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«Si yo fuera el muerto, ella estaría escribiendo por mí: Victoria se sentó donde me iba a sentar yo»

«Si yo fuera el muerto, ella estaría escribiendo por mí: Victoria se sentó donde me iba a sentar yo»

"Ahora y en la hora" Héctor Abad (Alfaguara)

lunes 16 de junio de 2025, 19:01h
"Los que tienen la fuerza se creen con el derecho a dictar cómo debe repartirse el mundo"
“Me costaba escribir porque tenía que volver a sentir el horror para hacerlo bien.”

La entrevista de hoy en Rosa pasa página presenta a Héctor Abad, un escritor que vivió un atentado y carga con la culpa de haber sobrevivido, o tal vez siente que está aquí para contar lo que ocurrió.. Su libro: “Ahora y en la hora”, es un testimonio crudo y conmovedor sobre la supervivencia en medio de la guerra. Abad narra cómo vivió un atentado en una pizzería de Kramatorsk, Ucrania, donde una explosión terminó con la vida de su amiga Victoria Amélina, a quien, por un giro del destino, le cambió el lugar momentos antes de la tragedia.

Este libro no solo recoge la experiencia personal de Abad, sino que también denuncia los horrores del conflicto y reflexiona sobre la responsabilidad de dar voz a quienes ya no pueden contar su historia. En esta entrevista, Héctor Abad nos habla sobre ese día fatal, su proceso de escritura y el impacto de la guerra en su vida y obra.

“No sé bien si por estrés postraumático o por miedo a seguir escribiendo algo que solo me produce tristeza y angustia, caigo en una especie de depresión cargada de apatía cada vez que me obligo a recordar lo vivido y a escribir algo más que me sirva para entender yo la realidad de esa guerra infame en un país invadido, arrasado y desecho”.

P.— Todos sabemos que viene después de: ¿ “Ahora y en ahora"?

R.—Casi todos saben lo que viene después. Ahora hay una generación que solo ve una bonita rima, pero no tiene idea de lo que sigue. En cambio, casi todos los de mi generación lo sabemos seguro. Lo curioso es que lo que sigue no es un “yo” individual, no es mi historia, sino la nuestra.

Y eso me parece importante, porque ahí mueren muchos al mismo tiempo. En este libro no solo hablo de la muerte de una persona, aunque para mí es muy importante la de Victoria. También pensé que podría ser la mía, y en ese caso, sí sería mi historia.

Pero en realidad, se trata de la muerte de muchos, que es lo que sucede en los atentados y las guerras. Eso es lo que hace tan terrible a este acto humano: la intención de matar a muchos con un solo golpe.

P.— Situamos la historia. A mediados del 2023 te estabas recuperando de una cirugía a corazón abierto y aceptas un viaje a una feria de libro de Ucrania. Pero cambiaste tu rumbo. Alguien te convenció y te fuiste a otro lado. Yo, como muchos, recordamos ese instante en el que, como acabas de decir, alguien decidió matar a cuantos más, mejor, y de un golpe.


R.—Sí, yo había ido, y ya esto a mi familia le parecía mal, sobre todo a mi esposa, había ido a la feria del libro de Kiev, la capital de Ucrania. Ellos llevaban años sin hacer la feria del libro, primero por el COVID y después por la invasión rusa, por la invasión de Putin en su país. Era muy arriesgado hacer una feria del libro porque las aglomeraciones de mucha gente les interesan mucho a los invasores para hacer mucho daño al mismo tiempo, para matar a muchos al mismo tiempo.


Sin embargo, se pensaba que tal vez una feria del libro iba a ser respetada. Y así fue. Yo fui a presentar un libro mío: “El olvido que seremos", traducido al ucraniano. Quise ir porque me daba vergüenza decirles que no a mis editoras que vivían ahí y que tenían el valor de vivir ahí. Yo no les iba a decir, no, yo no voy a ir a ese país de ustedes tan peligroso, era como ofensivo. Eso lo habíamos oído demasiadas veces los colombianos decir, no voy a tu país porque ese país es muy peligroso.


