Hay diversas formas de iniciar una novela, la escena puede aparecer de forma abrupta, sin adornos. El lector entra de lleno y sobrecogido en ella. Pero también hay quien dilata ese momento y te hace sufrir porque sabe lo que va a pasar. Pero te niegas a creértelo. En todas las historias siempre hay buenos y malos, algunos personajes son totalmente negros y blancos casi siempre grises. En este caso tenemos a un personaje que no es nada de lo que dice ser, y que el autor descubrió un buen día y supo entonces que había que contar su vida. “El espía” Jorge Díaz.
La entrevista con el autor siempre es un encuentro interesante, más cuando se trata de un Carmen Mola, que en esta ocasión, escribe y atiende a los medios de manera individual, una anomalía para el entrevistador en el que sabe que no habrá rotación en las respuestas.
P.—¿Los espías son como los escritores, se enfrentan al dilema de ocultar y revelar?
R–No, los escritores seríamos los peores espías del mundo. Yo soy completamente incapaz de guardar un secreto. Y como espía, tardarían en descubrirme diez minutos, me fusilarían y se acabó. Un espía y un escritor son todo lo contrario.
P.--¿Quién es el espía?
R--:El espía del que hablo es el barón Von Roland, aunque en realidad ese nombre es falso. Su verdadero nombre era Isaac Errati, un judío de Salónica enamorado de Alemania. Toda su vida estuvo guiada por ese amor. Era un políglota brillante, capaz de hablar muchos idiomas como un nativo, lo que le permitió convertirse en el jefe de los espías alemanes en Barcelona durante la Primera Guerra Mundial. Su historia es real, figura en los libros de historia.
A lo largo del siglo XX vivió como un aventurero: seductor, mentiroso, millonario. Pero su gran conflicto llegó con la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania —su gran amor— lo rechazó por ser judío. Entonces intervino su amigo, el almirante Canaris, jefe de los espías del Tercer Reich, quien lo protegió y lo hizo cometer su última traición: entregar a los suyos, a los judíos, y enviarlo a Argentina.
Desde que descubrí a este personaje, hace muchos años, su historia me pareció apasionante. Supe desde el primer momento que tenía que escribir sobre él.

P.—¿Lo descubriste, cuando leíste a Mendoza?
R--Sí, con Mendoza descubrí un mundo que me gustaba mucho. Y cuando escribí otra novela, La justicia de los errantes, que reflejaba un poco ese mundo, retomé a Mendoza y entonces quise saber qué había de realidad en aquel caso, en “El caso Savolta”, y me encontré con que era un caso real, que era el asesinato de Josep Albert Barret.
Investigué el asesinato de Barret y descubrí que la autoría intelectual, no material, era del varón Von Roland y del comisario Bravo Portillo.
Siempre pensé que iba a escribir sobre Bravo Portillo, pero en el último momento me enteré del final de Roland, que en cuanto le dan el pasaporte español después de la Segunda Guerra Mundial, desaparece. Y entonces aquello era: ¿Qué fue de este hombre? Estuve investigando, investigando, no encontré nada y dije: pues me lo voy a inventar.
P.--¿"Me lo voy a inventar"? ¿Esa es la pasión o el oficio del buen escritor; rellenar los huecos que la historia deja vacíos o en el limbo?
R--De los personajes secundarios. Si yo tuviera que hacer algo sobre el cuadro de Las lanzas, no hablaría de los dos que están saludándose al principio, hablaría de uno que está detrás mirando de medio de lado. ¿Qué hace ese hombre ahí? ¿Qué está pensando? ¿Está de acuerdo con la entrega de las llaves de la ciudad?
No sé. Y claro, de esos no hay tanta documentación y entonces también le permiten al escritor recrear, inventar.
P.—Barcelona, en su máximo esplendor.
R—Me interesa mucho la primera mitad del siglo XX, esa época en la que todavía chocan dos mundos: la antigüedad y la modernidad, aunque en los años 50 aún no fuera tan moderna. Casi todas mis novelas transcurren en ese periodo, porque me fascina cómo algunos personajes piensan con mentalidad actual y otros siguen anclados en el siglo XIX. Ese contraste lo encuentro muy rico, y lo exploto también entre lugares como Barcelona —tan viva y moderna durante la guerra— y Mojácar, que en aquel entonces era casi medieval. Mojácar no empezó a transformarse hasta 1962, con un alcalde que impulsó su desarrollo. Me interesa contar esas historias llenas de contraste.
P.—Mencionas la ciudad de Mojácar, ¿por qué la elegiste?.
R.—Elegí situar la historia en Mojácar porque me pareció el lugar perfecto para ambientarla. Durante la Primera Guerra Mundial, el barón organizó el abastecimiento secreto de submarinos alemanes, y aunque se sabe que hubo una base en Tortosa, los ingleses la descubrieron y desmantelaron rápidamente. Sin embargo, se sospecha que existió otra base que nunca fue localizada, y yo decidí imaginar que estuvo en Mojácar.
La inspiración me llegó durante la gira del Premio Planeta, cuando fui a firmar libros allí. Ya conocía Mojácar, pero en esa visita, mientras paseaba con la concejala de turismo, redescubrí su belleza: su luz, sus calles, su mar... Me pareció un pedacito de paraíso. Sentí que tenía que ambientar una novela en ese lugar.
Después me enteré de que en Mojácar, antes de la Guerra Civil, hubo un descargadero de mineral. Como los submarinos no podían acercarse a un puerto vigilado, pensé que ese tipo de estructura sería ideal para abastecernos en secreto. Así que decidí: aquí es donde ocurre todo. Aquí coloco mi historia.

