“Encontré las cartas el día de mi cumpleaños. Fue el mejor regalo que me hizo en la vida.”
Tras la muerte de su madre, Care Santos encontró una caja con casi 1.500 cartas. La historia de amor real entre sus padres, escrita con una pasión que el tiempo no logró borrar. De ese hallazgo nace: “El amor que pasa”(Destino), una novela sin ficción sobre lo que queda cuando todo parece haber pasado. En esta entrevista, la autora conversa con Rosa pasa página sobre herencias emocionales, memoria, escritura y el poder transformador del amor.
P.—Qué sentiste cuando abriste esa caja con esas cartas de tu padre después de la muerte de tu madre.
Pues emoción sentí, lo cuento en la novela y un poco de satisfacción personal, tranquilidad, porque yo durante muchos años pensé que esas cartas no las iba a encontrar, que mi madre las había tirado, pero no, las guardó. Y yo sabía que existían, siempre lo supe, y siempre las quise, con lo cual en el momento de encontrarlas, lo que sentí es que tenía el permiso para escribir esa novela que tantos años había pensado en escribir.
P.—¿Se la pediste alguna vez y no quiso dártela?
R.— Sí, se las pedí toda la vida. Había veces en que me decía que las iba a tirar, y otras me decía que las había tirado y mira, sobre todo lo que yo pienso es que estaba en su derecho. O sea, eran sus cartas y ella podía hacer con ellas lo que quisiera, lo digo también en la novela, hay otros casos en la historia de la gente y de la literatura, por supuesto, y decidió guardarlas,, ella era muy consciente de que yo las quería y lo que iba a hacer con ellas, con lo cual fue un regalo,
Un regalo que además parece ficción, pero no lo es, porque las encontré el día de mi cumpleaños, dos meses después de ella morir, y fue, sin duda, el mejor regalo que me hizo en la vida.
P.—¿En qué momento decidiste que ibas a ponerte a escribir y que lo ibas a publicar?
R.—Yo siempre supe que lo iba a escribir, porque era una historia que se contaba en las sobremesas, que ellos contaban, que sabíamos todos, los hermanos la conocíamos, sabíamos incluso poemas de memoria. Pero las historias familiares tienen un poco eso, tú necesitas distancia, tiempo, madurez, sobre todo distancia, para aprender a valorarlas y para saber bien qué es lo que tienes, porque no valoras lo que has conocido desde siempre. Y yo con los años fui aprendiendo a valorar esta historia y cuanto más la valoraba naturalmente más sabía que la iba a escribir. Me alegré de haber esperado, porque hubo algún intento anterior de novelar y convertirla más en ficción.
Y, celebro no haberlo hecho, porque hubiera desperdiciado una historia maravillosa y sobre todo porque no me hubiera podido apoyar en ese material documental que es la base de la novela, que son las cartas.
P.— Tu padre recibió decenas de cartas desconocidas por un anuncio que nunca publicó. Yo no sé si te has preguntado en algún momento por qué entre todas las cartas decidió la de tu madre con Claudia?
R.—Bueno, no solo la de mi madre. Mi padre recibió más de 500 cartas, porque salieron sus señas en una sección de solicitud de correspondencia de una semana de variedades cinematográficas, donde había una sección muy numerosa de solicitud de correspondencia. Él, efectivamente, no había puesto ese anuncio, el anuncio era una venganza de unas novias que quisieron vengarse de él.
Y mi madre, que era una cría, que tenía 16 años, se apostó con una amiga que le escribirían a un sevillano, tenía que ser un sevillano porque mi madre, que era catalana de mil generaciones, tenía el capricho de casarse con un sevillano, las dos le escribieron al mismo sevillano y la apuesta era que ganaba la primera a quien le declarara su amor. Bueno, esa historia absolutamente rocambolesca. continúa cuando mi padre recibe más de 500 cartas, decía él, y hace un casting, mi padre era muy mujeriego, no iba a desperdiciar la ocasión de conocer a tantas mujeres juntas, hizo un casting y se quedó con 25. En esas 25 cartas, hubo algunas que estaban muy claras, que él no tuvo que pensar nada.
