ciclón Idai", que afectó a Mozambique. Fue un fenómeno realmente devastador, y su intensidad me hizo comprender cómo el cambio climático está aumentando la frecuencia e intensidad de estos eventos. La sensación de ver una ciudad completamente destruida es algo que te marca.
P.--En el libro también hablas de los diferentes tipos de clima en función de las geografías. ¿Cómo influye eso en nuestras vidas?
R.--El clima influye en la cultura, las costumbres, la agricultura, e incluso en la economía de un país. En algunos lugares, el clima dictará qué tipos de cultivos se dan, qué actividades económicas se desarrollan, o incluso las tradiciones. Además, la adaptación al clima en distintos puntos del planeta define la vida cotidiana de la gente. Lo importante es entender cómo todo eso está interconectado.
P.--¿Crees que la gente se siente indiferente al cambio climático porque no percibe las consecuencias inmediatas?
R.--Es probable que la falta de conciencia inmediata sea uno de los principales problemas. El cambio climático no se ve de un día para otro, es algo gradual, y mucha gente no lo asocia directamente con lo que está pasando en su vida cotidiana. Sin embargo, cuando se empiezan a ver fenómenos climáticos más extremos y la escasez de recursos, la conciencia de los efectos será más palpable.
P.--En tu libro, haces énfasis en la importancia de la educación. ¿Qué papel juegan los más jóvenes en la lucha contra el cambio climático?
R.--Los jóvenes son fundamentales. Son ellos quienes tienen la oportunidad de aprender a fondo sobre el cambio climático y de transformar la sociedad. Ellos tienen la energía y las ganas de impulsar un cambio real. Además, los jóvenes ya tienen un contacto con la tecnología y la información que les permite tomar decisiones de manera más informada y comprometida. Para ellos, la lucha por el clima es urgente.
P.--¿Hasta qué punto estamos tomando en serio las predicciones del clima a largo plazo?
R.--Desafortunadamente, no siempre se toman en serio las predicciones a largo plazo. Mucha gente tiende a ver las predicciones climáticas como algo incierto o lejano, pero la ciencia detrás de ellas es sólida. Es clave que los gobiernos y las instituciones pongan en marcha medidas preventivas basadas en estos estudios, porque ya estamos viendo las consecuencias del cambio climático a corto plazo.
P.--En tu libro, también mencionas la historia del clima. ¿Cuál es el capítulo que más te impactó al escribirlo?
R.--Uno de los capítulos más impactantes fue cuando hablé sobre el "Pequeño Período Glacial" que ocurrió entre los siglos XIV y XIX. Durante ese tiempo, las temperaturas globales bajaron drásticamente, y eso afectó a la agricultura, las poblaciones, y las civilizaciones de Europa. Ver cómo un fenómeno natural puede alterar de forma tan drástica la historia humana me hizo reflexionar mucho sobre la fragilidad de las condiciones en las que vivimos.
P: ¿Qué mensaje le darías a la gente que aún no se ha comprometido con el cambio climático? ¿Qué debemos hacer que no estamos haciendo?
R:Les diría que no hay un planeta B. Es ahora o nunca. Si no tomamos acciones concretas y urgentes, las generaciones futuras se enfrentarán a problemas mucho mayores. No solo se trata de una cuestión ambiental, también es una cuestión de justicia social, porque son los más vulnerables quienes más sufrirán. Prestar atención a la atmósfera ya es un buen comienzo. Es fundamental entender cuál es nuestro papel aquí y asumir con humildad nuestra responsabilidad. A veces se dice que somos insignificantes para influir en algo tan grande como el clima, pero si somos capaces de modificarlo, también debemos ser capaces de protegerlo. Esa humildad debe alimentarse con conocimiento e investigación.
Este planeta es extraordinario. No queremos un planeta como Marte, aunque vayamos a explorarlo. ¿Quién quiere irse a Marte? Menos mal que no hay planeta B, porque este planeta A que tenemos es fabuloso. Puede que existan exoplanetas similares a cientos de años luz, pero los más cercanos, como Marte o Venus, no son opciones reales. Venus es un invernadero asfixiante con temperaturas altísimas, y en otros planetas ni siquiera se puede plantar un árbol. Ni siquiera Marte, que es el más parecido y cercano, sería tan acogedor como la Tierra. La idea de que podremos coger una maleta e irnos a vivir a otro planeta es una ilusión. Cuidar este, el único que tenemos, es fundamental.
P.—Por ejemplo, ¿qué determina ponerle nombre a las borrascas?
R.—Bueno, eso es muy interesante también. Ahora se ha puesto otra cosa igual. Los nombres de las borrascas se hicieron para señalar aquellas que pudieran ser más especiales que el resto, para que tuviéramos más atención. Pero ahora, como ya se nombran todas, parece que todas las borrascas deben tener nombre, y se pierde esa especificidad. Es cierto que algunas son más fuertes, especialmente las que generan avisos, sobre todo de vientos, pero también de lluvias. Si se generan muchos avisos de nivel naranja en varias zonas del territorio, esa borrasca se va a considerar más intensa y se le pone nombre. Empezaron con la ciclogénesis; muchas de las ciclogénesis ya llevaban nombre propio, y esto se hacía con la misma idea y el mismo sistema de los huracanes. Los huracanes, primero, tuvieron un primer sistema, y esto también es muy interesante. Había un tipo que lo empezó todo; lo desterraron de la oficina meteorológica británica en Australia, donde había muchos ciclones. Él estudió los ciclones y empezó a ponerles nombres.
