"Todas las emociones son importantes, tambien aquellas que nos hacen daño, son parte del aprendizaje"
Crecemos pensando que ser felices es lo correcto, no así estar tristes o sentir miedo, sentimientos que debemos reprimir como si ello nos convirtiera en seres inferiores. Eso hace que nos cueste aprender a gestionar nuestras emociones y que nos sintamos más vulnerables.
P.—Para poder abrazar nuestras partes rotas, para poder conocernos, entendernos, aceptarnos y sanarnos, primero deberíamos reconocer que las tenemos rotas, que están fracturadas y, sobre todo, cuáles son. ¿Cómo aprendemos a identificarlas?
R.—El primer paso siempre digo que es destinarnos ese tiempo a mirar adentro. En la vida que llevamos, los ritmos a los que estamos tan acostumbrados, de alguna manera nos impiden mirar adentro. Estamos siempre enfocados en lo que tenemos que hacer, en las rutinas que tenemos que cumplir y eso nos deja muy poquito tiempo de mirarse uno al frente al espejo para entender cómo está, qué necesita. Entonces el primer paso siempre es girar ese foco que siempre está puesto hacia afuera, girarlo hacia adentro para tratar de entender: qué necesito, cómo estoy, qué me pasa, desde cuándo me pasa. Porque en ese ratito que yo me dedico, en este ratito que yo miro para adentro, es cuando puedo detectar mis carencias y esas heriditas.
P.—¿Somos lo que aprendimos de nuestros padres y nuestros abuelos, nuestros hermanos, lo que nos rodea?
R.—Sí, es importante entender que lógicamente todos llegamos al mundo con cierto temperamento, porque si todos fuimos iguales y el 100% de nuestro ser fuese aprendizaje, todos los bebés serían iguales y yo creo que aquí todos hemos visto, pues bebés que a lo mejor son más risueños, bebés que son más apegados, bebés que tienen pues determinadas formas de comportarse y ninguno es igual. Pero es fundamental entender que nosotros llegamos a este mundo, como yo explico en el libro, como si fuésemos libros en blanco. Llegamos sin preferencias, sin creencias, sin automatismos, sin hábitos, porque todo esto se va dando forma conforme pasan los años.
Y lógicamente las figuras de referencia que tenemos en nuestra infancia, que pueden ser nuestros padres, abuelos, profesores, en fin, quien sea que haya estado en nuestra infancia, nos va enseñando quiénes debemos ser en función de lo que esas figuras de referencia premian. En función de lo que nos dicen que a lo mejor no debemos decir, no debemos hacer. En función de lo que percibimos que les gusta y lo que percibimos que les aleja de nosotros, es como vamos configurando lo que llamamos personalidad, que realmente, como trato de explicar, es como esa coraza, esa máscara que aprendemos a ponernos para sentirnos queridos. Sentirnos aceptados y para sentir conectados a las personas que son referentes para nosotros.
P.—¿Somos lo que somos María o lo que aprendimos a ser?
R.—Es una pregunta que es muy profunda, que lleva mucho tiempo descubrir y es tarea de cada uno, pero hago cierto spoiler de lo que hay en el libro y es que hay una gran parte de lo que somos que realmente es lo que aprendimos a ser. Y es esa configuración que vamos dando a lo que llamamos personalidad, que no es más ni menos que lo que hemos aprendido, que debemos ser el rol que nos toca, lo que los demás esperan de nosotros, lo que la sociedad dice que es aceptable y lo que realmente estas figuras tan importantes para nosotros, papá, mamá, los abuelos, los profesores, pues nos dicen que si nosotros nos comportamos así van a quedarse a nuestro lado, nos van a querer, nos van a aceptar y eso es lo que tendemos a repetir y así es como nos formamos como adultos.
P.—Vamos “absorbiendo a través de los sentidos, ¿hay alguno más aplicado?
