El miedo forma parte de nuestra vida desde el inicio. A veces se presenta de forma clara y reconocible; otras, se disfraza de inseguridad, perfeccionismo, necesidad de control o dependencia emocional. En su nuevo libro Tu miedo es tu poder, la psicóloga y escritora María Esclapez desmonta los mitos alrededor del miedo, lo analiza desde una perspectiva científica y emocional, y propone herramientas para comprenderlo, regularlo y usarlo a nuestro favor. En esta entrevista, nos adentramos con ella en los rincones más profundos del miedo: cómo se origina, cómo se manifiesta, cómo afecta a nuestro sistema nervioso y, sobre todo, cómo podemos transformarlo en una fuerza para vivir con más autenticidad, calma y poder personal.
P.—Vamos a empezar explicando si realmente sabemos qué es el miedo.
R.—El miedo tiene muy mala fama, y no es para menos: es una emoción intensa que genera sensaciones desagradables, por lo que lo normal es percibirlo de forma negativa. Sin embargo, es importante entenderlo desde su aspecto psicológico. El miedo es una emoción básica que surge cuando el cerebro detecta una amenaza, ya sea real o imaginaria.
Cada persona experimenta miedos muy diferentes. María distingue claramente entre miedo real e irreal. Por ejemplo, el miedo a ver un león es real y lógico, mientras que el miedo a un “fantasma” —en un sentido amplio— es irreal, pero igualmente puede consumirnos.
Lo más frustrante ocurre cuando la persona sabe que ese miedo es irracional. Entonces se añade otra preocupación: “¿Por qué tengo miedo a algo que no existe?”. Esa sensación provoca frustración y puede generar ansiedad, que en muchos casos es la consecuencia directa de ese miedo.
Además, el miedo no solo aparece cuando es evidente. Muchas veces está detrás de otras problemáticas como la baja autoestima o el síndrome del impostor.
P.—¿Qué tipos de disfraces adopta el miedo?
R.--Siempre digo que el miedo es la asignatura troncal de la vida. El cerebro está diseñado —entre comillas— para sobrevivir, no para hacernos felices. Está constantemente escaneando el entorno para detectar problemas y activar respuestas de lucha o huida. Nosotros podemos ayudar a regular ese sistema, para que no genere tanto ruido mental ni nos condicione hasta provocar un malestar clínico, es decir, que pierdas tu esencia, tu identidad, tu capacidad para gestionar relaciones o el trabajo.
P.--Y no todo el estrés es malo…
R.--Claro. Está el eustrés, que es el estrés bueno, el que te activa para afrontar algo. Luego está el distrés, que es cuando esa activación permanece sin regulación. Ahí entra el famoso cortisol, la adrenalina… Si se mantiene, el cerebro entiende que su umbral de normalidad no es cero, sino 200. Luego no sabes cómo desconectar porque tu cuerpo se ha acostumbrado a un nivel de activación elevado. Eso deriva en estrés malo, ansiedad y síntomas que muchas personas sufren hoy.
P.—¿El miedo se aprende desde pequeños?
R.--Sí. Hay miedos innatos y miedos aprendidos, tanto por experiencias propias como ajenas. Si ves a alguien cercano tener miedo a algo y reaccionar de cierta manera —por ejemplo, alguien que le teme a las tormentas, baja las persianas, pone la tele para no oír los truenos— tú aprendes que las tormentas son peligrosas. Así ocurre con muchas cosas.
P.--¿Cómo funciona nuestro sistema nervioso en modo autónomo?
R.--Te refieres a cuando se dispara sin que podamos controlarlo, ¿no? Eso es bueno en ciertos contextos. Si ves un león, por ejemplo, necesitas reaccionar, no quedarte filosofando. Es una respuesta adaptativa. Pero cuando lo que te dispara es un email del jefe o un WhatsApp de tu pareja, el cerebro reacciona igual. Nadie nos ha enseñado a gestionar emociones, y eso nos lleva a querer hacerlas desaparecer. Pero no siempre es posible. La vida es un bache tras otro. A veces las emociones se van, otras se quedan. Hay que aprender a tolerarlas y aceptarlas. Nadie quiere dejar de ser feliz, pero sí decimos que no queremos tener miedo, y eso es absurdo: el miedo es una emoción básica inherente al ser humano.
