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«Tenemos mucho que explicarnos a nosotros mismos como especie humana sobre las guerras que provocamos y sobre las lecciones que no terminamos de aprender respecto de ellas»
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«Tenemos mucho que explicarnos a nosotros mismos como especie humana sobre las guerras que provocamos y sobre las lecciones que no terminamos de aprender respecto de ellas»

"El mundo que vimos arder" Renato Cisneros (Ed.Alfaguara)

miércoles 06 de diciembre de 2023, 19:27h

"La audacia pasa por tratar de evitar la violencia que es inmanente al ser humano"

—¿Hay algo más aberrante que acostumbrarse a vivir con la degradación?

La guerra como argumento para justificar lo repugnante.

He arrancado esta frase tan brutal en esta novela en el 2020 y en un momento te confieso pensé que escribir otra novela sobre la segunda guerra mundial podía hacer que el libro fuese muy anacrónico, de qué manera dialoga este libro con la actualidad como si la guerra fuera cosa del pasado y pasó solamente un tiempo cuando Rusia invade Ucrania y pasó otro tiempo más cuando empezó a suceder lo que ya vemos que estaba ocurriendo en la Franja de Gaza y entonces entendí que todavía tenemos mucho que explicarnos a nosotros mismos como especie humana sobre la guerra, sobre las guerras que provocamos y sobre las lecciones que no terminamos de aprender respecto de ellas.

—Sí, me quedo con esto que acabas de decir, sobre que no acabamos de aprender. Conocer la historia te hace por lo menos plantearte no caer en el mismo error, pero lo hacemos constantemente. Siempre habrá guerras.

Sí, yo creo que es una pulsión tanática del ser humano.

Me gusta pensar en lo que decía Heráclito, me gusta como teoría, no quiero decir que me gusta lo que decía porque lo que él decía es que la guerra era la gran dinámica de la realidad y lo explicaba a partir del surgimiento del universo de una gran explosión y que el ser humano tiende todo el tiempo a recrear esa gran explosión y que lleva en sí mismo un signo de violencia que que todo el tiempo lo lanza a reproducir esa guerra, esa actitud hostil respecto del otro.

—Lo que hemos intentado en la modernidad es desarrollar mecanismos para evitar la guerra, pero la guerra siempre estuvo.

Hay un estudio muy interesante, un ensayo histórico en realidad, que es de los años 60, de Will y Ariel Durant, eran una pareja, ellos llegaron a calcular que en las primeras 2.500 años de la especie humana, en esos 2.500 años, sólo en 280 no se registraron conflictos bélicos, es decir, la guerra siempre ha estado ahí ya a pesar de que hay convenios y esfuerzos unilaterales y acuerdos y pactos de no agresión, siempre encontramos la menor justificación para reproducirla.

Hay una frase muy bonita de Borges en este cuento magnífico dedicado al nazismo. Que dice: no hay ninguna cosa en el mundo que no sea germen de un incendio posible. La justificación siempre se va a encontrar.

La audacia pasa por tratar de evitar la violencia que es inmanente al ser humano.

—Perú como punto de partida, otro gran tema de tu novela que es la migración. En este caso hay tres personajes principales. Uno de ellos quiere alejarse, no solamente geográficamente de Perú, sino de la vida que tiene hasta ahora, que es el periodista que se acaba de divorciar. Quiere distanciarse. Al final, llego a una conclusión. Tú te quieres distanciar del problema, el problema viene contigo, igual que los traumas. Solo tienes que aprender a convivir con ellos.

Sí, sin duda. Ese narrador innominado, en realidad está intentando huir, ¿no? Intenta huir de la debacle sentimental que acaba de vivir, se ha divorciado por una decisión de su exesposa, pasó un tiempo en Lima intentando recuperarse de esa ruptura y sin embargo en Lima también encontró una serie de disidencias y distancias con su familia y con sus amigos a raíz de la compulsión política que su país vive y entonces vuelve a España intentando huir de todo eso y preguntándose si se alcanzará en este país el destino que espera encontrar.

Pero en el fondo se trata de un personaje que huye más que avanzar en alguna dirección concreta. Eso es, una huida.

—La migración no es lo mismo que un país de alguna forma te obliga a salir de él porque tu vida en ella es imposible. Estoy pensando en la gente que se arriesga en una patera, por ejemplo. ¿No es lo mismo un migrante que viene a formarse profesionalmente, como un migrante que tiene que huir en este personaje, en este narrador, o el taxista que se viene con su mujer por otra situación?

Sí, hay muchos matices en la migración. Definirla a partir de un concepto unívoco creo que es un error porque hay diferentes maneras de trasladarte y desplazarte a otro país. Hay gente que lo hace, yo creo que es la gran mayoría de los migrantes, pienso en los latinoamericanos pero también por ejemplo en lo que vemos aquí respecto de los migrantes africanos, la gran mayoría lo hace huyendo de alguna emergencia, lo hace con una mano atrás y otra adelante sin tener claro cuál va a ser su paradero, sin un número de registro social, en fin, en medio de la más completa irregularidad u ilegalidad, y esa experiencia migratoria es muy dolorosa.

La mía, como migrante, que vivo hace nueve años en Madrid, es totalmente privilegiada. Yo he sido un migrante que sabía perfectamente dónde iba a vivir y cómo iban a transcurrir los siguientes años. Entonces, cuando yo he conocido peruanos aquí que han tenido una experiencia migratoria distinta de la mía me pareció importante también remarcar eso, porque a los migrantes latinoamericanos siempre migramos con algo de culpa, con la culpa de no haber tal vez hecho lo suficiente para sacar a nuestros países adelante.

Yo siempre digo, a mí no me criaron para vivir fuera del Perú, a mí me criaron para vivir en el Perú y además tuve un padre militar con lo cual esa convicción patriótica estaba mucho más subrayada y si es que uno tenía que salir para estudiar siempre, la misión era volver para volcar ese conocimiento a favor de tu país, entonces claro cuando uno se va aún cuando lo hace con razones muy potentes, no deja de sentir algo de culpa por no quedarse en el país en el que nació.

—Por hacer patria.

Efectivamente, que es otro concepto también que yo creo que las generaciones más jóvenes han venido felizmente distorsionando y ya no es ese concepto tan sólido y ubicuo que tal vez cuando yo era pequeño identificaba. Hoy creo que la gente circula por el mundo con una vocación de ciudadanos globales que creo que es muy saludable porque desdibuja esa sensación de estar limitados por unas fronteras que no son otra cosa que las convenciones políticas, culturales y sociales.

—¿Cómo son las miradas, hablando ahora de migración, del emigrante que viene a España, por ejemplo, y la mirada del que se queda?

Yo lo comparo un poco con el seno familiar, ese cordón umbilical que no acaba de cortarse y que si decide irse a estudiar por ejemplo no solamente vuelve a hacer patria sino también tiene que volver a ese seno, esa especie de unión.

Sí, para el que migra, yo creo que todo migrante vive una experiencia que es muy peculiar que es la de estar todo el tiempo dialogando con una pregunta contrafáctica que es qué hubiera pasado si me quedaba en mi país.

—Hay una suerte, y creo que en la novela, no sé si el narrador lo dice tan tan literalmente, pero pero yo sí creo que todo migrante vive una vida imaginaria que se truncó, la vida que hubiera vivido en su país y es como una vida fantasma que te acompaña a la que siempre vuelves, qué hubiera pasado con mi vida, hubiera tenido los hijos que tengo, hubiera tomado qué decisiones que me hubieran marcado de qué manera en esa otra vida que no se vivió pero que está ahí y que es tan real a pesar de no haberse materializado y del otro lado creo que los que no migran es decir ya sea porque deciden no hacerlo o porque no pueden hacerlo creo que creo que mira la experiencia del que migra a veces equivocadamente.

A mí me reprochan mucho en el perú yo soy periodista y tengo como mucha actividad periodística y mucha relación con mi país ya mí me reprochan constantemente el hecho de opinar sobre el Perú viviendo en la comodidad de Europa y ese señalamiento a estas alturas ya me da risa porque está cargado de una de una serie de anteojeras y de prejuicios que hacen pensar, que articulan ese señalamiento, que Europa es sinónimo de comodidad, como si aquí no hubieran también padecimientos, como si aquí no hubiera habido crisis laboral, en fin, crisis inmobiliaria y tantas otras dificultades. con las que uno también se enfrenta.

Es sin duda una sociedad mucho menos violenta y más civilizada en un sentido, pero que cada vez, por lo menos en términos políticos, se va apareciendo peligrosamente en Latinoamérica.

—Violenta. Convivir con la violencia, acostumbrarte a ella, es no verlo mientras caminas, mientras lo estás palpando.

Así es, y yo creo que los peruanos de mi generación, que crecimos con el fenómeno terrorista como decorado, como telón de fondo, nos acostumbramos a vivir con los apagones, con las bombas, con los atentados, y de tanto verlos en los diarios. y escucharlos incluso escuchar, creímos que eso era normal, creímos que era normal tener miedo.

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