Rosa pasa página, charla con Jesús Carrasco, ganador del Premio Biblioteca Breve 2024, con: “Elogio de las manos” (Seix Barral 2024). Un novela curativa y luminosa que narra el proceso de restauración de una casa en el campo que termina redimiendo a la familia que la ocupa. La importancia del trabajo manual como origen último del arte.
P.—Era cuestión de tiempo que aquella casa en ruinas de un pequeño pueblo de España, fuera derruida. Tan pronto tuviera la financiación necesaria para construir apartamentos y mientras tanto el propietario les dejaría hacer uso de ella. Un pasado que desparece y un futuro para edificar.
R.—Es una casa en la que tuve una experiencia real, y personal con mi familia. Por motivos que no vienen al caso, tuvimos acceso a una casa que iba a ser derribada y pudimos habitarla hasta que el propietario tuviera todos los permisos necesarios para construir apartamentos turísticos.
Ese tiempo, iban a ser unos meses en realidad, muy poco tiempo, pero por diferentes cuestiones, por ciertos colapsos de la economía que nos vinieron muy bien, pues el proyecto se postergó y al final acabamos habitando esa casa durante unos 10 años más o menos, que son los que yo narro en el libro. Pero siempre sabiendo que la casa acabaría siendo derribada, y que terminaría hecha un solar. Entonces esto propició una experiencia muy singular de la casa porque no podíamos tampoco mejorarla como nos hubiera gustado puesto que no era nuestra. Así que hicimos una especie de cultura del apaño que duró 10 años y que fue muy enriquecedora, la verdad, enfrentarnos a esta forma de percibir el espacio.
P.—Por tanto es una historia en la que la dimensión y el tiempo están muy marcados. Esos 10 años no son un paréntesis más, es un paréntesis lleno de vectores que van en una dirección, que es la del tiempo.
R.—Sí la del crecimiento, la de los niños, que se transforma muy deprisa y que puedes ver las primeras fotos como bebé y diez años después ya son jóvenes. Entonces puedes ver todo ese crecimiento, también en los animales que pasaban por allí, que aparecían, algunos murieron, otros no, pero sobre todo en el crecimiento de los hijos. En ese sentido fue una experiencia muy bonita y este libro también es un poco un libro para ellas.
Pero también era una forma de atrapar ese espacio tan rico y tan hermoso que nos permitió habitar durante ese tiempo.
P.—¿Una casa con numerosas incomodidades que no fueron lo suficiente como plantearos abandonarla?
R.—No fue fácil porque era una casa muy exigente. Era una casa con una forma muy peculiar, que admitía poca intervención.
Dejaba poco espacio al ego, al ego de quien la habitaba. No había mucho que te permitiera hacer. Al contrario, proponía bastantes incomodidades, una casa fría, con ventanas muy malas, caluroso en verano, con animales. Que está al final de un pueblo, entonces hay animales, es normal encontrar unos ratones dentro de la casa, era normal encontrar cucarachas, hormigas…Hubo gallinas durante un tiempo, el ruido de animales toda la noche, burros rebuznando a las 5 de la mañana, en fin, había muchas incomodidades.
P.—¿La parte buena, la más atractiva?
R.—Era muy atractiva. Digamos, en contra de la prestación, ofrecía cosas que ninguna otra casa ofrece, como por ejemplo una parra, bajo la cual comer y ver el horizonte lejano, eso no es tan sencillo de conseguir y esa casa lo ofrecía. Así que una cosa por otra. La sombra que te da una parra no te la proporciona ninguna sombrilla, ningún toldo, ni nada artificial. La sombra de una parra, quien no la haya disfrutado, no lo sabe pero no solamente por la calidad de la sombra, sino por la importancia o la relevancia cultural que tiene eso para nosotros. La parra es un algo mediterráneo. Está absolutamente enmarcada con nuestra cultura desde el origen. La uva, el vino, la parra, el olivo... Forma parte de nuestro paisaje.
P.—¿Cada vez que recordamos, recreamos. Cada vez que recreamos, transformamos?
R.—Los humanos somos seres transformadores, tendemos a modificar lo que nos rodea y en ese empeño también nosotros variamos. Eso es la memoria, porque creo que no es un registro fiel de lo que sucedió, es una narración. Cada vez que intentamos traer a la memoria algo que un día vivimos, llega un momento en que ya no sabemos cómo era.
Digamos que la propia repetición de esa historia la va transformando. Yo siempre recuerdo en este sentido a mi madre, que es una mujer nacida en la posguerra y con una cualidad como narradora envidiable, como otras muchas personas. Y cada vez que le pedimos que nos cuente una historia familiar, la modifica ligeramente y todos sabemos que hay partes de ahí que no eran tan rutilantes ni tan divertidas, pero el tiempo, la desmemoria, esa cualidad que tiene evanescente también la memoria, que no es un registro en un disco duro, pues hace que sea narrativa. Y eso es fantástico. Entonces hay una transformación que yo agradezco mucho.
Yo no necesito que la vida se me presente tal y como es. Muchas veces necesito que la vida se me presente tal y como yo quiero que se me presente, o como ella quiere, pero no necesariamente todo tiene que ser matemático o caber en una fotografía. Hay cosas que no entran en una fotografía. Y esta novela está llena de esas subjetividades.
P.—Hay que ocupar una casa para que no quede vacía, hay que habitarla. La España vaciada, vivir, sobrevivir, pero... ¿con qué?
R.—Pues yo empezaría con muchísimo apoyo del resto del país, de las administraciones públicas. Me gustaría que acabáramos ya de una vez con esa división radical entre los centros urbanos y el medio rural español.
