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«Cierta literatura, es esa habitación del grito, donde ciertos autores han sido capaces de gritar más allá de las palabras»

«Cierta literatura, es esa habitación del grito, donde ciertos autores han sido capaces de gritar más allá de las palabras»

"Los muebles del mundo" Ricardo Menéndez Salmón (ed.Seix Barral)

miércoles 15 de noviembre de 2023, 23:39h
"El lenguaje, al fin y al cabo, es nuestro mecanismo para mostrar lo que nos rodea"
Un narrador ante el fuego, una voz que habla para un auditorio que escucha, la palabra que se cede de mano en mano como una antorcha, una tentativa de que el fuego no se consuma, de que la noche no sea completa, irreductible. El poder y el misterio del relato ante la hoguera.

—Yo creo que el relato tiene muchísima fuerza, tiene una capacidad de abstracción al lector que lo desarma en trocitos pequeños. Contar una historia para salvar lo que encierra y dignificar a quien escucha. Porque en realidad, en esa hoguera, lo que se esconde tras esa llama es la necesidad de escuchar y al mismo tiempo para quien lo narra la necesidad de aportar algo más en ese cuento.

Sí. Nos informa sobre que la necesidad de narrar y de contar, de alguna manera, es constitutiva de nuestra condición. Y que muchas veces solo nos identificamos como humanos precisamente a través de la perspectiva, de la visibilidad, del relato, de la narración. de narrar dando belleza a un objeto, pero no describiéndolo como tal, sino poetizando un poco.

El lenguaje, al fin y al cabo, es nuestro mecanismo para mostrar lo que nos rodea.

Y, bueno, un lenguaje resonante, rico en sugerencias, rico en sinestesias, un lenguaje que juega con la paradoja, un lenguaje que adjetivo de un modo distinto al habitual lo que logra en quien está al otro lado de la escucha o al otro lado de la página es también una perspectiva ampliada de la realidad.

—La novela te vence por puntos, el relato por caos.


Sí esta es una de las ideas que Cortázar lanzaba, decía que para ser sugestivo, para atrapar al lector, para merecer atención en definitiva, el relato tiene que noquearte, ¿no? Mientras que la novela puede ir conquistándote poco a poco.

Quizás porque un relato, si no te atrapa de forma muy inmediata, es fácil que lo abandones, mientras que a la narrativa de aliento más largo le concede también, un poco de margen.

--¿Quieres dejar de momento el cuento?

Entiendo que para la horma de la realidad con la que yo trabajo ahora mismo, el zapato que mejor encaja no es el relato.

Hablemos de tus muebles, de los del mundo.
—Nuestra vida no es más que eso. Una maquinita que gira y hace ruido. Que se desplaza y hace ruido. Que ama y hace ruido.

El ruido de fondo, que es ese sonido que no escuchamos, paradójicamente, que hacen los electrodomésticos que nos rodean. Y bueno, me parecía una metáfora de lo que puede ser la propia vida humana, ese pulular que oímos pero no oímos, que vemos pero no vemos, que tocamos pero no sentimos y que, por ejemplo, en un lugar como el que estamos ahora, en una gran ciudad, se percibe con muchísima mayor intensidad que en lugares más pequeños.

— El problema es cuando escuchas demasiado... quiero decir, cuando te evades a través de la música o voy a decir, incluso de una emisión de radio, un partido de fútbol, constante, constante, lo que haces es vivir de otros ruidos, pero te apartan del mundo.

Sí, bueno, el ruido de fondo no tiene por qué ser solo el sonido vinculado a la música, puede ser cualquier actividad lo suficientemente absorbente como para anular también una percepción, una adherencia a la realidad.

—Se alquila habitación para gritar, económica. Absoluta discreción.


El grito tan ancestral nos inflama de vergüenza. Pocos actos como el grito nos permiten comprobar hasta qué punto hemos olvidado nuestra animalidad y nuestro pasado.

Este cuento nace de una anécdota, pero absolutamente real. Yo estaba con mis vacaciones en Huelva y era un día tarde, de estos que está la luz declinando, esa luz del Atlántico, nubes maravillosas, y de pronto una niña, una niña pequeña, cinco o seis años, no tenía más, entró en el agua, estaba con sus padres, entró en el agua y dio un grito que lo decía todo y no decía nada.

—¿De felicidad?

Sí, era un grito absolutamente libre, libérrimo, era un grito sin ningún tipo de prejuicios, sin ningún tipo de vergüenza, sin ningún tipo de pudor. Era el puro grito de la espontaneidad. Y esta imagen me quedó, me acompañó durante unos días. Me hizo sentir bien.

Y bueno, creo que la literatura, sobre toda cierta literatura, es esa habitación del grito, donde ciertos autores han sido capaces de gritar más allá de las palabras.

