rosapasapagina.es
«Cuando la muerte es por un ajuste de cuentas, se acaba la investigación»

«Cuando la muerte es por un ajuste de cuentas, se acaba la investigación»

Fernando Benzo "El dragón negro" (Planeta)

miércoles 07 de mayo de 2025, 17:09h
"Hay omisión mediática en crímenes de inmigrantes: es el caso que nunca tendrá documentales ni investigaciones profundas"

La cita es en esta ocasión con Fernando Benzo, que acaba de publicar El Dragón Negro (Planeta) Benzo nos sumerge en una trama de intriga y tensión que trasciende las fronteras de la novela negra. A través de una investigación policial en Madrid, el autor nos introduce en el oscuro mundo de las tríadas chinas, explorando temas como la lealtad, la corrupción y las complejas relaciones humanas. La novela no solo se desarrolla en el contexto urbano español, sino que también nos lleva a escenarios internacionales, incluyendo Beijing y el Congo, tejiendo una red de conexiones globales.

En esta entrevista, Benzo revela las motivaciones detrás de sus personajes, reflexiona sobre la sombra de la impunidad que atraviesa la narrativa y nos habla de cómo su propia visión del mundo da forma a su escritura. El Dragón Negro no es solo un thriller, sino un agudo análisis de la justicia y la moralidad en tiempos de oscuridad. Un viaje que invita a cuestionar el orden establecido y a adentrarse en los matices más oscuros de la humanidad.

“Una mesa con cuatro sillas en el centro, unos archivadores a un lado y un único ventanuco como testigo de los cinco muertos. Cinco pares de ojos abiertos con expresión de sorpresa. Ellos no sabían que iban a morir. Los asesinos huyen en un vehículo. Una mujer los ha visto. Solo sabe que eran asiáticos”

P.— Abres la novela con estos cinco cadáveres en un polígono industrial. Creo que quieres provocar al lector.


R.—No, yo quiero impactarle. Avisarle de que vienen cosas muy gordas y ser un poco contradictorio. La novela arranca con el asesinato de cinco traficantes de medio pelo —aparentemente— de una banda rumana. Parece un crimen local, una pelea entre bandas a nivel muy bajo. Pero a medida que la novela avanza se ve que detrás de ese crimen, con apariencia de “andar por casa”, hay una trama enormemente compleja de criminalidad internacional.

Lo primero era impactar. Esa idea de que las historias deben empezar con una explosión y de ahí para arriba… bueno, yo empecé con una matanza. Y de ahí para arriba. Luego, sorprender. El elemento sorpresa es muy importante en esta novela. Lo que va ocurriendo no es lo que crees que va a ocurrir, y eso es clave para mí.

P.— Has dicho que es una matanza de rumanos y hay unos asiáticos que huyen. A simple vista, solemos pensar: “Es un ajuste de cuentas”. ¿Por qué somos tan dados a resumirlo todo?


R.—No solo eso, hay algo muy curioso —lo dicen los policías en la novela—: cuando dices “ajuste de cuentas”, ya no sigues investigando. ¿Quién los mató? ¿Quiénes eran las víctimas? Hay un momento en que Estela, la protagonista, se da cuenta de que en ningún periódico se mencionan los nombres de las víctimas. Y luego piensa: “Yo tampoco me sé sus nombres”.

Lo espectacular de las cinco muertes es lo que hace que tengan relevancia. Si los hubieran matado uno a uno, en un callejón, ni siquiera habría llegado a los medios. Tenemos interiorizado que ciertas cosas ya no llaman la atención. Matan a alguien, es un ajuste de cuentas, punto.

P.— Has nombrado a Estela. Es la inspectora, meticulosa, rígida... Está muy unida a Roy Conde.


R.—Quise empezar la novela con un cliché típico del policial: dos policías —la inspectora Estela Santos y el inspector Roy Conde— que no se soportan, que no conectan en absoluto. Sé que es el principio tradicional de miles de historias policíacas. Pero quería jugar con eso: que el lector piense “ya sé lo que viene”... y entonces empiece a sorprenderse.

Al final, creo que he “deconstruido” un poco el género policial. En cuanto a Estela, me pasa algo peculiar últimamente: cada vez me atraen más los personajes femeninos. No sé por qué, pero para un autor varón, construir un personaje femenino creíble es un reto mayor.

Además, en este tipo de novelas los personajes femeninos son especialmente atractivos porque están rodeados de prejuicios: pensamos que serán más débiles, que les costará más. Así que cuando vencen esas dificultades y ese machismo, el personaje se vuelve más interesante. Estela no solo tiene que ser una buena policía, sino superar todos los prejuicios que la rodean.

Nunca había creado un personaje femenino tan potente. He disfrutado mucho haciéndolo. Pero sí, al escribir sus pensamientos, diálogos, a veces uno comete el error de que suenen demasiado masculinos. Hombres y mujeres somos diferentes: hablamos distinto, pensamos distinto, amamos distinto, criamos distinto. Si Estela empieza a sonar como un hombre, lo estoy haciendo mal.

