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«Isabel Miranda manipuló pruebas, torturó inocentes y ganó premios»

«Isabel Miranda manipuló pruebas, torturó inocentes y ganó premios»

"La fabricación de un crimen" Ricardo Raphael (Seix Barral)

jueves 03 de julio de 2025, 16:57h
"Este montaje hizo que inocentes pasaran 20 años en prisión"

En 2005, la desaparición de un joven empresario en la Ciudad de México desató una ola de atención mediática que no solo buscaba justicia, sino que también reveló un entramado oscuro de manipulación, corrupción y distorsión de la verdad. La fabricación de un crimen es un crimen real, de Ricardo Rafael, nos sumerge en este caso emblemático donde la búsqueda de justicia se vio empañada por una maquinaria de posverdad que afectó tanto a la familia de la víctima como a muchas personas inocentes atrapadas en el proceso. En esta entrevista, Rosa Pasa Página conversa con Ricardo Rafael para explorar cómo la verdad puede ser manipulada y cómo un sistema judicial vulnerable puede condenar a quienes nada tienen que ver, poniendo en jaque la confianza en la justicia misma.

P.— En teoría penal se dice que cuando uno fabrica un crimen es porque quiere esconder un crimen aún más grande.

R.— Yo diría que eso no solo aplica a la teoría criminal, también tiene una dimensión política. Hoy vivimos una época abrazada por la posverdad. Antes —quiero pensar que así era— teníamos ciertas formas de fijar la verdad que nos daban estabilidad en las relaciones. Una de esas formas era la verdad jurídica: ¿hubo o no un crimen?, ¿hubo o no un secuestro?, ¿hubo o no un asesinato?

Reflexionar sobre esto me ha ocupado la cabeza durante años, y esta historia criminal me ofreció una llave para entender nuestra época. Me permitió ver la magnitud que pueden alcanzar los engaños públicos cuando política, medios de comunicación y poder económico se coluden. Aunque el caso ocurre en México, creo que habla de nuestro tiempo y de la importancia de vacunarnos contra esas mentiras. Porque si no hay verdad, la violencia tiene permiso para hacer lo que se le antoje.


P.— Pero es cierto que una mentira de tal magnitud te lleva a cuestionarte qué es la verdad.

R.— En el caso de Isabel Miranda, la verdad es que su hijo andaba en malos pasos. Estaba vinculado con criminales de alto perfil y, al parecer, tenía una deuda enorme con ellos. Como esos criminales no se andan con rodeos, era probable que no solo él, sino toda su familia estuviera en peligro.

En ese contexto, Isabel Miranda —probablemente de manera coludida con su hijo— fabrica un secuestro y luego una muerte para esconderlo. No imaginó que ese expediente, que pudo haberse archivado, se convertiría en un episodio nacional. Se erigió como la gran vengadora social, admirada por muchos. Supo manejar su figura pública, ganó el Premio Nacional de Derechos Humanos, fue candidata a gobernar la Ciudad de México por el Partido Conservador y asesoró durante dos gobiernos en temas de secuestro.

Este libro la desinfla. Pincha el globo. No fue fácil llegar ahí: me tomó cinco años encontrar los hilos de esta fabricación.

P.— ¿Y qué te hizo persistir en ese proceso de "fabricación", como indica el título del libro?

R.— En primer lugar, soy hijo de una época en la que la mentira se ha normalizado. Y este caso me permitía explicar muchas cosas que me inquietan. Segundo, como periodista, me encontré con un primer hilo: una prueba de ADN.

Esa prueba se hizo a una gota de sangre encontrada en el lugar donde supuestamente descuartizaron al falso muerto. El análisis dio una coincidencia del 99% con el señor Wallace, el esposo de Isabel. Parecía normal… hasta que encontré documentos que mostraban que el padre biológico de Hugo Alberto era otra persona: Carlos León Miranda, primo hermano de Isabel y su exesposo. Entonces, si el padre era León Miranda, ¿por qué esa gota coincidía con Wallace? Porque fue fabricada.

Y claro, si se fabricó eso, ¿qué más se fabricó? A partir de ahí empecé a tirar del hilo.

La tercera razón fue ética: entrevisté a las verdaderas víctimas, hablé con sus familias. Una vez que entras en la intimidad del dolor, no puedes darte la vuelta. Esas personas me dieron la fuerza para continuar. Y recientemente algunas de ellas han sido beneficiadas judicialmente por los argumentos del libro.

P.— Sí, porque algunas de ellas han salido de la cárcel, afortunadamente.

R.— Afortunadamente. Una de ellas, Juana Hilda González, fue liberada la semana pasada por decisión de la Suprema Corte, basándose en argumentos del libro.

P.— ¿Cómo manejaste los dilemas éticos, tratando con víctimas y presuntos victimarios?

R.— Al principio fue complicado. El periodismo es realizado por personas, y las personas son subjetivas. Lo que lo hace objetivo es el método: consultar las dos partes, corroborar datos, poner en contexto.

Ese método me fue llevando a una convicción: lo que decían los supuestos victimarios los convertía en víctimas, y lo que decía la víctima la convertía en victimaria. Fue como un efecto reversible. Para entonces, ya era irreversible mi certeza de que estaba ante una mujer con una gran capacidad de destrucción, y un nivel de crueldad difícil de explicar si no es parte de su personalidad.

P.— Porque como decíamos al principio, es una madre que protege a su hijo, que lo hace desaparecer, incluso insiste en que está muerto. Pero todo lo que vino después la convierte en una asesina.

R.— Sí. No sé si existía otra forma de esconder al hijo, pero esta fue la más retorcida imaginable. Eligió a personas que en algún momento de la vida habían tenido contacto con su hijo. Encontró una foto antigua de un grupo que había ido al santuario de Chalma, y a partir de ahí armó su guión.

En la foto había jóvenes entre 22 y 30 años. Todos ellos —excepto un niño pequeño— fueron acusados, perseguidos y encarcelados. Algunos llevan ya 20 años en prisión. Pasamos de una madre que protege al hijo a una madre que le adjudica una tragedia a sus amigos. Muy difícil de sostener.

Y luego están las torturas.

P.— Porque al final, si la evidencia no encaja, queda la violencia.

R.— Exacto. Cuando la prueba de ADN no encaja, cuando los testigos dicen que no vieron nada, cuando los vecinos del edificio donde supuestamente ocurrió todo niegan haber oído algo... entonces queda la tortura.

A estas personas —dos mujeres y varios hombres— se les torturó de formas indescriptibles. Cuido mucho cómo lo relato en el libro para no revictimizar, pero fue brutal. Lo más espantoso es que muchas de esas torturas ocurrieron años después, cuando Isabel Miranda quería cerrar el caso para recibir el Premio Nacional de Derechos Humanos. Necesitaba confesiones. Y así, obtuvo condenas absurdas: de 26 años a 73, de 30 a 103, de 70 a 130…

P.— Una muestra más de esa "demagogia punitiva" que mencionabas.

R.— Sí. Una demagogia penal que dice que más castigo equivale a más justicia. Es lo que pasa con Nayib Bukele en El Salvador. Hay quienes ganan elecciones con esos discursos: más penas, más cárceles, más enemigos. En México estamos atrapados en esa lógica. Y lo peor es que no parece que vayamos a salir, sino que vamos hacia más.

P.— ¿Crees que Isabel Miranda ha fallecido, o podría ser otra fabricación?

R.— A ver, que fabricó la muerte de su hijo es un hecho. Hay mucha evidencia de que él seguía vivo semanas, meses y hasta años después: llamadas, gastos, visitas, etc.

Lo que me impactó fue que el 7 de marzo entregamos el libro Fabricación a 50 periodistas, y al día siguiente, el 8 de marzo, se anunció su muerte por un mensaje en X. Había imaginado muchas reacciones al libro, pero no esa.

La noticia funciona como un cortafuegos: evita que rinda cuentas ante la justicia, protege a sus cómplices y a su familia. Es tan perfecta la salida que me cuesta creer que realmente haya muerto. No hay certificado médico, aunque sí un acta de defunción que dice una cosa, mientras el expediente médico dice otra. Dijeron que murió en un hospital, pero ahí me informaron que no fue así.

No puedo confirmar que esté viva, pero tampoco que esté muerta. Espero que la investigación lo aclare.

Y sí, aunque quisiera cerrar el capítulo, han surgido nuevos elementos —como su supuesta muerte o la liberación de Juana Hilda— que me indican que esta historia aún no termina.

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