En Otra versión de ti, la escritora y periodista Inés Martín Rodrigo explora la memoria, la pérdida y las distintas identidades que emergen cuando la vida nos obliga a reconstruirnos. La novela parte de una experiencia profundamente dolorosa: la muerte de la madre de Candela, la protagonista, un hecho que la marcará para siempre y que se convierte en el núcleo de su búsqueda personal y literaria.
P. — Solo el título es maravilloso. Titulo y portada dialogan muy bien, ¿no?.
R. — Sí. Y el título responde muy bien a lo que es verdaderamente la novela. Esa “otra versión” no solo de mí como autora, de Inés Martín Rodrigo, sino esas otras versiones que existen de nosotros mismos y de las que no somos conscientes hasta que la vida se nos quiebra y tenemos que reconducirla.
P. — Diez años de relación con Andrea. ¿Qué pasó el 21 de junio de 1997?
R. — Lo que sucede es que muere la madre de Candela, y esa pérdida marca su vida desde entonces. Esa ausencia se convierte en una obsesión que llega a trasladar incluso a su vida literaria. Candela se obsesiona con escribir un libro sobre su madre con un único objetivo: no olvidarla, evitando que desaparezca no solo de su vida, sino también de su memoria.
Decide afrontar ese reto mayúsculo y se adentra en un laberinto del que no sabe cómo salir. En medio de ese proceso, desaparece. El lector descubrirá si se trata de una huida o de otra cosa.
Esto ocurre, además, en un momento de su relación con Andrea en el que aparentemente todo va bien. Sin embargo, un día Andrea llega a casa y Candela no está. A partir de ahí, será Andrea quien deba buscar los motivos de la desaparición y también esa otra versión de Candela que se encuentra en las pistas que ella ha dejado en su ordenador: el material que estaba utilizando para intentar escribir el libro sobre su madre.
P. — Como dices, esas pistas ayudarán a Andrea a encontrar cierto sosiego, quizá no del todo equilibrado, frente a una relación que parecía buena pero que de repente se desvanece. ¿Lo primero que debe hacer es preguntarse por qué, sorprenderse y buscar una explicación?
R. — Claro, porque además llevan casi diez años de relación. Pero si algo debemos tener presente en las relaciones de pareja —y también en las familiares—, siempre que los sentimientos entran en juego, es que difícilmente llegamos a conocer del todo, o verdaderamente, a la persona que tenemos a nuestro lado.
Volviendo otra vez al título: diferentes versiones de nosotros. Creo que es una certeza absoluta que nunca llegamos a conocer del todo a quien tenemos a nuestro lado. Eso, de pronto, Andrea lo descubre a raíz de la desaparición de Candela. En ese material literario en el que Candela ha estado trabajando, Andrea debe afrontarlo como las piezas de un rompecabezas… y veremos si es capaz o no de resolverlo.
P. — ¿Los recuerdos nos persiguen o somos nosotros los que vamos en su búsqueda?
R. — Bueno, yo creo que ambas cosas. Hay recuerdos que te persiguen y hay recuerdos a los que tú persigues. Lo importante es —y esta novela lo refleja, o por lo menos era lo que yo pretendía— que la memoria es un constructo. La memoria no es fiel a la realidad, no es fiel a lo que pasó: la memoria es quizás lo que pudo haber pasado. Y, sobre todo, está atravesada por los sentimientos, por las sensaciones y por un montón de condicionantes a los que se suma el paso del tiempo.
Es cierto que los recuerdos nos construyen, pero también pueden destruirnos. A veces magnificamos los recuerdos o, más que magnificarlos, llega un momento en que no sabes si los tienes de verdad porque los has vivido o porque te los han contado, o porque simplemente necesitas agarrarte a ellos.
De hecho, probablemente, si preguntas a dos personas que vivieron la misma circunstancia, después de varios años te darán versiones distintas de ese recuerdo. En el libro aparece el testimonio de Mariano Sigman, un neurocientífico que sabe bastante de este tema de la memoria. Él pone un ejemplo muy ilustrativo: un partido de fútbol entre Maradona y Perfumo —otro futbolista argentino— que ambos aseguraban haber jugado. Tenían una memoria muy vívida, incluso de cosas que habían sucedido durante ese encuentro, y luego se evidenció que ese partido nunca tuvo lugar, que nunca se habían enfrentado. Bueno, pues eso es la memoria.