P.—Es que somos interdependientes. Los hijos del medio rural español también necesitan la ciudad.
R.—Por supuesto. Para estudiar, para divertirse, para acceder a servicios a cosas que no tienen en el medio rural, todos queremos conocer el Prado, todos queremos conocer el Museo Marítimo de Barcelona. Pero al mismo tiempo necesitamos que las administraciones y que el ciudadano que vive en la ciudad entienda que el medio rural español es absolutamente necesario y que es necesario darle de servicios y condiciones razonables para que se pueda desarrollar el trabajo, para que pueda proveernos de alimentos saludables y cercanos, para que pueda haber una vida plena también en el medio rural, para que pueda haber centros de salud, para que el patrimonio histórico no se abandone, para que se puedan criar niños en cualquier parte de España.
P.—Claro, el problema es que el medio rural español es un voto muy disperso, con lo cual recibe muy poca atención de la política española.
R.—Con un voto disperso no hay atención. Pero claro, eso no puede ser así. Todos somos ciudadanos del mismo país. Sobre todo cuando hace falta votar.
Tenemos muchas noticias del medio rural desde los políticos cuando se acercan a las elecciones. Luego ya se olvida. Ahora, por desgracia, son los propios agricultores y ganaderos los que tienen que salir a llamar nuestra atención y venir a las ciudades y decir que aquí está pasando algo anómalo, no podemos producir o vender por debajo del precio de producción, por ejemplo.
P.— Escribir, trabajar, cocinar, construir, apuntalar, soldar, reparar, tocar, acariciar, reconocer, amar… Podríamos seguir. "Las manos".
R.—Sí, para mí las manos son, no sé si la parte más importante del cuerpo, pero desde luego una de las más decisivas. Pero no porque sean un apéndice al servicio de la mente, es decir, para mí las manos no son pinzas que obedecen las órdenes del intelecto. Podríamos decir que las manos son casi entidades sintientes y pensantes autónomas y tan necesarias para construir, para trabajar, para operar sobre el mundo, pero por ejemplo para cuidar.
Muchos de los trabajos esenciales de los que hablamos en pandemia son trabajos manuales. Todavía no hay inteligencia artificial, ni software, ni algoritmo que sea capaz de calmar como calma una mano sobre otra piel, por ejemplo.
P.—Afortunadamente.
R.—Afortunadamente. Habríamos perdido toda condición humana si eso llegase a ser así.
Esa necesidad y esa potencialidad de las manos me parece tan importante y tan rica que me sorprende que no haya muchísimos más textos que tengan a las manos como centro.
P.—La casa está llena de poesía y de estimación. Hay un motivo que explica una ventana, una sábana limpia en un cajón, una coleta. Hay una intención para cada una de las cosas.
R.—Sí, ahí hablo de una mirada, de una conciencia de lo que nos rodea. Tendemos a dar, por supuesto a la realidad que nos circunda, el ladrillo que constituye la pared, como si hubiera llegado solo. Y yo propongo una mirada detenida hacia eso que nos rodea, no hacia todo porque sería abrumador, pero hacia esas cosas cercanas, algunas de ellas. Para darnos cuenta de que todo tiene un sentido, todo ha llegado, todo supone un esfuerzo, todo merece un respeto. La persona que no existía, pero que existe y que limpia la casa. La persona que no existía, pero que existe y limpia la piel o baña a una persona mayor que necesita ayuda, propongo esa conciencia de lo que nos rodea.
Porque me parece que es necesario. Y porque es enriquecedor también. Tener una percepción más compleja y más completa de lo que nos rodea. Porque nos permite también habitar el mundo de una manera más respetuosa, porque entendemos al otro.
Entendemos su trabajo y respetamos su trabajo y el modo en que hace las cosas y que nos ayuda.
P.—“Un texto flotaba solo, recelaba y por lo general lo tiraba a la papelera. Un texto no podía ser bueno si no mediaba un gran esfuerzo.” ¿Cuántas veces, si acaso lo hiciste alguna vez, tuviste que tirar este texto?
R.—Pues para escribir esta novela he tenido que escribir otra, antes, entera. Y para escribir la previa también tuve que escribir otra y para escribir la anterior tuve que escribir dos más.
Esto que lo he percibido siempre como una desgracia, empiezo a percibirlo ya casi como una forma de trabajar. No me gusta que sea así, prefiero ser más certero. Pero creo que necesito el convencimiento de quien escribe una novela por primera vez. Es decir, ese impulso que te hace creer en que aquello que estás haciendo tiene sentido.
Necesito ese ensayo largo, ese borrador serio, que son 300 páginas de texto que yo pienso según lo que hago, que es una novela, para saber qué es lo que quiero hacer y qué es lo que no quiero hacer. Pero de primeras, mi cabeza es incapaz de distinguir qué quiero hacer. Y eso creo que le pasa a muchos escritores. Al final uno escribe, o al menos creo que eso me pasa a mí, para saber, entre otras cosas, escribe para saber de qué quiero escribir. Podría escribir de infinitas cosas.
La página en blanco es igual de blanca para cualquiera, también para mí, pero al final se produce una especie de decantación. Evidentemente hay un sector que quiero tratar, un tema, un espacio de la realidad que quiero tratar, pero hay mil formas de tratarlo.
Entonces necesito esa escritura, esa escritura previa que es seria y que quiere ser definitiva pero que luego resulta que no lo es.
P.—Pero qué propicia al libro.
R.—Bueno, el origen de esta novela, como el resto de las novelas, es complejo. No es solamente una idea, ni una imagen, o el interés. Todos los elementos son importantes en ese recorrido que es la escritura. Todos la forman y se van condensando.
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