P.--Hay quien tiene miedo a ser feliz, porque se anticipa a perder esa felicidad…
R.--Sí, eso también es miedo. A veces la experiencia nos enseña que las cosas buenas pueden desaparecer, y eso genera el “miedo a que te pasen cosas buenas porque puedes perderlas”. Y sí, eso lleva al autoboicot, a hacernos bullying emocional.
P.--Dices “menos FOMO y más HOMO”. ¿A qué te refieres?
R.--A tener menos miedo a perderse cosas y más capacidad para disfrutar de perderse cosas. El FOMO (Fear of Missing Out) es el miedo a no estar viviendo lo que otras personas sí. Las redes sociales lo potencian: ves a gente feliz, de fiesta, con parejas maravillosas… y eso te genera emociones como el miedo y la comparación. Cuando te comparas es porque te sientes inferior. Al hacerlo continuamente, dejas de valorar tu vida, aunque probablemente sea una vida normal como la de todo el mundo. Solo que en redes todo se maquilla.
P.—¿Qué tiene que ver la amígdala, en todo esto?
La amígdala es una zona del cerebro que yo suelo llamar la torre de control de las emociones. Me gusta explicarlo de forma muy sencilla para que sea fácil de entender. Básicamente, cuando ocurre algo en el exterior, el cerebro se activa y la amígdala recibe la señal. Entonces, esta envía órdenes al sistema nervioso autónomo para activar o desactivar ciertas respuestas. Además, la amígdala trabaja junto con el hipocampo, que es otra zona cerebral encargada de verificar y contrastar la información.
Cuando sentimos miedo, la amígdala automáticamente activa el sistema nervioso autónomo para que reaccionemos ante esa amenaza. Pero ¿qué sucede cuando el miedo no es por algo que está pasando ahora, sino que viene del pasado? Aquí entran en juego las llamadas heridas emocionales, que son traumas emocionales.
Una herida emocional es, en resumen, la marca que queda en el cerebro después de vivir una experiencia muy estresante para la cual no teníamos las herramientas necesarias para enfrentarnos. Esa huella queda grabada en la amígdala y el hipocampo en forma de memoria emocional.
Entonces, cuando en el presente ocurre algo parecido, aunque sea solo parecido, a esa situación pasada, la amígdala y el hipocampo se activan de nuevo. La amígdala lanza esa respuesta automática de lucha o huida, activando el sistema nervioso autónomo, incluso cuando quizás no sea necesario pelear ni huir. Lo que ocurre es que el cerebro reacciona como si estuviera reviviendo el mal momento anterior, activando respuestas muy similares a las que tuvo que activar en su momento.
Es un proceso complejo, pero en resumen, cuando hablamos de miedo, tenemos que hablar de la amígdala, porque es la que controla y dirige esas reacciones.
P.—Dices: “adentrarnos en las profundidades del sufrimiento, en esa espiral del miedo, preocupaciones y ansiedad, vamos a sumergirnos en el mismísimo bucle”.
R.—Sí, esto del bucle, al final tenía que explicarlo también. Porque cuando estamos en ese bucle, el cerebro nos atrapa de tal manera que perdemos el foco de quién somos, de dónde venimos, a dónde vamos. Y localizarlo es tremendamente difícil. Atrapado entre pensamientos, entre preocupaciones, rumiaciones, culpa... una serie de emociones y pensamientos abrumadores.
Y cuando estamos ahí, como digo, perdemos esa esencia, esa identidad, el foco de las cosas. ¿Y qué nos salva? Es la pregunta que la gente me hace. ¿Qué nos saca de ese bucle? Bueno, pues a veces nos saca una conversación con otra persona, por ejemplo. A veces —y de hecho diría casi siempre— cuando estamos en ese bucle, o bien dejamos que el bucle se vaya apagando solo poco a poco hasta recuperar la perspectiva de las cosas, o bien, si esto es súper difícil —porque a veces lo es, la mayoría— necesitamos que alguien nos dé otra perspectiva de lo que nos está sucediendo, que nos dé un punto de apoyo, que nos aproxime la realidad y eso, que nos haga ver las cosas de otra manera.