Pero estando ahí, Sergio Jaramillo, un viejo amigo mío, excomisionado de Paz de Colombia, que había fundado un movimiento Aguanta Ucrania, me dijo, mira, en esa feria es perfecto para presentar el movimiento Aguanta Ucrania y además ahí iba a estar otra amiga común que es Catalina Gómez, periodista de guerra, que antes cubría el Medio Oriente y ahora estaba cubriendo Ucrania. Y presentamos esta campaña con una escritora que yo no conocía, Victoria Amélina, muy joven, con una mujer muy valiente, defensora de los derechos humanos, Alexandra Matvichuk, y con el presidente Vladimir Yermolenko.

Y ahí, después en una cena, Sergio empezó a decir que en realidad en Kiev se sentía la guerra pero no tanto y que para hablar de Ucrania era importante saber bien, dar, poder dar testimonio de cómo, de los horrores de la guerra, de la desolación de Ucrania y que debíamos ir más allá. Yo no quería, saqué todas las disculpas que pude, reales, inventadas, pero él, un experto en negociación, me convenció de que fuera.


Y fui y estuvimos dos días y medio viajando. Victoria se nos unió porque ella dijo: “ah, pues yo voy y les hablo de algunos crímenes de guerra que yo he investigado, además me despido de esa región porque me voy para París un año a terminar un libro que ya llevo muy avanzado”. Y bueno, fuimos. Y sí, vimos los horrores, pero pensábamos que todo, estaba más o menos tranquilo y el último día, la última noche fuimos a celebrar y a agradecerle a Victoria por habernos acompañado y guiado, a un pequeño restaurante de Kramatorsk, una pizzería que se llama RIA porque a Victoria le gustaba mucho la pizza y era en homenaje a ella un poco la cena.


Y el final fue horrible porque estando ahí todavía no nos habían llevado las pizzas, íbamos a brindar con un vaso de whisky y en ese momento cayó algo. Yo no sabía que era, una bomba, una explosión que parecía venir del centro de la tierra, parecía la erupción de un volcán. Y caímos al suelo, algunos, y yo pensé que nos habían matado.

Porque el estruendo era tan… Brutal. Tan brutal, tan apocalíptico. Todo volaba y había humo, polvo, alaridos, sangre, tierra. Estupor, primero silencio, después gritos, en fin. Yo pensé que nos habían matado y al principio me tocaba sin saber si estaba herido o no, porque estaba lleno de cosas que parecían sangre, o que eran sangre mezclada con quien sabe qué. Y... Y no.

Desde ese momento, francamente no estaba muy seguro de si yo estaba vivo o muerto. Pero la que estaba realmente quieta, inerte, aunque muy recta, y como muy tranquila, solo con la cabeza inclinada hacia atrás era Victoria. Y Sergio le tomó el pulso y le dijo, tiene pulso. Y yo me alejé de ahí, porque sabía, primero porque soy muy cobarde, pero también porque sabía que a los rusos les gusta tirar dos bombas en el mismo sitio, para rematar a la gente que está herida o para matar a los que vienen a socorrer a la gente herida, sobre todo para esto último. Y efectivamente, mientras yo me alejaba, oí otra explosión, más o menos cercana. Hubo otra explosión, como a los dos o tres minutos, pero no vio en el blanco afortunadamente. Luego se llevaron a Victoria en una ambulancia, fue la primera en ser evacuada.


Días después supe que había habido dentro del restaurante 62 heridos, algunos muy graves, mutilados y 12 personas muertas más. A Victoria la evacuaron al día siguiente a otra ciudad, a Dimitro, y allí, aunque la operaron e hicieron todo lo posible por salvarle la vida, falleció el 1 de julio de 2023.

P.—Uno de los ejes del libro es la culpa del sobreviviente, porque de alguna forma, ante ese horror, tú te sientes un sobreviviente, ¿cómo se sobrevive emocionalmente al hecho de vivir sobre otros que mueren?