P. — ¿Novelas en esta historia tu vida?.
R. — Bueno, digamos que mi vida ha sido uno de los muchos materiales a los que yo he recurrido para escribir esta historia de ficción, que es una novela.
P. — Lo que acabas de decir hace un momento, con respecto a que un mismo suceso se vive o se recuerda de forma diferente, por ejemplo, es el caso de su hermana.
R. — Claro. En el caso de la hermana de Candela, y en el caso de cualquiera de los familiares a los que Candela recurre en busca de los recuerdos perdidos de su madre, cada uno de ellos da su propia versión de la madre de Candela. Una versión deformada no solo por el paso del tiempo, sino también por otros condicionantes, como los sentimientos o lo que esa persona sentía hacia ella. Cada persona involucrada en la construcción del recuerdo de otra aporta una versión distinta. Es una visión muy caleidoscópica de la vida de una persona que murió.
En ese intento de reconstruir, tiras de testimonios de familiares, entrevistas, documentos… Siempre dentro del contexto de la novela, claro.
P. — ¿Eso también te sirve para alimentar una vez más esa memoria, ese recuerdo, esa visión, esa versión… volviendo al título de tu libro?
R. — Sí, claro. Candela se lo plantea casi como una investigación policial, como una reconstrucción: trata de recurrir a todos los elementos posibles que le permitan llegar a conocer quién fue su madre. Aquí llegamos a uno de los temas fundamentales de la novela, que es la identidad.
Además de la obsesión por no perder el recuerdo de su madre, a Candela le obsesiona que no llegó a conocerla, porque murió cuando ella era muy joven. No sabe qué mujer fue su madre e intenta averiguarlo recurriendo tanto a un aspecto más médico y científico —recopilando información sobre el cáncer que padeció, un sarcoma retroperitoneal—, como a información sobre la memoria y su funcionamiento, que también la obsesiona, y a los testimonios de quienes vivieron aquella situación.
Familiares, compañeros de trabajo y amigos son testigos de este “caso” que ella se plantea como una investigación.
P. — Dices: “El tiempo solo pasa para los vivos; nuestros muertos no envejecen, pero cambian los recuerdos, maduran los sentimientos y se siente la pérdida más aún.”
R. — Claro, es que es así. Yo lo he pensado muchas veces. En el caso de la madre de Candela, ella murió con 41 años. A medida que Candela se va aproximando a esa edad, se convierte en una fecha límite: “Cuando traspase esa fecha, cuando me levante al día siguiente de ese cumpleaños, ¿qué va a pasar con mi vida?”. Porque su madre dejó de cumplir años a los 41, pero Candela no: ella seguirá cumpliendo.
Esa imagen congelada de las personas que nos dejan, de quienes mueren, también se va difuminando en nuestra memoria. Y eso, para Candela, es un elemento más de disturbio en ese lidiar con la pérdida, algo que atraviesa toda la novela. Es una historia en la que el duelo está muy presente.
P. — La ausencia. ¿Qué es para ti la muerte? ¿Cómo la sientes? ¿Cómo la vives?
R. — Creo que qué es para nosotros la muerte es la gran pregunta, la gran cuestión existencial. Asumir que no hay respuestas es fundamental para poder seguir viviendo con cierta cordura o con un cierto alivio.
Para mí, la muerte, igual que ese título precioso que tiene Max Porter en una novela maravillosa —El duelo es esa cosa con alas—, probablemente también sea esa cosa con alas. La muerte lleva presente en mi vida desde muy joven. Para mí fue traumático, porque yo no sabía, no asumía, o nadie me había contado, que las madres se morían. Y, de repente, mi madre murió.
Entonces, de no existir en mi vida, la muerte pasó a ocupar todo el espacio de la habitación. Y eso supone una asfixia que puede resultar mortal incluso. ¿Qué ha pasado? Que, a medida que han ido sucediéndose los años, que he ido madurando y creciendo, he tenido la suerte de agarrarme a la literatura. En el caso concreto de la escritura, para tratar de enfrentarme a la muerte. No para entenderla, porque eso es imposible, pero sí para enfrentarme a ella. Y gracias a la escritura he descubierto cosas de la muerte y de mi propia condición de mortal que no hubiera descubierto de otra manera.
