Rosa pasa página, charla con Andrés Pascual, de su último libro publicado: “El árbol de las palabras” (Espasa 2024) una emocionante novela que recupera los primeros momentos de la presencia española en Guinea.
“En el corazón de África, en cada aldea, el árbol de las palabras era aquél bajo el que se escuchaba a los ancianos, se compartían sueños y se dirimían los conflictos. No tenía por qué ser el más alto, lo más importante era que su sombra invitase a buscar cobijo, y no sólo para protegerse del sol. Los demonios del alma azotaban aún más que el calor, y el mejor remedio para aplacarlos eran las historias que los más viejos narraban con la espalda apoyada en el tronco.
P.—Pero Urí no hablaba de ese árbol, hablaba de unos cuyas hojas fueran palabras.
R.—Qué bonito escucharlo, escuchar estas palabras de tu voz. La verdad es que bueno cuando empiezas a ver que todo es realidad, que ese universo que has creado en tu interior, en tu mente y en tu corazón toma forma, es muy emocionante. Gracias de verdad por compartir este camino conmigo.
P.—Gracias a ti, y aprovecho lo que acabas de decir, ¿se nos antojan esas palabras suspendidas en ese árbol como respuesta?. ¿Como necesidad de buscar refugio?
R.—Todos los seres humanos vamos perdidos por la vida en algún momento. La diferencia es cómo gestionamos esa pérdida. Y siempre nos viene bien tener referencias a las que aferrarnos.
Hay quien se aferra a la familia, hay quien se aferra a sus propósitos y sus metas, hay quien se aferra a sus sueños, que sería algo un poco más etéreo todavía, pero que también nos sirven de vez en cuando de motor y de faro. Y en este caso he fundido todos ellos en este árbol imaginario que, aunque sea conceptual, también tiene una aplicación cotidiana muy clara. Y es que al final necesitamos tener una serie de valores o de virtudes como balizas en el camino de la vida para poder avanzar cuando el mundo se pone un poco cuesta arriba.
P.—Vamos a situarnos en esta historia en el lugar y en 1884, fecha en la que ocurren tres hechos importantes. Una de ellas es cómo repartirse África como si fuera una tarta.
R.—Así es. Esta novela parte de un motor emocional que son mis abuelos y bisabuelos quienes vivieron allí veinte años. Pero la situé en 1884 proque ese año se dieron tres acontecimientos fundamentales que marcaron un antes y un después y que para mí señalan el principio de la colonia como tal. El primero, esa conferencia de Berlín en la cual las potencias europeas, bien lo has dicho, se reparten África como si fuera una tarta sin ninguna vergüenza, con fines exclusivamente comerciales y sin pensar en absoluto en los pobladores de esas tierras.
En segundo lugar, la llegada de los misioneros claretianos, a los cuales mucha gente no conoce porque no son tan populares como otras órdenes.
Yo sí, porque, fíjate qué casualidad, estudié en un colegio mayor de claretianos cuando hice la carrera de Derecho en Pamplona. Al final hay conexiones invisibles en la vida que salen en un momento o en otro.
Y en tercer lugar, la segunda expedición de Manuel Iradier, que es héroe vasco olvidado al que también he querido rescatar, y que se da precisamente en ese año, en 1884, porque lo mandan "In Extremis" para ver si puede arreglar un poco el entuerto que teníamos con la conferencia de Berlín.
P.—Has nombrado a Manuel Iradier. Un héroe, un erudito vitoriano y un fundador de la sociedad: “La exploradora”. Pero no viajó solo, viajó con dos mujeres a las que no obligó a viajar, fueron por voluntad propia.
R.—Maravilla de pregunta. Esto fue en su primer viaje, diez años antes del que yo narro en la novela, aunque lo rescato con flashbacks porque habría que hacer justicia no sólo a Manuel, sino sobre todo a Isabel y a Juliana. Imagínate en 1870 en Vitoria a una chavalilla, por decirlo así cariñosamente, de apenas 20 años que le dice a sus padres, que se va con su novio, al otro extremo del mundo a explorar. En ese momento se casan para poderse marchar.
Para entonces a él todo el mundo le conocía. Desde muy crío, con 14 años, ya impartió su primera conferencia en el ateneo de Vitoria, de forma que no era un desconocido, era un erudito popular en los círculos intelectuales de la ciudad. Pero cómo se quedarían cuando la mujer dice que se va con él.
