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«Los nazis expoliaron los vinos franceses con consentimiento»

«Los nazis expoliaron los vinos franceses con consentimiento»

"El viñedo de la luna" Carla Montero (Plaza&Janés 2024)

miércoles 01 de mayo de 2024, 20:53h
"Algo que siempre me pregunto respecto a la Segunda Guerra Mundial, es esa relación de los alemanes con el nazismo"

Rosa pasa página, se ha citado con Carla Montero entre libros, concretamente en la Casa del libro de Gran Vía y podríamos haberlo acompañadas de un buen vino, pero lo hemos dejado como excusa para volver a encontrarnos. Este “oficio” de entrevistar, trae consigo conocer a gente encantadora que escribe bonitas historias con un título ya de por sí atractivo. “El viñedo de la luna” (Plaza&Janés 2024)

“Claro que, ahora, en el corazón de aquel lugar, se preguntaba con desasosiego qué pintaba ella allí, temiendo haberse dejado llevar por el arrebato y la precipitación, por un espejismo que se había desvanecido, nada más cruzar la imponente cancela del Domaine de Clair de Lune. Romanticismo, y misterio maridados con un buen vino.

R.—Acabas de resumir perfectamente los ingredientes principales de la novela.

El viñedo es un protagonista más de esta historia, que con todo, no es exactamente una historia sobre vino. No es un tratado de enología, pero si es la ambientación. Hace tiempo que quería escribir algo sobre el vino no solo porque como bebida que a mí me gusta. También porque el vino es mucho más que eso.

P.—El vino es cultura.

R.—Es cultura, es historia, es la bebida más antigua probablemente, como quizá la cerveza. Y estaba segura de que ahí tenía que haber muchas y buenas historias.

P.—Y, a través de Aldara, que es la protagonista, vamos a entrar en ese mundo del vino. Y, ella lo hace como una desconocida. Perdida, como tal vez nos hayamos preguntado nosotros cuando nos encontramos desubicados.

R.—Sí. A través de sus ojos, vamos a entrar en ese mundo del vino en un momento muy especial.

Aldara tiene el síndrome del impostor. Ella es una refugiada de la Guerra Civil, una chica muy jovencita, que además esconde un pasado que cuando se empieza a leer la novela desconocemos pero intuimos, aquí hay algo que ella no quiere contar y por eso tiene miedo. Tiene miedo de que este pasado se rebele, tiene miedo de entrar en un mundo que no es el suyo pero por otro lado está enamorada y todas las locuras se hacen por amor.

P.—Él, Octave De Fonneuve, su marido, parece estarlo también, pero el recibimiento de quién es su suegro, no es el deseado.

R.— Hay que entender la postura del suegro. Auguste, representa esa nobleza más tradicional, más rancia incluso, que está muy orgullosa de quienes son, de sus privilegios, de su apellido. Y yo imagino que de repente llega una mujer desconocida que se presenta como la esposa de tu hijo predilecto, del heredero, de quien has depositado toda tu confianza, todo tu legado. Casado sin consultarle, sin saber qué es realmente. Una chica española, una refugiada.

P.—Sin embargo, a lo largo de la novela, sí que vamos a encontrar que esa distancia, ese enfrentamiento, verbal, se va a ir disolviendo, y van a alcanzar una relación entre ellos dos, de complicidad.

R.—Sí, porque Aldara, a pesar de ser joven, inexperta, y estar asustada, también tiene genio, tiene carácter, es una mujer que la vida la ha forjado con dureza. Y sabe enfrentarse a él, mostrándose como una oponente a la altura de su suegro, y resulta que a él en el fondo le gusta ese carácter de su nuera. Y durante la novela vas viendo esa evolución tan bonita entre ellos.

P.—Arrancas, con una muerte que bien puede ser un accidente, por ese desconocimiento que tenemos de lo que se cuece o se fermenta, nunca mejor dicho, en una bodega.