Y hay otro reto más: la Estela del inicio y la del final de la novela no se parecen en nada. Ha hecho un viaje. Y hay que saber plasmar ese viaje literariamente.

P.— La novela se mueve entre Madrid, Londres, Beijing, el Congo y aldeas chinas. ¿Por qué este thriller global?

R.—Primero, porque soy muy madrileño. Me parece que Madrid es un magnífico escenario literario y ya le he dedicado varias novelas. Pero necesitaba oxigenarme.

Quería que, a diferencia de mi anterior novela Los perseguidos, este fuera un caso de criminalidad internacional, global. Por eso me atrajo situarla en distintos escenarios. Descubrí cosas fascinantes, como el fenómeno de las minas de cobalto en el Congo —clave en la novela— o la inmigración ilegal china hacia Europa, que afortunadamente ha disminuido.

Según investigas, surgen subtramas y escenarios que enriquecen la historia.

P.— ¿Hay crítica a las redes internacionales de corrupción y tráfico que operan bajo el radar oficial?

R.—Sí. Hay fenómenos de inmigración ilegal y trata de personas que serían imposibles sin el apoyo de ciertos gobiernos o círculos de poder que se benefician de ello.

No es una novela contra los políticos, sino contra la criminalidad. Y dentro de esa criminalidad, a menudo, los propios gobiernos son actores fundamentales.

P.— Hay una reflexión sobre lo que estamos dispuestos a sacrificar para saber la verdad.

R.—Sí. Me gusta pensar que, más allá de una novela de aventuras, esta es una historia sobre un dilema: ¿qué estás dispuesto a hacer para que un criminal pague por sus crímenes? ¿Dónde está la línea entre el bien y el mal, entre la legalidad y la justicia?

Quiero que el lector se lo pregunte también. Que al cerrar la novela diga: “Qué bien lo he pasado, qué giros, qué acción… pero ¿yo qué habría hecho? ¿Dónde pongo yo la línea?”

Incluso: “¿Soy racista como algunos personajes?” Todas esas preguntas deben quedar flotando.

P.— El dragón negro muestra cómo una masacre puede levantar tensiones raciales, discursos peligrosos, movilizaciones ciudadanas…

R.—Esto no es literario, es real. Un asesinato brutal de cinco rumanos puede provocar manifestaciones de apoyo o de rechazo: que se expulse a los rumanos, que se defienda a la comunidad… todo el abanico ideológico.

No dedico mucho a eso en la novela, pero sí quise criticar lo absurdo que es que todos utilicen un asesinato para sus fines. Incluso quienes odian a esas víctimas.

P.— ¿Crees que si las víctimas fueran otras, los medios y la policía lo tratarían distinto?

R.—Absolutamente. En crímenes así, con una frase tipo “ajuste de cuentas”, se acaba la investigación. Nadie sabe siquiera los nombres de las víctimas.

¿Por qué? Porque son inmigrantes, marginales. Si fueran cinco millonarios, sabríamos sus vidas, habría documentales. Aquí matan a cinco personas salvajemente y ya está.

Esto lo traté también en mi novela anterior: hay historias que interesan al marketing criminal y otras que no.

P.— El título, El dragón negro, es muy potente. ¿Qué te atrajo de esa combinación narrativa y cultural?

R.—Quise mezclar una historia de acción y otra propiamente policíaca. Hoy usamos mucho la palabra “thriller”, que lo engloba todo, pero yo quería escribir una novela policíaca clásica.

Además, quería investigar y ofrecer al lector una comunidad que está presente en nuestras ciudades, pero que conocemos muy poco: la china.

El título me fascinó al investigar. En Occidente, el dragón es maligno. Tiene que venir San Jorge a matarlo. En cambio, en China es un símbolo de poder, fertilidad, lluvia, prosperidad. Todos los dragones chinos eran positivos... menos uno: el dragón negro.

Eso no lo sabía. Ni yo ni muchos. Me metí en ese universo y era inabarcable. Podrías escribir varios ensayos solo sobre eso.


P.— Partiendo de víctimas y asesinos, hay dos universos distintos, pero ambos caben en ese mundo inabarcable.


R.—Sí, y hay algo que no podemos negar: el micro-racismo hacia las comunidades inmigrantes. Les dejamos estar, somos “acogedores”, pero hasta cierto punto.

Cada comunidad genera una relación distinta. Y hay un momento en que Estela —o quizá David Wang, el villano— lo dice: cuando hablamos de racismo, es muy revelador cómo reaccionamos según la etnia.

P.-Los personajes, incluso los más oscuros, parecen tener matices. ¿Eso era intencionado?

