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«Algunos se empeñan en hacer de la literatura alma y milagro, otros para ser conocidos»

«Algunos se empeñan en hacer de la literatura alma y milagro, otros para ser conocidos»

"Secreto y pasión de la literatura" Juan Cruz (Alfaguara)

miércoles 19 de marzo de 2025, 20:14h
"Tengo un enorme miedo en exibir mi ego"

La entrevista de hoy me lleva a la casa de un periodista que se hizo a poquitos, sin que el diminutivo haga pequeño a un hombre grande en su oficio y como persona. Él aprendió a leer y a escuchar siendo un niño enfermizo que tenía como compañera y aliada a la radio. Él me ha citado en su casa, siempre que esto ocurre sé que salgo diferente a como entro en ella. En cada casa habitan los lugares y los rincones de parte de la vida de cada uno, y si la visita es a un escritor, sé que lo estará en gran medida de letras agrupadas en forma de libros.

Dice el autor, que su libro: “Secretos y pasión de la literatura”, es una apariencia luminosa y apasionada, de una larga serie de autores imprescindibles de la narrativa hispanoamericana y española de las últimas décadas. Grandes narradores que a lo largo de los años él ha podido entrevistar.

P.—Si hay un tema común en esta recopilación de autores es que todos sufren de alguna manera el ego. Sin olvidarnos del título: secretos y pasión de la literatura, creo que has hecho un acto de generosidad reuniéndolos todos.

R.--Sí, pero en este caso creo que han sido demasiado generosos porque yo en realidad, soy el que ha escrito el libro, pero los protagonistas son aquellos de los que yo he escrito. Aunque he de reconocer que he trabajado muchísimo para recordar y para subrayar, aquello que viví y que podría servir para que otros estuvieran al tanto de lo que eran estas personas.

P.—¿En ese proceso, te ha sorprendido alguna cosa que tenías voy a decir, dormida?

R.—Sí, con respecto a “Egos revueltos”, que fue el libro anterior, me he dado cuenta de una cosa. Hay una sección que se llama: Fe de erratas, en la que yo hablo de cosas que me pasaron con personas más o menos ligadas a mi trabajo, como periodista nunca había corregido tanto. Pero en este libro, al contrario, para que yo fuera no el ofendido, sino el culpable, ha sido un gran esfuerzo de impedir que las personas se sintieran agravadas por algo que yo dijera, y lo hice porque creo cada vez más en el respeto, es probable, Rosa, que nosotros no estemos haciendo bien la literatura que vendemos, por así decir.

P.—¿Tu libro es una purga de la memoria que hay en tu corazón?.

R.—Sí, sin duda ninguna. Es una purga de la memoria y eso que pienso: ¿y si no me acuerdo de más?. Pero estoy seguro que me acordaré de más, porque estoy todo el día recordando. Mi vida es un perpetuo recuerdo que a veces recuerda demasiado. Es un recuerdo excesivo.



P.—Los recuerdos a veces se magnifican, y entorpecen el futuro. Porque si tú te empeñas en el recuerdo, que dejas para el futuro, ¿no? .

R.—Sí exactamente, lo has descrito muy bien. Si todo es pasado, ¿cómo vas tú a explicar el futuro?



P.—¿El ego es necesario?.

R.—Sí, porque si no, no te levantarías de la cama. No te ducharías, no te lavarías los dientes, no desayunarías, no llamarías por teléfono a un amigo, o no llamarías por teléfono a alguien doliente para decirle, que tú también estás solo.

P.—¿Y si le añadimos egoísmo, el ismo, con grandes dosis de eso mismo?

R.—Yo no soy egoísta, nunca he sido egoísta, qué cosa, cuando era chico tenía que rogarle a mis amigos que vinieran a jugar conmigo en casa. Cuando era adolescente tenía que darle cuenta a mi madre de lo que estaba haciendo, para que ella no creyera que estaba haciendo ruindades y me podía pasar cualquier cosa. Cuando estaba trabajando ya, que fue muy pronto, a los 16 años más o menos, en una redacción, yo dependía de un montón de gente. Y esa gente sabía más que yo. Y ahora mi nieto sabe más que yo. Los niños aprenden muy deprisa.

P.—¿Crees que la mejor de las enseñanzas, es haber aprendido a leer?

R.—Sin duda ninguna, yo viví en un barrio donde había muchos analfabetos y aprendí a leer gracias a que era un niño enfermo. Y muy pronto, además, escuchaba la radio. Y la radio me iba dando los accidentes del lenguaje. Y aprendí a leer como si estuviera jugando, a los 9 años, pero no sabía que no sabía leer, porque como escuchaba tanto la radio, estaba lleno de palabras. Sigo lleno de palabras. Yo te estoy hablando a ti ahora y las palabras me van saltando y saltando y saltando. Pero no me van insultando.

