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«Me contrataron como profesora para enseñar inglés a los pilotos de las Fuerzas Aéreas Iraníes»
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«Me contrataron como profesora para enseñar inglés a los pilotos de las Fuerzas Aéreas Iraníes»

"Una historia propia" Donna Leon (ed. Seix Barral)

sábado 30 de diciembre de 2023, 23:31h

"Así que para sobrevivir, teníamos que hacer algo que demostrase que éramos conscientes de lo horrible que era ese sitio, de lo horrible que es esa sociedad"

Hay quien dice que cuando empiezas a mirar el pasado; el tuyo propio, es un síntoma no sólo de haber cumplido años, sino también que ya has encontrado un sitio en la vida, o casi. El error consiste en instalarse en un lugar y dedicarse a nada. Eso no interesa en absoluto a nuestra invitada de hoy: Donna León, que publica con Seix Barral: “Una vida propia”.

Al revisitar lo vivido, surgieron la mayoría de los acontecimientos de la vida de la autora, diría que casi por accidente, en Venecia, cenando al lado de alguien que había trabajado en Irán.

—Viajaremos a tu infancia, pero antes me gustaría que contases qué es el circo armenio.

Yo pasé cuatro años en Irán y hubo una evacuación militar durante la Revolución. Pero antes de eso se instauró la ley marcial, más o menos uno o dos meses antes de la evacuación. Y esto lo hacíamos después de trabajar, por las tardes. Siempre se nos olvidaba el toque de queda, de esta ley marcial. Y si salías a la calle, después del toque de queda, te podían pegar un tiro.

Así que nos teníamos que entretener siempre, y de algún modo, no recuerdo exactamente cómo, pues empezamos un circo. Éramos seis o siete personas, a lo mejor que nos juntábamos para cenar, y alguien decía, vamos a jugar al circo armenio. Y pues había al menos uno o dos turbantes y algo parecido a unas batas, muchas personas habían comprado artículos de seda antiguos o de bordados iraníes antiguos, así que muchos teníamos disfraz a mano en casa.

Pero hubo una noche en que alguien buscaba algo en el suelo, si no recuerdo mal, y estaba de rodillas, como un conejo, estaba de cuclillas. Y para ir a otro sitio, pues se desplazó dando saltitos en cuclillas, y todo el mundo empezó a reírse y a decir: ¡qué locura, esto es el circo armenio!

Y desde entonces, cada vez que jugábamos al circo armenio, teníamos que ir dando saltitos así. En aquella época teníamos las rodillas mejor que ahora. Y entonces, claro, cuando me puse a escribir esta historia, pues fíjate, el circo armenio, seis o siete personas viviendo bajo restricciones militares, bajo la ley marcial, con tanques por las calles, tiros, y ahí estábamos en casa de uno de nosotros jugando al circo armenio.

Nos invitas a recorrer tu historia desde una infancia en Nueva Jersey, como punto de partida con tus dos abuelos, uno alemán y otro sudamericano, Joseph y Alberto. Con Joseph, tu abuelo granjero, fue una experiencia maravillosa. Aprender de la vida diaria en una granja, no solamente el tema de los animales, también del campo.

Era un gran hombre, hasta que de repente se convierte en un monstruo, porque mata a los cerdos, animales con nombre propio y a quienes alimentabais.

—En noviembre, sigo viendo esas imágenes. Fue horrible porque nos habíamos criado, bueno, más bien los cerdos se habían criado con nosotros y ver cómo acabaron, pues claro.

Lo que sí tengo que decir en defensa de mi abuelo, es que nos encantaba ver qué les pasaba a los pollos cuando les cortaban la cabeza. En inglés hay una expresión, ¿no? La de correr como un pollo sin cabeza. Y hasta que lo vimos con nuestros propios ojos, no entendimos bien lo que significaba. Era horrible, pero bueno, de pronto comprendí perfectamente lo que significaba, ¿no? Corre como un pollo sin cabeza. Es muy divertido criarse en una granja.

—Puedo decirte que el tema de los cerdos y de la matanza lo he vivido y también lo recuerdo de niña.

¿Tú crees que estás más sano que tus amigos, te constipas menos, tomas menos pastillas menos te quejas menos? Esta es mi pregunta para ti, Rosa. Me pregunto si eres una persona sana, con buena salud física.

Sí, sí que lo creo. No tengo tanto frío en la calle, no me molesta la lluvia, tampoco el sol, y no sé, no me he vuelto vegetariana. Así que sí, creo que criarse en la granja es importante.