Hubo algunas que descartó, pero se despidió de todo el mundo, porque así pensaba él que tenía que ser. Y algunas se quedaron con dudas. La amiga no pasó en la primera criba, pero mi madre se quedó por los pelos. Y de hecho mi padre se lo dice, que no sabe por qué la escribe, porque le ha mandado una carta en que no le dice nada, muy breve, pero hubo algo ahí que ya le llamó la atención y la dejó en las quizás. Y la escribió igual que a otras 24. Lo que ocurre es que luego la esencia fue cobrando fuerza, también contra todo pronóstico, porque lo más normal hubiera sido que muriera como murieron las otras.
P.—¿El poder de la palabra escrita, a veces es más que el intercambio físico?
R.—El poder de la palabra es inmenso, y no se lo puedes preguntar a alguien que vive de juntar palabras, pero evidentemente. Y la capacidad de seducción, de esa manera de escribir tan íntima que es la correspondencia personal, en que muchas veces te atreves a contar cosas que no contarías de una forma más inmediata, yo qué sé, tomando un café, y luego también la capacidad de seducción de alguien que se manejaba bien con las palabras, porque mi padre quería ser escritor, era muy solvente por escrito, escribía muy bien y yo creo que él también lo sabía, sabía que escribir podía seducir bastante bien, no sé si mejor que en persona porque también se le daba bastante bien.
Y lo que sí es incuestionable, leyendo las cartas, es que mi madre se enamorara. Por supuesto, es que tú no puedes recibir esas cartas y quedarse tal cual, son unas cartas impresionantes por bien escritas, por lo que le dice, por la pasión, por la alegría, por la forma de ser, es desbordante. Y mi madre era muy joven, pues, naturalmente, se enamoró, pero me habría enamorado yo con la edad que tengo ahora también.
P.—¿Qué has descubierto de tu padre leyendo esas cartas?
R.—Le he ampliado, de alguna forma. He conocido a un padre más joven, muchísimo más joven que el que yo conocí, era como una especie de prototipo del mismo, había muchas cosas que ya estaban ahí, y que luego continuaron y que yo reconocía, y otras que cambiaron, y era muy emocionante reconocer eso, que las personas en algunas cosas cambiamos de parecer, nos formamos, maduramos, pero algunas quedan intactas, por ejemplo, su capacidad de enamorarse de todo, su capacidad de trabajo, su alegría, su fuerza, esa incuestionable manera de ser y su valentía a la hora de enfrentarse a los retos personales, pues mi padre no le temía nada, no le temió a dejarlo todo y a marcharse a un lugar en que no le conocía nadie, a empezar una vida con una persona. que no había visto en más de una semana en su vida. Entonces, bueno, pues todo eso, que de alguna forma yo ya sabía o sospechaba, lo descubrí mucho leyendo las cartas y fue muy emocionante reencontrarse. Y tu madre, una vez que leyó las cartas o las releyó, dijo, que me he vuelto a enamorar de tu padre.
P.—Volvió a sacar todo eso que me decía estás que existe en ese texto, en esas cartas, en esa pasión.
R.—Sí, las cartas son encantadoras y yo creo que enamorarían al más pintado. Mi madre tardó muchos años en tener fuerzas de volver a enfrentarse a ellas.
Es muy curioso, a mí me lo parece, no había vuelto a releerlas nunca más, pero las releyó cuando ya se acercaba a los 80, mi padre ya llevaba muerto casi 30 años, y se atrevió a clasificarlas y a leerlas otra vez. Y sí, esa fue la frase que pronunció. Mi madre era muy de sentencias que podía esculpir en mármol, pero esa era muy bonita. Se volvió a enamorar de mi padre.
P.—El viaje desde Sevilla a Barcelona desde 1955, era mucho más que un trayecto, no solamente por lo que suponías, sino por cuántos emigraban de Sevilla, de Andalucía, de Extremadura, a Barcelona, a mejorar.