R.—Sí, es una escena de gancho, que como bien dices, empieza con el cadáver de un soldado alemán en el fondo de una cuba y fermentando efectivamente y que lleva al lector a preguntarse quién es, aparte de ser un soldado alemán, y cómo ha llegado hasta ahí. Y eso se va a ir descubriendo a lo largo de la novela.

P.—Los soldados alemanes, espoleaban todo, también el vino.

R.—Sí, era un poco el principio que tenía el Reich cuando ocupaba los territorios, o sea, apropiarse de la cultura de los pueblos, y en el caso francés, que además era un pueblo al que ellos admiraban muchísimo, a pesar de esa enemistad de vecinos, los respetaban y los admiraban y querían apropiarse de su cultura, de su forma de vivir y en esto por supuesto el vino juega un papel importantísimo.

El vino es parte de la esencia de Francia. Si aquí en España es importante, en Francia es lo más. Y por supuesto el vino es un joya a nivel económico porque luego hay botellas que efectivamente son equivalentes a obras de arte. Dentro de ese proceso de apropiación que inician los nazis, por supuesto el vino es un activo importantísimo.

P.—No solo espoliaban el vino, y se quedaban con las mejores botellas para ciertas celebraciones y ciertos cargos. También espoliaban vino de menor calidad para exportarlo, vino de mesa.

R.— Sí, exactamente. Hablamos de espolio, porque efectivamente lo fue, pero es un espolio con unas características muy particulares que difieren completamente del espolio del arte.

Para empezar, el espolio del arte no fue consentido por los franceses, sin embargo, el espolio del vino en su mayoría sí lo fue y contó con la complicidad de aquellos cuantos componían la cadena del mundo del vino. Entonces se disfrazó como forma de comercio pero no espolio en realidad porque se financiaba con dinero francés.

Cuando los alemanes entran en Francia lo primero que hacen es establecer unos costes de ocupación, aparecen en el tratado que se firma, donde ellos estiman que por estar ocupando el país y por tener que trasladar una administración entera, le cuesta un dinero que no están dispuestos a financiar y que lo tiene que financiar Francia. Los cifran en 5 millones de francos diarios y les hacen una rebaja, porque se consideraban buenas personas, y se lo dejan en 4 millones de francos diarios. Además, devalúan el franco con respecto al marco, con lo cual el negocio es redondo.

Los bodegueros, comerciantes, etc, se enriquecen enormemente vendiendo vino a los alemanes, pero ese dinero procedía de las arcas francesas. Y, como bien dices, ellos pusieron el ojo no solo en las grandes botellas, esas que consideramos tesoros, porque valen cientos, hoy en día incluso, cientos de miles de euros, sino sobre todo el vino, incluso el vino ordinario, el vino de consumo regular, el vino Peleón, que podríamos decir.

P.—Ellos lo utilizaban como un ingreso económico fundamental para comercializar con otros países y luego también para distribuirlo entre sus tropas y mantener la moral.

R.—Por supuesto. El vino era un elemento indispensable para envalentonar a la tropa.

P.—Una cena con 16 platos, 9 horas, 8 botellas y 3 emperadores. Es una anécdota preciosa.

R.—Sí. Me la encontré de casualidad, buscando. Yo quería una especie de tesoro. Quería un vino que fuera realmente especial para que apareciese en la novela y para que fuese efectivamente ese objeto codiciado por los alemanes.

Y buscando, buscando, me encuentro con esta anécdota de la cena de los Tres Emperadores, que tuvo lugar en París en el año 1867 con ocasión de la exposición universal. Y bueno, debía de reunir a tres grandes comilones, que eran Guillermo de Prusia, que fue un poco el instigador el que lo organizó, y decidió invitar a su amigo Alejandro II, el que de entonces era el Zar de Rusia y que venía acompañado por su hijo el futuro Alejandro III. También estaba el canciller Bismarck, no debía de perderse una, sobre todo si había buena comida, buen vino. Escogieron el mejor restaurante de París, el Café Anglais, el mejor chef de entonces, Adolfe Dugléré, una cena a la altura de los invitados con 16 platos.