—La grieta simboliza mucho algo que hemos visto siempre, como es el holocausto en el camino a los campos de concentración, esa grieta por la que ve ese niño. Pero yo te pregunto, ¿cuántas grietas tienen ahora los edificios derruidos del aire contaminado por las bombas?

Este tema que estamos viviendo ahora de la guerra me recuerda, me hace pensar inevitablemente en algo con lo que yo crecí, tengo ahora 52 años.
¿Te acuerdas aquel libro de Francis Fukuyama, el fin de la historia? Era un libro que planteaba la tesis de que después del derrumbe de la Unión Soviética, la historia había terminado. Habíamos llegado al mundo soñado, que era el de las democracias occidentales, el parlamentarismo, etcétera. Todo eso, entra en una primera enorme crisis en 2001, los atentados, etcétera.

Pensando en este conflicto irresoluble en torno a Palestina, yo lo que pienso es que la historia no se cancela nunca, la historia con mayúsculas. Por supuesto. La historia no se acaba nunca, nunca. Y dentro de la historia hay historias especialmente difíciles de encontrar un final. Y obviamente toda la que tiene que ver con esto es especialmente obvia. No hay una posibilidad de cancelar determinados hechos que han sucedido. Y se siguen sucediendo una y otra vez a lo largo del tiempo. Y lo que sucedió una vez sigue resonando y sigue generando nuevos acontecimientos una, una y otra vez.

—Como si fuera algo cíclico.

Sí, pero en este caso es una especie de eterno retorno, primero, extraordinariamente dramático, que te paraliza casi como espectador, porque además te genera una impotencia, al de la inteligencia. Tienes la sensación de que todos fracasan, es como que estás ante un problema irresoluble. Estamos viendo que ni el derecho internacional funciona, ni las presiones diplomáticas, hay en juego elementos tan primarios, tan ancestrales, tan...

Volviendo un poco al relato, La grieta es un relato en el que yo quería acercarme a un tema muy doloroso, como es el del holocausto, pero no quería acercarme por los medios habituales. Entonces, por eso inventé este otro cuento dentro del cuento, que es lo que el niño ve en forma en este caso de ciervo, de un ciervo maravilloso que obviamente podemos imaginar que es lo más alejado posible que pueda haber en un contexto de catástrofe personal.

—A lo mejor los niños de Gaza.

Sí. Hoy mirando a través de las paredes alguno quizás sueña con un ciervo imposible que le evade de esa miseria circundante y ese no horizonte que tiene delante.

—El arte, muy importante para ti. El arte como representación de la vida. El arte, no solamente el arte en cuanto a, como diría, tal y como lo entendemos, arte de pintura, música, etc., sino el arte de amar también.

Sí. El arte de vivir en un lugar o cualquier tiempo de nuestra experiencia al cual acerquemos una mirada o una práctica digamos artística, intentar convertir mediante los instrumentos de la creación de lo que el arte tiene de deslumbramiento perpetuo, de asombro ante el mundo, es una palabra que me interesa.

Yo creo que si yo tuviera que caracterizar lo que distingue al artista de la persona que no , es porque uno tiene una capacidad de asombro que el otro ha perdido, abandonado o ha olvidado. Yo creo que el arte lo que hace es renovar nuestra perpetua capacidad de asombro ante cualquier cosa.

El arte es una extraordinaria despensa de consuelo, de refugio, de asilo, es un lugar al que acudir cuando las cosas no marchan del todo bien. Pero no para encerrarse en él, no por el arte, no con un ánimo de torre de marfil, no. El arte es el lugar en el que podemos encontrar una interlocución de primer orden con nuestra vida, pero al mismo tiempo un lugar de asilo, un lugar de consuelo.

—Decíamos al principio el arte de contar historias. ¿Quién no cuenta historias a sus hijos, sobre todo antes de dormir? Yo creo que esas historias que te cuentan, por mucho que digan los científicos, aunque seas muy pequeño, siempre acabas recordando algún pequeño matiz, algo que cuando vuelvas a retomar, porque tú se lo leas a tus hijos o porque tengas un cuento en casa, una historia, tú lo vas a recordar. Pero en este caso, hablas también de contar historias a quien está acabando su vida. Y esa vida que parece alargarse porque quiere esperar ese fin.

Sí. Me alegra mucho que cites “La vida en llamas” porque los cuentos o los libros que uno escribe son como los hijos.

En “La vida en llamas” Es uno de los textos en los que yo me he sentido más cerca en mi trayectoria como escritor de la distancia entre lo que yo quería contar y lo que al final logré contar es menor, que creo que es una buena marca, un buen índice de haber satisfecho desde el punto de vista de la creación.

Sigue la entrevista en Spotify o Youtube.

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