P.—¿A qué te refieres con: La necesidad de la pertenencia?
R.—Pues la pertenencia... a veces necesitas pertenecer a algo o a alguien para vencer el miedo, para sentirte sostenida. Sí, eso es verdad. Mira, las relaciones interpersonales son muy importantes, Esto... hay mucha gente que, bueno, tras hablar mucho tiempo de dependencia emocional, se ha puesto de moda hablar de independencia emocional. Y a mí eso me parece una locura ¿Qué, de repente somos todos ermitaños, que nos valemos por nosotros mismos y nos vamos a ir por ahí solos, perdidos en una montaña? ¿Qué sentido tiene esto? Ninguno.
El ser humano es un ser social. Necesitamos el contacto con otras personas. Necesitamos las relaciones con otras personas. Es imposible vivir con nosotros mismos sin hablar con nadie, sin contar nada... al final nos encerramos y vivimos en ese bucle que te decía antes. Entonces, tenemos que establecer relaciones sanas con los demás para, cuando necesitemos mostrar nuestra vulnerabilidad, que sean capaces de ser lugares seguros, que sean capaces de recoger esa vulnerabilidad, de validarla, de entenderla y de darnos un feedback —o no, según, porque a veces cada vez necesitamos un tipo de apoyo diferente—. Pero es súper importante tener redes de apoyo.
P.—¿Para qué sirve la ley del péndulo en psicología?
R.—Para mucho. Explica muchas cosas. Mira, para hablar de la independencia emocional, uso la ley del péndulo. Porque hemos pasado de normalizar la dependencia emocional —y hasta romantizarla— a decir que debemos ser completamente autónomos y valernos por nosotros mismos, es decir, la independencia emocional.
Pero ni una cosa ni la otra. Lo ideal es un punto medio, que es la interdependencia, que es lo que mencionaba antes, las relaciones sanas. Sin depender, pero tampoco cayendo en el individualismo.
La ley del péndulo explica justo esto: es un fenómeno social o personal que forma parte del aprendizaje de la vida, en el que vamos de un extremo a otro —como un péndulo— hasta que logramos un equilibrio. Vamos de la dependencia, a la independencia, luego otra vez a la dependencia, y así sucesivamente, hasta que poco a poco todo se regula y nos asentamos en la interdependencia.
Vamos de un polo a otro porque es natural. Cuando exploras la dependencia emocional y ves que no te gusta, dices: “No quiero esto”, y vas al otro extremo, poniendo muchos límites y buscando la independencia o el individualismo. Pero te das cuenta de que en ese individualismo tampoco te va bien. Entonces piensas: “Quizás la fórmula anterior me funcionaba un poco mejor, aunque sin ir al extremo”. Entonces empiezas a poner límites, pero no tanto, ni tampoco vuelves a depender completamente.
Así, en ese camino, vamos avanzando hasta que, como te decía, llegamos a un equilibrio donde por fin encuentras un espacio en el que te sientes cómodo.
P.—¿No huir es una forma de vencer el miedo? ¿O por lo menos de afrontarlo?
R.—No huir... aunque a veces hay que huir, ¿eh? Y a veces eso también es una forma de afrontar el miedo, porque el miedo te está diciendo que huyas. Pero otras veces hay que enfrentarlo. No significa que haya que hacer cosas que nos den miedo solo para demostrar “mira qué valiente soy”.
Por ejemplo, yo tengo miedo a escalar, miedo a hacer puenting, y no voy a decir: “No, como hablo del miedo y hay que afrontarlo, me voy a hacer puenting”. Eso jamás se me ocurriría. Hay muchas cosas que me dan miedo y que nunca haría porque no siento la necesidad.
A veces no hay necesidad de afrontar ningún miedo. Pero cuando el miedo aparece y está condicionando tu vida, entonces sí hay que enfrentarlo, porque si no, no vas a tener una vida plena.
P.— ¿Qué papel juega el sistema nervioso en todo esto?
R.—Pues imagínate. Es que claro, el sistema nervioso es el gran desconocido, pero que lo regula absolutamente todo. Yo siempre digo que es como la red Wi-Fi del cuerpo, ¿no? Que cuando no funciona bien, el sistema no funciona bien. La red va lenta, se bloquea, se congela... Y eso es lo que pasa con nuestro cuerpo cuando el sistema nervioso está desregulado. Entonces es clave que entendamos esto.
P.—¿Regular el sistema nervioso?
R.—Sí, regular el sistema nervioso es clave. Yo hago mucho hincapié en esto en consulta. Me he formado durante muchos años en el trabajo con el sistema nervioso porque entendí que si no se regulaba el sistema nervioso, no podíamos avanzar. Es decir, muchas personas venían con un sufrimiento muy grande y la parte cognitiva estaba perfectamente. Es decir, entendían qué les pasaba, sabían de dónde venía, pero aún así no podían cambiar. Y era porque el sistema nervioso estaba completamente desregulado.
Entonces, para mí fue clave poder entender esto: que el sistema nervioso autónomo —el simpático y el parasimpático— están continuamente en un baile, y que ese baile tiene que estar sincronizado. Porque si uno se activa de más y el otro no se activa lo suficiente, entonces el cuerpo se va al traste. O si el cuerpo está en una congelación constante, o si está en una activación constante… eso al final genera mucho sufrimiento emocional, y también físico.
P.—¿Y cómo se regula?
R.—Bueno, hay muchas técnicas. Yo trabajo con muchas de ellas. Desde la respiración —que parece una tontería, pero es súper importante— hasta el trabajo con el cuerpo, con el movimiento, con el sonido… Técnicas que no pasan tanto por la mente, sino por el cuerpo. Porque el cuerpo tiene memoria y el cuerpo guarda mucha información que muchas veces no podemos procesar con la parte racional.
Entonces, trabajamos desde ahí. Desde el cuerpo, desde lo sensorial, desde lo experiencial. Y eso es lo que hace que el sistema nervioso empiece a entender que ya no está en peligro, que ahora sí que puede relajarse, que ahora sí puede descansar. Y eso lo cambia todo. Porque cuando el sistema nervioso se regula, entonces es cuando puedes empezar a pensar con claridad, a sentir con más calma y, sobre todo, a elegir de otra manera.
P.—Qué importante es el cuerpo, y cómo lo olvidamos.
R.—Completamente. Lo olvidamos porque vivimos muy en la mente. Vivimos muy hacia afuera también, ¿no? Muy en el hacer, en la productividad, en lo que hay que hacer, lo que toca hacer, lo que se espera de mí… Y se nos olvida que tenemos un cuerpo que habla. Que nos está diciendo todo el rato cómo estamos, pero no lo escuchamos. Y cuando no lo escuchamos, el cuerpo grita. Y cuando grita, lo hace en forma de enfermedad, de ansiedad, de insomnio, de contracturas, de bloqueos…
P.—Cómo ha cambiado tu percepción del miedo desde que eres madre?
R.—Mucho. Antes tenía miedos que ahora me parecen pequeños. El posparto fue tan estresante que llegué a preguntarme si realmente quería esto. Perdí mi identidad. Muchas mujeres lo sienten, pero no lo dicen por miedo al juicio. Hablar con otras madres me ayudó a comprender que el posparto está idealizado y que hace falta hablar de él desde la salud mental.
P.—Tu miedo es tu poder. Es un mensaje fuerte. ¿Cómo podemos transformar el miedo en poder?
R.—Es difícil resumirlo, pero el miedo, si sabes manejarlo, no es una debilidad, sino una gran fuerza. Cuando entiendes cómo funciona, lo identificas y reconoces su utilidad, puedes tomar las riendas de tu vida. El miedo deja de controlarte y tú lo usas a tu favor. Todos tenemos miedo, así que todos podemos convertirlo en poder si aprendemos a encontrarlo y comprenderlo.
Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Editor de sonido: Manuel Muñoz
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