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«Murillo me resulta demasiado sentimental, y todo muy marrón para mi gusto»

«Murillo me resulta demasiado sentimental, y todo muy marrón para mi gusto»

"El cuaderno del Prado" Ximena Maier (Lumen)

jueves 24 de julio de 2025, 08:53h
"El Prado es un reflejo del subconsciente colectivo español"

Con una libreta, unas acuarelas y mucha curiosidad, Simena Maier se adentra en el Museo del Prado como quien explora un mundo propio. Fruto de esas visitas nació Cuaderno del Prado, una guía ilustrada, divertida y emotiva que mezcla arte, sensibilidad y mirada personal. Hoy, algunas de sus obras forman parte de la colección permanente del Museo, que para ella es mucho más que un lugar de contemplación: es un refugio, casi una casa.

P. — Eres una amante del Prado y tu Cuaderno del Prado es una idea brillante. ¿Cómo surgió?


R. — Fue algo muy natural. Siempre llevo un cuaderno encima, y en todos hay algún apunte hecho en el Prado. Siempre que voy, dibujo algo o escribo una nota. Un día, cuando terminé uno de esos cuadernos, pensé: esto podría ser un libro, sería precioso. Y decidí hacerlo, sin más.

P. — ¿Qué significa para ti tener esa “tarjeta dorada” del Museo?


R. — En realidad nunca tuve la tarjeta dorada, pero sí algo incluso mejor: el pase de honor del Museo del Prado. Me lo dieron después de hacer el libro y, además, me permitieron donar una de mis obras a la colección. Eso es un honor enorme, porque allí solo cuelgan auténticas obras maestras, muchas anteriores incluso a Picasso. Muy poca gente puede decir que tiene una pieza en el Prado. El cuaderno original que dio origen al libro forma ahora parte de la colección. Y con el pase, puedo entrar directamente por la puerta con un acompañante, sin hacer cola ni nada. Es un privilegio absoluto. ¿Qué más se puede pedir?

P. — Has dicho que el paso por el Prado puede convertirnos en Ícaro. ¿Crees que el arte, o la ilustración, tienen también ese riesgo de volar demasiado alto y caer?


R. — Esa frase en realidad me la dijo el director del museo hablando de sí mismo. Me decía que, después de tantos años en el Prado, cualquier cosa le iba a parecer un bajón, porque mejor que eso… imposible. Pero, en mi caso, no lo veo como un riesgo. Al contrario, creo que el arte no te da alas de cera como a Ícaro, sino alas de verdad. El arte te saca de ti, te eleva, y eso es maravilloso.

P. — ¿Cómo trabajas dentro del museo? ¿Cuál es tu técnica?


R. — Siempre dibujo con un Pilot 05, un bolígrafo muy normalito de papelería, pero que me encanta porque tiene una línea fina y estable. Además, una vez seca la tinta, puedo aplicar la acuarela sin que se corra. Me dieron permiso especial para usar acuarelas en el museo, algo poco habitual. Normalmente puedes entrar con lápiz o bolígrafo, pero para pintar con óleos ya tienes que ser copista oficial. Lo mío fue una especie de excepción entre reglas: me dieron una chapa de copista, aunque en realidad no lo soy. Fue un pequeño milagro que salió bien.

P. — ¿Qué lugar tiene el error en tus dibujos? ¿Corriges lo que no te gusta?

R. — Nunca. No uso goma, la odio. Muchos de los dibujos del libro están hechos directamente sin lápiz, como si fueran apuntes de un cuaderno de viaje. Cuando trabajo para un libro, sí hago a veces un boceto previo muy detallado a lápiz, pero luego lo repito desde cero sin lápiz para que el resultado sea más fresco. Prefiero perder algo de precisión si con eso gano espontaneidad. Verás errores en muchos dibujos del Cuaderno del Prado, pero esa imperfección le da vida al trazo. Una línea torcida o repetida vale más que un dibujo muerto por exceso de control.

P. — Una de las cosas más bonitas del libro es cómo alternas los cuadros con los visitantes, los trabajadores, incluso con los bancos. ¿Cómo consigues esa mirada tan abierta?


R. — Creo que Cuaderno del Prado es sobre el museo, sí, pero sobre todo sobre la experiencia de estar en él. Muchas veces, cuando se habla de un cuadro como Las meninas, parece que está en un plano abstracto, en el aire. Pero no es lo mismo verlo a las nueve de la mañana con el museo vacío, que a las diez cuando empieza a entrar gente, o a las tres de la tarde cuando llegan los turistas después de comer, con todo el ruido, con siete sangrías encima.
Y tampoco es igual si tú estás de buen humor, o de mal humor, o si vienes de que te han contado algo interesante o vienes agobiada por otra cosa. Todo eso influye.
Yo voy como muy receptiva, como cuando estás de viaje, que estás más abierta a que te entren cosas en la cabeza. Esa era un poco la idea del libro.


