Rosa pasa página charla con Ledicia Costa, autora de “Piel de Cordero” (Destino 2024), una historia de dos vidas; las de Catalina y Lola, separadas por más de dos siglos y conectadas por un apocalipsis personal.
Mujeres que se dedicaban a la brujería en el pasado, y también en el presente. Ledicia, narra la novela en dos partes, cada una ambientada en un momento histórico diferente: los primeros años del XIX y el presente.
“Mujeres que curaban, y no estaban lo suficientemente valoradas, siempre perseguidas. Parece una contradicción pero no lo es. Eran necesarias porque estamos en una época en la que para encontrar un médico, y digo médico masculino, porque el saber y el conocimiento estaba reservado para los hombres, las personas que estaban enfermas tenían que caminar a veces días para llegar a su médico.” Cuenta la autora.
Y añade: Ellas; “las brujas”, dominaban la naturaleza, manejaban perfectamente las aplicaciones de las plantas medicinales, fabricaban sus ungüentos, sabían cómo curar un herpes, cómo curar un problema de anginas, etcétera, etcétera. Entonces eran necesarias por esa razón, pero también eran temidas y eran detestadas y eran perseguidas. A mí esta contradicción me parece muy potente y quería hablar de ella, de cómo esas mujeres que eran tan valiosas, porque eran valiosísimas, acababan siendo señaladas”
“La fantasía nos da la posibilidad de hacer lo que queramos. Y bueno, en la época eran acusadas de eso, de que devoraban niños, de que mataban con sus pociones, con sus ungüentos, de que eran capaces de estropear una cosecha, que manejaban las tormentas y quienes decidían eso eran los hombres precisamente, los señores que las señalaban con el dedo porque ellas sabían más de la cuenta” Afirma Rodero.
Y continúa: “Hasta que necesitaban de su sapiencia y ya no les importaba tanto. Pero; el problema es cuando ya las habían utilizado y decidían, por la razón que fuese, a veces eran las razones más peregrinas, desde que una mujer, fuera pelirroja, porque el hecho de nacer con el pelo de color naranja, ya podía ser considerada una bruja”
La novela arranca con un nonato que grita antes de nacer, esto abre la posibilidad de que nazca un monstruo, un maldito, pero también es la premonición de una criatura con poderes curativos.
“Así era—afirma la autora—decían que cuando un bebé se manifestaba antes de nacer podía emitir sonidos como si fuese un buey o croar como una rana. Había varias maneras de manifestarse, entonces se podían dar varias situaciones. Una es que fuese un maldito y otra que fuese una criatura, un ser humano con capacidad de sanar.
Si hablamos de las dos mujeres de esta historia; Catalina—una de ellas—es una joven que pertenece a una estirpe de brujas en los últimos años; ella se cría con su abuela, a la que tiene verdadera devoción, en una consulta donde acuden enfermos con todo tipo de dolencias. Ambas son analfabetas, y al mismo tiempo son sabias.
“Mi personaje, uno de ellos, se llama Catalina porque hay una mujer que fue sometida a un martirio, que es Santa Catalina, que en el siglo IV cometió la osadía de desafiar a los filósofos más importantes de la época y fue condenada primero a un martirio, precisamente de ahí nace el concepto rueda de Santa Catalina y luego la decapitaron. Y dicen que cuando le cortaron la cabeza, en lugar de sangre salió leche y que luego llegaron los ángeles y la llevaron al monte Sinaí y desde ese momento pues está ahí enterrada. También hay otra Catalina y me interesaba mucho ese nombre por también por esa razón que fue la maestra de una de las brujas de Zugarraburdi y también la pareja de una relación ahí lésbica que también me resulta bastante fascinante y como hay muchas Catalinas que fueron condenadas por brujas, pues usé ese nombre.”
