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«Pecados es mi forma de hacerme presente en la novela con un personaje que no sea yo, pero que pueda ser yo»

«Pecados es mi forma de hacerme presente en la novela con un personaje que no sea yo, pero que pueda ser yo»

"Libro de Pecados" Esteban González Pons

lunes 02 de junio de 2025, 19:21h
"Lo peor de la banalización de la corrupción es que vuelve inatacables a los poderosos"

Esteban González Pons, vicepresidente del Parlamento Europeo y escritor, regresa con Libro de Pecados (Espasa, 2025), una novela intensa que desnuda la crueldad del poder político cuando se mezcla con la pasión amorosa. En esta ficción aguda y sin concesiones, Pons explora cómo el deseo y la ambición pueden destruir tanto a quienes lo sienten como a quienes los rodean. Hablamos con él sobre la corrosiva relación entre amor y poder, y las heridas que deja la política en lo más íntimo.

“Dos políticos no pueden enamorarse y si se enamoran no pueden vivir ese amor, pues deben saber que cualquier día uno recibirá la orden de asesinar al otro y que no dudará en cumplirla si es un verdadero político”

P.—¿Quién pone voz a este párrafo que acabo de leer?

R.—La voz en concreto de las frases que has leído la pone ella. Ella es Blanca Vilallonga. En la carta que escribe para despedirse de él, pero podría ser también la voz del narrador. Yo creo que es la voz de toda la obra. Un político no puede enamorarse de otro, porque tarde o temprano tendrá que elegir entre poder y amor, y siempre elegirá al poder. El amor en política compite siempre con la ansiedad de poder.

P.—¿Por qué esas dos fuerzas no pueden coexistir? ¿Por qué se destruyen mutuamente?

R.—La política es una competición decente, civilizada, por el poder, en la que no hay equipos. Es un deporte individual. Por más que nos agrupemos en partidos políticos o en grupos parlamentarios, cada competidor tiene su carrera personal y su ambición personal. No existen ambiciones de equipo. Existen equipos ambiciosos. Por lo tanto, en política se producen enamoramientos como en cualquier otro escenario de la vida, como en los hospitales, como en los supermercados, como en las universidades, como en las comisarías, como en las oficinas. Pero los amores en política se producen dentro de un entorno en el que la competencia individual por el poder es descarnada y por lo tanto, tarde o temprano, todo político tiene que elegir entre el amor o el poder y si es un verdadero político siempre elige el poder.

P.—¿Tal y como está estructurada la política, castiga especialmente al amor verdadero cuando nace entre dos iguales en poder?

R.— El amor verdadero cuando nace entre dos iguales en poder exige que como mínimo que uno de los dos se sacrifique, y deje la política.

Porque si los dos siguen compitiendo, tarde o temprano ese amor morirá. Yo he conocido casos, sobre todo en los países nórdicos, en concreto uno en Finlandia y otro en Suecia, en el cual dos políticos importantes se enamoraron entre ellos, y finalmente para que el amor pudiera sobrevivir, uno de los miembros de la pareja tuvo que dejar la política, y el otro continuar. Digamos que la política se parece a la competición de gladiadores en el circo romano, de manera más civilizada y desde luego de manera decente. Al final, si te haces amigo o amante de otro gladiador, habrá un día en el que te enfrentarás a él en la arena, y habrá un día en el que el dedo del emperador indicará hacia abajo y habrá un día en el que lo, o la, tendrá que matar.


Por eso el amor en política está abocado a la tragedia y si dos personas se enamoran en política y quieren que ese amor viva, lo natural es que uno de los dos o los dos dejen la arena del circo, dejen la política.

P.—En estos dos casos que conoces personalmente, uno de los dos tuvo que dejar la política, pero; ¿triunfó el amor?

R.—Sí, en los dos ejemplos que he dicho son dos casos de éxito. Por ejemplo, el caso que yo he vivido más de cerca fue el del vicepresidente de la Comisión Europea, ex primer ministro finlandés, Katainen, cuya mujer decidió entrar en política y él, teniendo todas las opciones para ser el siguiente presidente de la Comisión Europea, hablándolo con su mujer, para que su matrimonio, su pareja y su amor funcionaran, entendió que al entrar ella debía salir. Y hoy Katainen, es un personaje civil, anónimo, fuera de los focos de la política, y su mujer una importante política finlandesa.

Este caso es para mí muy conocido, porque yo soy amigo de ellos, y en el que he visto claramente cómo, para que el amor sobreviva, siempre tenía que estar uno de los dos fuera de la política.

P.—¿La diferencia entre dos personas que se aman y el ansía de poder, ocurre en todos los escenarios posibles, pero en política la barrera es infranqueable?

