"Y llega un momento en que los medios dominan a la propia voluntad, arrastran y superan lo que había de diferencia entre el ámbito público y lo privado"
Rosa pasapágina, charlaba hace unos días, con Manuel Rivas a propósito de su nuevo libro: “Detrás del cielo” (Alfaguara 24), entonces ninguno de los dos, él tampoco, estoy segura, sabíamos que iba a recibir el Premio Nacional de las Letras Españolas.
Por suerte he tenido ocasión de darle la enhorabuena que reitero, ahora de nuevo, por tan distinguido premio, en el que el jurado destaca al escritor gallego por su calidad narrativa, su sólida trayectoria y su defensa de la memoria histórica.
“Detrás del cielo”, su última novela, es una suerte de lo mágico y lo coloquial, una denuncia de la depredación social y natural. Una partida de cazadores en busca de un jabalí, casi mitológico a quien llaman "El Solitario”. La niebla no puede ocultar la violencia humana y la no humana.
Es muy temprano y una niebla espesa lo cubre todo. A pie del monte sólo se oye el graznido de los cuervos y las voces de seis cazadores que andan con los preparativos para la batida, mientras aguardan que con suerte y un golpe de brisa el tiempo mejore para batir a un jabalí albino: “El solitario”, que ha sembrado el miedo a los bosques de la comarca de Trasdoceo, Galicia, al que le adjudican la muerte de otro cazador.
La niebla aún no se disipa cuando unos gritos de auxilio, los conducen por un sendero escarpado hasta dos excursionistas, una madre y su hija, que han sufrido un accidente y están a punto de caer por un barranco, y son socorridas por ellos.
Una vez a salvo en el refugio de los cazadores, tienen una conversación que empieza como un intercambio cordial, informativo, y vira hacia una discusión cada vez más tensa entre la chica y uno de ellos, hasta que la violencia verbal estalla y las mujeres, atónitas ante la deriva agresiva del encuentro, deciden marcharse rápidamente de allí.
Ellas se van pero en el aire queda el orgullo herido, una crispación que, a diferencia de la niebla, no se disipa. Fuera, sin embargo, por fin escampa, comienza la batida y, a medida que transcurre, se va cargando más y más de frustración, ira y brutalidad.
Los episodios que se suceden a lo largo de este día, los cuenta Dombodán, un personaje desquiciado y lúcido a la vez cuyo relato nos lleva también a la memoria familiar y los recuerdos dispersos de un medio rural devastado. Y de allí, al club Edén, el prostíbulo donde hasta hace poco trabajaba como jardinero pero al que, desde que la policía precintó el local y detuvo a su propietario, ahora solo va para cuidar el huerto y los secretos que se esconden bajo tierra. Una tierra que ha vivido la corrupción y la depredación social y natural, nacidas todas ellas de la voluntad de dominio de los hombres que impera desde hace años en Trasdoceo, un mundo que se asemeja demasiado a este en el que vivimos.
Los preparativos para una batida de caza que tiene como objetivo una presa mítica cuyos crímenes exigen ser vengados, dan inicio a una obra que transcurre en un territorio que pertenece al orden de la ficción pero que, con sus luces y sombras, y sus bosques, sus peñascos y su mar, se revela como un trasunto de una comarca gallega y, en gran medida, del mundo que habitamos. De los acontecimientos que tienen lugar a lo largo de la jornada de cacería, a los días en que el club Edén aún tenía sus puertas abiertas, pasando por los fragmentos de una memoria rural, el relato de Dombodán zigzaguea en el tiempo, mezcla presente y pasado, las voces de la cuadrilla y aquellas más familiares —el padre, la madre, el padrino— que resuenan todavía en su mente aunque su entorno ya no sea exactamente el mismo. Entre saltos temporales y giros narrativos, Dombo no lo cuenta todo, o lo cuenta, mejor dicho, desde su subjetividad y desde el conocimiento que tiene de todos los rincones de Trasdoceo y de aquellos que lo pueblan. Es allí donde se van trenzando los hilos de una narración que, desecha su linealidad, deja al descubierto la deriva de una comarca que huele a pequeño infierno, y en la que la codicia humana deviene en dominación, explotación, depredación y el paulatino declive de especies, saberes y valores.
P.—Entiendo que "la niebla" es un personaje, puede que incluso la protagonista de esta historia.
R.—Está bien visto. Por lo menos al principio la niebla es un personaje, que tiene intención. Como si fuera un acto de resistencia de la naturaleza que quisiera frenar lo que va a pasar, quisiera contener, digamos, que se desate la historia.
P.—¿Qué les une a estos seis cazadores?
R.—Son personajes que tienen mucho en común, pero también cada uno tiene su matiz. A mí me parece muy importante la literatura, para eso hacemos literatura, por eso es necesario, porque hay cosas que solo se pueden contar gracias a la literatura, entonces en esos personajes, en ellos también hay contradicciones, también hay lucha y cada uno tiene un matiz, aunque hay también cosas en común.
Y creo que en común, lo que hay es una especie de argamasa del machismo, y supone también una pulsión de dominar a otras personas, pero también dominar la naturaleza, Dominar a los seres vivos en general.
P.—El jabalí también es un símbolo. Creo que esta novela está llena de símbolos.
R.—Sí, hay como una dimensión simbólica. Y está lo real y lo imaginario también continuamente relacionándose, porque además, mi idea de imaginación no es una fuga de la realidad, al contrario es una forma de ver mejor la realidad, de ver esas zonas ocultas, oscuras, esas zonas de sombra y claridad.
El jabalí tiene un nombre propio, un detalle importante porque pertenece también otra fase digamos de la civilización de la historia, cuando los animales aún se les ponía nombre. Por ejemplo Moby Dick y que es la última ballena que lleva nombre, pero ya empieza la caza industrial de la ballena y en esa aceleración es lo que podríamos llamar depredación, la conquista y la dominación de la naturaleza.
P.—La depredación tanto humana, como animal, pero, ¿no crees que el hombre es el mayor depredador del mundo?
R.— Lo que ocurre también es que cada vez la maquinaria es más potente, la maquinaria de depredación. Y también los medios. Y llega un momento en que los medios dominan a la propia voluntad, arrastran y superan lo que había de diferencia entre el ámbito público y lo privado.
Y también el tiempo personal, el tiempo privado, el tiempo interior, acaba convirtiéndose también en un tiempo de especulación. Y claro, con la naturaleza tiene otros ritmos y es una relación hoy, podríamos decir, prácticamente bélica. Si. Guerra contra la naturaleza.
Escuchar a Manuel Rivas, es una delicia. Te invito a que sigas la entrevista en Spotify y Youtube.
Fotos: Rosa pasa página
Edición de sonido e imagen: Manuel Muñoz