P.--¿Se puede salir entero de una historia como la del varón?
R—Creo que no. Nadie. Pero el mundo está lleno de cosas que no nos imaginamos. Quién no se ha imaginado alguna vez que se marcha, desaparece y hace una vida completamente contraria a la que tiene en otro lugar del mundo. Creo que en Japón eso es algo común. Yo creo además que cada vez se puede menos, porque cada vez el mundo es más pequeño.
P.—¿Qué tiene El espía que pueda resonar con un lector ahora, en el presente?
R.—Es un personaje muy poliédrico. Una de las cosas que a mí me gusta de Von Roland es que te está cayendo bien durante toda la novela. O sea, tienes la sensación de que es malo... pues él...
P.—¿Y para el Cabo Bermejo?
R.—Es una novela de iniciación.
P.—¿En qué sentido?
R.—Él no conocía la vida y se encuentra hasta con, más que con el amor, con el deseo. Él tiene una novia, pero encuentra en el pueblo a una mujer que le vuelve del revés. Y a mí esa es una parte que me gusta mucho y que yo creo que la gente puede disfrutar.
P.—También hay un personaje femenino real, Pilar Millán Astray. ¿Qué papel juega en la novela?
R.—Ella representa la cultura y es un contraste con todo el tema del espionaje, las muertes, etc. Y ella es como... bueno, yo voy a poner esta parte.
P.—¿Y es real que se dedicaba al espionaje?
R.—Sí, es real. Pilar Millán se dedicaba a espiar. Además, era famosa porque por cada cosa que le pedían, ella cobraba mil pesetas. Tenía su cuota. En esa época era un general. Y ella se había quedado viuda, tenía tres hijos a los que alimentar. Después empezó a escribir obras de teatro. Una de ellas, con mucho éxito en España, fue La tonta del bote, en los años 30, finales de los 20, principios de los 30. Era hermana del general Millán Astray e hija de un político que fue ministro. Muy culta, escritora, que por necesidad se metió en un mundo que no era el suyo, pero demostró ser una estupenda espía.
P.—¿Era muy valiosa?
R.—Sí. Muy valiosa. No sé si trabajando para los buenos, pero muy valiosa.
P.—¿Ha habido algo que te haya sorprendido al investigar a estos personajes reales? ¿O algo que hayas decidido no contar?
R.—Al principio pensé que Bravo Portillo sería el protagonista de mi novela. Es un personaje que siempre me ha fascinado: un auténtico canalla con un carisma que lo hace simpático. Pero al conocer más sobre él, vi que algunas de sus acciones eran tan extremas que no encajaban del todo con lo que quería contar, así que dejé varias fuera.

Una de las más impactantes ocurrió durante la Primera Guerra Mundial. Trabajaba para los alemanes y, como en Francia faltaban obreros, muchos españoles querían ir a trabajar a sus fábricas. Conseguir los papeles era difícil, y él, mediante sobornos, se los facilitaba. Pero muchos firmaban sin saber leer, y entre los papeles había uno que los alistaba en la Legión Extranjera Francesa. Pensaban que iban a una fábrica y acababan en el frente. Me pareció de una crueldad increíble.
Tiempo después, fue encarcelado y expulsado de la policía tras la publicación de unas cartas con su letra, donde supuestamente daba instrucciones para hundir un barco. Un perito confirmó la autenticidad, y él mismo reconoció su letra, aunque no recordaba haberlas escrito. Años después se demostró que eran falsas. Y aunque había motivos de sobra para castigarlo, ese no lo era. Esa mezcla de crimen y engaño es lo que hace a Bravo Portillo tan fascinante, aunque finalmente no fuera el protagonista.
P.—¿Cuando escribes en solitario, echas de menos algo que sí tienes cuando escribes con Carmen Mola?
R.—Sí, echo de menos a Carmen Mola cuando escribo en solitario. Muchas veces aceptas una idea por pereza, porque no te apetece seguir pensando. Mis compañeros tienen un talento descomunal y da gusto trabajar con ellos. Siempre hay momentos de roce, claro, pero da gusto. Siempre hay uno que no da algo por bueno, que dice: “Vamos a darle una vuelta más”. Y tú piensas: “¡Ay, no! Otra vez”. Y muchas veces eres tú el que dice eso. Pero da gusto.
Cuando estás solo, pierdes eso. A cambio, no tienes que pelear por cosas evidentes. Tengo razón yo.
P.—Claro, ahí no hay oposición. Pero siempre se trata de encontrar la verdad. La cuestión es: ¿qué verdad?
R.—Claro, es que verdades hay muchas. Todos tenemos la nuestra. Una cosa que dice un personaje en la novela, que ha dicho el varón (y que me sorprendió al releerla, porque nunca leo mis novelas en papel, pero esta sí la he leído), es: “A veces somos gato y a veces ratón”. Me pareció una gran frase.
P.—Termino con una frase tuya: “No hay nada mejor que un buen malo, de los que hacen que el protagonista tenga que esforzarse para conseguir sus fines”. ¿Quién es el malo en El espía?
R.—La cuestión es quién es el bueno. Son malos todos.
P.—Ahora que has terminado El espía, ¿cómo te sientes?
R.—Me siento expectante, con curiosidad por cómo lo va a recibir la gente. Y esta vez no cuento con el paraguas de Carmen Mola. Sé que si en vez de poner Jorge Díaz pusiera Carmen Mola, la gente lo leería inmediatamente. Pero creo que he escrito una novela entretenida, que es lo que siempre busco. Que la gente sienta que el tiempo dedicado a leerla ha merecido la pena, que ha sido mejor que ver una serie, un partido o tomarse una caña.
Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Editor de sonido e imagen: Manuel Muñoz
Fotografías: Javier Ocaña
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