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«Esta novela es una tarjeta de amor sofisticada para mi madre»

«Esta novela es una tarjeta de amor sofisticada para mi madre»

"Mamita" Gustavo Rodríguez (Alfaguara)

martes 15 de julio de 2025, 10:25h
“Uso el humor como antídoto contra la cursilería en la literatura.”

Gustavo autor de "Cien cuyes", regresa con Mamita, una novela íntima, tierna y honesta que nace del duelo y la memoria. En ella, el escritor peruano se sumerge en la despedida de su madre, en los silencios heredados de su linaje materno y en las historias que marcan a una familia a lo largo de generaciones. A través de un alter ego narrativo y un vaivén temporal que recorre la Lima contemporánea y el pasado amazónico, Mamita se convierte en una carta de amor —y también de reconciliación— hacia las mujeres que lo criaron y los hombres que las rodearon.

Conversamos con Rodríguez sobre los orígenes de esta novela, la figura del patriarca, la escritura como regalo, y esa mezcla de humor y ternura que, como él mismo dice, es su antídoto contra la cursilería.

P.—Mamita es una novela tierna, dura, que viaja al pasado, que recupera el presente… y en la que no sé si te has abierto un poquito en canal.

R.--: Sí, probablemente sea una de mis novelas más auténticas con respecto a mis sentimientos.

P.— La novela parte de un momento de extrema intimidad: los últimos días de vida de una madre. ¿Por qué decidiste situarla precisamente en ese punto tan delicado, donde la despedida tiene una carga tan femenina?

R.— Sí. Ahora lo matizaría, porque es una despedida tierna, con humor también, para que no se crea que Mamita es un valle de lágrimas. Yo creo que, en realidad, desde Cien cuyes —y ahora lo reafirmo con Mamita—, estoy ya despidiéndome un poco de la generación que me antecede. Y más específicamente, creo que estoy preparándome para despedirme de mi madre. Quizá escribí esta novela, sí, literalmente, para despedirme de ella y regalarle esto. Si yo fuera panadero, le haría pan; pero como sé escribir historias, le regalé esta historia. Además, con la ilusión, con la esperanza, de que los lectores también vean reflejada su propia historia familiar y conecten con esa emoción.

P.— ¿Cómo construyes ese vaivén narrativo entre el presente y los recuerdos del pasado mientras recorres Lima, sin perder el hilo emocional?

R.— Quizá porque inventé un alter ego mío para esta novela. Es una voz en la que estoy muy cómodo. Y, además, creo que ya he llegado a una edad en la que siento que no tengo que impresionar a nadie, que nadie me va a odiar si soy honesto con lo que escribo. Y quizá por eso la historia fluye así, entre recuerdos, reflexiones y lo que ocurre en el presente. Creo que sale auténtica, probablemente. Estoy en una etapa muy afortunada de mi vida. Me siento muy querido por mi familia, por mis amigos… entonces siento que puedo decir absolutamente todo, como tú dijiste: me he abierto en canal. Y no creo que me vayan a detestar por eso.

P.— Tiene que ver con la edad. No digo que seas mayor, pero cuando se van sumando años, creo que todos ganamos cierta libertad para decir lo que sentimos, sin perder el respeto por las cosas.

R.— Definitivamente. Yo creo que con la edad la gente pierde el pudor. A los escritores siempre nos preguntan: “¿Qué consejo le darías a un joven escritor que empieza a escribir?”. Y yo he llegado a uno muy básico. Hay otros que son obvios, como leer mucho y observar mucho. Pero siempre digo: no trates de impresionar a nadie. Y esa certeza, creo, se adquiere con la edad.

P.— ¿Qué imagen de la ciudad de Lima has querido transmitir al lector desde la mirada de Mamita, de tu madre?