Y continúa: “cuando era una niña, al lado de la casa donde yo vivía, había una bruja que pasaba consulta. Y de hecho acabó montando un bar, un negocio, y la sala de espera de esa consulta de brujería era el propio bar”
“También recuerdo, los gritos de todas las mujeres que pasaban por el camino delante de mi casa, que iban hacia la consulta de la bruja y gritaban realmente como si tuviesen un niño dentro, un demonio, un espíritu y yo le preguntaba a mi abuela, por qué gritaba, qué le pasaba y ella me decía, tranquila, tiene un espíritu dentro pero ahora ya la bruja se lo quita. Y pensaba si le ha quitado el espíritu, a donde va. Y pedía que por favor cerrasen las puertas y las ventanas para que los espíritus no entrasen”
Lo cierto es que cuando estás mujeres salían de la consulta, estaban super tranquilas. Yo creo que las brujas también en ese contexto, a finales del siglo XX eran casi como una especie de psicólogas sin formación escuchadoras profesionales. Y con infusiones de amapolas que debían de calmarlas.
La autora señala como nexo a esta historia sin desvelar demasiado, los numerosos enterramientos de niños, en una época donde cada mujer podría parir entre 10 o 14 niños, entonces no había control ninguno, no siempre se sabia quién era el padre, a menudo tampoco quien era la madre porque muchos de ellos simplemente nacían y se criaban en la calle entre la tierra y no siempre salían adelante.
Y “yo recuerdo—añade Ledicia— de pequeña ir al cementerio con mi abuelo y ver tumbas, muchas tumbas de bebés, y con 8 o 9 años, me quedaba fascinada, pensando que también los bebés se pueden morir. Descubres siendo también tan pequeña que los niños no son inmortales.
La otra vertiente del libro, la otra línea que convergen en un punto en común, es un personaje con una crisis existencial también,
Tenemos una mujer del siglo XXI, es la otra vertiente del libro, la otra línea que luego tienen un punto en común. Un personaje con una crisis existencial también, por una serie de razones. Lola, una mujer contemporánea que ronda sus 40 años y que efectivamente está viviendo un momento de crisis, tiene dudas sobre muchas cosas esenciales de su vida, dudas sobre su relación de pareja, dudas sobre la maternidad, dudas sobre su lugar en el mundo y entonces toda esa vivencia alrededor de esa crisis provoca una explosión, hay un cuestionamiento ahí muy profundo de qué representa ella, cuál es su lugar en el mundo y empieza a dar pasos para solucionarlo y empieza a descubrir cosas que había olvidado. Hay algo que prende esa luz dentro de ella, que es como un faro que la va guiando. Al principio es una luz pequeñita, luego se va haciendo un poco más grande, más grande, más grande, hasta que consigue ver del todo.
Para finalizar Ledicia, habla de aquellos muertos que no se han ido.
"Cuando un muerto se agarra a ti, tu vida se convierte en un martirio, porque empiezan a suceder cosas que tú no comprendes, que no controlas y que te afectan tanto a nivel físico como a nivel emocional. Y esta historia también va de eso, va de cuando se muere una persona y no quiere marcharse porque o bien no está preparada o bien porque le ha quedado algo pendiente de hacer aquí en este lado y no quiere cruzar el camino hacia el inframundo. Y a veces hay que ayudar a que ese muerto se marche, y ahí, es cuando entra en juego el escepticismo".
P.—¿Hay algo más inocente que la piel de un cordero?
R.—Sí, la piel de un bebé y lo que tienen en común unos y otros es que son tan suaves como indefensos.
“El sustrato de esta novela, el humus en el que yo me crié, que es Galicia, que es ese lugar donde existen más de 12.000 cruceros. En mi casa mi abuela ponía por las noches, siempre tenía encendida una mariposa de aceite, ella decía que era para rendir homenaje a las almas de esas personas queridas que ya no estaban, pero también usaba el por si acaso, decía bueno, por si acaso si ponemos esto, los malos espíritus aquí no entran. Entonces yo me crié empapada de todo esto y por eso soy una autora que tiene una gran fascinación por todo lo que tiene que ver con el universo gótico, con lo oscuro, con el mundo de las brujas, el más allá, me gusta mucho.
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