R.—Claro, era la época de la gran emigración, esa es la razón también por la que la historia de amor tuvo muchos opositores, porque los andaluces en Cataluña tenían muy mala fama, mi abuela catalana no quería oír hablar de andaluces de ninguna de las maneras y se opuso todo lo que pudo a esa relación. Y el trayecto en tren, una de las cosas que demuestra es que estábamos muy lejos Andalucía y Cataluña la distancia no era solo kilométrica, había muchas más distancias. Que ellos vencieron, eso también es bonito, ellos las vencieron una a una, hasta que no quedó ninguna, pero estaban, desde la cultural, la sociológica, por supuesto en su caso, en el caso de los dos, la económica, la edad también, porque tenían edades muy distintas, e incluso la gastronómica,
Es que nada de lo que comía mi padre era lo que cocinaba mi madre. y de todo lo que traía consigo. Eso es muy enriquecedor también. Por eso en mi casa, te lo voy a ejemplificar de la manera más burda o más doméstica, había siempre una jarra de gazpacho en la nevera y se untaba el pan con tomate. Por ejemplo, tan ricamente.
P.—¿Cómo dialoga esta novela o esta historia de amor con la España de los años 50 y 60?
R.—Totalmente. La España de esos años, que era una España muy gris, que fue la que les cobijó, y digo yo que ellos arrojaron un poco de luz en ese momento tan terrible, tan oscuro, está tan bien. En las cartas hay una crónica de un tiempo. Y las cartas son muy extensas, son casi 1.500 páginas. Solo tengo las cartas de mi padre, pero en esas 1.500 páginas le da para decirle que la quiere, de todas las maneras imaginables, pero también para contarle su vida, la crónica de su día a día, sus gustos, lo que está pasando en Sevilla, todo. Es decir, la crónica de una época está también en las cartas. Y era maravilloso poder contarlo, porque era necesario para entender qué modelo de hombre y qué modelo de mujer eran ellos, cuáles buscaban, por qué se enamoraron, todo eso, que era un modelo muy distinto, al que seguramente ahora puede buscar cualquier joven de esa edad, pero estaba ahí y formaba parte de la historia, entonces no podía no contarlo.
P.—¿Tú crees que fue un amor inevitable, correspondido, desigual o milagroso?
R.—Un poco de todo. Bueno, correspondido, sin duda. Inevitable... no lo sé, creo que mi abuela buscó muchas maneras de evitarlo, o sea, que debía pensar que evitable era en algún momento, por lo menos en algunos de sus estadios. Y milagroso un poco también, porque había mucho en contra, para empezar los kilómetros, mucho en contra. Pero claro, todo lo que había en contra no contaba con ese empuje sobrenatural de mi padre. A mi padre le daba igual lo que hubiera en contra, eso sí que es otra conclusión que se desprende de la lectura de las cartas. Él hubiera terminado con ella, sí o sí.
No había ningún obstáculo que se le resistiera. Y si lo hubiera habido, él lo hubiera vencido.
P.—¿Has aprendido o te has reconocido en el deseo, la espera, la paciencia, el olvido, al escribir esta historia?
R.—Me he reconocido en esa forma de ser de mi padre, que creo que comparto bastante, creo que me parezco mucho a él en la forma de ser.
P.—¿Sí, te irías a Laponia si fuera necesario?
R.—Bueno, me he ido a Laponia cuando ha convenido. Ahora ya no tengo edad, de ciertas cosas.
P.--Hay edad para todo, no me digas eso.
R.--Bueno, y sobre todo, mira, he tenido la suerte, edad es posible que todavía tenga, pero he tenido la suerte de perseguir lo que quería en algún momento de mi vida y que me saliera bien.
Todas terminan mal y algunas se tuercen antes del final. Y desde luego esta, la historia de mi familia, no es una historia perfecta, no es una historia de vino y rosas, es una historia con momentos muy duros. Pero hay partes de las historias que lo iluminan todo y lo justifican todo. Y tendemos mucha tendencia a fijarnos en los finales, creo que hacemos mal. Que hay cosas de otros momentos de las historias, los principios, por ejemplo, que pueden ayudar a contrarrestar todo lo malo que haya pasado después.
Y eso es una de las cosas que he aprendido con estas cartas y escribiendo esta novela. Que valía la pena contarla porque esta historia justifica cualquier cosa que pueda pasar. Y espero que no solo a mí, también a mis lectores.