La gente que estudia las alergias dice que los niños y niñas que se crían en granjas en el campo no suelen padecerlas, porque las cosas se caen al suelo, las cogen, se las llevan a la boca y están expuestas a los gérmenes. Y yo estoy convencido de que una cosa tiene que ver con la otra.

— Cuentas también, esa especie de “zapatillas” que ataban a los caballos. Son cosas que vives de niña que se te van a quedar grabadas siempre.

Como esa unión entre los hombres y los caballos. Eso es. No son solo animales. Sientan y sienten. Así es.

—La familia es un ejemplo a seguir, algo incuestionable cuando se es pequeña. Nada nos parece raro hasta que los años cumplidos nos permite verlo desde la distancia y nos volvemos más críticos. Tu madre y sus tres hijos.

Mi madre, era una persona realmente feliz y muy divertida. Y siempre intentaba que nosotros nos divirtiésemos, porque si tenía que hacer algo, generaba alguna clase de estructura para hacerlo divertido, de manera que lo quisiese hacer.

Era realmente maravillosa. Nuestro padre también era muy listo en ese sentido. Y creo que mi pasión por la lectura viene de ellos, porque eran lectores ávidos. Pero sí, supongo que hace 70 años la gente leía porque no había televisión. Así que después de cenar, ¿qué podías hacer? Pues leías.

—“La cena era lo que se comía de camino al postre” eso decía tu madre porque le encantaba el azúcar, lo dulce.

Y estaba así de delgada, toda su vida, no importaba lo que comiera.

—Has hablado de lecturas. ¿Recuerdas a Caperucita, recuerdas a Los tres Cabritillos? la lengua como el mejor juguete del mundo y las palabras... descubres que las palabras podían tener dos significados distintos, también la unión de ellas . -Magia. —Mágicas.

Magia, sí. ¿Por qué? Cuando yo era niña, vi como cerdos, que eran amigos míos, pues cuando llegaba un momento determinado en noviembre, mi abuelo sacaba el cerdo fuera y le cortaba el cuello.

Y salía sangre a chorros. Y mi hermano veía cómo salía sangre a chorros. Y mi hermano creció y se convirtió en una persona normal. Yo también, mi madre también era normal. Creo que este intento de proteger a todo el mundo, sobre todo a los niños, a protegerles de cosas que quizás no les gusten, me parece una locura. ¿Por qué se nos tiene que proteger de saber que los lobos se comen a las ovejas y que los perros también pueden comerse a las ovejas y que los perros muerden y los gatos arañan y que hay gente capaz de hacer cosas malas?

¿Cómo está la gente preparada para salir al mundo? ¿CÓMO VA A ESTAR PREPARADO PARA SALIR AL MUNDO SI NO SABEN QUE LAS COSAS NO SIEMPRE SON LO QUE PARECEN? Me parece terrible.

—Hay un caso ahora mismo en inglés, en lengua inglesa, sobre Roald Dahl, un autor fantástico de literatura infantil, pero que escribió cosas horribles. Y ha salido una nueva edición de sus obras que se han limpiado, todas las cosas desagradables se han eliminado.

No, no estoy de acuerdo. ¿Significa eso que en 20 años la gente que aparece en mis novelas no va a morir, no la van a matar, vamos a eliminar toda clase de violencia?. No sabemos qué va a ser lo siguiente. ¿Qué será lo siguiente? No lo sé, pero no me sorprenderá, seguro.

— La música clásica, la música de adolescente, la ópera que irrumpe en tu vida cuando estabas en Nueva York, “Tosca”, el dolor y la pérdida. La música era muy, muy importante para ti.

Lo es. Aprendes a vivir la música. La descubrí en la radio. Empecé a escuchar música en la radio y noté que tenía una respuesta muy fuerte. A mí me gusta sobre toda la música clásica. No sé nada, nada en absoluto. Yo no sé nada de música, mis padres no eran musicales, yo no estudié música en la escuela, así que aprendí escuchando la radio.

Escuchaba la música y entonces no sabía lo que era cuando la escuchaba, pero prestaba atención, si me gustaba, para saber qué música era. Y entonces compraba discos de vinilo. Discos de 78. Y empecé a reconocer los nombres de los compositores, de los directores, y me empezó a gustar mucho la música. Y entonces, bueno, no fue hasta que tuve ya los veintitantos que fui a la ópera por primera vez.

Había escuchado música, ópera en la radio, porque todos los sábados la Metropolitan de Nueva York emite su concierto de ópera. Así que fui a ver "Tosca", había leído la historia, sabía lo que iba a pasar, pero ¡guau!, me pareció mágico. Supongo que eso es lo que Saúl sintió cuando se cayó del caballo de camino a Damasco, ¿no? Se convirtió. Ahí hubo un momento en el que algo cambió, y para mí fue así, fue también una especie de conversión.

