Dicen que un reportero es como un taxista, alguien que te lleva de viaje con tan solo una frase, un par de palabras y un número. Yo acabo de subirme a uno, pero no a uno cualquiera. El taxista ha bajado la bandera y me preparo a adentrarme en lugares que la mayoría de nosotros no se atrevería. Eso sí, sin poner ni un solo pie en el suelo. Le confieso que he sufrido mucho leyéndolo y él sonríe al mismo tiempo que me dice que de eso se trataba.
—Es verdad que cuando entras en las historias lo haces de forma muy distinta a cuando sales de ellas. Ojalá que los demás lectores sientan lo mismo y perdure.
Sí, yo tengo esa suerte, todos tenemos de vez en cuando mazazos en nuestra vida verdad, cosas que le pasan a alguien al que quieren mucho y te ponen las pilas y te vas a casa diciendo hostia no me hay quejar de nada porque a este le ha pasado esto a esta otra le ha pasado esto otro, bueno mi suerte es que cada semana estoy trabajando con gente que ha recibido un zambombazo.
En el tema de salud, en el tema biográfico, carcelario, de adicciones, de desigualdad, de violencias, etc. Y eso te hace mantenerte con el cable a tierra muy pegadito. Y saber que la felicidad es la ausencia de dolor. A mí me enseñan en los reportajes que hago, las historias de las que me arrimo enseñan esto.
—¿Tú te arrimas a ellas o ellas vienen a ti?
Bueno al principio buscaba yo mucho, sigo buscando mucho, pero ya tengo mi larga lista de llámese: jueces, terapeutas, psicólogos, trabajadores sociales, gente de todo tipo, que sabe cómo haces tú el pan, que le gusta que salga tu pan y que quieren que el pan lo hagas tú.
Y, yo creo que es rentable que una señora limpieza o un señor de la limpieza sea buena, y creo que es rentable ser un médico buena persona y ser un periodista buena persona porque sí... ¿no?, porque la gente viene a desnudarse.
Una chica, una señora de cuarenta y pico años que tiene anorexia que se ha quedado en treinta y ocho kilos, que te cuenta su vida, para que le des un sentido a que estés un mes o dos meses con ella, que ha hecho un enorme esfuerzo, hay que valorar entonces si esa gente ve que tú estás y que su dolor y su mierda tiene un sentido porque tú lo has destilado y le has dado un punto de luz, esa gente esa gente y la gente que te ha procurado esas historias vuelve, vuelve a ti de vez en cuando, por eso digo que es muy rentable.
A mí no me interesa el periodista cabrón, que arrasa con todo, que se lleva la foto del viudo mientras ha ido a por un café.
—Has hablado del dolor. Sí. ¿Por qué nos asusta tanto? ¿Porque no queremos ponernos en la piel de lo que estamos viendo? ¿O por qué no somos capaces de estar al lado de alguien que tiene dolor?
Bueno, yo creo que la palabra dolor y la palabra miedo están muy cerca.
Y a mí me encantaría que el motor del mundo fuese el amor o el compromiso o la generosidad. Pero yo creo que uno de los grandísimos motores del mundo es el miedo. Miedo a que no nos quieran, miedo a que nos deje la pareja, miedo a que nuestros hijos no nos quieran ver, miedo a que nos echen del trabajo, a que hagamos el ridículo en público, miedo, miedo, miedo. Y por eso hacemos muchas cosas.
Y el miedo al dolor es una cosa que está muy presente, ¿no? Que tiene que ver con el miedo a la muerte, en el subconsciente o al menos yo lo creo, o al menos ese ha sido mi trauma. Y bueno, yo detecto que todos tenemos algún miedo, que todos tenemos algo que nos quita el sueño siempre.
Es ese momento en que hay algo que no te sacas de la cabeza y te tienes que levantar porque no te aguantas ni tú y dices bueno ya vendrá el sueño allá cuando empiece a salir el sol por la mañana.
Y cuando uno detecta otros insomnios en otras historias, pues hay cierta complacencia en esto, en el dolor del otro, sobre todo porque sabes que no estás solo y que no eres tan raro y yo quiero que los reportajes funcionen como un espejo, también los libros, también las novelas pero creo que todas mis piezas periodísticas, incluso los artículos de opinión, me gusta que funcionen como un espejo, que digan esto, de que no estás tan raro, chaval.
—Esa es la función que tienen en realidad.
Sí, a mí eso es lo que me interesa y me gustan mucho los libros que me interpelan de ese modo, que me están diciendo cosas de mí que yo tenía un poco ahí enterradas o que no quería sacar.
—Vamos a hablar de algunos: "Él me hizo un sonajero de mimbre y yo le hice un hueco en mi corazón". No creas que lo he elegido porque es el primero, sino porque es una lección brutal contra ese racismo. Además, cómo se educa esa niña, cómo no ve a un negro, ve a una persona y tampoco ve ese cliché de cuidadora.
Claro, la historia de Babacar y Julia.