P.— ¿Ha habido partes que te ha costado más o que has dicho esto, no lo voy a poner?
R.—Ha sido una novela difícil de escribir, porque era un material muy sensible, muy cercano, no estaba inventando nada y estaba construyendo una trama a partir de la intimidad de mis padres.
Por supuesto que he sacrificado cosas, y ahí ha intervenido mucho la novelista. Claro, era una novela con mucha carga emocional, donde mi primer impulso era contarlo todo, porque era un material que me emocionaba mucho que estaba ahí, pero no tenía sentido.
Yo no podía escribir una novela para mis sobrinos y mis hijos, ni para los cuatro de la familia, yo estaba escribiendo una novela para la gente que sé que me lee y que disfruta con mis historias, y ahí la que tenía que intervenir y mucho, era la escritora, el oficio. Todos los que escribimos sabemos que una novela se construye tanto con lo que se deja como con lo que se quita, especialmente, yo diría, con lo que se quita, con lo que podas, y aquí era imprescindible podar muchísimo, he podado mucho, mucho, todo el tiempo.
P.—¿Has recibido, sobre todo, herencia emocional?
R.—Inevitablemente, claro, es que es una novela que es mi herencia emocional, por supuesto.
Y la palabra herencia sale muchas veces en el libro porque es una palabra importante. Claro, ¿qué herencia me dejaron mis padres? Pues al final la herencia eres tú mismo, ¿no? Tú mismo a ver qué haces con lo que has recibido, ¿no? Esa es una responsabilidad que todos tenemos.
P.—¿De qué manera administras esa memoria, ese recuerdo, ese legado que te han dejado?
R.—Pues a ver qué vamos a hacer con ese legado, creo que eso es importante, y está todo el tiempo en este libro.
P.—”El amor que pasa”. Define el título, porque tiene truco.
R.— El título El amor que pasa tiene varios sentidos, y todos me llegaron de forma muy natural. Hay una escena clave en la novela en la que mi padre dice algo así como: “Fíjate cómo es la vida, vas por la calle, doblas una esquina, y ahí está el amor de tu vida, que pasa… y hay que aprovecharlo”. Creo que sin saberlo —o quizá sí, porque leía mucho a Bécquer— estaba parafraseando al poeta.
El título se me reveló de manera casi mágica en la glorieta de Bécquer, en el Parque de María Luisa de Sevilla. Yo estaba reconstruyendo lugares clave de la novela, y pasé por el mismo recorrido que hacía mi padre cada día. Él, en una de sus cartas, cuenta que se detuvo frente al grupo escultórico dedicado a Bécquer, pensó en mi madre y le compró una postal.
Al llegar allí, vi que había un código QR con información sobre el monumento. Lo escaneé y descubrí que está inspirado en la Rima X, cuya última línea es: “Silencio es el amor que pasa”. Ese verso lo iluminó todo. El título no podía ser otro: un guiño a Bécquer, al amor fugaz y a ese momento íntimo entre mis padres. Fue como si el título me hubiese estado esperando.
P.—¿Cómo te quedas una vez escrita esta historia que eres tú, que es parte de tu vida?
R.—Sí, siento que es lo más auténtico que he escrito nunca. Es una novela que me emociona mucho, que me dicen lo que les ha parecido, mis lectores. Son siempre muy generosos los lectores y te comentan muchas cosas. Me emociono mucho también que se identifiquen con la historia que cuento. La historia que cuento es la mía, pero en realidad una historia nunca es solo la tuya.
Por supuesto que es la historia de mucha gente de esa España de los años 50, 60, que hay mucha gente que se identifica con lo que estoy contando, y eso también me encanta que me lo digan.
R.—Sí, siento que es lo más auténtico que he escrito. Me emociona mucho cuando los lectores me cuentan lo que les ha parecido; son muy generosos. Y me conmueve especialmente que se identifiquen con la historia. Aunque es la mía, nunca es solo tuya: muchas personas que vivieron en la España de los 50 y 60 se ven reflejadas en lo que cuento, y eso me encanta.
Sigue la entrevista en Spotify y Youtube
Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega