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«Mi padre supo ver la cara C del disco de Pink Floyd : Atom Heart Mother»

«Mi padre supo ver la cara C del disco de Pink Floyd : Atom Heart Mother»

"Madre de corazón atómico" Agustín Fernández Mallo (Seix Barral 2024)

lunes 22 de julio de 2024, 11:31h

"Ojos flotando de una veintena de vacas que miran a mi padre dentro del fuselaje de un avión cruzando el océano desde Kansas City a Galicia, en 1967"

Arte y ciencias—poesía postpoética—acuña Agustín Fernández Mallo, licenciado en Ciencias Físicas y autor de “Madre de corazón atómico” última obra publicad (Seix barral 2024) y nuestro invitado en el micrófono de Rosa pasa página.

“Rumiar. Masticar por segunda vez tu rumia de otra vida que no era tuya, sino la vivida por tu padre hace 43 años”

P.—Del proceso de escritura, de la relación en esa habitación, cuando tu padre ya enferma, y ​​de una historia en la que tu personaje es pionera en muchas cosas.

En 1967, unos meses antes de que tú nacieras, tu padre se embarca en un viaje cuyo objetivo es traer una veintena de vacas a Galicia desde Kansas City Missouri.

R.—Sí. Mi padre era una persona muy moderna en el sentido filosófico del término de siempre, querer hacer cosas nuevas, creía en el progreso firmemente y creía en el progreso humano en general.

Y eso le llevaba a ser muy brillante en su profesión y también muy creativa, pero también muy trabajador . Y de alguna manera es algo que sin querer me ha transmitido, aunque no te das cuenta hasta que ya tienes cierta edad como yo y te pones a escribir todas esas historias a partir de su muerte.

P.—Sobre todo cuando descubres ese material que él dejó en un cajón de su despacho.

R.—Sí. Hay un material que él deja, precisamente el viaje que tú estabas comentando a Estados Unidos, que es una suerte de cuaderno vital, escrito en su máquina de escribir en el año 1967 y con fotografías en blanco y negro de explotaciones ganaderas, de animales, pero también de la sociología de la zona, los coches que había, los grandes supermercados, los shopping centres que en España no había evidentemente, y es muy interesante para mí descubrir eso poco antes de que él muriera porque veo que en su profesión mezcla cantidad de ideas, cantidad de disciplinas que pertenecen a la sociología, a la práctica clínica, pero también a la mecánica, la ingeniería, etc. Las lleva a su profesión.

Y es muy interesante porque luego me di cuenta de que yo en realidad hago eso también cuando escribo, pero yo lo hago de una forma involuntaria.

Ahí me di cuenta de cómo te van transmitiendo los padres toda una serie de hábitos y una serie de cuestiones aunque tú no te des cuenta.

Cuando yo descubro ese cuaderno de bitácora del año 67, y me doy cuenta de que él ha viajado allí un mes antes de yo nacer, casi no llega a mi nacimiento. Pienso en el viaje de regreso con las vacas que le miran dentro del fuselaje a oscuras atravesando el océano y ve ojos flotando. Y él lo describe como algo normal, técnico, sin darle una idea de fantasía.

Y, sin embargo, visto por mí, desde mi cultura y mi perspectiva, es una escena totalmente surrealista que podría haber firmado Buñuel perfectamente. Y eso es lo más interesante, cómo narrar algo fantástico, que es anómalo, vamos a decirlo así, y que sea absolutamente real y de algún tipo fantástico.

P.— Años después, viajas a América, haces una ruta y describes lo siguiente: “Un infinito campo sembrado, un molino de aspas que no giraba y cientos de vacas de color pardo oscuro que fijaron al unísono la cabeza cuando detuvimos el coche. Cientos de ojos de animales clavados en nosotros” de alguna forma lo que acabas de contar.

R.—Ocurría lo mismo, pero la situación física era diferente, no era un avión. Claro que, atravesando Estados Unidos en coche de Nueva York a Los Ángeles, no por nada, por hacerlo, por gusto, en Kansas, me encuentro eso y paro el coche y veo esas vacas y recuerdo precisamente las fotografías de mi padre en esas mismas tierras de vacas que miraban a cámara.

Y es cuando se empieza a activar en mí toda esa especie de componenda. Mi padre ya estaba mal, ya era el año 2010, ya daba signos de que podría morir pronto. Y entonces es cuando en tu cabeza se empieza a armar un mundo que nunca habías visto, pero que está ahí. Entonces es cuando recuerdo precisamente ese cuaderno de Bitácora, pero también recuerdo la portada del disco de Pink Floyd: “Atom Heart Mother” que es “Madre de corazón atómico”.

P.—El título de tu libro.

R.—Hay un momento en el que empiezo... En ese mismo viaje por Estados Unidos, yo veo las vacas en un prado, recuerdo el cuaderno de bitácora, todo eso, él por aquellas tierras, pero también recuerdo que siendo pequeño, tendría unos ocho años, cuando aparece por la casa familiar el disco “Atom Heart Mother de Pink Floyd” probablemente comprado por alguna de mis hermanas mayores o prestado de algún amigo de ellas, no lo sé. Y en la portada del disco hay una vaca que mira a la cámara. Entonces a mí me sorprendió mucho ver a mi padre con el disco en la mano.

A mi padre le daba exactamente igual Pink Floyd, obviamente. No le interesaba nada ese tipo de música, para mi padre supongo que para él serían unos melenudos que hacían música, que hacían ruido y punto. Pero describiéndome la portada de una manera totalmente técnica, el tipo de vaca, una vaca frisona holandesa, el pasto sobre el que esa vaca está, qué tipo de pasto es ese, porque es buena, porque esa vaca da algún tipo de leche y no otra, todo a través de una portada de un disco de rock o de rock.

Entonces a mí me sorprendió, que en lugar de fijarse en el disco en sí, se fija en la portada y la lleva a su profesión. La lleva a su mundo.

P.—¿Ver y sentir y describir?

R.—Sí. Digamos que mi padre lo que hace ahí, es ver la cara B del disco de Pink Floyd, en este caso la cara C, porque el disco tiene dos caras, que es esa parte que nadie está viendo. Con los años te das cuenta de que es una enseñanza de vida brutal porque yo en mi profesión, en este caso de literaria, es lo que hago, intentar ver la cara B de las cosas en todos mis libros.

P.—“Dos ideas que dominan mi día a día. La realidad, que no es realidad, sino un deseo, y la identidad, que es una alucinación del ego”

R.—Efectivamente del "Ego". Eso es cuando mi padre ya está muy enfermo, tiene una suerte de demencia senil, y un día en que te pregunta algo que es una barbaridad por ejemplo: ¿y tú quién eres?. En ese momento aparece la gran pregunta, para mi vertiginosa, que lo cambia todo, que es: ¿quién hay ahí? . Claro, es que es tu padre, pero tu padre de repente parece otra persona. Es como si todo lo que has visto en tu vida, todo lo que has visto, te dijeran, ve, todo esto que tiene alrededor, que ha visto siempre, era mentira. Y te cambian el decorado en un segundo.

P.—Te bajan el telón, te suben el telón y aparece otra cosa.

R.—Claro, y ahí me di cuenta de que yo estaba preparado para asumir o ver la degradación física de una persona por mi profesión, pero no estaba preparado para ver la degradación mental de alguien. Esa es la pregunta que en realidad subyace en todo el libro.

P.—“La muerte de un ser querido es un proceso muy misterioso, muere para renacer en ti de otra manera, resucitó para ser otro en ti. Es un poco lo que acabas de decir, todo lo que has recogido de tu padre sin ser consciente de ello. Esa forma de mantenerlo en vida”

R.—Claro, efectivamente. Es eso. Es que la muerte es muy curiosa porque es lo único que se repite siempre, que sabemos que se repite, sabemos que ocurrirá. Y fíjate que es lo único, porque el resto de cosas podrían no ocurrir, o sea el sol sale mañana pero podría no salir en un caso, ya sé que es muy improbable, pero si un planeta o otra estrella golpea el sol, podría ser, pero la muerte es lo único que sabemos que va a existir y que existe y es a lo único a lo que no nos acostumbramos nunca y eso es algo muy misterioso por eso la muerte pone en marcha procesos muy misteriosos como el que acabas de decir tú. Que yo cito en el libro.

Y me doy cuenta de que en realidad nadie muere. Y me doy cuenta de mucho más, que en realidad ninguna cosa se puede extinguir. Todo lo que el ser humano pone en el planeta Tierra existirá para siempre. Existen la memoria, existen muchas cosas. Entonces, esa idea de la muerte como una suerte de resurrección, es una idea que te cambia el sentido de lo que es la muerte y asumes a partir de ahí la muerte como la última enseñanza que el muerto te brinda. Es casi como un regalo.

P.—Y para terminar con el tema de la muerte, vamos con más cosas. ¿Es verdad que nada más morir, ese alguien ya se convierte en un mito? ¿Como también es verdad que necesitas narrar aquello que ya está lejano, cuando ya no existe esa persona?

R.— Claro, absolutamente. El escritor siempre escribe el mundo de los vivos desde el mundo de los muertos. O sea, el escritor es un muerto que narra el mundo de los vivos.

P.—¿En qué sentido?

R.— En el sentido de que tú para narrar algo tienes que distanciarte, tienes que hacer como que has muerto respecto a ese algo, como si hubieras muerto respecto a eso que estás narrando.

Me costó mucho, es verdad, narrar sin crear un mito y sin crear una ficción exagerada. Pero creo que lo he conseguido. Sí.

P.— ¿Tu padre nunca te contaría el cuento de los tres cerditos?

R.—Nunca. Y eso, me ha parecido maravilloso, darme cuenta con el tiempo de que mi padre nunca me contó ningún cuento para niños, de hecho. Sin embargo me contaba, pues lo que me pongo en el libro, qué es un arándano, o qué es una vaca, o qué es una garrapata, cuando íbamos por el campo, o qué es un oso, o cómo los romanos lavaban oro en unas acequias que había allí en León y todo eso me lo contaba de un modo que efectivamente para un niño era fantasía pura, era algo fantástico, sin embargo me estaba hablando de algo absolutamente real, no me estaba hablando de los tres cerditos que hablan, ni de cuentos de Walt Disney, ni de chorradas así.

No hace falta inventar capas de fantasía por encima porque lo único que hace es en verdad destruir la realidad misma y destruir la fantasía que la propia realidad ya tiene. Y eso es algo que es una enseñanza que parece sutil pero brutal, darse cuenta de eso. Por eso, por supuesto, nunca me contó ni el cuento de Blancanieves, ni nada por el estilo.

P.—“A veces los animales te miran de tal forma que parece que te están interrogando y cuanto más inexpresiva es su mirada, más acusado es ese efecto. Tanto que a veces podemos o queremos pensar, o lo pensamos sin querer, que hay una persona dentro”

R.—Es un pensamiento que tomo de Cioran. Es muy interesante esa idea de que cuando miras a un animal detenidamente te parece que hay un humano dentro. Es una sensación, porque además yo soy bastante militante en el hecho contrario, de que los animales son animales y obviamente no tienen sentimientos humanos.

P.—Pero tienes sentimientos.

R.—Depende. Es debatible, porque habría que definir qué es un sentimiento. Desde luego un sentimiento complejo humano no creo que tenga, o no sabemos si lo tiene o no.

P.—Quieren y se les quiere. Pero, ser un ser sintiente, no lleva el añadido de humanizarlos.

R.—Bueno, efectivamente, yo ahí extraigo eso por esta idea de las vacas mirando a cámara, que te quedas fascinado con esos ojazos que miran a la cámara, tanto en las fotos que hizo mi padre en Estados Unidos, como yo cuando llego a Kansas y me miran y las filmo, por cierto, y me miran a mi cámara y también el disco Atom Heart Mother de Pink Floyd que mira a la cámara.

P.—En esta historia escenificas momentos, diría instantáneas para seguir con el tema de la fotografía, de la guerra civil. Cómo confiscan la tienda de ultramarinos, en Muria de Paredes.

R.—Lo que cuento ahí es cómo en el año 1937, mi abuela, mi padre, mis abuelos, estaban muy politizados, eran del PSOE, tenían el carnet del PSOE, en el pueblo minero en el que vivían, se reunían los mineros para comentar el periódico del día que era el Heraldo, y uno de ellos era socialista. Y la minería , era un lugar muy activista, entonces mi padre, en un libro que escribió de memorias para la familia, narra esa infancia suya y cuenta una anécdota para mí brutal.

Aparte de que a mi padre con 10 años o 12 le enviaban a la escuela nocturna de mineros a dar clase a los mineros de matemáticas.

En el año 37, dicen que hay que llevarse a los niños a Rusia y, por supuesto, a la gente del partido y mi abuela se niega y contraviniendo las órdenes del partido que era embarcar a los niños desde Gijón a Rusia. Ella dijo que era una práctica desmedida de fidelidad al partido y lo considera un rapto. Así que coge a mi padre y se escapa del pueblo con él y con un cerdo atravesando montañas al pueblo en verdad original de ellos que está a 40 kilómetros de la época y teniendo que atravesar montañas durante dos noches. Y...una tienda de ultramarinos que sería confiscada....

Y a partir de ahí ocurre algo muy curioso que es que por este hecho, tanto los, digamos, los golpistas, es decir, los que se llamaron los nacionales, que eran los golpistas, buscan a mi abuelo y a mi abuela porque eran de izquierdas y los de izquierdas buscan a mi abuelo y a mi abuela por contravenir al partido.

P.—Podemos recordar cuando vimos o hicimos algo por primera vez. cuando sentimos algo por primera vez. Pero no sabemos que lo que estamos viendo posiblemente sea la última vez.

¿Cuál es tu último recuerdo con respecto a tu padre?

R.— La última vez que lo vi, fue en un sueño. Sí. Estoy de viaje en México. Y esa noche, en la noche en que se murió, yo soñé con él. Y soñé que estaba en mi casa, en la casa en la que yo vivía, y miraba una pared. Y lo primero que hago cuando vuelvo a España, es ir a mirar esa pared que mi padre miraba en el sueño para ver qué había….

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