Al principio les ponía el nombre de los jefes que lo desterraron, o de aquellos a los que les caía mal. Como era un fenómeno tan destructivo, lo hacía para que lo recordaran con ese nombre. Era como una venganza, ponerle un nombre como “Ciclón John Davis”, porque fuera algo así. Mucho antes, existían huracanes famosos, como el huracán de Todos los Santos, del 1 de noviembre, y demás. Ya en los años 40 y 50 en Estados Unidos, se empezó a usar un orden alfabético para los nombres. Primero solo se usaban nombres de mujeres, luego se fueron alternando con nombres de hombres, buscando paridad, alternando uno masculino, uno femenino, y siguiendo el orden alfabético A, B, C, D, para saber en qué lugar se encontraba en la temporada. Ese es un buen sistema, y luego se ha trasladado aquí, en 2016, por ejemplo, cuando se implementó el sistema de nomenclatura de las borrascas de alto impacto.
Este sistema tiene una lista prefijada que se va soltando en septiembre para cada temporada. Cuando una borrasca surge y genera avisos, especialmente si es potente, se le pone un nombre. Este año comenzamos con Aitor, luego siguió Berenice con la B, que fue por parte de los franceses, y la C fue Claudio. Así van alternando, y este año, por ejemplo, tuvimos a Herminia, que es un nombre que habríamos puesto los españoles, pero también hubo nombres portugueses. No necesariamente un nombre portugués significa que afecte más a Portugal. Puede ser que una borrasca con un nombre en la lista afecte a otro lugar.
P.—Y hablando de nombres antiguos, como el viento matacabras, ¿qué nos puedes contar de eso?
R.—El matacabras es un viento muy interesante. Es un viento frío y racheado que afecta algunas zonas de España, sobre todo en la zona norte, y puede tener efectos muy negativos. Hay otros vientos históricos, como el euro. El euro es un viento que venía del interior de Europa, y los griegos ya lo conocían.
Hay conocimientos que los pastores, los agricultores, los marineros tienen sobre el clima que son mucho más precisos que los de un meteorólogo. Ellos conocen el comportamiento de las nubes, de los animales, incluso del viento. Un agricultor sabe perfectamente cuándo se va a producir lluvia por cómo se comportan los animales o cómo se forma una nube.
El conocimiento ancestral sobre el clima se transmite a través de refranes, por ejemplo. Los pastores y marineros tienen muchos refranes sobre el clima, como "Aurora rubia o viento o lluvia", que hace referencia a un amanecer anaranjado que indica que el día va a ser activo, con viento o precipitación.
P.—¿Hay alguna pregunta sobre el clima que te cueste responder?
R.—Sí, la más difícil de responder es siempre la misma: "¿Va a llover en Semana Santa?", cuando te la preguntan en febrero. ¡Es muy difícil predecirlo! La primavera es la época de los cambios, y esos cambios de clima son impredecibles. Si te preguntas si va a ser soleado o lluvioso en una semana concreta de primavera, lo más probable es que haya variabilidad. Eso hace que predecir las condiciones climáticas en esta época sea realmente complicado.
En un invierno, los frentes o anticiclones se pueden predecir con más certeza, pero en primavera, los cambios pueden ocurrir de un día a otro o de una mañana a una tarde. Es cuando la atmósfera está más activa, y se vuelve más difícil de predecir. La gente suele querer saber el tiempo de forma anticipada, pero esa es la temporada más incierta para las previsiones.
P.—Hablamos de la ilustración. ¿Cómo fue tu conexión con Julius, el ilustrador? ¿Cómo se dio esa colaboración?
R.—Fue una conexión muy interesante. Escribí el texto y se lo mandé a Pilar, la editora, para ajustar el tono, porque tenía dudas al principio. Ya había trabajado con ella en un libro anterior, "La influencia silenciosa", que también trata de la relación entre el clima y la historia. Cuando tuvimos el tono correcto, le envié el texto a Julius. Al principio no estaba seguro de cómo ilustrar ciertos temas complejos, como las cianobacterias o las glaciaciones. Tuvimos una charla, le di algunas referencias y él lo entendió a la perfección, creando ilustraciones que son únicas y tienen mucha personalidad.
P.—El resultado es excelente. Y ahora, con respecto a los nombres, ¿te gustaría que algún día haya una borrasca con tu apellido?
R.—¡Sería genial! Pero, como te contaba antes, en Europa existe un sistema de nombres de borrascas basado en un listado y en diferentes países, y aunque uno puede poner un nombre a una borrasca, no depende solo de ti. Si me pusieran a mí, podría ser la Borrasca Roberto, aunque creo que tendríamos que tener una temporada muy activa para llegar a ese punto.
P.—¡Eso sería interesante! Ahora, una pregunta final. Cuando haces las maletas para un viaje, ¿te consultan sobre el clima? ¿O te ignoran?
R.—Me da un disgusto cuando no me preguntan. Prefiero que me pregunten, pero no quiero ser muy pesado. Si me preguntan, intento ser útil, pero sin darles demasiada información. Aunque si me piden consejo, no puedo evitar darles varios escenarios de lo que podría ocurrir con el tiempo. Soy un poco precavido con eso.
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Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Editor de sonido e imagen: Manuel Muñoz