Rosa pasa página charla con Txani Rodríguez sobre “La seca” .
Quién haya viajado alguna vez hacia el oeste y el sur de España, seguro que recuerda haber visto las dehesas de Alcornoques sin piel, sin corteza, desnudos. Alguien los ha esquilado, como se hace con las ovejas. Un paisaje que cambia con las estaciones del año, ahora también con "La seca."
P.—Nuria vuelve al pueblo donde ha pasado los veranos de su infancia, un espacio natural, protegido, donde se extrae el corcho. ¿Ella podría representar las dos formas de entender el futuro?
R.—Podría, desde luego, porque también conoce el pasado, que yo creo que es la mejor manera de enfrentar el futuro. Ella conoce esa tierra, sabe que no es solo un paisaje, sino también la forma de vida de muchas personas y sabe lo que representa.
Entonces podría ser alguien que mirara el futuro con esa sensibilidad necesaria también hacia el sector primario y hacia la sostenibilidad que a veces se vende como si fuera competencia o cosas contrarias y yo no lo veo así en absoluto.
P.—¿Cómo lo ves?
R.—Yo creo que muchas veces el sector primario también colabora con la sostenibilidad. Este mensaje hay que recalcarlo más porque no me gustaría que se cayera en una especie de trinchera: el campo contra ecologistas. Me parece un gran equívoco. Hay sitio para todos y nos tenemos que escuchar más y mejor. Y creo que todo el mundo puede tener su parte de razón.
P.— Planteas, por un lado, la gente que vive del campo, la que vive de los alcornoques en este caso, dentro de esa gente también; el progreso,
R.—Le llamamos progreso, yo creo que de una forma equivocada, una necesidad de enriquecerse más y más rápido, el corto plazo. Y por otro lado están los turistas, los que visitan esa zona y quieren que todo permanezca igual, pero claro, ellos van unos cuantos días. Y llegan con un tono de autoridad muy elevado, muy a menudo.
P.--Es verdad que hay políticas agrarias cortoplacistas, aquí las encarnan de alguna manera un personaje: Montero que planta aguacates en su tierra.
R.--Sí, pero también hay intereses cortoplacistas en la ciudad, es decir, ahí estaríamos como mínimo empatando.
P.—En cualquier caso, además, creo que podría convivir la idea de preservar un poco el paisaje y la idea de vivir del campo.
R.—Sí. Por ejemplo, la extracción del corcho, es sostenible. Los Alcornocales es un parque natural protegido con un interés medioambiental muy claro. En cambio, los aguacates, ahí ilustrarían un poco el extremo más discutible. Porque en Málaga se están plantando muchos, no hay agua suficiente, hay extracciones de agua ilegales, y yo misma he visto cómo se están secando ríos. ¿Qué pasa? Que también si los plantan ahí, es porque se demandan en la ciudad.
Es decir, no podemos estar aquí desayunando aguacates tranquilamente y luego decirles a ellos que no los planten. Hay una incoherencia.
P.—Bueno, es que hay mucho contraste en el libro, la contradicción.
R.— Estamos unidos en la contradicción. La extracción del corcho es sostenible, ya digo, pero claro, quitarle la corteza al árbol también lo dejará más expuesto si hubiera un incendio, evidentemente. Pero como es monte productivo hay menos incendios, lo digo con muchísimo temor, pero de momento ha habido menos. Hay todo un juego de equilibrio raro, de contrasentido, en el que todos tenemos que responsabilizarnos en vez de simplemente echar la responsabilidad al otro, asumir todos nuestra parte de responsabilidad y yo creo que habría alguna manera, tendría que haberla porque no va a quedar otra. Lo de los aguacates, por ejemplo, insostenibles, pan para hoy y hambre para mañana. Habrá que buscar entre las responsabilidades individuales y las decisiones colectivas de las administraciones otras formas y otros caminos.
P.—Describes cada párrafo, con una precisión, una poesía, lo haces tan visible, podemos ir al río, podemos ver esos árboles y, de repente tienes una luz inmensa porque ya no están y ese curso del río que nos empeñamos en que el agua no tenga memoria, y nos invitas a descubrirlo.
R.—Muchas gracias. Pues, bueno, lo he intentado, porque para mí es un sitio, es un espacio tan sensual, o sea, que te envuelve mucho el olor, la oscuridad de la noche, la sombra, en medio del calor la sombra de un alcornoque, lo fresco que es.
Yo fui al bosque con los corcheros para escribir el libro y en pocos kilómetros hacia arriba bajan un montón de grados o sea hay más frescor, el ruido de las hojas de verano, del alcornoque, de la encina, del crujido, o sea es todo muy envolvente, el frescor del agua, el ruido del agua, es tan sensual que yo creo que no podía trasladar lo que yo quería contar sino hacia el esfuerzo de que la gente que me leyera, las personas que me leyeran pudieran experimentarlo a través de la literatura aunque evidentemente no es lo mismo que pisar allí en la tierra.
P.—Vamos con alguno de los personajes, sin contar demasiado. Por ejemplo, el trabajo de ser corchero y sus riesgos pueden dejarte ciego.
R.— Sí, pues mira, esto es tal cual, ese capítulo casi, porque le pasó a un tío mío. Él era adolescente y se cayó de un árbol a la altura exacta que digo en el libro, porque es verdad que luego siguió siendo corchero y sabía a la altura exacta porque volvió al árbol y lo midió. Y sí, perdió la visión de un ojo. Es que es gente que trabaja en altura y con una hacha en la mano.
P.—Nuria y Matilde: “nosotras no viajamos, vamos al pueblo”. Es una verdad como un templo. Quien va al pueblo nunca veranea, ni viaja, solo va al pueblo.
R.— Y ese "solo" es enorme. Yo soy consciente de la diferencia porque yo he sido esa persona que iba en un 127 sin aire acondicionado, tengo 46 años, las carreteras han cambiado, aquel viaje era una expedición, ahora coges el AVE aquí en Madrid y te plantas en Málaga en nada , pero en aquella época.. y, siempre íbamos en pueblo, nosotros nunca íbamos a hoteles.
Este tipo de veraneo que no me apena en absoluto no haberlo disfrutado, porque se disfruta muchísimo de esa otra forma de estar en verano. Pienso a veces en mi madre, en mi tía, que ellas hubieran descansado más, quizás, alejándose de la casa. Pero yo, con mi edad, lo pasé estupendamente. Y, de hecho, no ha habido un solo verano, que no haya ido.
P.—¿Cómo es el personaje de Nuria? Una persona que tiene una dependencia, bueno, de ella depende mucho su madre, esa madre que a veces se comporta como una niña.
R.—Sí, pero ella también está sobreagobiada, porque depende, pero no tanto como ella cree. Y en ese verano que se narra la novela, que es transformador, Nuria ya ha escrito la novela entera de la vida de su madre. Ella cree saber ya cómo es la vida de su madre y cómo es su madre.
Pero las personas nos sorprenden aunque creamos que las tenemos muy cerca y entonces, sucede algo, la madre toma una serie de decisiones que descolocan completamente a Nuria y se va a dar cuenta de que ella también dependía de su madre y quizás de forma incluso insana.
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