"Si te quieres meter en la piel de estas personas, no hay otra forma que tratar de empatizar y de mirarlas cara a cara que a pie de tierra"
Rosa pasa página charla con el escritor Antonio Soler, Premio Nacional de la Crítica en dos ocasiones, ha publicado "El día del lobo" (Espasa 2024). Su nueva novela nos traslada a la Málaga de 1937 en la que rescata de la memoria un trágico episodio injustamente olvidado.
El autor recrea el bombardeo sobre la población civil que huía por la carretera de Málaga a Almería en febrero del 37 y otros acontecimientos de la contienda a través de la memoria de su propia familia.Una historia autobiográfica.
“Había una vez una ciudad quemada y un invierno frío. Una carretera serpenteante con largas cañas de azúcar a los lados que formaban un pasillo por el que andaban niños extraviados, personas asustadas y heridas. No se sabe cuántos eran los lastimados, ni los niños perdidos. Ellos fueron una batalla más dentro de la guerra. Así sucede siempre en ese asunto de carteristas de la historia y usurpadores profesionales de la verdad”.
P.—Estamos hablando de la masacre más cruenta y la más silenciada. Parte de esta historia era un cuento que siempre te contaba tu abuela, un viaje al infierno donde el lobo siempre andaba acechando.
R.—Le pedía como niño y luego ya de adolescente e incluso de joven que me contara cómo habían vivido la guerra. Claro que, para un niño, la palabra guerra, con todo lo que supone de dimensión de lo desconocido, de la distorsión de la realidad, pues no dejaba de tener un punto de fascinación.
Mi abuela materna con la que tuve muy buena conexión, me iba contando todo lo que vivieron en la guerra, pero ella, se concentraba en un episodio que fue el éxodo que se produjo en Málaga en 1937, ante la amenaza de la llegada del ejército de Franco, la población sale despavorida por la carretera de Almería y por allí salen miles de personas a pie, la mayor parte de ellas y cuando inician ese camino para huir del horror, desde el aire son ametrallados por la aviación italiana y la alemana y desde el mar son bombardeados por tres buques de guerra. Con lo cual aquella gente que intenta huir del horror va a parar a la misma boca del horror.
Mi familia materna hizo parte de ese camino. Mis abuelos maternos, abuelo y abuela, y sus cinco hijos, la mayor de los cuales era mi madre que tenía entonces 18 años, y a partir de ahí pues hasta la menor que podría tener cuatro o cinco años en ese momento y viven una serie de peripecias dramáticas. Parte de esto es lo que lo que cuento en el libro y lo que ocurre antes, cuál es la situación previa para que todo esto tenga sentido y qué ocurre después también con esta familia que realmente no deja de ser el ejemplo de otras miles que viven circunstancias muy parecidas.
P.—Antes de esa huida tu familia se reúne en una asamblea.
R.—Sí, el motivo fundamental de huir es que mi abuelo pertenecía al Partido Socialista y por tanto con las noticias que llegaban de los pueblos, de las ciudades que estaban siendo tomadas por Queipo de Llano y la represión a la que era sometida la gente que había tenido actividad política, deciden que lo más aconsejable era dejar la ciudad, dejar Málaga y aventurarse hacia lo desconocido y ese es el motivo fundamental por el que toda la familia sigue a mi abuelo, toda la familia materna.
P.—Tu abuela materna era enemiga declarada de los sobresaltos revolucionarios.
R.—Sí, era una persona bastante práctica con eso no quiero decir que le diera todo igual desde el punto de vista ideológico, pero no estaba impulsada por la política, es decir, la política no era el motor de su vida como sí parece que lo era el de su marido, el de mi abuelo, que por una cuestión política se queda tuerto, por una cuestión política tiene que abandonar su trabajo, por una cuestión política tiene que dejar su casa, su vida.
Y mi abuela contemporizaba más. Yo la recuerdo y en el libro cito, porque hablo de estas cuestiones, siguiendo día a día la transición española y afirmándose en algo. Es decir, esto es lo que tenía que haber sido siempre, reconciliación, olvidar las disputas. En ese sentido, quiero decir que era bastante práctica.
P.—Tu abuelo Manuel Marcos, era un socialista alimentado con la ensoñación de un mundo justo, algo bastante difícil.
R.—Sí, yo creo que tenía este punto de ideología un tanto naif, de las diferencias, vamos caminando hacia el sueño hecho realidad. Algo de esto, sin ser tan ingenuo, pero sí que era un pastor evangélico en ese sentido.