R—Sí, ocurre también en el resto de escenarios cotidianos. En las oficinas también hay ambición de poder. La hay en el Vaticano, en los cónclaves, lo queramos o no.
Lo que pasa es que, en cualquier otro escenario que no sea el político, la ambición de poder se disfraza de otras cosas. Mientras que, en política, esa ambición es químicamente pura. El político quiere el poder porque quiere el poder. Y por eso está en política.
Por lo tanto, en política, esa competencia entre poder —o ambición— y amor, que se produce en todos los escenarios de la vida, es más sangrienta, porque la ambición de poder, en política, es químicamente pura.


Meterse en política es sacrificar muchas cosas de la vida, algo que solo se hace si se tiene una ambición muy transparente, muy depurada. Y cuando esa ambición se enfrenta al amor, la batalla, la guerra, es a muerte.

Por lo tanto, digamos que amor y política conviven en una contradicción que es común a otros escenarios de la vida, pero que en ningún otro se presenta con esta pureza química con que se presenta en la política.

P.—Abriamos la entrevista con Blanca Vilallonga, ella es alcaldesa, una mujer en llamas desde la adolescencia. Y en ella la política es natural por la clase social a la que pertenece.

R.—Porque en las ciudades medianas, el pertenecer a una determinada clase social conlleva vivir la política de forma natural, de forma propia, utilizando el término propio no como sentido de propiedad, sino como sentido de apropiado. Quienes dirigen Almarjal, que es la ciudad, siempre la han dirigido, y ya pertenece a una de esas familias, por lo tanto, está acostumbrada a que en su familia la política sea una de los temas de conversación y de los asuntos de los que se ocupan los mayores. Ella es una mujer enamorada que entra en política con la naturalidad con la que entra en política quienes pertenecen a la clase alta, y en la política arde, se acaba quemando, incluso en sentido literal. No diría yo que es una víctima porque tiene el privilegio de poder protagonizar su propia pasión.

No es arrastrada, voluntariamente se mete en su hoguera. Sabe lo que quiere, sabe el precio que paga y decide pagarlo hasta el último céntimo.

P.—Digamos que es un suicidio. Por lo tanto, tal y como perfila este personaje,¿ no es una crítica al castigo sistemático que sufre por ser mujer?. ¿Sabe como mujer lo que hace?

R.—Sí. Desde luego, en política, las mujeres siguen sufriendo profundas desigualdades. Desigualdades que no están en el trato, ni en las oportunidades, sino en el trasfondo, en el subconsciente del poder.

Pero en el caso de Blanca Vilallonga, a quien llaman Bo Derek, no he tenido la intención de denunciar ningún tipo de debilidad en la presencia de la mujer en política. Creo que, quizás, es el personaje más libre de cuantos aparece en la novela. Es el personaje que más en paz está con sus propios sentimientos y con su propia personalidad. Es muy consciente de lo que hace en todo momento. Yo creo que es la dueña de la novela.

P.—¿Crees que la política española está preparada para las mujeres?

R.—Sí, tanto la política española, como la política europea están perfectamente preparadas para las mujeres y si las comparamos con otros países del mundo, no hay ningún otro lugar en el que las mujeres hayan llegado más lejos como en la política española. No obstante, aún queda trecho por recorrer. Pero hoy, no diría que para una mujer su condición sea una limitación, en España a la hora de dedicarse a la política.

No podría decir que hay una igualdad real y efectiva porque no la hay, pero esas desigualdades hoy tienen que ver más con los prejuicios inconscientes del poder que con las oportunidades. Incluso, si me apura, hoy una mujer casi tiene más oportunidades que un hombre, porque para muchos puestos es necesario el equilibrio de género, porque no creo que esa sea una mala opción, pero hace que haya hombres perfectamente preparados, porque los hombres por número se preparan mucho, queden descartados, porque su cuota se ha reducido a la mitad, pero bueno, quien paga eso tiene que saber que su género durante miles y miles de años se ha venido beneficiando de otra cuota, o sea que, en definitiva, creo que las mujeres hoy en España tienen las mismas oportunidades que los hombres en política, sí. Pero la política no es igual para las mujeres.

P.—Madelman, el hombre como máscara, me pregunto si era político antes de ser humano.

R.—Madelman fue un ser humano para mí antes que político. Al principio, en el origen de la novela, había un reto que me propone mi editora, después de leer un par de novelas de mujeres, algún premio Nobel, sobre mujeres adultas que retratan los problemas, los dramas, las necesidades, las inquietudes a las que se enfrentan las mujeres de 30, 40, 50, 60 años hoy en día.

Mi editora me dijo, no existe el retrato del contrario, o sea, no existe el retrato del macho. Sabemos cómo sufre una mujer de 50 años o de 40 años, una mujer divorciada, una mujer sola, una mujer abandonada, una mujer maltratada, una mujer ignorada, una mujer que ha sacado adelante a sus hijos, todo eso lo sabemos, pero del macho solo tenemos la máscara, porque normalmente está ausente en esas novelas, normalmente no se le ve, es un hombre, es una sombra, es alguien que viene y se va, es alguien que está casado, no sabemos mucho de él y mi editora me propuso intentar retratar cómo es ese hombre.

De ahí nació Madelman. Luego fui abandonando esta pretensión que queda para otra futura obra, pero intenté retratar el clásico varón con el que me he encontrado a lo largo de mi carrera miles de veces y probablemente sea mi propio retrato en muchas cosas, porque no dejo de ser un hombre de 60 años, conservador, con el servicio militar cumplido, carrera prolongada, espacio en la política europea. No sé si tendré algo también de Madelman.

He intentado retratar a esa pareja de las mujeres contemporáneas que vivió, que sufrió, que admiró el poder de su padre, que sabe que ha sido destronado, pero que se resiste a ser definitivamente destronado, que aún quiere afirmarse como macho cuando ya cualquier afirmación de su machismo, por más dolor que causa, no deja de ponerlo en ridículo. No he llegado a hacer ese retrato del compañero de las mujeres de hoy, pero lo he despunteado y lo dejo para próximas obras.

Me ha servido para dibujar un prototipo político muy abundante en los partidos de izquierda y de derecha en España.

P.—Con un nombre totalmente intencionado, Madelman.

R.—Por supuesto. Madelman era el muñeco con el que jugábamos de pequeños. Era la figura a la que nuestros padres nos invitaban a imitar.

Madelman era nuestro padre en pequeñito. El rey de la casa en pequeñito. Y así como a nuestras hermanas les daban muñecas, a nosotros nos daban exploradores, soldados, aventureros, guerrilleros. Y esa nostalgia del Madelman nos ha quedado a todos los que hoy tenemos más de 45, 50 años.

P.— Pecados, da título al libro. Es un periodista travestido, desahuciado. Me pregunto por qué le confía la narración a alguien tan herido. No sé si lo necesitaba impuro para que pudiera decir la verdad.

R.—Porque alterando las características, el narrador soy yo y al final no hay un hombre de mi edad que no tenga el cuerpo cosido a cicatrices y que no tenga el alma partida en mil contradicciones, que no se ha decepcionado a sí mismo en un millar de ocasiones y que no esté ya de retirada de la vida por más que al cumplir años y años vaya enamorándose cada vez más de la vida y menos de los vivos.

Pecados es mi forma de hacerme presente en la novela con un personaje que no sea yo, pero que pueda ser yo. Y sus contradicciones son distintas de las mías, pero al final, cuando se llega a mi edad, se ha vivido tanta política, se ha leído tanta literatura y se ha intentado tantas veces escribir, surge esta complejidad que muestra Pecados. Yo soy Pecados, distinto, pero Pecados.

P.--Es un personaje que exige, él tiene sus intereses.

R.—Él es un observador. Quería ser escritor y acabó siendo escritora. Él ha aceptado la vida como le ha venido porque en el fondo el verdadero amor, el amor más puro de todos los que hay dentro de la obra, es el que siente pecados por Madelman. No hay otro amor más puro en la obra. Él es muy generoso, pero cuidado, también es malo. También juega su partida para conseguir sus objetivos fuera de la política porque él no es un político.

P.—¿Qué le duele más como autor? ¿Ver cómo se banaliza la corrupción o cómo se normaliza la crueldad emocional?

R.—Las dos cosas. Lo peor de la banalización de la corrupción es que vuelve inatacables a los poderosos.

Lo peor de la banalización de la corrupción no es, y eso es muy grave, lo que supone de trastorno moral en una democracia, sino que el poderoso cuya corrupción se banaliza acaba perpetuándose en el poder. La banalización de la corrupción perpetúa el poder corrupto.

Y en cuanto a la crueldad, para mí es equivalente al crimen.

La crueldad y el asesinato van muy parejos, solo que una produce menos sangre que el otro, pero estoy harto de cruzarme con personas muertas por dentro, para las que la crueldad ha sido el arma de su muerte interior. Adoro a aquellos que han tenido la fortuna de vivir sin sufrir crueldad y que por lo tanto tengan los años que tengan y esté como esté su cuerpo, han tenido la fortuna de vivir sin sufrir crueldad y sigan extraordinariamente vivos en cualquier y en todo tiempo. Siento que el ser humano, con tanto que ha adelantado, hay muchas cosas de las que no sabe escaparse.