R.— La verdad es que tenemos un cerebro que es una pasada todo lo que hace, tenemos un cuerpo que es asombroso saber cómo funciona todo lo que consigue. Pero es importante entender que muchas veces cuando somos pequeños y recibimos información diferente en función de nuestros sentidos, pues por ejemplo, unos padres que a lo mejor me dicen, María, no tienes que gritar a tus hermanos, María, tienes que bajar la voz. Y sin embargo, me lo dicen gritando, María, ¿qué no lo grites? Claro, lo que es la pausa y lo que yo estoy percibiendo no encaja. Entonces, cuando hay esa incoherencia entre lo que se me dice y lo que yo veo, con la información que nos quedamos, la información que prevalece para nuestras cabecitas, es lo que estamos viendo. Por eso decimos que hay que tener mucho cuidado cuando educamos a los pequeños, cuando estamos tratando de ayudarlos, tratando de enseñarles que haya coherencia entre nuestra palabra y nuestros actos.
Porque si no, cuando ellos perciben que hay algo que no encaja, se van a quedar con el acto mucho antes que con la palabra.
P.—¿Almacenamos datos en nuestro cerebro y vamos disponiendo de ellos según nos va haciendo falta o vamos necesitando?.
R.—Desde luego, al final nuestra cabeza, una de sus funciones, de las múltiples funciones que tiene, es ir registrando información para que en próximas circunstancias similares a la que acabo de vivir yo, pueda reaccionar de forma más rápida.
P.—Es decir, pues que si yo el primer día que me monto en una bicicleta no tengo ni idea de cómo funciona, me tienen que dar las pautas, oye, ¿qué es este cacharro?, ¿cómo funciona?, ¿qué hago para no caerme? Pues mi cabeza ahí, si no registrase nada, toda nuestra vida serán primeras veces. Sería un consumo de energía, de tiempo, de todo, enorme. Entonces nuestra cabeza lo que hace es apuntar, dejar guardadito en nuestros archivos de memoria, por decirlo de alguna manera, lo que hemos vivido, las pautas que nos han dado, la experiencia que hemos tenido, para que el próximo día que yo me suba a una bicicleta; ya sepa de qué se trata esto.
P.—En ese aprendizaje nos servimos de cuatro vías. Por observación, por escucha directa de normas, por experiencia en primera persona y por error.
R.—Hay veces que necesitamos enfrentarnos a una circunstancia 50.000 veces para poder aprenderlo. Por eso no pasa nada por no hacer las cosas perfectas, no pasa nada por no saber la respuesta o no saber cómo hacerlo a la primera. Al final la vida también trata de eso, de intentarlo muchas veces hasta que llegue el momento en el que eso consolida y entonces ya nos convertimos de alguna manera en expertos en hacer esa cosa determinada.
P.—La necesidad de sentir esa felicidad, esas emociones que te aportan bienestar. Y el mal aprendizaje del no, o sea, invalidamos esa emoción, la emoción de la negación, de no pasa nada, tú puedes, no te preocupes. Es un error porque se crece, se aprende y se consolida el no con el sí, la felicidad con la tristeza.
R. –Sí, es importante entender, y aquí siempre me gusta contextualizar, que esto no va de buscar culpables, no va de ver en la infancia quién hizo el daño, quién me enseñó el mal, quién cometió el error. Honestamente, creo que es una herencia que nos llega desde hace muchas generaciones y es que desde pequeños se nos enseña a rechazar la mitad de lo que somos capaces de sentir. Cuando tenemos miedo nos dicen, pero ¿cómo que miedo? Si eres un valiente. Cuando estamos tristes nos dicen, pero ¿Por qué lloras?
Cuando estamos enfadados nos dicen que cambiamos la cara, que estamos más guapos, con otra cara, nos dicen que nos enfademos. Entonces, esto siempre confío en que se hace desde la buena intención de, por ejemplo, los padres no quieren que sus hijos sufran, no quieren que lo pasen mal y lógicamente eso es parte del amor.
Pero el problema es cuando damos en este tipo de mensajes y la persona que lo recibe puede creer que no está bien lo que siente. Si a mí de forma constante me dicen no tengas miedo, no te enfades, no estés triste, no llores, yo lo que percibo es que yo no tengo que tener esas emociones, yo no tengo que sentirlas. ¿Por qué? Porque generan rechazo a los demás, generan que se distancian de mí, generan como cierto aire incómodo de que no saben qué hacer conmigo.
