Rosa pasa página charla con Paula Klein que ha publicado “Las brujas de Monte Verità” (Lumen2024)
“Verónica acaba de tener un hijo al que ama incondicionalmente, al tiempo que siente que ser madre no le permite ser libre. Ella es una profesora argentina afincada en París y estancada por su maternidad. En ese estancamiento decide documentarse sobre mujeres que también buscaron una utopía.
P.—Sitúanos en Monte Verità.
R.—Monte Verità es una comuna anarquista, utópica, que se fundó en 1900 en las colinas de la Suiza italiana de Ascona. Y en el inicio eran seis locos buenos, avanzados, porque eran como hippies del 1900, tres hombres y tres mujeres, que soñaban con un regreso a la naturaleza, una vida más simple, querían escapar del capitalismo. Cuando leí los textos que escribieron sentí que me estaba hablando gente de hoy, porque querían huir del bullicio de las ciudades, de la locura, de la sociedad de consumo, de todos los males del capitalismo y querían ser lo que hoy se define como vegano. Experimentar con formas de vida alternativa, entre ellos amor libre, experimentación con drogas, opiáceos y hongos y vivir una vida libre, sin el corset de las imposiciones que nos obligaba la sociedad de la época.
Su sueño era fundar la comunidad y lo hicieron. Funcionó como tal entre 1900 y 1928, yo reconstruyo la historia a través del punto de vista de las mujeres que fueron las olvidadas de la historia.
P.—Querían vivir en libertad pero fíjate qué contradicción si viven bajo una libertad de opiáceos que te va a generar una dependencia brutal.
R.--Esos eran los más extremos. Ese era Otto Gross, que era un psicoanalista, que fue muy bueno en la época, era un discípulo de Freud y de Jung, que quiso introducir el microdosing diríamos hoy de opiáceos.
Había miembros de la comunidad que se opusieron como Ida Hofmann que no practicaba, y algunos que sí se prestaron a esas prácticas, pero hay que ponerse en el contexto de la época en la que no tenían idea de lo que era hoy en día.
Freud consumía cocaína pero básicamente era un lugar en el que se querían experimentar esos modos de vida alternativos y había una idea de que cada cual haga lo que quiera con su vida y con su libertad.
P.—Pero no todos comulgaban con todos los principios. ¿Quizá fueron los primeros hippies?
R.—Fueron los primeros hippies. Porque seguro que después aparece por ahí alguna otra fuente que diga que no, pero en realidad la historia claro cuando se inicia la primera guerra mundial y muchos se van entonces de Ascona para huir de Europa y llegan a la costa oeste californiana y la historia dice que fueron a parar a la costa oeste y que influenciaron a muchos de los que después fueron los hippies conocidos de la generación del 60.
P.—Verónica se siente “atada” además de con la maternidad, también con su matrimonio y tiene la necesidad de salir, y encuentra aquí su refugio de alguna manera.
R.—En un principio es un refugio intelectual, porque ella está frustrada porque es una profesora de arte, siente que la sociedad le está cerrando todas las puertas y que se acaba un poco su sueño de ser una mujer independiente con un trabajo, de vivir de aquello en lo que ella quiere trabajar y está en crisis con su marido y entonces sí hay como una búsqueda intelectual de reconstruir la vida de esas mujeres y de oponerse a este sistema que le está cerrando la puerta y necesita sobreponerse a todas esas adversidades.
P.—Pero por ese rechazo del utilitarismo, ¿no?
Porque todo tiene que ser utilitario. No puedo vivir una vida en que no me están exigiendo todo el tiempo cuál es el valor, para qué... Y hay algo de eso en ella.
P.—Agotamiento, y confrontación.
R.—Verónica, la protagonista, está confrontada, está en un momento de crisis. Crisis laboral, porque tiene un bebé pequeño, porque su matrimonio empieza a tambalearse, bueno, se empieza a dar cuenta que los sueños de su marido y el de ella no son los mismos y aparecen en diferentes utopías.
Está la del marido, que es la de irse al sur a un ecopueblo en los Pirineos, que a ella le da pavor porque no se imagina viviendo en el campo en condiciones tan rudas.
Y está el de Lucía, que es como una especie de alter ego ficcional, porque es como la mujer que hace todo lo que ella no se anima a hacer. Ella deja Francia, deja a su marido, vuelve a su país que es Argentina y se propone fundar como una casa en el campo con amigas en las que todas se van a ayudar y las que tienen hijos que van a autoayudarse. Y en la que será una comunidad con hombres bienvenidos ocasionalmente. Y la relación con ella es complicada, es dual, porque es como que la admira, al mismo tiempo le da celos de su libertad, y al mismo tiempo a Lucía también le da celos que ella tenga un hijo y que tienen una relación tirante, pero al mismo tiempo se quieren y hay un diálogo de otras maneras en las que podría ser su vida, y entonces ella se pregunta un poco para dónde podría ir o qué sería mejor para ella, pero no lo tiene claro.