P. — Por lo tanto, ¿la literatura sana, duele, recupera?
R. — No. La literatura no sana: te alivia. Creo que esto es muy importante dejarlo claro, sobre todo en un momento como este, en el que nos rodean predicadores del autocuidado y de la autoayuda. Yo hago terapia con un terapeuta, y luego escribo. Pero la escritura no es terapéutica.
En mi caso, es una necesidad vital. Yo escribo porque, haciéndolo, me entiendo mejor. Y no solo me entiendo mejor a mí misma, sino que entiendo mejor lo que me rodea, el mundo que nos ha tocado habitar, y que no es un mundo fácil.
P. — Es casi como hablarte a ti misma.
R. — Bueno, en Otra versión de ti, precisamente, es Andrea la que se dirige a Candela tratando de entenderla. Es ese ponerse en el lugar del otro estando en tu propio sitio, un ejercicio de ventriloquía literaria bastante interesante y que, además, me ha costado mucho. Pero sí, es hablarme a mí misma con la intención de ser escuchada por los demás.
P. — “Tú y yo formamos un nosotros”. Me resulta llamativo escrito en segunda persona.
R. — La segunda persona creo que es la más compleja y difícil de apresar en lo narrativo, pero esta novela tenía que estar escrita así porque el resto de personas no existen sin esa segunda persona. Ni la primera ni la tercera. Como tú has dicho: solo a través del “tú” puede haber un “yo” y, por tanto, un “nosotros”.
P. — Abordas el amor entre dos mujeres… esta pregunta no tendría que hacerse. Podría ser una cosa natural.
R. — Claro. De hecho, que las protagonistas de la novela —Candela y Andrea— sean mujeres no es lo esencial: este libro es una historia de amor, porque trata sobre el amor entre dos personas que se quieren, independientemente de que sean dos mujeres.
P. — ¿Quién es Belén?
R. — Belén es una persona muy importante para Candela, que aparece en su vida en un momento crucial, cuando todavía está muy reciente la pérdida de su madre. Se convierte en referente, en protectora y en esa familia que, aunque distinta a la biológica, es igual de importante e incluso más. Belén es fundamental en la vida de Candela, gracias a ella en gran parte logra sobrevivir. Y, sobre todo, le enseña algo fundamental: a dejarse querer y a dejarse cuidar.
P. — Fundamental, lo acabas de decir. Además, no sustituye a su madre, no llena su ausencia, pero le enseña algo tan importante como aprender a querer.
R. — Sí, así es.
P. — ¿Cuál es tu mejor emoción y tu peor emoción?
R. — Mi mejor emoción… Creo que soy una persona perseverante, y que esa perseverancia me ha salvado. Mi peor emoción… la autoexigencia.
P. — Te fustigas.
R. — Sí, hasta límites muy peligrosos. Pero diría que esas son las dos más destacadas.
P. — Candela, ya para terminar: ¿ha aprendido, o más que aprendido, ha llegado a conocer mejor a su madre?
R. — Voy a responder de otro modo para no revelar nada del final de la novela. Creo que, en el proceso de escritura de ese libro que intenta construir sobre su madre, Candela se da cuenta de algo fundamental, algo de lo que deberíamos ser conscientes todos los hijos: no importa tanto esa identidad exacta ni haber llegado a conocer a tu madre o a tu padre desde el punto de vista más personal. Lo que importa es la relación que tuviste con ella, el hecho de que estuviera presente en tu vida durante determinados años.
Candela aprende a valorar esa presencia, que no queda eclipsada por los muchos años de ausencia. Esa es la lección que obtiene gracias a ese proceso de escritura en el que se sumerge.
P. — ¿En algún momento tuvo un sentimiento de culpabilidad?
R. — Por lo que se desprende de la novela, yo creo que no. Candela es una superviviente, pero es que, en un momento u otro de nuestras vidas, todos lo somos. Se trata de sobrevivir más que de otra cosa.
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Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Editoria de sonido: Manuel Muñoz