" Tatuarse, es tener heridas visibles, sobre cosas que te han venido pasando en tu vida"
Víctor Elías, actor y músico, publica “#yosostenido. Historia de un juguete casi roto” (Planeta 2024) La cita tiene lugar en la propia editorial. Al salir del ascensor, me encuentro con él, e inmediatamente viajo a Guille, al personaje que interpreta en la serie de Los Serrano, en una familia ficticia y en la que se refugia, porque siempre es mejor que la suya.
Tiene la mirada y el semblante serio, pero yo solo veo valentía, la de contar aquello que ha vivido y sufrido, y la necesidad de perdonar.
“Cuando eres un crío, tu mundo depende de tus padres. Y en mi caso, dependía en extremo. Ellos me inculcaron el amor por lo que hacían, por lo que hacemos. Y también sus miedos, sus dudas, sus certezas. Pero tardé mucho en entender esto. Y era que mi verdad no tenía por qué coincidir con la suya”
P.—Tu verdad no tenía porqué coincidir con la de tus padres, pero ¿cuál era tu verdad?
R.—Mi verdad, creo que es la que narro, porque no hay otra más que esta. Cuando digo que no tiene que coincidir con la de los padres, es porque a veces lo que dicen los padres, nos condiciona en exceso y en mi caso ha condicionado ciertas cosas muy positivas y otras no.
Y en esa capacidad de poder buscar la propia verdad de cada uno, es cuando van pasando los años.
P.—Has hecho introspectiva de tu infancia. Analizas, la posible causalidad en el hecho de que tu padre fuera hijo único, y que tu madre también lo fuera, al igual que tú, y de cómo eso pudiera condicionar lo que haces.
R.—Al final siempre caemos en la duda, cuando sin querer los padres o las parejas, las amistades, redimimos patrones de los cuales nos hemos quejado.
Y te planteas si el patrón bien sea ascendente, descendente o horizontal, tiene algo que ver. Yo creo que esa es una duda que está bien plantearse para saber si el problema es de uno.
P.—Tus padres eran dos ciclones, que desataron una tempestad. Y tú siendo un niño, considerabas que eras el origen de la tormenta.
R.—Sí, yo creo que esto es algo que le pasa a todos los niños, y es lo que intento reflejar en el libro. Niños con esos problemas. Ese llamamiento a la normalidad en el que los niños, los adolescentes, no sientan vergüenza por ciertos problemas que a veces se viven en casa, porque luego de mayores no somos capaces de contarlo porque sentimos vergüenza.
Que somos muy modernos para unas cosas y hay otras que parece que nos escandalizan. Algo tan horrible como el maltrato, donde todavía a la víctima le da vergüenza denunciar.
P.—¿Detrás del éxito que muchos se empeñan en exhibir públicamente, es necesario contar o denunciar aquello no tan bueno, que también ocurre?
R.—Justo, buscamos mostrar momentos idílicos que no son reales, y no dudo que también los hay, pero creo que nos falta un poco de verdad y lo único que nos va a hacer normalizar muchas situaciones, es precisamente normalizar la salud mental.
Darnos cuenta de que cuando tienes ese problema no estás solo, que existe mucha gente igual que tú, y si eso fuera así, sería mucho más fácil contactar con alguien que te entendiera a la perfección, porque evidentemente nadie ayuda mejor a otro que el que ha pasado por esa situación. Y de ahí todos los grupos de apoyo y de terapia donde apoyarse para superar adicciones, duelos, situaciones difíciles.
P.—No sirve que tus padres fueran adictos, porque tu madre tuviera una madre con delirio paranoico diagnosticado. Tampoco que tu padre con nueve años ya era un niño prodigio. Eso no justifica que tus padres fueran adictos como tampoco lo seas tú.
R.—A lo largo de nuestra vida buscamos excusas para culpar a los demás de lo que te está ocurriendo. Y evidentemente la adicción es una enfermedad muy dura de la que cuesta mucho salir, que a veces puedes y a veces no, porque la vida te sigue pisando y no te lo permite, pero si es verdad que a la hora de consumir y de tomar ese primer contacto con la sustancia que es el que te deriva en muchos más, al final la elección está en uno mismo, nadie tiene la culpa por mucho que te empeñes en buscar un culpable.
P.—Hay muchas adicciones que no las reconocemos como tales. No solo la droga, también la adición al trabajo, al alcohol que lo tenemos normalizado.
R.—Por lo que he podido aprender, eres adicto en el momento que no eres capaz de realizar ciertas actividades sin la sustancia. Y aquí puedo meter sustancias, puedo poner sexo, puedo poner comida, puedo poner deporte, puedo poner trabajo.
P.—¿En qué momento decides dejarlo?
R.— En el momento en el que me falto al respeto a mi pasión más absoluta, que es la música.
Cuando veo que le estoy faltando al respeto a la profesión, a mí mismo, a mi camino y a mi constancia, me empiezo a dar cuenta que tengo un problema
P.—¿Tatuarse es una adición?
R.—Sí, totalmente hay algo ahí que no sabes por qué, que duele pero gusta y es tener heridas visibles, sobre cosas que te han venido pasando en tu vida. Yo, todos mis tatuajes tienen un significado muy concreto.
P.—¿Cuál fue tu primer tatuaje?
R.— El primer tatuaje fue una clave de sol, que pensé que no me iba a hacer más. Y después seguí porque el cuerpo empieza a ver los sitios vacíos.
P.—¿A dónde vamos si te digo: “Muñequita linda” y el teclado de un piano?
R.—A ese click con el piano, y saber que quería que ese objeto estuviera el resto de mi vida conmigo.
P.—Tu madre era una mujer muy querida y una buenísima actriz, quizás te sirviera para hacer un papel que alguien necesitaba en ese momento. No sé si llamarlo oportunidad o enchufe?
R.— Yo creo que fue una oportunidad. Evidentemente que mi madre fuera actriz me hizo conocer el medio y tuve esa oportunidad, pero podría igualmente por ser hijo de un constructor.
Y aquí viene esa primera reflexión hacía sobre que tu verdad, la de tus padres, no es la tuya, y conoces un medio que te empieza a gustar, como una manera de jugar.
P.—Sin embargo conoces dos medios, los tienes en casa y te inclinas más sobre el medio musical, pero hay un diálogo en el libro en el que estás hablando con tu padre y te dice: “ya ganas lo suficiente por actuar, no necesitas ser músico”
R.—Sí, bueno, esa frase con los años me he dado cuenta que no tenía una connotación tan negativa como yo la vi en su momento, porque al final lo único que estaba intentando era protegerme para que hiciera una carrera que fuera más estable. Pero al final, giró en un sí afirmativo enorme.
Sin olvidar que los “noes” también nos enseñan.
P.—“Los escenarios huelen a madera, a foco y a filtro quemados"¿A qué huele un libro cuyo contenido eres tú?
R.—Huele a... a expectación y a miedos evidentemente.
P.—¿Hay algún capítulo que te haya costado más?
R.—Sí, el de Papá y Mamá, solo lo he leído una vez. Duele leerlo y creo que no es necesario regocijarte en el barro. Simplemente tenía que contarlo y lo he hecho.
P.—Tus padres ya no están, pero si aún siguieran viviendo, a la hora de publicar el libro, ¿lo habrías enfocado de otra manera?.
R.—Esto es como todo. Los libros de historia se pueden escribir porque los personajes no están vivos.
Y esta historia no deja de ser mi historia. Por eso en el libro hago mucho hincapié en el perdón y en lo consciente que soy de todo lo que ellos hicieron, porque se podría escribir un “yo sostenido” de cada uno de ellos también. Y creo que se podría escribir un “yo sostenido” de cada persona.
Pero intento hacer mucho hincapié de todo lo que yo viví, como yo lo viví. No es ni que ellos fueron buenos ni que ellos fueron malos. Fue lo que a mí me provocó eso. Que me hizo sentir a mí.
P.—Paco Calvo, El Ruiseñor, Pepa Flores... Niños de los que cuentas en tu libro, que son niños explotados, en una infancia no vivida. Una infancia que se supone que lo tienes todo, pero en realidad no tienes nada.
R.—Es una infancia distinta totalmente y evidentemente no es la que consideramos normal. Por mucho que parezca algo envidiable.
P.—Claro, habría que analizar qué es lo normal.
R.—Claro, ese es el tema, qué es lo normal para un niño. Porque nos fijamos mucho en las estrellas televisivas, pero habría que fijarse también en todos los niños que son deportistas de élite, desde que tienen 8, 9 años, ya están obligados a una vida diferente. Y lo que comienza con un juego, se va haciendo grande.
Y la crítica y el problema viene cuando este niño decide hacer su vida y dejar de jugar y es la sociedad la que si no has cumplido con sus expectativas la que no te permite de alguna manera dejarlo.
P.—¿Tú crees que ahora se asimila mejor la fama?
R.— Yo creo que ahora es peor. Porque tenemos herramientas para potenciar, que antes no teníamos. Y ahora es mucho más rápido. Un simple capítulo en Netflix en otro lugar del mundo y la gente pasa de tener 20.000 seguidores a tener millones de seguidores.
P.—Tienes tanto éxito que te reclaman de todos los sitios para seguir actuando, en series, películas, etc. Al tiempo que tu madre es menos solicitada, ella está en la madurez como actriz, y surgen la envidia, los celos.