Yo buscaba una y me encontré con ocho joyas para poner de cebo a los alemanes.

P.—“Sabía a frutos rojos y destacaba la grosella negra, el regaliz y la pimienta con un final fresco y floral” A ver, es que esta descripción del vino me deja maravillada.

R.—Como la mayoría de los mortales, tomamos una copa de vino y como mucho nos sabe a frutos rojos, pero porque todos los tintos saben a frutos rojos. Pero a mí me admira mucho, aquellos que tienen esa especial habilidad de catar los vinos y descubrir todo cuanto hay en él, es verdad que es un entrenamiento brutal que requiere muchísimos años, muchísimos sorbos pero es fascinante.

P.—Barracón número 7, campo de prisioneros. No campo de refugiados. Esa es otra parte de la novela en la que vamos a conocer a los presos franceses a través de las cartas.

R.—Y aquí quiero hacer una puntualización porque es verdad que lleva a confusión, no es campo de concentración. Uno habla de campo de concentración y enseguida, se remite a ese lugar donde metían a los judíos, a los perseguidos políticos, a los comunistas, los homosexuales, etcétera. Y donde realmente las condiciones de la poca vida que tenían allí eran deplorables. Un campo de prisioneros es otra cosa diferente. Los campos de prisioneros, como su propio nombre indica, era para albergar prisioneros de guerra y estaban amparados por la Convención de Ginebra. Entonces, aunque no era, el mejor de los sitios para estar.. Tenían unos mínimos.

Y luego dependía, si eras un oficial o eras un soldado. Los soldados estaban obligados a trabajar, los oficiales por la Convención de Ginebra no. Había algunos que incluso estaban alojados en castillos. Llevaban una vida, dentro de lo que es el estar confinado, una vida relativamente placentera, entre comillas. Dependía también de los campos.

Y efectivamente esto lo vamos a ver a través de la correspondencia que Octave, el marido de Aldara, se intercambia con ella. En cuanto que estalla la Segunda Guerra Mundial, Octave se une al ejército. Una vez que Francia sufre esa derrota tan brutal, en apenas un mes y poco más, es hecho prisionero y él va a pasar la mayor parte de la guerra en prisión y la relación que establece con su mujer es epistolar. Y además va a ser la forma en la que vamos a conocer a este personaje, porque Octave apenas aparece en la novela, un poquito nada más que al principio y enseguida como cae prisionero, a él lo vamos a conocer a través de las cartas.

Era una faceta que quería explorar, la de estos prisioneros de guerra, que me parece más desconocida…

P.—Los alemanes no siempre son un sinónimo de nazismo, también es una parte importante de esta novela.

R.—Sí, es algo que siempre me pregunto respecto a la Segunda Guerra Mundial, es esa relación de los alemanes con el nazismo. La relación del resto del mundo con el nazismo ya la sabemos, pero la de los alemanes. Porque yo me niego a creer que todos los alemanes fueran nazis, o incluso que lo fueran una mayoría….

P.—¿Por qué “El viñedo de la luna”?

R.— La luna tiene mucha importancia para los agricultores y en concreto para el mundo del vino. Tradicionalmente lo veían históricamente, y ahora se vuelve a recuperar esto con todos estos temas de la pura agricultura ecológica y la biodinámica.

P.—Pero de toda la vida los agricultores se fijaban en la luna para cosechar, para podar, para insertar, para todos los trabajos relacionados con el campo, los ciclos lunares eran muy importantes.

R.—Es verdad, los agricultores sabían mirar bien. Una de las cosas que les caracteriza es que se pasaban la mitad del tiempo con la vista al cielo para ver qué venía de allí. Y clamando a veces y otras mal diciendo.

Y, hay un momento de la novela, cuando Aldara está contemplando los viñedos con Octave, y es justo cuando la luz de la luna llena baña esos viñedos, y ella le dice: “la luna es más dueña de los viñedos que tú”.

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