R.—Sí, digamos que la culpa se me fue imponiendo poco a poco al irme enterando de detalles, detalles como que Victoria había nacido el mismo año de mi hija, en 1986, el año de la catástrofe de Chernobyl, al darme cuenta de que yo tenía prácticamente la misma edad que mi padre cuando lo mataron. Al recibir los reproches, a veces iracundos, melancólicos y muy tristes de mis hijos y de mi mujer, y cómo el darme cuenta de que, bueno, también como yo soy sordo del oído derecho, yo me había cambiado de sitio para oír mejor a Sergio Jaramillo, que no vocaliza nunca. Y al cambiarme a otra silla, Victoria había ocupado mi lugar. Yo era el más viejo de la mesa. Yo creo que uno de los más viejos que había en esa pizzería, si no el más viejo. Y uno supone que el orden de las cosas es que los más viejos se mueran antes que los más jóvenes y que los niños. Y que lo contrario es como una infracción al orden cósmico. Y entonces yo estaba contento de haber sobrevivido, pero estar contento de haber sobrevivido me producía culpa.


Cómo podía yo estar contento de haber sobrevivido si una mujer valiente de verdad que estaba documentando los crímenes de guerras rusos, que era fundamental para para los ucranianos, para Ucrania en la documentación y la denuncia de los horrores de esta guerra, había muerto, si habían muerto un par de gemelas de 14 años frente a su padre y el padre habría sobrevivido, empecé a sentir como lo que podía sentir ese padre al ver que sus hijas mueren y que él sobrevive. Y yo sentía como si mi hija hubiera muerto y yo hubiera sobrevivido. De hecho, se me empezó a obsesionar que mi hija se moría y que, bueno, cuando pensaba en que mi hija era la muerta, sentía que mi hija seguía viva de algún modo como espiritual, sí, supersticioso, y entonces eso se me convirtió en que Victoria era la que sobrevivía y me visitaba en mi casa y me dictaba los sueños y me ayudaba a escribir el libro que yo no era capaz de escribir, y que es el que acabo de publicar.


P.—¿Ella te dicta ese libro, de alguna manera?

R.—A veces lo pensaba, sí. Además me dediqué mucho a leerla y leer tiene algo de dictado, conversas con lo que lees, oyes la voz del que estás leyendo, se te va metiendo dentro, si los libros te gustan o lo que dicen te gusta, piensas mucho en eso, llegas a soñar en eso. Entonces me volví muy supersticioso después de este episodio. Además dicen que a uno le queda el cerebro como una maraca después de esas explosiones, y es cierto.

P.—¿Qué papel juega el azar en que te cambies de sitio, y cómo ves eso frente a la justicia o injusticia de la vida?

R.—La diosa Fortuna, en la mitología, se representa ciega, sin intención de salvar a unos y hundir a otros, simplemente es ciega. El azar es como tirar un dado, como el tambor de la ruleta rusa o una moneda al aire. A mucha gente no le gusta creer en el azar. Por ejemplo, mis hermanas prefieren creer en la providencia. Muchas personas creen en el destino, piensan que todo está escrito en un libro celestial que determina la hora, el día, el momento de cada uno, y que si no es tu hora, no mueres.


Yo creo en el azar, pero también creo en la voluntad. Creo que uno puede cometer actos temerarios, imprudentes, con los que juega con el azar y se arriesga más. Como dice uno de los epígrafes del libro de un escritor que adoro, Joseph Roth: “el hombre que se arriesga voluntariamente a un peligro comete un pecado porque la vida es un regalo”.

En todo esto pensaba; en el azar que me salvó, en mi falta de voluntad, porque no fue por voluntad que fui, sino por falta de carácter y falta de voluntad que propicié algo improbable, pero más posible que si me hubiera quedado. Quedarse en la casa es más seguro, aunque uno pueda morir en la ducha.

P.— ¿Cómo ha cambiado —si es que lo ha hecho— tu forma de escribir después de vivir, o sobrevivir, a un episodio como este, y sobre todo después de estar en el núcleo de una guerra?

R. Yo pensaba que se me había olvidado escribir, que ya no era capaz. Fui a hacerme exámenes psicotécnicos para ver si estaba perdiendo facultades, porque escribía en mis libretas —a mí, en general, la escritura me fluye más que las palabras habladas—, escribo sin mucha dificultad.