P.—La precariedad en la que viven en la comunidad no solo las madres, también la de los niños en temas tan importantes como la escasez de medicinas.
R.—Ese es uno de los aspectos más oscuros y terribles de la comuna, como toda comuna utópica. Los que más sufrieron fueron los niños de la comunidad. Muchos de ellos fueron niños indeseados fruto del amor libre sin contraceptivos. Niños que iban a ser criados por sus madres obviamente, porque los hombres estaban de acuerdo en los principios, pero en la práctica no se hacían cargo de estos niños del amor libre, esperando que el Estado un día tomará cargo, en una sociedad futura. Y sufrieron mucho.
Y me interesó ahí el testimonio de una de las últimas sobrevivientes de Monte Verità, que lo vio con sus propios ojos, que es un personaje que aparece en la novela: Hetty Rogantini-de Beauclair, que es la hija de unos monteveritanos y que cuenta que casi pierde la vista, casi se queda ciega por este régimen vegano en el que no tenía ninguna proteína y una crianza completamente salvaje, dejados a la buena aventura de la naturaleza, hasta que llegaba la época del colegio en la que por suerte los mandaban al colegio y ahí le empezaron a dar un poco de comida y tomó un poco de fuerzas porque a escondidas de sus padres les daban leche, les daban carne. Imagínate.
P.—¿Qué hace una pianista austrohúngara y escritora de panfletos feministas en una comuna como esa?
R.— Bueno, Ida Hoffman es la que está en pareja libre con Henri Odenkoven; un belga, que tiene dinero para comprar la propiedad, y ellos dos se conocen en un sanatorio en Austria y se enamoran, pero más que enamorarse es como una hermandad intelectual, como que los dos tienen el mismo proyecto de querer vivir una vida sin ataduras, ser libres, tener sus proyectos, el regreso a la naturaleza, dejar de comer carne, el nudismo, las vestimentas reformadas, comer y una relación al cuerpo particular y es ese proyecto en común que los une y por eso son una pareja tan fuerte porque tienen ese proyecto.
P.--Pero Ida, no está de acuerdo con el consumo de drogas, no está de acuerdo con toda la locura orgiástica, con cosas que hacían.
Ida es una trabajadora, se dejó el cuerpo y el alma en ese proyecto y su concepción del proyecto es que tenía que ser social. La gente podía ir y vivir ahí sin pagar si no podían, pero contribuyendo con el trabajo. Pero cuando lees sus panfletos te das cuenta que es una mujer extremadamente fuerte y que no iba a dejar que nada la apartara de ese proyecto.
P.—Mary Whitman, otro de los personajes. Y la gran amistad entre ellas dos.
R.—Mary Wigman llega a la comunidad de Ascona en 1913. Ella es considerada como la creadora de la danza moderna, expresionista, alemana. Se vuelve muy conocida en Estados Unidos, sobre todo por su Baile de la Bruja, que ella compone en Ascona.
Es una mujer excepcional porque empieza a bailar muy tarde, a los 27 años. Ella se empeña en hacer danza, mientras el cuerpo le dice que es muy tarde para ello. Y se va a Ascona y conoce a Rudolf von Ladan, que va a ser, bueno, un guía, un profeta, un amor, y fundan una escuela de danza.
P.— Rescatas a mujeres que vivieron en una libertad mentirosa, donde todo es libre pero no te permiten salir de allí. No hay rejas, pero no puedes salir una vez que estás dentro.
R.—Ellos hablaban de salir de la jaula de hierro de la sociedad. Realmente la gente iba y venía y lo que se mantenía era el núcleo duro de estos seis fundadores. Pero tenían la libertad y realmente estaban ahí porque estaban convencidos de que ese era el camino.
P.—Fueron las que más sufrieron para defender su libertad, las mujeres.
R.—Sí, completamente. Es como toda utopía, funciona porque no se tocan los aspectos cotidianos o domésticos. Y son las mujeres las que sufren. Y por supuesto sufrieron las mujeres. Eran abandonadas con sus hijos a su suerte. Otras fueron cobayas de toda una experimentación sexual y de drogas. Algunas se suicidaron.
P.—¿Cómo es el personaje de Verónica?
R.—Creo que es una protagonista que espero que pueda interpelar a muchos lectores de hoy, porque me parece que es un personaje que enfrenta los problemas de nuestra época, de gente que por ahí quiere dedicarse a cuestiones culturales y no encuentra su lugar y tiene 35 años y sigue sin trabajo fijo y es complicado y al mismo tiempo tiene algo optimista en ella, como que quiere que pase algo bueno y quiere creer que por ahí volviendo al pasado de alguna manera va a entender mejor todos estos planteamientos que tiene con su marido y con su hijo y hay un pensamiento del futuro muy fuerte en ella por eso me gusta el género de la utopía.
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