P.—Las palabras suenan. ¿Qué música suena en Juan cuando está, por ejemplo, escribiendo?

R.—Ahora estoy escribiendo un libro que quien habla es mi madre, enteramente. Ella se llamaba Juana. Y cuando yo escribo ese libro, es ella, de veras, escribiendo. Es su voz.


Es su voz, su manera de relativizar las cosas, porque ella sabía del dolor, ella sabía de las faltas que había en la vida. Ella nació en 1914 y luego se hizo mayor en la república o en los aledaños de la república y eso la permitió aprender a leer, y era en el barrio de las pocas personas que sabían leer y cuando yo me hice periodista, que fue muy pronto, ella se puso a leer los periódicos en el patio de la casa y es ahora cuando me doy cuenta de que quizá se puso a leerlos para estar más cerca de mí o de lo que yo hacía.

Ella nunca me lo dijo, pero yo lo he pensado ya de mayor. De mayor uno está muy solo. Y entonces empieza a pensar en cosas que pasaron y que uno no apuntó pero luego vienen.



P.—Yo creo que siempre Juan, pero por qué dices que uno de mayor está muy solo.

R.—Porque ya no están personas que te quitaron la soledad, porque la de los niños es muy dura. Y yo vivía en mi casa solo con ella, porque los demás estaban trabajando. Y entonces ni me miraba al espejo, porque era enfermo y estaba muy pálido. Y me sentía mirado por un espectro. Y ella me animaba siempre. Y cantaba. Ella cantaba todo el rato.

Una vez, me levanté al baño y pasé por donde ella cantaba y estaba llorando.

P.—¿El llanto provocado por los recuerdos de otros tiempos?

R.— No. Le traía llanto lo que estaba viviendo.


P.—Eran tiempos muy duros, desde luego.

R.—Sí, eran tiempos muy duros, éramos muy pobres, ella tenía a un enfermo en casa, que era yo, y tenía también una hermana que se le murió muy pronto, yendo a su casa.

Mi madre era muy sensible y muy dura. Convirtió su vida en una espera. Y en esa espera la agarró un cáncer. En fin, la vida.

P.—El título de tu libro dice: “secretos y pasión de la literatura”, secretos sabes que dejan de serlo en el momento en que publicas el libro. Es una trampa.

R.—Es una trampa totalmente pero es lo que yo iba escribiendo, y sí, venía de un secreto porque hay un montón de cosas ahí que yo supe mientras iba escribiendo. Lo descubres.

Por ejemplo, hay un, dos capítulos o tres capítulos, sobre Gabo y... Mario Vargas Llosa. Y la esencia que yo quería plasmar ahí, se me ocurrió en un avión a Atenas. Yo quería contar porqué se habían desunido, pero que hubiera ahí un testimonio de lo que los había unido fuertemente a la literatura. Era el libro de Mario Vargas Llosa: “La historia de un deicidio”

Es un libro extraordinario, que es quizá lo mejor que escribió Mario Vargas Llosa, un abrazo literario total a su amigo Gabriel García Márquez.

P.—¿Siempre te gustó preguntar, Juan?

R.—Desde chico. Mi madre decía, que me pasaba la vida preguntando. Y de hecho, tengo un libro que recoge mis entrevistas que se titula: “Toda la vida preguntando”



P.—¿Qué era lo que más te gustaba preguntar?

R.—Lo que se ve en la cara y no se pregunta. Y apunto en un cuaderno, en mil, en dos mil cuadernos, las preguntas que voy a hacer y después resulta que cuando llego y veo a la persona delante, entonces la pregunta que se me ocurre es otra.

P.—Dices en tu libro que algunos se empeñan en hacer de la literatura alma y milagro. ¿Y otros qué hacen?

R.—Pues escriben para ser conocidos, queridos, para explicar que lo han hecho. Pero por dentro hay milagros que uno tiene que estar escuchando.

P.—¿Milagros?.

R.—Sí, milagros a veces son inversos, son maldades que la vida te manda. Milagros del diablo.

P.—A los autores les mueve la pasión y la vocación, pero el motor principal, volvemos al principio, siempre es el ego. ¿Cuando trabajabas como editor, te llevaste muchas, no voy a decir sorpresas, porque quizás ya lo esperabas, de ese ego mal utilizado?

R.—Sí, y son disgustos. Las sorpresas en el mundo editorial son disgustos. Hay sorpresas buenísimas, por ejemplo cuando le dan el premio Nobel a Mario Vargas Llosa, le dan el premio Nobel a García Márquez. Has conseguido que Manuel Rivas escriba “La lengua de las mariposas”. No lo has conseguido, él lo ha hecho, en realidad, pero tú has tenido una idea al respecto, han hecho una película sobre ella, a mi se me ocurrió….Es decir, la vida es un montón de cosas.

