Conversamos con Elvira Roca Barea sobre historia, poder y los silencios que la literatura viene a corregir, en su última publicación "Ingrata Patria"
En Ingrata patria, Elvira Roca Barea reconstruye la figura de Cornelia, hija de Escipión el Africano y madre de los hermanos Graco, desde una perspectiva íntima y ficcional. La narradora es Antígona de Mileto, una antigua esclava que, ya en libertad, decide contar lo que Roma ha preferido olvidar: la historia real de Cornelia, de sus hijos y del precio que pagaron por desafiar al poder. Con voz firme y conmovedora, Antígona busca justicia a través de la memoria, en una novela que explora la traición, el linaje y el peso de los relatos que escriben los vencedores.
P.—¿Fue Cornelia una mujer extraordinaria?
R.—No creo que casi todas las mujeres sean extraordinarias, pero Cornelia Menor sí lo fue. Fue una mujer excepcional en cualquier época que vivió. No se acomodó en una vida cómoda gracias a un buen pasado; al contrario, se involucró en los problemas de su tiempo, los vivió como propios y consideró que contribuir a su solución era una obligación vital.
P.—¿Sobrevivió Cornelia a su pueblo y permaneció en silencio?
R.—Cornelia sobrevivió a su propio pueblo, pero no sabemos si permaneció en silencio. Nepote nos transmite una carta suya, pero no tenemos certeza sobre cuánto escribió ni si fue para nosotros. Tras la Segunda Guerra Púnica se perdió mucho material, y en el mundo clásico ha habido falta de interés por conservar ciertas voces femeninas. Sin embargo, sí sabemos que escribió al menos algunas cartas, aunque pocas se han conservado. Su calidad como mujer excepcional está probada en muchas fuentes, como que fue la primera mujer en tener una estatua pública en Roma, algo único para la época.
P.—¿Qué importancia tuvo que Cornelia tuviera una estatua pública en Roma?
R.—Tener una estatua en el Foro Romano era un honor reservado a grandes héroes y personajes destacados, no a seres mitológicos, sino a personas reales y contemporáneas. Que Cornelia recibiera ese honor es un caso único, especialmente siendo mujer. Su fama cruzó las fronteras y fue reconocida públicamente como una figura excepcional.
P.—¿Era conocida Cornelia fuera de Roma?
R.—Sí, su fama traspasó las fronteras del naciente Imperio Romano. De hecho, un faraón envió una embajada para pedir su mano. Esto indica que era conocida y respetada en todo el mundo civilizado de la época.
P.— ¿En qué sentido era libre y qué precio tenía esa libertad para una mujer romana, madre de mártires y figura pública?
R.--Cornelia fue bastante libre en muchos aspectos de su vida. En su familia, las mujeres tenían una gran capacidad de decisión y maniobra, mucho más que en otras culturas como la griega. Las romanas eran sujetos de derecho y tenían una presencia visible en la sociedad. En particular, en la familia de Cornelia, las mujeres actuaban como líderes y administradoras cuando los hombres no podían hacerlo, como su madrastra Emilia Tercia.
Estas mujeres formaban una dinastía poderosa que incluso protagonizó la “rebelión de las mujeres romanas”, con manifestaciones y críticas a tribunos como Pomponia, la madre de Cipriano. Cornelia vivió en una situación que no la limitaba, aunque era la hija menor de un padre que enfrentó una grave crisis. Escipión, su padre, había sido un gran héroe, pero cuando ella lo conoció ya estaba marcado por juicios y acusaciones que arruinaron su vida.
Esa ingratitud quedó simbolizada en su epitafio: «No tendrás mis cenizas», que representa también la ingratitud hacia Cornelia y sus hijos, quienes pagaron un alto precio por la libertad y el protagonismo que ella tuvo en su época.
P.—¿Será una advertencia política, “Patria ingrata”?
R.— Patria absolutamente ingrata. Esa expresión es una amarga advertencia de Escipión, casi una maldición o una premonición sobre lo mal que Roma le pagaría no solo a él, sino también a sus descendientes. Traigo esto ahora para recordar lo fácil que es para una república en cierto momento traicionar los principios que la hicieron mejor y más fuerte.
¿Por qué sucede esto? Porque quienes se han beneficiado del inicio y de esos principios, a menudo se niegan rotundamente a cambiar nada y se aferran a su posición de privilegio. Esto ocurre incluso cuando genera graves problemas sociales, como es el caso de Roma en esa época.
Cornelio y sus hijos intentan evitar la crisis social que ya vislumbran. Ellos analizan sus causas y tratan de comprender qué está pasando. Esa crisis comienza antes del final de la novela.
Como en la novela antigua, interesa saber si Mario ha sido elegido otra vez, porque él se dirige hacia una dictadura. Eso marca el inicio de la espiral de guerras civiles, la crisis definitiva de la República y su fin. No es el fin de Roma como ciudad, sino el fin de la forma de gobierno que Roma tenía.
El asesinato de los Gracos es el punto de no retorno. A partir de ahí, la República se derrumba sin tregua y llegará a su fin.
P.—¿Por qué decides contar la historia desde Antígona?
R.— Decidí contar la historia desde Antígona por el gran respeto que tengo hacia los personajes históricos. Me parece complicado inventar correspondencias extensas o acciones que no están documentadas, como hice en otros casos históricos.
Antígona me permitió estar dentro y fuera de la casa, dentro y fuera de la vida familiar. Sus ojos reciben información política, del foro, sobre lo que está ocurriendo en Roma, pero también están muy conectados con la vida doméstica.
Me interesaba contar esta saga familiar, de tres generaciones, cada una peor pagada que la anterior por una Roma a la que entregaron sus vidas sin recibir lealtad alguna. Roma les paga muy mal.
Además, Antígona es griega, no romana, por lo que observa, analiza y explica Roma desde fuera, con una mirada extranjera que ayuda a detallar y entender ciertas cosas. Aunque está romanizada, sigue siendo griega, y esa distancia permite un enfoque más crítico y distinto.
P.—Tiberio y Cayo Graco son reformistas, pero ¿qué tipo de reformistas?
R.— Tiberio y Cayo son dos reformistas audaces, aunque muy diferentes entre sí. No son figuras que pretendan romper con la tradición, sino hombres que intentan corregir el rumbo de la República para que recupere el equilibrio social perdido.
Todas sus reformas se basan en leyes previas, principios fundamentales de la República, y buscan recuperar el respeto por la tradición republicana, algo que Roma ha olvidado.
Cuando proponen la recuperación de las Leyes Licinias, por ejemplo, están proponiendo volver a algo que fue durante mucho tiempo respetado y defendido, pero que fue sistemáticamente ignorado y vulnerado por la aristocracia romana, especialmente los optimates y patricios.
Estos grupos ampliaron sus propiedades más allá de lo permitido, apropiándose de tierras agropúblicas, que eran tierras del Estado, no propiedad privada, a costa de campesinos arruinados.
P.—¿Por qué se arruinan los campesinos romanos?
R.— Porque las legiones están cada vez más tiempo en servicio y las guerras se alejan de su tierra. Eso genera que los campesinos no puedan mantener sus tierras, se endeuden o sufran abusos.
Como consecuencia, la plebe se concentra en Roma pidiendo limosnas o trigo gratis al Estado o a las legiones. Esa gente no tiene nada que perder, ni prosperidad ni vida segura.
Mario recluta a 35,000 de los 50,000 hombres que envía, y esta situación social es uno de los elementos que llevará a las tensiones y conflictos que marcan el final de la República.
P.—¿Y qué papel desempeña Escipión con respecto a Cornelia y sus hijos?