P.—Tu madre estaba embarazada de 18 años cuando ocurrió todo aquello.
R.—Mi abuelo materno vivía y trabajaba en un pequeño pueblo de la provincia de Málaga y mi madre ya empezaba a venir a la capital para estudiar y allí conoció a mi padre cuando ella tenía apenas 17 años. Mi padre era 11 años mayor que ella, era un hombre alegre, simpático y planean casarse en 1936, cuando mi madre ya tiene 18 años. Finalmente se casan, pero ya ha empezado la guerra, a final de año viene a Madrid como voluntario para combatir con la República. Y mi madre se queda en Málaga ya embarazada. A partir de ahí, en febrero del 37, quedan en bandos distintos. Mi padre queda con la república y mi madre una vez que Málaga es tomada y ella tiene que volver a Málaga, porque no consigue llegar a Almería, queda en el bando nacional. Y la incomunicación dura unos meses hasta que se reactiva a través de la Cruz Roja Internacional que consiguen escribirse.
P.—Papá Ramón era el patriarca.
R.—Yo diría que es el jefe del clan. Un tipo bastante sereno e inteligente y se convierte en una especie de guía espiritual, de consolador, de alguien que ilumina y controla lo que está ocurriendo en el seno de la familia. Parece que era simpatizante de la República, pero poco más. Y consigue que uno de sus hijos, un tío mío, que sí que era militante de la UGT y del Partido Socialista, salga de Málaga y cuando la ciudad cae en poder del ejército de Franco, mi tío lleva unos días escondido, no ha querido huir porque su mujer está a punto de dar a luz y está muy delicada de salud y él decide que hasta que no vea qué ocurre con su mujer y su hijo no va a dejar la ciudad. Cuando ve que todo está estabilizado quien consigue sacarlo de allí es su padre, mi abuelo y huye como en los tebeos prácticamente, en un bidón, en un barco sale rumbo a Italia, llega a Yugoslavia y finalmente se convierte en un exiliado.
P.—Describes esa carretera como una especie de alfombra, hablas de las cañas de azúcar.
R.— Sí, esa es una imagen que me contaba mi madre que decía que era algo que no había desaparecido de su memoria. La gente sale prácticamente con lo puesto y con unos pocos alimentos que pronto se acaban, y la carretera está sembrada de cañas de azúcar. Entonces la gente lo que hace es que va cortando caña y masticando y escupiendo esa fibra que queda, e incluso hay fotografías que se ve el suelo de la carretera blancuzco y es por la caña de azúcar masticada y mi madre recordaba el ruido, la sensación de ir caminando sobre esa especie de alfombra de caña de azúcar masticada.
P.— Algo tan valiente como apagar el faro, prácticamente un suicidio.
R.—Sí. Fue un suicidio. El farero se da cuenta de que la luz de su faro sirve de referencia a los buques de guerra que están bombardeando a la población civil, y durante dos noches decide apagar el faro y de ese modo protege a cientos y a miles de personas que están yendo por esa carretera que va muy paralela al mar. Y las tropas nacionales sublevadas van a por él, le dan una paliza y lo matan.
P.—A medida que avanzas en la escritura los hechos se convierten en ficción y los miembros de la familia en personajes. No escribes desde las alturas, escribes a ras de suelo.
R.—Sí, sí, claro. Además, yo creo que una historia como esta, si te quieres meter en la piel de estas personas, no hay otra forma que tratar de empatizar y mirarlas cara a cara a pie de tierra.
P.—Cuántas historias tienen nuestros mayores que podrían contarnos, y que a veces no queremos escuchar. ¿Cómo es Antonio Soler desde esa historia contada siendo un niño hasta ahora?
R.—Yo creo que al contarse desde adolescente, desde niño, cosas como esta, la vas incorporando que no son intrascendentes, porque cuando te cuentan determinados hechos, como los que aquí aparecen, y te lo está contando una persona que tienes delante, que es familia tuya, no es la guerra del cine, ni de la televisión, te das cuenta de que es algo real y que ha estado muy cerca de ti, que está separado por solo una generación y se incorpora a tu propia memoria, tu propio ADN y la concepción del mundo que ellos han tenido con estas situaciones, esa concepción del mundo en parte se te transmite también y tu mirada se contagia de la mirada de los otros.
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