Lo que pasa es que después está la noche. La vida por la noche, el insomnio, el malestar que te causa el autor y este, de pronto consigue que otra editorial le dé más o simplemente estima que tú no eres un editor para él y se va. La vida es como la vida misma. Tú hoy, por ejemplo, estás sonriente pero te duele un pie y nadie lo sabe.

Y sin embargo estás aquí haciendo una magnifica entrevista, sin bajar tu tono en ningún momento.

P.—¿Ha habido, algún autor cuando trabajabas como editor que siempre te haya recordado y agradecido sus principios?

R.— Sí, sí, mucha gente, mucha gente. Te he nombrado algunos, por ejemplo, Rivas, gente que está cerca de mí todavía, Julio Llamazares, Luis Landero. Cristina Fernández Cúba, mi hija. No sé, mi sobrino más chico leyó ayer o anteayer una reseña que hizo un escritor y periodista de Málaga, José María Loma, de mi libro, y por la noche, a eso de las once de la noche, me mandó un mensaje, y me derramó una lágrima. Y es, no le pregunté qué, de lo que decía este compañero periodista y escritor de Málaga, no le pregunté a mi nieto, a mi sobrina, y qué era, no le pregunté, porque yo tengo un enorme miedo a exhibir mi ego, yo tengo ego, como todo el mundo, pero exhibirlo, si yo soy periodista, ¿cómo voy a estar yo presumiendo de lo que dicen de mí?.

P.—Las letras, siempre son las letras.

R.—Sí. Bueno, las letras es una palabra que en mi casa causaba pavor. Porque mi padre debía dinero y tenía que pagarlo por letras.

P.—La selección de los autores que aparecen en el libro, ¿te ha resultado complicada?

R.— Sí, es complicada porque odio mi propia injusticia. Pero habrá más libros y podré seguir recopilando.

P.—Has nombrado a Luis Landero, dice: “¿Cuando te lees encuentras una madurez que ibas buscando o todavía estás en la edad inmadura?" Es una pregunta que tú le haces a él. Qué te contestó.

R.—Te voy a decir un secreto. La mayor parte de las preguntas que yo hago se me ocurren en ese momento y tienen que ver conmigo. Son preguntas que yo mismo me hago, porque de esa manera yo puedo hacer las preguntas. Si yo ya me sé la respuesta, no puedo hacer la pregunta. Yo hago preguntas de las que quiero mi propia respuesta.

P.—He visto que tienes sobre la mesa varios libros, uno de ellos es de Almudena Grandes, el último de ellos, por cierto. Suena triste que sea el último. Almudena decía: “La alegría es mi palabra favorita, es la más importante que podemos tener”

R.— Es vital, es necesaria. Ella conoció la alegría. Conoció la angustia y el dolor, pero nunca estuvo triste una mañana. Eso refleja mucho el carácter de Almudena también.

P.—Y una época de muchas madres.

R.—Sí. Ella sufrió mucho. Y la enfermedad fue un castigo severo de la naturaleza a una persona alegre, que estaba siempre pendiente de los demás.

De los demás y sus amigos. No eran demás. Estaban con ella y ella hacía la comida y se reía siempre se reía, lloraba y cantaba.

P.—Con Juan Luis Borges abres y con él cerramos la entrevista. “El ego es un espejo del secreto y de la pasión por la literatura”. Imagino que para ti la literatura vino de la mano del aprendizaje de la lectura, como para muchos sin saberlo.

R.—Cuando aprendí a escribir y a leer fue al unísono casi. Empecé cuando tenía nueve años y cuando ya tenía 12 o 13, escribí en la pared de mi casa un poema de Rudyard Kipling que se llama “If.” Mi madre me hizo borrarlo. Al cabo de los años, mi hija, entonces tendría 16 años, me llamó por teléfono porque estaba en la casa de mi madre y me dijo: He descubierto el poema, ​​de Rudyard Kipling, son señales, porque eso se queda marcado no solo en la memoria.

Bueno, pues es mi primera obra de escritura.

P.—La memoria, se construye de lo que vivimos, se hace selectiva sin darnos cuenta. ¿Tú, en este ejercicio de memoria, te has dado cuenta de que algo se estaba perdiendo y lo has querido sujetar?

R.—En ello ando, porque esto escribiendo un nuevo libro, de mi madre probablemente eso es esa forma de querer sujetarlo que no se vaya. Me lo han pedido. No se me ocurrió a mí. Pero es ella hablando todo el rato. ¡Hola, soy Juana!.

P.—Te va a remover mucho.

R.—Ya lo hace.


P.—¿Hay algo que hayas querido apartar de tu memoria conscientemente?

R.—Sí, muchas cosas, pero vuelven y vuelven y vuelven a volver.

Escucha la entrevista completa en Spotify y Youtube.

Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega

Editor de sonido e imagen: Manuel Muñoz.

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