Pero esta vez, escribía en mis libretas y cuando iba a transcribir eso al computador, todo estaba mal. Era repetitivo, daba vueltas en círculos, la sintaxis estaba mal. Yo tengo buena ortografía, pero la ortografía estaba horrible, la puntuación mal, todo estaba mal. Era como si…

Además, como tenía estrés postraumático y depresión, me recetaron unos químicos para eso. Y había una lucha mental entre esos químicos, que me querían calmar, y yo, que no quería calmarme. Porque para escribir tienes que volver a sentir el horror. Si no te entristeces y te horrorizas otra vez, no eres capaz de escribirlo bien.

Entonces, era una lucha con la escritura, con mi mente, con mi estado de ánimo. Tenía la permanente tentación del silencio, de quedarme callado.

Mi hija me acusaba de vanidoso por haber ido, por querer escribir un libro en el que, según ella, me ponía como en el centro de la atención. Yo espero no haberme puesto ahí como el centro, porque creo que los protagonistas son mis amigos, y sobre todo Victoria. Pero, de todas formas, era yo quien lo estaba narrando. En fin, tenía demasiadas dudas.

P.— Aun así decidiste escribir. ¿Por qué?

R.— Aun así lo decidí escribir porque el fantasma de Victoria me dijo que, si yo hubiera sido el muerto, si a mí me hubieran matado, ella estaría escribiendo por mí. Y encontré un discurso muy bonito de ella, cuando fue a recibir un premio en nombre de otro escritor ucraniano, Volodymyr Vakulenko.

Ella estuvo en Noruega y dijo: “Estoy aquí en nombre de un colega que no puede hablar para recibir este premio. Como a él le quitaron la posibilidad de tener una voz, de poder escribir, alguien tiene que hablar por él. Y yo estoy aquí hablando por él.”

Entonces, así como Victoria habló por Volodymyr Vakulenko, yo sentía que debía hablar en nombre de ella. Ella se dedicaba a denunciar crímenes de guerra, y ya no podía denunciar el suyo propio. Yo al menos debía denunciar el suyo. Sentía esa responsabilidad, esa obligación, y quería hacerlo rápido.

Pero en medio de todo esto ocurrió también el ataque terrorista de Hamás, y luego la venganza criminal de Netanyahu y de Israel. Eso me ofendió profundamente, tanto como la invasión de Putin.

Entonces estaba tan loco que no solo quería escribir un libro, sino dos. Empecé a escribir al mismo tiempo una novela sobre un viejo que trata de meter comida de contrabando en Gaza porque no soporta que la gente se esté muriendo de hambre. Así que escribí eso también.



P.—¿Saliste de ese agujero y empezaste a ponerle letras a las palabras y a las palabras lo que habías vivido?

R.—Sí, traté de ponerle palabras a mis sensaciones, a mi locura, a mi indignación, pero bueno, y se las entregué a mis editoras y la parte de ficción fue suprimida, yo creo que con razón.

P.—Has mencionado a Putin a quien defines como el rostro del mal.¿Qué función tiene la literatura frente a ese mal?

R.—El mal, es muy activo, se reproduce y se manifiesta con mucha eficiencia, solo, es como si tuviera un gran poder. Y quienes se oponen al mal, en cambio son como dubitativos, apocados, no saben muy bien cómo se puede combatir el mal, no saben muy bien cómo hacer el bien. Por eso mismo hay que tratar de señalarlos, de desmentirlos, de quitarle el velo negro de la mentira a las cosas que dicen, desmontar sus sistemas de propaganda, denunciar su hipocresía para hablar de paz cuando lo único que están dedicados es a la guerra. Y uno no tiene, claro, ningún poder político, pero al menos las palabras pueden servir para que cierto número de lectores se enteren un poco mejor y duden y piensen y tengan otra información que yo juro que he tratado de investigar bien, de documentarme bien, de averiguar bien, de ver, de ir a los sitios y ver bien. Si no creen en los crímenes de guerra de Rusia, crean al menos que yo presencié uno a mis propios ojos y que es un crimen de guerra contra civiles.



P.—¿Por qué crees que la gente no cree en los crímenes de guerra?

R.—Bueno, la gente en general se va insensibilizando porque al principio se escandalizan, hay muchos muertos y ya poco a poco como eso sigue y sigue y sigue y los malos cuentan con eso, con que la gente, bueno, sí, al principio hay un poco de escándalo pero luego ya los primeros muertos les importan, los primeros misiles, los primeros tanques, los primeros aviones, las primeras bombas. Y luego, como esto es tan parecido a lo de ayer, a lo de hace una semana, a lo de hace un mes, a lo de hace tres meses, como que la gente piensa que está leyendo la misma vieja noticia, que no hay nada nuevo. Y entonces ya no los toca. No es por maldad, es por insensibilización.

P.— ¿Crees que Europa y América Latina entienden realmente lo que ocurre en Ucrania?

R. — Cuando empezó la invasión en Ucrania, le preguntaron al presidente Petro sobre eso y él respondió algo como: “¿Ucrania? Ni que ocho cuartos”, como si fuera un tema muy lejano. Luego dijo que no sabría escoger entre Putin y Biden. Y más adelante expresó más o menos lo mismo que ahora dice Trump. Entonces, no es que la culpa la tengan los ucranianos, como afirma Putin al decir que Ucrania es un país más o menos inventado.

En fin, Europa al menos ha sido más coherente y más constante. Yo creo que Europa se ha dado cuenta de que Ucrania es como una cuña, algo que está deteniendo y al mismo tiempo revelando lo que Putin quiere hacer. Él quiere recuperar el poder que tenía la Unión Soviética. Rusia —la Federación Rusa— ya es el país más grande del mundo, pero a él le parece poco.

Él quiere restablecer el imperio zarista y el soviético para Rusia. Y para lograrlo, impone una retórica que ahora tiene eco en Netanyahu y en Trump: que no se trata de tener la razón, sino de tener la fuerza. Los que tienen la fuerza se creen con el derecho a dictar cómo debe repartirse el mundo, a quién deben obedecer los pueblos y cuáles son las zonas de influencia de cada uno. Entonces, Trump —por poner un ejemplo— que se encargue de Groenlandia, Canadá, México, Panamá, de su propia zona de influencia, y que me deje tranquilo con la mía. Y si mueren unas cuantas personas, pues no vale la pena protestar.

P.— ¿Cómo dialoga este libro con El olvido que seremos y con el resto de tu obra?

R. — Cada libro mío —y creo que lo digo en este mismo libro— es tan distinto, que tengo que aprender a escribirlo. Siempre me siento como un aprendiz. Pero en este caso soy más aprendiz que nunca, porque está situado en una región completamente ajena a mi experiencia y a mi cultura. Yo ni siquiera sabía bien qué era Ucrania cuando mis editoras empezaron a escribirme para decirme que querían traducir El olvido que seremos.

Sin embargo, aunque no deliberadamente, sí hay puntos en común con El olvido que seremos. En ese libro sentí —como en este— que tenía la obligación de escribirlo, la responsabilidad de hacerlo, la necesidad de darle voz a alguien que no la tenía. En ese caso, mi padre; en este, Victoria.

Otros libros míos, como El amanecer, La oculta, Angosta, los escribí porque me interesaban literariamente, me divertía hacerlo, me parecía que tenían unas simetrías literarias atractivas. Pero El olvido que seremos y Ahora y en la hora son libros que sentí que debía escribir por deber, por responsabilidad. El anterior lo hice 20 años después del asesinato de mi padre porque me conmovía demasiado hacerlo antes. Además, en ese entonces tenía niños recién nacidos y quería ser un padre feliz, no un padre angustiado. Porque escribir esas cosas angustia, entristece.

Y en este caso, estoy ya muy viejo como para esperar 20 años. Ya me habría muerto. Y además, cada vez se me olvidan más las cosas. Probablemente esta experiencia se me habría olvidado en los detalles, y la literatura está en los detalles. Si esperaba mucho tiempo, o bien se me olvidaban, o bien tenía que hacer un esfuerzo enorme para no olvidarlos. Y en ese esfuerzo me iba a deteriorar psicológicamente. Es muy duro esforzarse por no olvidar el horror todo el tiempo.

Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega

Editor de sonido e imagen: Manuel Muñoz

Escucha la entrevista completa en Spotify y Youtube.

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