Y empecé a ir a la ópera con regularidad, y bueno, en aquellos días, cuando era jovencita, las óperas de Handel no se representaban. Los oratorios, sí, el Mesías, por supuesto, cada Navidad. Y yo pensé, madre mía, pero esto es hermoso, es bellísimo. Y claro, cuando vine a Europa en los 70, pues había más opciones, podía escuchar más, más variedad.

—Telemedia, ¿cuál era tu trabajo allí, Donna?

Pues me contrataron como profesora para enseñar a pilotos de las Fuerzas Aéreas Iraníes, para enseñarles inglés. De manera que cuando, el instructor que les iba a enseñar a volar, a pilotar los helicópteros, que era americano y solamente hablaba inglés, pues para que cuando este instructor de vuelo les dijese, estoy preparándome para volar, o más bien , apunto para despegar, pues para que los iraníes entendiesen que el helicóptero estaba a punto de despegar.

Pero me di cuenta muy pronto que yo en realidad no quería hacer eso toda la semana, todo el mes, todo el año….

—Un billete de Pan Am desde Nueva York hacia donde tú quisieras. Viajaste todo lo que quisiste.

Sí. El billete era un billete para dar la vuelta al mundo. Siempre y cuando fueses en dirección este o en dirección oeste, podías ir donde quisieras, pero siempre en una dirección. Meses y meses de viaje.

—Dona, ¿dólar, saudópoli y lo más parecido a la casilla 40? ¿Qué puedes decirme?

Me pasé nueve meses en Arabia Saudí y odié cada minuto porque es un lugar horrible.

Y no me lo pasé nada bien allí. Así que tres amigos y yo empezamos a inventarnos un juego de mesa basado en el Monopoly, pero se llamaba Saudiópolis. Y del mismo modo que el Monopoli te muestra el significado del capitalismo, es la base del capitalismo, compras, vendes, pierdes ganas, pues nosotros nos inventamos este juego con, bueno, ¿cómo es la vida en Arabia Saudí?

Y tienes que recorrer el tablero hasta que puedas llegar al aeropuerto. En Saudiópolis, para ganar, tenías que llegar al aeropuerto. Y te ibas.

Si el peor lugar en el que puedes acabar en el Monopoly es la cárcel. En lugar de la cárcel, lo peor que te podía pasar cuando vivías en Arabia Saudí era acabar en ese hospital.

Todos nosotros, todos, estábamos en la misma posición. Habíamos aceptado un trabajo por dinero. Fue la única vez en mi vida en la que aceptó un trabajo por dinero. No tenía otra porque no tenía dinero. Y los cuatro que estábamos, allí, estábamos ahí por avaricia. Así que para sobrevivir, teníamos que hacer algo que demostrase que éramos conscientes de lo horrible que era ese sitio, de lo horrible que es esa sociedad. De ahí, Saudiópolis. Todo lo que tiene que ver con esa cultura es horrible. Y sabíamos que si alguien que entendiese inglés nos descubría y le echaba un vistazo a Saudiópolis, sabíamos que íbamos a parar a la cárcel, sin duda alguna. Hubiésemos ido a parar a la cárcel.

—Un festín ante ti, uno que no habías visto en tu vida. Eso fue amor al primer bocado. Italia. Sí, sin duda. Fui recién cumplidos los veinte a Italia por primera vez. Mi familia es de origen alemán, mexicano, irlandés e irlandés, así que no había mucho besuqueo, muchos abrazos en mi familia. No había excesos pasionales de este tipo.

Y cuando llegué a Italia, y me quedé allí una temporada con los familiares de una amiga, y no me daban suficientes besos, nunca suficientes había besos, siempre eran más, más besos. Y era como estar en el cielo. Tan amables, tan generosos, y pensé, aquí es, ya lo he encontrado, este es mi sitio. Ya lo creo. Y en realidad, bueno, de verdad que me enamoré, me enamoré del país y sigo estando enamorada de Italia. Son los italianos, no hay nadie como los italianos.

—Hay una reflexión que me encanta, Dona, y dices, hay cosas que no tienes que pedir permiso según la edad que tengas. Hay cosas que solamente puedes hacer a partir de la mayoría de edad, que son los 18. Pero nadie te marca una edad para dejar de hacer qué cosas.

—Y para terminar me quedo con un consejo tuyo, que está dentro de tu libro, y dices, “si algo merece la pena, cállatelo”.

No, claro, si merece la pena, mejor me lo callo. Hay algunas cosas que, sí. Decir menos siempre es mejor que decir más.

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