En la novela he remarcado que se va con él porque quiere irse. Y lo mismo hizo la cuñada, Juliana, a pesar de que era más joven todavía. Y aquí viene anécdota, querida Rosa: en el viaje que yo hice a Guinea Ecuatorial en 2022 para conocer de primera mano, como me gusta hacer siempre los escenarios de las novelas, fui con mi mujer y mi cuñada. Este paralelismo no tiene precio.
P.—¿Cuál fue la labor de Isabel y Juliana?
R.--Ellas iban guiadas por la misma pasión exploradora que Manuel. Querían conocer mundo y en el caso de Isabel, quería ser exploradora como tal, de forma que fue muy frustrante el tener que quedarse en el campamento base, lo cual no quiere decir que no hicieran un trabajo extraordinario.
P.—Llegaban personas del otro mundo a poner un pie en sus playas. A civilizarla.
R.—Muchos de ellos con buenas intenciones. Porque de hecho, si esta novela tuvo un principio creativo, era una pregunta, ¿por qué demonios se marchaban al confín del mundo a una muerte casi segura? Porque en aquel momento morían por las fiebres la mitad de los que llegaban allá, por establecer un porcentaje aproximado. Yo decía para mí que no podía ser por el dinero, por hacer riqueza. O no sólo por eso. A partir de ahí fue cuando empecé a indagar en diferentes perfiles como el del finquero, el del gobernador como expatriado o el de los misioneros. Iban por un propósito superior, para buscar su lugar en el mundo, para entregarse a un sentido superior a ellos mismos como personas.
La verdad es que quiero creer que esa era también su misión, a pesar de que en ocasiones se muestre una conquista o un descubrimiento diferente. Lo planteo sin ninguna intención de generar conflicto porque he escrito esta novela para intentar ver las cosas no solo con los ojos, sino también con el corazón de las personas que lo habitaron antes que nosotros: los nativos.
P.—Lo desconocido, el asombro y el miedo. Los Pamúes, de los que también hablas en tu libro, caníbales que se comen la lengua porque les da el poder de la palabra. Las mamas para hacerse con el poder de la seducción femenina y los órganos genitales para multiplicar el poder del sexo.
R.—Claro, cuando llegan estos barcos atracan y encuentran este tipo de cosas, no cabe en su cabeza que sean personas también. Nos da miedo lo desconocido, y más si es algo tan bruto como comerse a semejantes. Todos, marineros, militares, hablaban y se interesaban sobre los caníbales.
P.—Los Pamúes, tenían un motivo para hacerlo porque era el ritual del guerrero.
R.—Del guerrero, porque la máxima humillación que podía tener un derrotado era que se comieran a aquel que había conseguido ponerse por encima de ti; y también tenía un componente ritual porque consideraban que había tres poderes fundamentales para el ser humano, como es el de la reproducción, el de la seducción y el del sexo, con lo que ello significa también en otros niveles de imposición. Creían que podían favorecerlos a través de ingerir trocitos de ser humano cuidadosamente seleccionados.
P.—Cientos de espíritus de la etnia babi debían de haberse congregado para provocar el naufragio del monstruo de hierro. ÖKKÓ, lo contemplaba asustado, y expectante porque sabe que el mar traerá restos del naufragio que le servirán seguro para algo provechoso.
Y Bella, en la casa del gobernador en Santa Isabel, y la relación que tiene con su padre. Ambos son el hilo conductor de la novela.
R.—Con ÖKKÓ, me pareció que podía ser muy impactante y convulso para él, al igual que en su día para todos los nativos, el ver que de repente venían personas de otro mundo a poner un pie en sus playas. A civilizarla.
Lo más bonito de Bella es que las plantas parten de un propósito heredado, en el sentido de que su padre comprende que está hecha de la misma materia que él.
Bella se ampara en las plantas porque sabe que de esa forma se acerca más a la creación primigenia. Decía el poeta que la naturaleza es el arte de Dios, y ella lo entiende de esa forma. Se deja llevar y a pesar de sufrir tanto como sufre, en esas hojas, en esos pétalos y en esos tallos es donde establece ese contacto. Se siente una con la naturaleza.
