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«Durante las noches, mientras los chicos jugaban turnándose en la Game Boy, yo me subía a la litera, encendía el flexo y leía despacio»

«Durante las noches, mientras los chicos jugaban turnándose en la Game Boy, yo me subía a la litera, encendía el flexo y leía despacio»

"No volverán tus ojos a mirarme" Marta Barrio (Tusquets)

miércoles 10 de abril de 2024, 23:18h
"Mi abuela tenía un mueble de madera oscura, con curvas y cajones secretos, donde guardaba un fajo de cartas"

Rosa pasa página charla con Marta Barrio a propósito de su nuevo libro, "Tus ojos no volverán a mirarme"

Mi abuela tenía un mueble de madera oscura, con curvas y cajones secretos, donde guardaba un fajo de cartas. Durante las noches, mientras los chicos jugaban turnándose en la Game Boy y gritaban, yo me subía a la litera, encendía el flexo y leía despacio.

P.—Esta niña está a punto de emprender un viaje. Sin embargo, supongo que tiene la misma tentación que todos tuvimos cuando éramos pequeños: ¿qué habrá en esos cajones? Quiero abrirlos y ver qué me encuentro.

R.—Una niña precoz, con mucha curiosidad por el mundo de los adultos, así es ella. A través de esas cartas, logra vislumbrar ese mundo y también un pasado familiar del que proviene.

P.—Este libro sorprende, tiene abundante material que quizás algunos de nosotros, sí recordamos, no así las generaciones de nuestros hijos.

Hablar de matasellos y sellos en el siglo XXI, puede sonar un poco extraño, ya que no se envían tantas cartas como antes. Sin embargo, cada dato tiene algo que decir.

R.—Mientras escribía este libro, mi compañera de despacho, que es más joven que yo, me sorprendió un día al preguntarme: "Marta, ¿cómo se manda una carta? ¿Dónde se pone el remitente? ¿Dónde se pone el sello?". Es perfecta en todo lo demás, pero estas dudas me hicieron reflexionar sobre cómo ha cambiado la comunicación en la era digital.

Me di cuenta de que las cartas eran vintage. ¿Dónde va cada cosa? Aunque todavía llego a enviar alguna carta de amor, la generación por debajo de mí prefiere el e-mail. Es evidente que existe un desconocimiento y las cartas casi se consideran material de anticuario.

P.—Entonces no teníamos la inmediatez que tenemos ahora, pero también sentíamos esa ansiedad por recibir una carta, esa espera. Ahora todo es inmediato: la voz, un vídeo, te lo cuento todo, no hay ese tiempo de espera.

R.— Sí, solíamos esperar al cartero y abrir la carta con un abre cartas. Muchas de las cartas que encontré estaban rasgadas por arriba, con esa prisa. Ni siquiera intentábamos despegar el sello, simplemente cogíamos el abre cartas y lo usábamos para sacar esas palabras que habían sido escritas hace una semana o más y que tardaban en llegar desde la otra punta de España.

P.—Tengo que decir que es un libro autobiográfico. Entiendo que tú eres esa niña.

R.—Si. Y, una forma de saborearlo hasta llegar al porqué de las cosas, lo que encuentro, contando la historia desde el pasado al presente. Esta niña tiene menos pasado que futuro, y se encuentra con adultos que tienen más pasado que futuro. El contraste entre estos dos tiempos vitales me parece muy enriquecedor, especialmente con las perspectivas. Utiliza esas cartas para descubrir el mundo de los adultos, el deseo, el amor y para estar en el mundo.

P.—Recuerdo que empieza con una carta en la que están a punto de casarse y ella decide qué tipo de ropa debe llevar él y cómo hacer su maleta.

R.—Sí. De repente, puedes sentir que ella es quien tiene el papel dominante, lo cual también suele extrañar en esa época. Sin embargo, si reflexionas un poco, ese papel dominante está incluido en el papel de la mujer. Es lo pragmático.

P.—Exactamente. Él le hablaba de amor y ella le hablaba de las sábanas de la casa. De cómo es la cocina o con qué debe desinfectar la casa.

R.—Ella se enfoca en las cosas que puede tocar, debido a que no ha recibido una educación más allá de eso. Por otro lado, él sí lo ha hecho. Incluso esto marca mucho en la educación que uno recibe, tanto en la educación sentimental como en la puramente material.

P.—Experimentar el verano, disfrutar de la infancia.

R.—Para mí, era crucial que esta novela fuera luminosa y, por lo tanto, debía sumergirse, al menos al principio, en el verano. En el de la infancia, en el que los helados son protagonistas, en ese verano donde la niña tiene un cachorrito. Y también es el verano en el que ocurre una cierta domesticación, ya que están transitando hacia el otoño. Por lo tanto, la niña también está transitando hacia su adolescencia. Es en este verano donde se experimenta el amor y se lee esas cartas.

P.—Es interesante pensar que llega un momento en el que perdemos nuestro nombre y solo nos ubicamos en el mundo por nuestro rol dentro de la familia, incluso frente a los demás somos mamá o abuela, pero hemos perdido nuestro nombre. Eso me parecía muy significativo. Mercedes representa una mujer completamente opuesta a las condiciones de la mujer. Su forma de entender la vida es muy diferente.

R.—Cuando mis abuelos fallecieron, me interesé por investigar ciertos datos y decidí ir a la casa de Mercedes, quien era la única persona viva que quedaba. Quería hacerle una entrevista y contrastar información. Durante la visita, surgió un personaje interesante: Mercedes resultó ser una mujer hedonista, a pesar de haber realizado el servicio social de la falange, haber recibido educación en un convento y haber conocido a Franco en una familia franquista.