R.— No me he centrado en la vida gloriosa de Escipión como gran general romano, esa parte muy conocida y novelada de su enfrentamiento con Aníbal, una de las grandes epopeyas de la historia universal. La parte que recojo es la última etapa de su vida, cuando ya existía su hija pequeña. Es un momento muy amargo, tras su regreso de Asia con su hermano, donde una serie de acusaciones graves lo obligan a abandonar Roma. Sin embargo, no terminó en la cárcel porque Tiberio Sempronio Graco, que luego fue esposo de Cornelia, usó su derecho de veto como tribuno para impedirlo. Defendió que un hombre que había hecho tanto por Roma no podía ser encarcelado así. Escipión, por tanto, se convirtió en esposo de Cornelia durante muchos años.
P.—¿Cómo has equilibrado o cómo le has dado voz a Cornelia?
R.— He dado mucha importancia a la voz de Cornelia. Como Antígona, recibió una educación que le permitió desear escribir unos “anales cornelianos” que contradijeron, en parte, la versión oficial que transmitían sus enemigos, especialmente Polibio, quien estaba al servicio de Emiliano, su gran adversario. Emiliano, que además era yerno y pariente por adopción, termina siendo el enemigo familiar más profundo, y posiblemente responsable de la muerte de Tiberio.
Intenté que Antígona le encargue a Andronio, otro griego, la escritura de esos anales, con un estilo historiográfico riguroso, ya que Cornelia escribía cartas personales que son fragmentarias y muy íntimas. A través de esos recuerdos y conversaciones con familiares y allegados, la figura de Cornelia está constantemente presente. Desde que Antígona llegó a la casa como esclava griega para ayudar con la educación de las hijas de Escipión, ella nos cuenta cómo era Cornelia desde joven y adolescente.
La historia de Cornelia está llena de rumores y maldiciones, como la idea falsa de que su matrimonio con Tiberio, mucho mayor que ella, se debió a un premio por salvar a Escipión de la prisión. Esto es completamente falso y se puede demostrar. También hay falsedades sobre la dote que supuestamente Emiliano pagó a sus hijas, aunque los números y las fechas no cuadran. Emiliano fue muy generoso cuando murió Escipión, pagando rápidamente la dote a ambas hermanas, pero el modo en que se cuenta no se sostiene cuando se analizan los tiempos y circunstancias.
He intentado que la voz de Cornelia esté presente en todo momento para mostrar su figura real y compleja.
P.—¿El poder traiciona?
R.— El poder en sí mismo es como cualquier otra cosa. No es intrínsecamente bueno ni malo. Por ejemplo, ¿es malo el dinero? Depende de cómo se use. Lo mismo pasa con el poder: puede ser letal, corrosivo, corrupto, abusado, una desgracia o, por el contrario, un beneficio. No tiene una única cara, es un prisma con muchas facetas. Por eso decimos que es fundamental conocer la historia para no caer de nuevo en los mismos errores.
P.—Es una pregunta retórica, pero creo que, lamentablemente, seguirá siéndolo durante siglos.
R.— Por supuesto. Es bueno conocer la historia y comprender por qué ciertas situaciones se repiten una y otra vez. Eso puede dar cierta capacidad de predicción, aunque a veces esa predicción no sirva para nada o no ayude a nadie. A mí me ayuda, pero no significa que ayude a todos. Hay personas a las que sí, pero no es obligatorio. Lo que tengo claro es que la historia se repite constantemente, y es increíble.
¿Por qué sucede esto? Porque la experiencia humana no se transmite más que una vez vivida. Entonces uno puede desesperarse intentando explicar a la siguiente generación, pero es inútil. Cada vida humana es como una hoja en blanco que se vuelve a escribir. Si pudiéramos sentarnos con un joven de 18 años y hacerle entender todo esto, probablemente lo paralizaríamos.
Pero, en serio, el estudio de la historia nos ayuda muchísimo a comprender las realidades del presente. No digo que evite que repitamos errores, sino que nos permite contar, frasear la historia, entenderla mejor. No impide que volvamos a cometerlos, pero nos da herramientas para entender mejor lo que sucede.
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Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Editor de sonido: Manuel Muñoz