Porque nadie me dice María no sonrías, María no estés feliz. Entonces, ¿qué ocurre? Que el problema está en que si yo desde pequeña aprendo que hay emociones que no debo sentir, yo no voy a saber convivir con ellas, no voy a tolerarlas cuando aparezcan. Esto en qué desemboca, en que voy a convertirme en una mujer adulta que cuando sienta miedo, tristeza, ira, no va a saber qué hacer con ellas, con estas emociones, y con muchísima probabilidad le van a desbordar.
P.—Para saber abrazar esas partes rotas, tenemos que saber, ubicar de dónde viene ese malestar, pero no siempre somos capaces.
R.—Es complicado, por lo que decíamos al inicio, si yo no destino tiempo a estar conmigo, si yo no destino tiempo a escucharme, a conocerme, a saber quién soy, a saber cómo percibo ciertas cosas, qué me hace sentir bien, qué me hace sentir mal... Claro, qué difícil saber entonces por qué me pasa lo que me pasa. Entonces, para poder entender algo, primero hay que conocer ese algo. Y de hecho es una gran parte que trata en el libro. Oye, ¿Cómo puedo bajar? ¿Cómo puedo profundizar en esto? Quizás estoy con un nivel de ansiedad constante o quizás estoy con desmotivación, con la sensación de que aunque lo tengo todo no soy feliz. Para entender qué hay debajo, qué es lo que me está produciendo esto, yo tengo que hacer por conocerme, tengo que hacer por escucharme.
P.—En tu libro hay una especie de guía, como cómo podrías dibujar tu cuerpo y es esa vocecita que tenemos siempre en nuestra cabeza, ese pensamiento, que no siempre nos deja avanzar.
R.—Sí, es una parte que yo creo que todos los psicólogos que pasamos consulta, trabajamos con nuestros pacientes porque, fíjate, estamos muy acostumbrados a hablar bien al de enfrente, a ser transigentes, a ser comprensivos. Sin embargo, ¿qué hacemos con nosotros mismos? Nos machacamos, nos exigimos, somos súper poco transigentes, no nos permitimos descansar. Entonces es importante entender que esa vocecita que nos acompaña constantemente, que lo va describiendo todo, que nos va diciendo qué tenemos que hacer, quiénes somos, qué esperan de nosotros, que intentemos hablarnos como hablaríamos a la persona que más queremos.
Porque ahí también está una parte importante de la autoestima, de la gestión emocional.
P.—Y quererte. Porque cuando alguien tiene una necesidad, a menudo sueles anteponerla a la tuya, no te escuchas a ti misma.
R.—Por supuesto Es importante y esto es uno de los puntos claves a la hora de trabajar la autoestima. Si yo tengo esa tendencia a siempre cuidar de los demás, a ponerlos por encima, a quien importa más su necesidad, su deseo, su problema. Siempre los demás están por encima de mí. Tiene una parte que es muy bonita. Pues una parte que es muy humana, de escuchar, de empatizar,.
Pero también tiene una parte muy profunda de que yo me estoy dejando para el último lugar. Y es importante entender que tenemos el mismo valor que los demás, que es importante que expresemos, que es importante que digamos las cosas que nos duelen, que es importante que oye que también exijamos ese perdón si se nos ha causado un daño, que digamos: me apetece esto y no me apetece lo otro, pero esto lógicamente nos sentimos capaces de hacerlo cuando está trabajada esa autoestima, ese amor propio, esa asertividad, que también es muy importante.
P.—Has nombrado la ansiedad. La ansiedad no tiene por qué ser nuestro enemigo, a veces se activa precisamente para protegernos.
R.—Por supuesto, el problema es que es una de esas emociones es que no sabemos lidiar con la ansiedad, no sabemos gestionarla, nos abruma porque sobre todo como nos va hablando poquito a poco, poquito a poco y sólo la prestamos atención cuando ya nos pega un grito que nos deja ahí un poco pegados a la ciencia…
Entonces, ¿qué ocurre?
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