R.—Es una parte totalmente lógica y normal, el aprendiz supera al maestro, no necesariamente en calidad, sino por un recorrido lógico. El de olvidarse de ella, por pensar en mí. Y cuando se quiere dar cuenta, está en el mismo medio, pero sin ser ella.
Y es una cosa que entiendo y que debía haber hablado, y vuelvo a los tabúes, eso tan importante de: cuéntame con qué te sientes en ese momento.
P.—Tus tíos y tus primos, tu familia adoptiva y real, viviendo aún tus padres. ¿Cómo pudo ser?
R.—Después de la denuncia, se pone en el aire, mi custodia. Y ahí es donde aparecen mis tíos, porque ya eran un poco medio conscientes del problema que había y estaban un poco con el ojo echado para ver hacia dónde derivará eso. Y cuando vieron que derivó hacia que mi custodia se quedara en el aire, vieron que era el momento. Y adoptarme fue de una enorme generosidad.
P.—Los Serrano, cuando la serie termina, imagino que notas esa falta, porque mientras grababan, tenías una vida normal, dentro de una irrealidad, que a ti te daba paz.
R.—En mi caso pude encontrarme con esa pasión y esa vocación por la música. Por lo tanto estuvo bien terminar esa etapa, y poder dedicarme a otra.
P.—¿Qué relación hay con el resto del equipo?
R.—Buenísima, no todos tenemos el mismo contacto, pero si hay esta cosa de que si te ves hay un cariño y algo de haber vivido una época muy especial los unos, para los otros.
P.—Ana Guerra, el amor de tu vida. Nadie salva a nadie.
R.—Exacto. Porque lo que hace que esta pareja funcione es que ninguno de los dos ha salvado al otro. Los dos hemos llegado ya con las heridas prácticamente curadas y eso es lo que ha hecho que nos podamos entender, querer y dar cariño el uno al otro.
P.—¿Cómo disfrutas más, siendo actor o músico?
R.—Disfruto más como músico.
P.—¿Te has reconciliado contigo mismo?
R.—Estoy en ello. Siempre queda un resquicio, pero me prometo evidentemente esa reconciliación. El libro desde luego lo escribo desde un auto perdón muy grande. Aunque siempre quedan cosas ahí que a veces es simplemente aprender a convivir con ellas.
P.—Has dicho auto perdón, necesitas primero perdonarte, y luego perdonar a tus padres si es que crees que debes de hacerlo.
R.—Primero tengo que perdonar en ascendente por si en algún momento me planteé que eso podía ser lo que había hecho que yo lo hiciera mal. Y al perdonar hacia arriba y darme cuenta que no, pues claro, me tengo que perdonar a mí.
Entonces, hay ciertas cosas con las que aprendes a convivir, y hay piedras que no pisaría. Pero al igual que no me arrepiento de lo que he vivido, si hay cosas que pienso que lo podría haber hecho de otra forma. Y a fecha de hoy todavía pues me reconcome la cabeza ciertas cosas, pero todo me ha traído aquí.
P.—¿Salir de tu adicción, no te parece que es una superación tremenda?
R.—Sí, cuesta. Lo que pasa es que cuando tienes algo tan claro, que en mi caso ha sido la música, y que sabes que eso está por encima de todo y que es lo que más feliz te hace y es un objetivo y una pasión, pues cuesta mucho menos. Porque tienes algo a lo que agarrarte.
P.—¿Y si en algún momento te tambaleas y quieres volver al otro lado?
R.—Pues en mi caso, me siento al piano otra vez y vuelvo a recordarlo.
P.—¿Un sostenido, es una alteración que eleva un semitono?
R.—Yo he sostenido la alteración de la nota durante estos años y a la vez la protección de toda la gente que ha hecho que aunque me tambaleara nunca llegara a caerme.
P.—Para terminar, a mi me parece un ejercicio de valentía contar tu vida, esa desnudez ante todo el mundo. ¿Cómo lo ves, después de ver tu historia publicada?
R.—Es verdad que con la función lo controlaba yo, porque estamos en un teatro de 120 butacas porque yo veo la cara de la gente, veo la reacción, y entonces elijo dónde quiero quedarme más y dónde quiero ir más rápido.
Y verlo en formato de libro, es bueno, aceptando que no se puede normalizar algo y luchar por una verdad y pretender ser puro sin estar desnudo.
Al final hay una crudeza, y una realidad. Me podría haber saltado varios capítulos y la historia hubiera sido más o menos la misma. Pero entonces no se habría entendido por qué valoro tanto lo que tengo ahora.
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Entrevista: Rosa pasa página
Fotografías: Javier Ocaña. Rosa pasa página
Edición de sonido: Manuel Muñoz