P. — El cuaderno, además, te permite opinar con libertad. Me parece muy interesante la parte en la que dices sin tapujos qué cuadros no te gustan. ¿Podrías mencionar algunos y explicar por qué?


R. — Bueno, repitiendo desde la base que, por supuesto, los aprecio, porque veo que la técnica es excelente y todo eso lo valoro. Pero luego, al final, si no te gusta, no te gusta. Tampoco pasa nada.

Las tres gracias, por ejemplo… no me gusta. En general, a Rubens le tengo un poco de manía. Me parece que es como un poco facilón. Pinta muy bien, obvio, y cuando le da la gana es maravilloso. Pero cuando no le da la gana, es que le importa un pito, y se nota.

A Rafael también le tengo manía, un poco por asociación: en mi colegio había siempre unas Madonas de Rafael colgadas, y entonces, por esa asociación, no me gusta. Pero bueno, igual que hay cuadros que no me gustan, hay otros que adoro, con lo cual se compensa.

Murillo, por ejemplo, no me gusta en general. Me parece muy sentimentalón, todo muy marrón. Ya sé que si te lo explican ves lo que hay ahí, lo aprecias. Pero no me gusta. La Sagrada Familia del pajarito, por ejemplo, que es una obra que recuerdo haber visitado y que me explicaron… la aprecio, pero no me gusta. No digo que lo quemen, solo digo que no me gusta. ¿Qué le voy a hacer?

Y luego está el Rembrandt del Prado, que no es un autorretrato, y es que es horroroso. A ver, Rembrandt tiene cosas que me gustan mucho, igual que Goya. Lo que me gusta de ellos es cuando son muy personales, cuando te agarran. Pero claro, también pintaban muchísimo, como Rubens ni te cuento, que sacaba cuadros como churros. Y eso se nota en el nivel: hay algunos que son más potentes, otros más flojos. Depende también del tamaño del taller y de lo comercial que fueran. Rubens, por ejemplo, era muy comercial.

Y luego está Velázquez. Velázquez siempre, claro. Me doy cuenta de que es una cosa un poco narcisista, pero me gustan los que pintan como pintaría yo si pudiera pintar así. Los que tienen una pincelada que es un alarde. Pinta tan bien que me quedo embobada.

Sobre todo, por ejemplo, cuando ves un cuadro que no es de los más llamativos, como el retrato de Martínez Montañés, que tiene una parte sin acabar, en la que ves cómo empezaba Velázquez… Es que este hombre es como ver bailar a Fred Astaire. No sé, es puro talento, puro.

P. — ¿Crees que todo lo que se le atribuye a Velázquez lo hacía conscientemente?

R. — No siempre. Partimos de la idea de que eran genios y todo lo hacían con intención, con cabeza. Pero muchas veces creo que no era tan calculado. Velázquez pintaba rápido, se ve claramente. Y a veces, en medio de un cuadro, pensaba “me falta algo aquí… una mancha roja”, y quizá ponía un perro. No uno rojo, claro, pero algo así.

Creo que había mucha intuición. Es lo bonito también: que entras en una zona mental donde todo fluye. Me lo imagino perfectamente. Y con cuadros como Las meninas, que siempre se analizan tanto —el espejo, el ángulo, la puerta—, a veces simplemente lo movía porque le cuadraba mejor en la composición.

La pintura, aunque parezca real, no lo es. Es artificio absoluto. Y eso es lo bonito: ponerte en manos de alguien que te va a contar una historia. No es mentira, pero tampoco es exactamente verdad. Hay una diferencia entre la verdad y la verosimilitud. Y estás en manos de gente estupenda que te está contando una historieta.

P. — ¿Hay cuadros que no son dignos? ¿Están en el Museo del Prado?


R. — Sí, seguro. O sea, los tienen en el almacén, con lo cual no los tenemos dignos, digamos. Quiero decir, hay cuadros que tienen un interés histórico, por ejemplo, pero no son de tanta calidad. Bueno, de menos calidad. Pero también si tienen un interés por otra cosa, como documental, pues tienen su valor. En general, el Prado no es muy grande, con lo cual lo que hay expuesto es porque tiene una razón de ser. Es muy selecto.