Babacar. Creo que ahora está trabajando por Murcia.
Él es subsahariano, un chico negro como el carbón y un día unos papás rubios como alemanes o holandeses decidieron que querían que Babacar, que no tenía papeles, cuidase de Julia, que era una niñita muy pequeña, tres, cuatro años, no me acuerdo. Y bueno, así empieza una historia que daría para una película, para una tragicomedia.
Cómo ese chaval negro consigue los papeles, cómo entra en la vida de esta chica, cómo la policía cada vez que ve a Babacar llevándole el carrito a Julia le para, porque sospecha de que algo está pasando.
Cómo un día le dice la madre de Julia: oye vete a buscar a Julia a la guardería que yo no llego y llega allí Babacar con su negritud más absoluta y llama a la puerta y con ese mal acento español dice que viene a buscar a Julia, e inmediatamente el colegio llama a la madre de la niña. Y esta les recuerda que les había avisado que irían a por ella Babacar. La respuesta del colegio era cómo no había advertido que era negro. Y esa madre responde que no le parecía importante. Y, cómo a partir de ahí surge una historia muy bonita.
Creo que... Hablé la semana pasada con la madre de aquel bebé, que hoy es un adolescente insoportable como todas y... sigue teniendo contacto con Babacar. Y tiene una foto de Babacar, la foto que ilustra el reportaje la tiene en su habitación, me parece muy bonito esto.
—Algo que tratas en algunos de los artículos, no digo que se repita porque cada uno es distinto, algo tan monstruoso y tan brutal. “Solo hay un escalofrío mayor que el de un hijo muerto. Y es el escalofrío de que se haya suicidado".
Sí. Como esa muerte en vida de sus padres. Y el por qué.
Suelo olvidar las cosas que escribo para vivir por salud mental. Y sí que recuerdo que el chaval se llamaba Diego.
Y sí que recuerdo que fue en Leganés donde este chico se suicidó. Creo recordar que tenía diez años. Dejó una carta terrible a sus padres. De por qué. No explicaba muy bien, pero el chaval sentía mucha vergüenza, mucha culpa. Uno puede barruntar que había por ahí algún tema de abusos en el colegio.
Pero me quedo con dos cosas de aquel reportaje. Con una, su padre que me enseñaba desde el octavo piso en el que vivían, y me dijo: desde aquí se tiró. Y le vimos desde aquí arriba y señalaba abajo. Y desde ahí quiso tirarse su madre. Y como también tuvo intenciones suicidas para que la atropellaran. ¿Cómo esto se te lleva? Cualquier suicidio es una bomba para todo lo que hay alrededor, pero el suicidio de un hijo…
He conocido varias personas que han vivido esto y claro respiran caminan, siguen deglutiendo, beben agua, se duchan, ven la televisión pero son parejas que de fondo están muertos y la culpa. La culpa.
La culpa, con ese nombre de perrita rusa. Culpa, culpa, para que la llames y viene, ¿no?
—Sí, pero además dices, mientras los adultos analicemos el insulto, mientras hablamos de la MOFA, una bandera pirata en las redes, mientras participemos de un linchamiento cada día en la oficina, sería un tanto injusto señalar al profesor, porque claro, para bajarlo a un nivel mucho más llevadero tu hijo come mal porque no le enseñan en el colegio.
Claro, claro. O tu hijo habla mal porque no le enseñan en el colegio, pero es que eres tú quien tienes que enseñar a tu hijo a comer. Y a tu hijo le han suspendido y tu hijo ha aprobado.
La educación es un tema que me interesa muchísimo. Mi abuelo era director de colegio, mi madre ha sido maestra hasta que se jubiló, tengo tres o cuatro tíos maestros, tengo varios primos también docentes, está muy presente en mi vida el tema y se muy bien de qué lado estoy o sea esto es como lo de dios no que la cuestión de dios en la tierra no es saber si existe o no si no saber de qué lado está pues yo sé de qué lado estoy. Y me parece una barbaridad, yo me considero alguien progresista, me parece una barbaridad que la cultura del esfuerzo, esa bandera, se la haya dejado arrebatar la izquierda. Y que sea la derecha la que ha hecho bandera de la cultura del esfuerzo.
Precisamente porque sólo los padres que tienen pasta pueden compensar los defectos del sistema público. Por eso debería ser una bandera que levantase muy arriba las clases trabajadoras. Reivindicar el esfuerzo, reivindicar mucho el nivel de la escuela pública, porque es la única forma de saber que tu hijo va a poder competir en situación de igualdad con una familia que tiene mucha pasta.
Es como si hablar de esfuerzo fuera algo conservador, algo retrógrado, algo que nos retrotrae a una regla y arma palabras con ganas. Yo creo que es todo lo contrario. A mí me parece progresista hablar de esfuerzo en una sociedad en la que gente que tiene posibilidades económicas puede sacarse ventaja por un lado y por el otro. Por eso me preocupa esto, claro. Y porque tengo dos hijos y porque lo veo, claro.
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