P.—Vamos con la parte más emocional para ti, tus ancestros, tu bisabuelo David, que por cierto tengo curiosidad por saber cuál era el oficio de curador colonial. y ¿Qué recuerdas de tus abuelos?
R.—Viví con mis abuelos mucho tiempo y siempre han estado muy presentes en mi vida. El abuelo era muy vitalista, dibujaba muy bien, escribía de maravilla, hablaba en la radio porque tenía una voz portentosa y aparte era abogado, y yo empecé a ejercer con él, en su despacho, cuando él ya pasaba los 80 años, de forma que fíjate si tuvimos oportunidad de compartir charlas de todo tipo. Guinea siempre estuvo presente en casa, porque ellos lo recordaban con esta magia que yo he intentado plasmar en el libro. No es que fuera todo maravilloso, que no lo era; no es que no pasara penurias, que pasaron miles, pero ellos vivían desde la gratitud el haber tenido la gran fortuna de haber habitado un lugar mágico, en un momento en el que consideraban que podían aportar algo. Y es que los abuelos no fueron allí a hacer fortuna.
Mi bisabuelo fue como funcionario, tuvo varios trabajos en el gobierno colonial y terminó siendo subgobernador y curador colonial, que era una especie de defensor del nativo o sea, defendía a los nativos de los abusos de los colonos en el sentido de que gestionaba las contrataciones y muchas veces tenía que ejercer de tutor porque originariamente los nativos ni tan siquiera tenían personalidad jurídica. Imagina cuando llegó allí el bisabuelo. Él era una persona de Soria que quería ser marino. Sus padres le dicen: “pero estás loco, si somos de Soria” y él responde: “pues precisamente por eso voy a ir para adelante”. Y marchó a Valencia, donde se preparó a conciencia para hacerse marino mercante, se hizo cargo de un barco, empezó a recorrer la costa de África, se enamoró del continente y pidió un cargo allá.
El primer cargo que me consta que tuvo, en 1918, fue tenedor de libros del Departamento de Hacienda. Es bonito descubrir que él mismo tuvo que pasar también sus etapas para alcanzar la definitiva que fue la de subgobernador, lo que le permitió hacer cosas buenas. Y esto lo sé porque aparece en libros que he tenido oportunidad de leer. Los nativos acudían a él cuando tenían problemas y le llamaban "papá David". Hay una suerte de cariño hacia mi familia que me encanta haber descubierto.
De hecho, tuve un momento en el que me llegué a preguntar si las historias que contaba eran reales o inventadas, tal y como cuento en una nota al final del libro. Pero un día, asistiendo yo mismo a una de las recaídas que tenían los enfermos de paludismo, como él tuvo, delirando dijo en la cama, tocándose la tripa: “ponedme aquí las hojitas”, que fue la forma en la que unos nativos en una aldea perdida, en mitad de la selva, le curaron. Todo era verdad. Al menos, su verdad.
P.—Hay varias palabras en el libro, aprovechando "el árbol de las palabras", una es sencillez, otra es vida. Dime una palabra que signifique mucho para ti.
R.—En el mundo Bantú y en concreto en la etnia Bubi, la familia tiene una importancia especial, ya que alarga sus brazos hasta aquellas personas que no conocen y con las cuales pueden tener un vínculo quizá pequeñísimo. Aquellas que se quedan solas porque el mar se traga el cayuco de sus padres o porque una enfermedad se los ha llevado. Y precisamente esta responsabilidad es la que hace crecer el vínculo, lo cual es maravilloso.
Ellos dicen que para poner el tejado en una choza lo han tenido que fabricar en el suelo y transportarlo encima de las cabezas del resto, y no podemos llegar a ser lo que somos sin todos aquellos que un día nos encontramos y nos acompañan por el camino de la vida,
P.—“Somos seres maravillosamente incompletos que hemos venido aquí para completarnos con las personas que tenemos al lado.” Qué bonito. Un placer David.
R.— Gracias a ti, un placer conversar contigo y un lujo porque es una maravilla que haya gente como tú que ame tanto los libros y que hable de ellos.
Te invito a que escuches la entrevista completa en Spotify y Youtube.
Fotos: Diego Lafuente-Rosa pasa página
Edición de sonido e imagen: Manuel Muñoz