R.— Creo que no fue algo consciente. Es decir, los escritores de ficción no nos sentamos a escribir sabiendo de antemano qué queremos reflejar. Pero después, a posteriori, cuando ya lees lo escrito, te das cuenta de que hay una voluntad de dejar las bases de una ciudad fascinante, llena de contrastes —dolorosos algunos, maravillosos otros—. Una ciudad multicultural que quizá no sea hermosa en sí, pero que es fascinante. Permíteme repetirme.

P.— Como narrador, retratas a tu madre a través de ausencias, silencios y sacrificios, y seguramente mucho más. ¿Cómo fue abordar eso sin perder la humanidad en ningún momento?

R.— Probablemente tenga que ver con lo que mencioné antes. Llega un momento en la vida en que ya no me da pudor mostrar, tal cual, los afectos que llevo dentro. Y quizá eso ya se manifiesta desde el título. Decidí conscientemente no optar por un título que apelara a lo intelectual o a un juego de palabras, sino incidir directamente en el afecto. De ahí viene Mamita. Creo que eso ya revela una apertura genuina a la emoción que atraviesa toda la novela. De hecho, diría que mi registro es el de la literatura de los afectos.

P.— Junto a Mamita, aparece otro personaje que se va narrando en paralelo: la figura de tu abuelo. Lo retratas como un personaje marcado por la ambición, el poder y un pasado turbio. ¿Qué papel ocupa en la historia?

R.— En realidad, la sombra del patriarca de mi familia materna me habita desde que era muy pequeño. Las primeras historias que escuché sobre él me las contaba mi abuela, hablando de ese marido que tuvo, este gran hombre potentado que, aparentemente, inspiró a Julio Verne para una de sus novelas. Es un personaje muy mitificado… y doblemente mitificado por mi madre, porque ella jamás conoció a su padre. Para mí fue un reto poder regalarle a mi madre, desde la literatura, la historia de su padre.

Hace unos diez años, cuando en mi país se acuñó una moneda —una moneda de sol que todos podíamos llevar en el bolsillo— con la imagen del palacio amazónico de mi abuelo, sentí que era una señal: debía escribir esta historia. En su momento intenté abordarla como una novela histórica, pero me di cuenta de que no era mi registro. Y ahora, diez años después, cuando entiendo que mi registro es la épica doméstica, por fin puedo redondear y presentar esa imagen del patriarca.

Pero creo que lo más bonito en Mamita es que a la historia de ese gran hombre de la época del caucho amazónico se le superpone la voz de las mujeres que me hablaron de él: Clotilde, mi abuela, y mi madre… Como ocurre tantas veces en la historia, las mujeres quedan en el anonimato frente a los grandes hombres. Me alegra que en Mamita esa parte haya podido aflorar finalmente.

P.— ¿Cómo era Clotilde?

R.— Uy… Era una mujer muy sufrida, pero conmigo era increíblemente tierna. Mi abuela perdió tres maridos, perdió tres hijos, y sufrió un accidente que la dejó casi ciega y tullida. Yo la conocí ya muy mayor, físicamente muy dañada, pero con una vitalidad aún presente. Y, a pesar de todo, su voz sigue resonando en mi memoria con dulzura.

P.--: Hay un personaje que aparece como una figura inesperada, que rompe, entre comillas, esta solemnidad. Aporta ese humor del que hablabas antes.


R.--: Y es que era necesario. El hecho de que yo escriba sobre los afectos hace que también pueda salir la literatura cursi. Le tengo un terror a que me salga la cursilería en mi literatura. Y para mí el humor es un antídoto, una especie de contrapeso a esa tentación. Y Hitler Muñante —el conductor, el chofer asignado a este escritor por un accidente que ha tenido— me parecía el factor natural para que el humor entrara, y además se dieran diálogos que sitúan a la historia en esta sociedad contemporánea. Porque, como bien lo dijiste, Mamita oscila entre la época del caucho amazónico, inicios del siglo XX, y la Lima contemporánea. Y fíjate: Hitler Muñante es un personaje que ya sale en una novela. Me dijo alguien: “Me gustaría que este personaje se desarrollara en otra novela, me gustaría saber más de él”. Le había divertido mucho. Y seguí el consejo.


P.--: ¿Volverás a saber del lector?


R.--: Quiero verlo. Se llama Alex Basteiro, es un gran lector, un gran gestor cultural. No creo que lo vea en este viaje porque ya le escribí, pero sí le voy a enviar un ejemplar de Mamita, muy bien dedicado, obviamente.

P.--: Bueno, le hiciste caso y aquí está este personaje.
R.--: Sí, totalmente.

P.--: ¿Qué papel tienen los elementos sensoriales en tu novela? Me refiero a los objetos, las comidas, las canciones, los rituales familiares.


R.--: Yo creo que una manera que los escritores de ficción encontramos para que los lectores se metan y se zambullan en la historia tiene que ver con la multisensorialidad. Tendemos a recordar las cosas visualmente, pero cuando la prosa fluye apelando a todos los sentidos a la vez —con músicas, sonidos, texturas— el lector siente, entre comillas, que está ahí, en ese lugar. Entonces, finalmente, ese es un truco que se aprende en este largo oficio.

P.--: Sin esos elementos, la historia está coja.


R.--: Coja, plana, no terminas de meterte ahí.

P.--: ¿Te parece que escribir esta novela puede ser una forma de "competir" por ese cariño de tu madre?


R.--: Sí, no es un atrevimiento para nada. Yo creo que de alguna manera lo pongo en la novela. Probablemente esta novela sea una tarjeta que le entrego a mi madre, como esas tarjetas que los niños le hacemos a nuestras madres, pero sofisticadísima, obviamente.

P.--: ¿Es quizá también una forma de revisar el rol de la mujer, de la maternidad, del cuidado, del envejecimiento?


R.--: Sí, totalmente. Los escritores de ficción no es que nos sentemos con una lista de temas que queramos transmitir, sino que inconscientemente van saliendo. Y a posteriori yo me he dado cuenta de que, aparte de ser un regalo para mi madre —o para las madres de los lectores— Mamita hace un recuento de mi linaje materno y cómo ha ido evolucionando la situación de la mujer en mi familia desde el siglo XIX hasta ahora. Desde mi bisabuela, que era analfabeta porque una mujer no tenía —sobre todo en sus circunstancias— por qué aprender a leer ni escribir, y se ganó la vida cocinando para casas burguesas amazónicas, hasta mis hijas hoy, estas bisnietas que son mujeres cosmopolitas, que han estudiado y no necesitan un marido, no lo quieren como parte de su desarrollo necesariamente.

P.--: Por lo tanto, la literatura es una forma de reconciliarse con el pasado, al menos en este caso.


R.--: Totalmente. Es una manera de entender el pasado, de ser crítico con ciertos personajes y de ser agradecido también.

P.--: ¿Qué le pasa a Gustavo después de acabar Mamita?
R.--: Me da nervios.

P.--: ¿Por la siguiente?


R.--: No. Me da nervios porque, por más que tengas mucha experiencia escribiendo novelas, cada novela que sacas te da los nervios de la primera. Siempre. Porque toda novela es una aventura que no sabes cómo va a terminar.

P.--: ¿Lo ha leído ya tu familia?


R.--: Sí. Al menos mi madre, sí. La premisa de la novela es este escritor —muy parecido a mí— que se pregunta: “¿Cómo diablos hago para escribirle a mi madre el último libro que va a leer en su vida?” Entonces, yo quise que la realidad copiara a la ficción. Cuando terminé el manuscrito y lo edité y lo tuve ya sólido, lo imprimí en letra grande y se lo llevé encuadernado a mi madre para que lo lea.

P.--: ¿Y qué te dijo?
R.--: Le encantó. Estaba muy, muy emocionada y me dijo: “Lo voy a leer una vez, dos veces, tres veces”. Y eso es lo que ha ocurrido.

P.--: Un regalo maravilloso.
R.--: Finalmente, sí.

Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega

Editor de sonido: Manuel Muñoz

Escucha la entrevista completa en Spotify y Youtube

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