Por eso siguen siendo actuales las tragedias de Shakespeare o por eso sigue siendo actual la figura del Quijote, porque en el fondo somos los mismos y no hay un drama que hoy puedas decir este se escribió en el barroco, pero ya no tendría sentido, cambia el lenguaje, las modas, la extensión de la obra, pero siguen teniendo plena validez las obras del barroco o de cualquier tiempo anterior. Por lo tanto, no puedes rastrear una prelación entre dragones. Todos los dragones son iguales de peligrosos.

P.—Diríamos, por tanto, que existe una corrupción emocional silenciosa, íntima, devastadora, mucho más grave que una crisis económica.

R.—La crisis económica puede acabar no dándonos de comer, o sea, grave es muy grave. Volvemos a las prelaciones, pero sí, existe una corrupción emocional. De hecho, una de las historias de la novela es que la venganza entre políticos utilizando el poder es corrupción. Es que un político que utiliza su poder para destruir a otro político porque le fue infiel, porque se rompió su amor, porque hay alguna distancia entre ellos, porque ya no se quiere, es un político tan corrupto como el que directamente roba.

Hay una corrupción de los sentimientos que también afecta a la política. A mí me choca, pero claro, yo soy político también. A mí me choca que la gente nos vea a los políticos como personajes de una serie, como que nuestro rol somos nosotros. En política hay el que hace de mamporrero, el que hace de listo, el que hace de guapo, el que el que
hace de paterfamilias, hasta el que hace de jardinero y tú tienes que jugar ese rol y luego la gente por la calle cree que tú eres el que sale en el telediario, no es verdad, tú eres, tú representas en el telediario el papel que te toca dentro del partido político.

Entonces, una de las cosas que sí que pretendo es que la gente sepa que los políticos somos personas y que tenemos problemas, sufrimos dramas y tenemos sentimientos. Que hay un ser humano cuando se apaga la luz y se sale de la oficina que le pasan las mismas cosas que a los demás. Entonces, esa condición de ser sintiente del político, ¿puede corromperse? Si.

Por tanto: ¿hay corrupción sentimental? Sí, claro que la hay.

P.—¿El sexo representa amor, violencia, transacción o castigo? O puede representarlo todo.

R.—Puede representarlo todo. El sexo es una vía de expresión de nuestros sentimientos, como la voz, como las manos, como la mirada. Igual que la voz, las manos o la mirada, puede expresar amor, puede expresar odio, puede expresar poder, puede expresar agresividad.

Una mano te puede acariciar y te puede golpear, una boca te puede besar y te puede morder, la voz puede darte una orden o puede decirte un te quiero. Y el sexo es exactamente lo mismo. El sexo puede representar un cariño infinito, puede ser un juego o al final puede ser una forma de dominación. Es la vía por la cual nosotros dejamos entrar y salir a quien queremos o entra y sale sin pedirnos permiso a cualquiera de nuestro cuerpo.

P.—La novela está ambientada en Almarjal. Es una ciudad reconocible. ¿Por qué crear este territorio de ficción para hablar de verdades tan próximas?

R.—Almarjal es mi Vetusta. Todo el mundo sabe qué ciudad es Vetusta. Así me lavo un poco las manos…

P.— Vamos con el subtítulo: “Cuando dos animales políticos son arrastrados por una pasión amorosa, solo pueden acabar devorándose el uno al otro”. Es una declaración de guerra emocional y política, lo decíamos al principio. Pero, ¿por qué devorarse?

R.—Por lo mismo que decíamos al principio, porque al final dos dragones, ya que hemos utilizado antes ese término, dos dragones pueden amarse, pero cuando llega la hora de besarse por la boca sólo sale fuego.




P.—¿y quién se devora a quién?

R.—Normalmente el más fuerte al más débil, normalmente el que tiene menos sentimientos al que tiene más, normalmente aquel que en el último minuto no es capaz de ver que enfrente hay alguien a quien ha amado, frente al que sí es capaz de ver que enfrente hay alguien a quien ha amado. Siempre pierde el que más quiso, en todas las historias. Y en este caso de los dragones también. Siempre dejará de abrir la boca para que no salga fuego cuando llegue el momento del beso, aquél que quiera un poco más.

P.—¿La política desgasta tanto?

R.—La política desgasta. Arrasa, diría.

Arrasa, pero arrasa una oficina de farmacia después de 40 años, pues también. Arrasa un médico que lleva o trabaja en urgencias o atender a ancianos en sus domicilios, pues arrasa. Ser secretaria, arrasa todo. Ser policía, cómo está de quemado un policía después de 30 años de ejercicio, arrasa.

La política lo que te exige es tener mucha paz de espíritu, para no olvidarte en medio de la batalla de las razones por las que te has metido en este lío.

Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega

Editor de sonido: Manuel Muñoz

Fotografía: Lola Garrido

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