R. Sí, claro. A mí me ocurre algo curioso: hay personajes que considero negativos, y sin embargo, cuando paso la novela a mis primeros lectores —los de siempre—, me sorprendo. Alguno me dice: “Oye, ¡me ha caído fenomenal!”. Y yo pienso: “¿Cómo puede caerte bien este personaje?”. Pero esa contradicción me gusta, tanto en los villanos como en Roy Conde. Que el lector diga: “¡Jo, me está cayendo bien este bicho!”. Me parece fascinante.

P.- ¿Virginia viene de una novela anterior?

R.- Sí, es un guiño personal. Viene de Los perseguidos, una novela muy larga pero de argumento cerrado. Sin embargo, había un personaje, Virginia, cuya historia quedaba abierta. Se marchaba a Buenos Aires y desaparecía. Me quedé con la espinita de saber qué fue de ella. Aquí he podido cerrar ese círculo. En el hombre que mató a su marido —a quien había abandonado— es asesinado y la nombra heredera. Descubre que tiene 60 millones de euros esperándola en una empresa de custodia de maletas. A partir de ahí, Virginia inicia un viaje muy personal: ¿qué hacer con ese dinero, que viene del crimen? Creo que es su forma de intentar cerrar heridas del pasado.

P.- Y en contraste, está Estela.

R.-Exacto. Me gustaba el contraste entre dos personajes femeninos muy distintos: Estela, fuerte, formada, policía, frente a Virginia, mucho más vulnerable, muy herida. La veía como esos perrillos recogidos que poco a poco se recuperan, cuyas heridas empiezan a cicatrizar y que vuelven a mirar la vida de otro modo.

P.—Háblame del Bicho.

R.— El Bicho es, para mí, el representante del lado oscuro de la policía. Es un personaje repugnante —por eso se llama así—, pero tiene su propio código moral, sus reglas. Y eso me encanta: que no sea tan malo como parece al principio… ni tan bueno como otros. Hay lectores que me dicen: “¡Qué bien me lo he pasado con el Bicho!”, y otros que lo detestan. Esa división me parece una buena señal: si alguien quiere pegarle una bofetada y otro lo adora, es que es un personaje creíble. Me divertí mucho con él.

P. —Volvamos a esa sensación final que deja la novela.

R.— Cuando terminas de leerla, unos dirán: “Los personajes que me gustaron fueron X, Y, Z”, y otros dirán otros totalmente distintos. Eso es una gran noticia. ¿Y quién es el verdadero protagonista de la historia? Yo diría que la impunidad. La impunidad de las mafias, de los corruptos, incluso de los “buenos”. ¿Vamos a permitir que los crímenes queden sin resolver o sin castigo? Todos los protagonistas luchan, de un modo u otro, contra esa impunidad.

P. —¿Qué tipo de asesino eres tú, Fernando?

R.— Pues parece que tengo un lado oscuro, pero no, soy bastante simple y hasta aburrido. Sin embargo, escribiendo me sale otra vena. Es curioso, porque nunca antes había matado a tantos personajes como en esta novela. ¡Y lo he disfrutado! Desde el arranque empiezan a morir, y no paré. Me lo pasé muy bien matando, literariamente hablando… y esperemos que me quede ahí.

P. —Has dicho que escribir mujeres es lo que más te reta. Pero en general, ¿qué emoción te cuesta más expresar?

R.—La lealtad. Es el gran tema de fondo en todas mis novelas: más poderosa que el amor, la amistad o la familia. Es más abstracta, pero también más potente. Lo que alguien hace por lealtad, o lo que provoca traicionar esa lealtad, es lo que convierte a alguien en héroe o en villano. Eso es lo más difícil de plasmar, y ahí no hay diferencias entre personajes masculinos y femeninos.


P. —En tus novelas suele haber una especie de banda sonora. ¿Cuál suena en El dragón negro?

R.— Justo en esta hay muy poca música, y me da rabia. Me encanta que los libros tengan una banda sonora, no una lista de Spotify, sino una musicalidad interna. Aquí, sin embargo, no he hablado de música, quizá porque todo el mundo que describo —la mafia china, por ejemplo— me era tan ajeno que hasta la música me resultaba inaccesible. Pero si tuviera que elegir algo, sería música tradicional china. No me imagino a David Wan escuchando coplas, desde luego.

P. —¿Qué descubrimiento te ha sorprendido durante la documentación?

R. Muchísimos. Me ha impresionado mucho el modo en que personas de un país tan distinto al nuestro llegan aquí, sin puntos de referencia, y se abren camino. La comunidad china, en particular, me ha fascinado. También he comprendido que, por desconocimiento, existe un cierto rechazo hacia ellos. Y eso hace que ellos mismos vivan más cerrados, menos permeables. Me da hasta pena que el villano de la historia sea chino, porque lo que he aprendido sobre esa comunidad me ha deslumbrado.

Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega

Fotos: Javier Ocaña

Editor de sonido: Manuel Muñoz

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios