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«No ignoro la miseria y la corrupción del mundo, pero quiero preservar un espacio de verdad personal en la escritura»

«No ignoro la miseria y la corrupción del mundo, pero quiero preservar un espacio de verdad personal en la escritura»

"Hombre caído" Fernando Aramburu (Tusquets)

domingo 27 de abril de 2025, 21:51h
"El título busca sugerir derrumbes múltiples, no señalar a un solo protagonista"

Entrevistar a Fernando Aramburu siempre es un lujo. Conversar con un autor de su categoría es una experiencia enriquecedora, ya que su mirada profunda sobre la condición humana y su estilo único nos permiten comprender mejor las complejidades de la vida. En esta ocasión, tenemos la suerte de charlar con él sobre su más reciente obra Hombre Caído, una colección de relatos que explora temas recurrentes en su escritura: la fragilidad humana, el paso del tiempo, la memoria y la pérdida.

Aramburu, conocido por su monumental Patria, regresa con un libro que no deja indiferente, con relatos que invitan a la reflexión y nos confrontan con nuestras propias emociones y realidades. En Hombre Caído, el autor nos muestra cómo la literatura se convierte en un espacio de introspección y entendimiento, más allá de las narrativas convencionales.

Es un placer poder compartir esta conversación con Rosa pasapagina donde Fernando Aramburu nos ofrece una mirada sincera y profunda sobre su trabajo y su proceso creativo.

P.--: Si hablamos de historias, de novelas y de su musicalidad, desde luego no tiene por qué ser siempre la misma. En este caso no lo es, porque el formato y el hilo musical de Hombre Caído tiene forma de relato, aunque siempre hay ciertos temas que se repiten, ¿es así?

R.--: Sí, es así. De hecho, yo creo que hago todos mis libros narrativos con las mismas harinas, que no son otras sino la contemplación y el discernimiento de la condición humana. Es decir, como un jugador de ajedrez que jugase con seres humanos, yo pongo a convivir una serie de personajes en una época que también ha sido la mía, en ámbitos cotidianos. Después, el formato puede cambiar, puede que consista en una novela, puede que consista en relatos, pero vamos a decir que el fondo de la integración humana está siempre presente en mis libros.

P.--: ¿Consiste en observar?

R.--: Es que soy un observador continuo. Desde la niñez me he autopsicoanalizado y he llegado a la conclusión de que profeso una fascinación por las personas. Me gusta observar sus semblantes, su vestimenta, lo que dicen, lo que hacen. Tengo la antena continuamente puesta en estas observaciones y después traslado alguna de ellas a mis libros. Como un ratón que saliera a recopilar observaciones en lugar de semillas, ratón que se retira a su madriguera y allí escribe con lo que ha traído de fuera sus libritos.

P.--: Dime una cosa, imagínate, por ejemplo, que estamos donde estamos aquí y en esa mesa de enfrente llega una pareja. La cabeza de cualquiera, yo creo, empieza a funcionar en función de lo que escucha, empieza a montar su película, entre comillas. ¿Alguna vez esa conversación, digamos, que se alarga y lo que tú presupones ocurre?

R.--: Es divertido. Bueno, me da igual si ocurre o no, el caso es que me dé ocasión a una historia que probablemente suceda en mi cabeza a partir de un estímulo externo. Entonces, si yo estuviera observando una pareja, no me limitaría solamente a algunos aspectos visuales, sino también a flancos de los cuales esas personas se creen protegidas. Por ejemplo, sus olores, ciertos gestos instintivos. Es decir, me gusta un poco diseccionar o hacer una vivisección de mis semejantes. Primero, porque me causa placer hacerlo, y segundo, porque aquello que veo, escucho, oigo, pruebo, huelo, me puede ser provechoso para mi actividad literaria.

P.--: ¿El comportamiento que te atrae tanto del ser humano es generacional?

R.--: Sí. Lo que pasa es que ya tengo una edad como para sentirme sucedido por otras generaciones. Ahí no lo tengo tan claro. Es decir, aunque yo he trabajado muchos años con adolescentes y niños e intentado acercarme a su mundo, reconozco que no todos los aspectos de la actualidad me resultan describibles desde los conceptos que he ido acumulando. Esto renueva mi fascinación y mi deseo de entender y de aprender.

P.--: Entonces, ¿te centras en una generación determinada?

R.--: No. Bueno, pero esto es ley de vida. Uno se forma a partir de los estímulos que le vienen de las generaciones anteriores. Uno no nace y ya con un año lee autores de un año. Sino que uno se está reflejando en mayores, en lo que se produjo antes que él. Pero, caramba, los años pasan y las generaciones siguientes vienen empujando con otros estilos, otros intereses, otras formas de expresión. Y a veces no es raro que uno haga un esfuerzo por asimilarse, por no perder el tren de la historia, por no quedarse apartado o viejo. Pero llega un momento en que la velocidad de la historia ya es demasiado rápida y uno no tiene más remedio que sentarse y aceptar su destino.

P.--: El humor es necesario siempre ante cualquier actitud de la vida. Lo que pasa es que es verdad que hay muchos tipos de humor, como hay muchos tipos de colores.

R.--: El humor negro es un poco el que me va a mí. Es aquel humor que se produce donde no debería producirse, donde uno esperaría una reacción de pena o de compasión. No soy muy aficionado a echar mano del humor de comedia, no es lo mío. Lo respeto, lo disfruto cuando alguien lo usa y lo usa bien en alguna obra teatral, alguna película, pero no es el humor que yo practico. Mi humor suele estar asociado a la desgracia, a la derrota, a situaciones que más bien requerirían la gravedad o incluso la lágrima.

P.--: Pero es un humor que el ser humano necesita un poco para ese equilibrio.

R.--: Sí, yo creo que sí. Particularmente aquellos que no padecemos el sentimiento trágico de la vida. Bueno, es una manera elegante de enfrentarse a la condición pasajera del ser humano. Ahora bien, este tipo de humor sí que lo paso por un filtro moral. No me apetece hacer sufrir más a aquellos que ya están sufriendo. Otra cosa son los personajes, que aunque sean trasuntos de personas reales, son entes de ficción. Ahí puede que me ensañe con alguno sin ningún tipo de problema.

P.--: Hombre caído llama la atención el título porque no es ni El hombre caído.

R.--: Me ha pasado otras veces que he escrito un libro y después algún lector o una persona perspicaz me ha hecho una interpretación que ha sido luminosa incluso para mí mismo. Porque uno no escribe leyéndose, mucho menos interpretándose. Uno sigue su instinto creativo, ya tiene oficio, ve que lo que escribe tiene cierta congruencia, lo da a la publicidad y después, caramba, aparecen unas reacciones y unas interpretaciones que incluso para el autor son llamativas.

P.--: O sea, que no había una intencionalidad.

R.--: Bueno, sí la había, pero no la de señalar a un hombre determinado o a el hombre como totalidad, sino algo más vago, más indefinido, que pudiera tener múltiples lecturas. En este caso, Hombre caído tiene varios relatos en los que se repite un mismo motivo: la caída, el derrumbe de una existencia, de una situación o de un personaje. Y me pareció que el título era lo suficientemente flexible para englobar esos relatos sin ceñirse a una sola historia o a un solo protagonista.

P.—Levantar un hombre que está caído supone ayudar. Si te lo prohibieran ¿acatarías la orden?

R.—Depende del castigo. Fui educado en la compasión y en el buen sentido de la palabra y si yo veo a alguien caído en el suelo acudo rápidamente a ayudar, pero tampoco tengo que planteármelo fríamente. No sé, ya de pequeño, con la primera educación cristiana que recibí, ya se me inculcó la idea de amar al otro, de ayudar al otro, aunque luego uno ya no cree, pero sí que como principio moral lo sigo practicando.

P.— ¿Honestidad y escritura van de la mano?

R.— En mi caso sí. Es un compromiso que asumí en la adolescencia y que mantengo. Nadie me lo exige, me lo exijo a mí mismo. No ignoro la miseria y la corrupción del mundo, pero quiero preservar un espacio de verdad personal, y ese espacio es la escritura. En mi vida cotidiana soy humano, puedo equivocarme, cometer errores, pero en la escritura estoy entero y verdadero. Lo que está ahí soy yo.

P.— La incertidumbre provoca mucho en el ser humano, ¿no?

R.— Es posible, habría que preguntárselo a quienes la padecen.

P.— ¿Tú no padeces incertidumbre?

R.— En el escritorio, poco. Antes decía que sí, para no parecer soberbio, pero la verdad es que cuando escribo tengo seguridad: sé lo que quiero hacer.
Fuera del escritorio, sí. Me genera angustia la burocracia, sobre todo viviendo en Alemania, donde los trámites son en alemán, con sus abreviaturas y normas. Ahí sí siento incertidumbre y miedo de cometer errores, y acabo derivando todo a mi mujer, pobre. También me angustian los viajes en avión: los retrasos, las maletas perdidas, las conexiones perdidas... me supera. Tanto, que cada vez tengo menos ganas de viajar. Así que no estoy exento de sentir incertidumbre, pero en la literatura no, ahí me siento seguro.

P.— ¿Cuál es la emoción que menos te gusta?

R.— El miedo. El miedo anula toda posibilidad de alegría o sosiego. Me crié en una sociedad dominada por el miedo, como todos sabemos. Y ahora, en Alemania, noto una incertidumbre que deriva en melancolía. Hay una falta de vitalidad, económica y creativa. La violencia se ha hecho cotidiana, tanto en atentados como en pequeños gestos diarios. Llevo casi 40 años viviendo allí y veo un país que, tras décadas de bonanza, vive una etapa de debilidad económica y de horizontes inciertos. Eso genera melancolía y temor, y abre la puerta a soluciones políticas drásticas, que personalmente no me inspiran confianza.

P.— ¿Crees que la forma de quitarse la vida puede influir en los lazos familiares?

R.— Creo que eso debería responderlo un psiquiatra. La decisión de quitarse la vida suele estar ligada a pulsiones que el individuo no consigue controlar ni verbalizar. Cada caso es muy individual. El escritor puede describir esas situaciones, pero no necesariamente explicar las causas profundas.

P.— Uno de tus personajes dice que se siente más seguro defendiéndose por escrito. ¿Te pasa lo mismo?

R.— Exactamente. Me identifico mucho con eso. No me siento cómodo explicándome de palabra. Con el tiempo he ganado algo de soltura, pero sigo sin disfrutarlo. Prefiero escribir, tener tiempo para pensar, corregir, matizar. Por eso prefiero las entrevistas por escrito, donde puedo medir mis respuestas. Cuando tengo que hablar de forma inmediata, a menudo siento que no he dicho lo que quería o que no lo he dicho como debía.

P.— ¿Y cuál que más te gusta?

R.— La bondad. Me gusta mucho convivir con personas buenas. Para mí no hay nada mejor en las relaciones humanas que saber que alguien, aunque tenga defectos, nunca te va a hacer daño y siempre te va a considerar en tu dignidad. Es como estar rodeado de flores, sin miedo a pincharte. Eso también me viene de familia: tuve unos padres sencillos y humildes, pero profundamente buenos. Eso educa más que cualquier teoría.

P.— ¿Por qué decides escribir y publicar relatos?

R.— Soy muy aficionado al género. De todos los libros que escribo, los relatos son los que más placer me producen mientras los trabajo. No sé exactamente por qué. En cambio, cuando pienso en escribir una novela, sé que me esperan años de trabajo, documentación, disciplina. En el cuento, todo es más inmediato: lo preparas, lo lanzas, puede salir bien o mal, pero el proceso es más ágil y placentero para mí. Los cultivo de manera constante, no como una tarea secundaria entre novelas, sino como una actividad central. Cada cierto tiempo selecciono y publico una muestra.

P.--: Pero no son relatos independientes del todo, ¿verdad?

R.--: No, tienen hilos conductores, motivos recurrentes. No es un libro de cuentos sueltos, sino que hay una unidad de tono, de atmósfera, de preocupaciones. De hecho, hay personajes que aparecen en más de un relato y ciertos temas que se repiten, como la fragilidad humana, la derrota, la incomunicación.

P.--: En tus libros, en tus relatos, en tus novelas, siempre está presente la idea del paso del tiempo, la memoria, la nostalgia. ¿Por qué te interesan tanto esos temas?

R.--: Porque son inevitables. La vida es tiempo y la memoria es lo único que nos queda cuando el tiempo ha pasado. A medida que uno envejece, la memoria se convierte en un territorio más importante, porque cada vez hay más cosas en el pasado que en el futuro. Y además, la memoria no es un registro exacto, sino que está llena de vacíos, de distorsiones, de reinterpretaciones. Eso me parece fascinante.

P.--: Y también hay mucho de pérdida en lo que escribes.

R.--: Sí, porque la vida está hecha de pérdidas. Perdemos personas, lugares, ilusiones, oportunidades. El que no ha perdido nada es que no ha vivido. Y la literatura es un intento de fijar esas pérdidas, de darles sentido.

P.--: ¿Dirías que escribes para entender mejor la vida?

R.--: Sin duda. Escribo porque me ayuda a comprender lo que de otro modo me resultaría incomprensible. La literatura es una forma de conocimiento. No responde a todas las preguntas, pero al menos ayuda a formularlas.

P.--: Y a formularlas de una manera bella, porque la belleza también está en tu escritura.

R.--: Intento que así sea. La belleza no es solo una cuestión estética, sino también ética. Un libro bien escrito es un acto de respeto hacia el lector.

P.--: ¿Y qué esperas del lector cuando se enfrenta a Hombre caído?

R.--: Espero que lo disfrute, que le haga pensar, que encuentre en él algo que le resuene. No escribo para dar respuestas, sino para compartir preguntas.

Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega

Editor de sonido: Manuel Muñoz

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