Frente a mis abuelos, cuya mentalidad era muy clásica en cuanto al matrimonio y al amor, ella se destacaba por su libertad de pensamiento poco convencional. Me interesaba especialmente contrastar su romanticismo extremo con un tono irónico. Como ella solía decir, tenía muchos pretendientes y le costó elegir uno para casarse. Pero ¿qué pasa con los demás? ¿No importan? Esta ambivalencia de sentimientos era algo que no estaba permitido en aquel momento.

Era de gran importancia para mí. Además, ella demostró cómo las mujeres se las arreglaban para tener cierta libertad de movimiento y pensamiento utilizando trucos. Ella decía que aunque no podías declararte abiertamente por ser mujer, aún podías encontrar otras formas de expresarte.

P.—Es una elección realmente vanguardista y moderna para su edad y experiencia.

R.—Es una generación que se está extinguiendo y si no recopilamos los relatos orales, se perderán. Ha existido una tradición literaria que retrata a la mujer bajo el franquismo como una víctima silenciosa y reprimida. Esta mujer mostró cómo buscar la libertad y el placer a pesar de la represión. A pesar de la época en la que vivían. Por ejemplo, también habla del noviazgo.

P.—El noviazgo de tus abuelos fue muy largo en comparación con el suyo, durando dos o tres años. Además, se compara el ajuar, una palabra que ha caído en desuso y que muchas personas desconocen su significado, pero que era la dote con la que la mujer se casaba. Por lo general, todo el ajuar era elaborado a mano, lo cual le otorgaba un valor incalculable.

R.—Sí, mi abuela casi no tuvo ajuar y se lo compró todo después de casarse, pero era necesario que tú llevaras eso a la hora de casarte. Es algo como reseñable, algo que todavía hoy se sigue recordando, era un oprobio casi. Esta cosa de la vergüenza, de la vergüenza de no tener dinero, de la vergüenza de las familias, nos parece una cosa muy del pasado, no del siglo pasado, sino de varios siglos pasados. Sin embargo, solo dista de un par de generaciones. Ahí está, está ahí mismo.

P.—¿Es cuestión de suerte cómo elegimos a quién queremos?

R.—En los encuentros casuales, la mirada se detiene en uno u otro. Esto podría aplicarse a cualquier relación de amistad o amor. Sin embargo, en este caso, tú estás hablando del perro, ese pequeño bóxer, ese cachorrillo. A pesar de ser una niña, ella distingue entre el amor y el deseo. Desea un compañero de clase, pero ama a su perro por encima de todo.

A veces somos elegidos por un perro, una amiga o una buena jefa en un entorno laboral amigable o espantoso. En la vida, nuestros encuentros dependen del azar y la suerte.

P.—Una realidad que se asemeja a la de un padre estricto y un abuelo beligerante. Según ellos, era necesario dejar a las personas "colocaditas". Esto significaba tener un trabajo estable y una carrera. Para las hijas, "colocaditas" implicaba tener un marido, una casa y unos hijos.

R.—”He dejado a mis hijos colocaditos", decía mi abuela mientras observaba todo eso. Tanto ella como mi abuelo se sentían orgullosos de sus logros: él, de su diploma de ingeniero y su trabajo en la empresa que dirigía; ella, de haber criado a sus hijos de manera exitosa. Esta dualidad entre el hogar y la familia, frente al mundo exterior, dejó una profunda huella en mí durante mi infancia. Yo anhelaba ser como mi abuelo, estudiando ingeniería y logrando terminarla. Sin embargo, esta aspiración se ha visto frustrada en numerosas ocasiones. Aunque ella también deseaba estudiar, mi abuela espera pacientemente a que mi abuelo termine primero. Mientras tanto, se desespera y lo peor es que en casa le reprochan constantemente su situación: aún no casarse y seguir viviendo con ellos durante el invierno sin marcharse todavía.

Lo cual es un horror, era una carga para su familia. Ahora, fíjate cómo ha cambiado. No tenía ni 22 años y era una carga para su familia. En cambio, sus hermanos todos estudiaron carreras. Alguno hizo las oposiciones a diplomático y la familia sí que soportaba eso. Pero los dispendios de una joven casadera no.

P.—También encontraste cartas de una niña que escribía a su abuelo y le contaba sobre el descubrimiento de “Reina”, una cachorra de perro.

R.—Fue muy bonito encontrar esa postal entre las que mi abuelo guardaba. Yo pensaba en cómo a Miquel le asustan las olas mientras que a mí me encantan, y también en cómo tenemos un perro boxer. Esta niña quiere compartir con su abuelo el amor que ha encontrado.

P.—Miguel, el hermano enfermizo, es alguien de quien no vamos a hablar mucho, pero vivir esa situación y tener que tomar una decisión es difícil.

R.—Sí, esta novela muestra cómo ciertas enfermedades crónicas afectan las dinámicas familiares. La madre cuida más al niño enfermo y la niña tiene que renunciar a lo que más desea por la salud de su hermano. Es una situación dura.

P.—¿El aroma de los bizcochos vende casas?

R.—Al parecer, es así. Según dicen, al momento de vender tu casa, debes cocinar para lograr que las personas que visitan la propiedad se sientan en un ambiente hogareño y puedan imaginarse viviendo allí.

P.— Si tuvieras tres deseos.

R.—Si me pusiera en el lugar de esta niña, mis tres deseos serían diferentes. En primer lugar, desearía que aquellos a quienes amo no experimentaran ningún tipo de desgaste, incluso si eso significa que no sean inmortales. No estoy revelando nada nuevo con esto. En segundo lugar, me gustaría vivir en la costa, ya que el mar es muy importante para mí. Me encanta entrar al mar de espaldas y usar gafas para evitar que se empañen.

El tercer deseo, me lo reservo.

Sigue la entrevista en Spotify y Youtube.

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