Luego también me encanta que los mueven mucho, todo el rato. Entonces, de repente, uno que dices: "Uy, este no me va a dar", y ahora no está. O luego vuelve. O luego tal. O cambian la atribución de repente también. No sé. Yo me acuerdo, había uno que a mí me encantaba, que era un chiquitín, del Bosco, con una flecha, no sé... cosas de esas que como los están estudiando todo el rato, pues también está muy vivo.

P. — ¿El perro es el animal preferido?


R. — Es que el perro es muy reconocible. Cosa que no pasa con un gato, que son muy difíciles de hacer porque tienen unas proporciones muy... Los monos, por ejemplo, también son difíciles porque enseguida te parecen monstruosos. Pero un perro es fácil de hacer, son agradecidos.

P. — ¿Qué te sugiere una cabeza en una bandeja? Una cabeza decapitada.


R. — Hombre, San Juan. Me encanta la iconografía. Yo soy súper fan de eso, de reconocer las cosas. Me encanta toda esa parte codificada del arte antiguo. Saber que una señora con unas tenazas y una muela en la mano es Santa Polonia, o que alguien con un bastón en la mano es un general porque es un bastón de mando. Esas cosas me gustan mucho.

Y San Juan se presta mucho porque es muy técnico, y a los pintores les encanta también. Tiene todo: si quieres ir por la parte mística del profeta en el desierto, lo tienes; y si quieres sangre y arena, la cabeza cortada, Salomé bailando... tienes lo que quieras con esa historia. Por eso a los pintores les encanta y hay muchos en el Prado.

P. — ¿A qué huele el Museo del Prado?


R. — Pues huele como a barniz, a algo... no sé, huele bien, huele como a casa buena.

P. — ¿A silencio?


R. — No, no, eso desde luego que no. Pero a mí me gusta, me gusta el ruido y el jaleíllo. Me gusta verlo vacío, es muy bonito, pero no me parece tanto el Prado.

Por ejemplo, cuando vamos al Museo de Arte Antiguo de Lisboa, que es muy bonito. No tiene el nivel del Prado, claro, pero es muy bonito. Y tienen un Bosco delante, y como no hay nadie, te puedes sentar y pasarte una hora ahí, súper tranquilamente, mirando los detalles del Bosco. Cuando voy con mis hijos siempre dicen: "Esto no parece un Bosco", porque no hay nadie, estás tú sola con un Bosco. Y aquí, fíjate, tienes que apartar a la gente. Pero también tiene su gracia.

P. — ¿Tú crees que el Prado es un reflejo del subconsciente colectivo español?


R. — Sí, sí. Yo creo que sí. Porque si ves las paredes, es todo eso: gente que ha mandado mucho, pero que a veces dices: madre mía, este no sé si estaba ahí por casualidad… De hecho, en el caso de los reyes, por supuesto que por casualidad. De repente nos toca uno bueno, otro malo, y aquí ya, a lo que puedan. Y luego, claro, también están los santos y los reyes en iteraciones varias. Y bueno, sí, ves toda la historia de España, se la puedes explicar perfectamente dando un paseo por el Prado.

P. — ¿Qué errores cometemos cuando vamos a ver un museo? Sobre todo porque vamos con ambición de turista.


R. — Sí, yo reivindico mucho al turista. Hay que ser turista sin sufrir de… ¡Hay que ser viajero, no turista! No. Hay que disfrutar. Ya estás.

Yo creo que el error es pensar que hay errores. No hay errores. A no ser que seas vigilante o tengas un trabajo que hacer, si tú vas porque te da la gana, nadie te va a dar capones en la cabeza por hacerlo mal. Porque no se puede hacer mal. De verdad, hay que pensar que es un sitio para disfrutar. Incluso si no te gusta. Vas diciendo: "Este cuadro no me gusta", y eso también puede ser parte de la visita. No pasa nada.

P. — En tus dibujos también aparece la gente que visita el museo. ¿Te interesa tanto observar al público como a las obras?

R. — Claro, claro. Esa forma de mirar el cuadro y de ahí surge otra escena. Es un poco lo que he dibujado también.

Muchas veces es como cuando vas de tiendas, yo no soy de ir de tiendas, pero si voy acompañando a alguien, mi experiencia no es la de ir de tiendas, sino la de ir con mi amiga, que se prueba ropa, y yo entre tanto estoy ahí mirando al personal, viendo a la gente… Es otra cosa. Simplemente puedes ser observador de la humanidad. Y esta cosa loca que ha hecho la humanidad, de poner lo más bonito que encontró en su momento en las paredes, pues verlo de esa forma.

Escucha la entrevista en Spotify y Youtube.

Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega

Editor de sonido: Manuel Muñoz

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