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«Encontrar una quijada en una bolsa me llevó al amor por la arqueología”

«Encontrar una quijada en una bolsa me llevó al amor por la arqueología”

"Pequeña historia de los grandes descubrimientos arqueológicos” Vicente G. Olaya. Ilustrado por Quino Marín. (Espasa)

domingo 06 de abril de 2025, 13:19h

" La historia se cuenta mejor con humor y con dibujos. Quino Marín, el ilustrador que convirtió un libro en una expedición"

Rosa pasa página, tiene una cita con la historia, más concretamente con los pequeños descubrimientos de la arqueología, llevado por Vicente G. Olaya, redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha publicado: “Pequeña historia de los grandes descubrimientos arqueológicos” ilustrados por Quino Marín. (Espasa)

¿Quieres viajar en el tiempo? Prepara las maletas que nos vamos a un acontecimiento increíble de hace por lo menos 30.000 años. Las pinturas de un grupo de cazadores en una cueva. Daremos también una vuelta por el mundo con parada en el Antiguo Egipto. Asentamientos vikingos en América del Norte, pasando por Asiria, China o la Isla de Pascua.

P.—Estoy encantada de hacer este viaje contigo. Empiezas esta aventura con una pequeña grieta que descubrió casualmente un perro. Uno de los grandes descubrimientos de la historia.

R.—Sí, uno de los grandes descubrimientos arqueológicos de la historia. Un perrito que acompañaba a un campesino, Marcelino Cubillas. El animal se metió por una grieta en el suelo, y el dueño, al no encontrarlo, avisó al que era en ese momento el gran naturista de ese lugar: Marcelino Sanz de Sautuola. Al principio no le dio mucha importancia. En las regiones kársticas del norte de España hay muchas cuevas. Una más, pensó.

Tardó siete años en decidirse a entrar. Y cuando lo hizo, tampoco vio nada especial. Solo unas manchas en las paredes y un montón de piedras y lascas. No supo interpretarlas. Años después, en una exposición en París, vio en un pabellón unas piedras idénticas a las que había encontrado en Santander. Algo le hizo clic. Asistió además a una conferencia de Cartailhac, el mayor paleontólogo de la época, quien hablaba de seres primitivos, cazadores que pintaban. Esa charla le cambió la mirada. Volvió a la cueva acompañado por su hija María, y mientras él miraba al suelo buscando piedras y herramientas, la niña, linterna en mano, curioseaba. Y así fue como, después de 30.000 años, los ojos de una niña descubrieron las impresionantes pinturas de Altamira.

P.—Pero nadie le creyó…

R.—No. Los expertos franceses se rieron de él. Decían que era imposible que hace 30.000 años alguien pudiera representar volumen en una pintura, que no podía ser que los bisontes y cabras que aparecían parecieran moverse. Mandaron a un experto que afirmó que aquello era una falsificación, ¡obra de un pintor borracho! Incluso dio el nombre de un supuesto falsificador de Santander. Décadas después, cuando en Francia se descubrieron otras cuevas con pinturas similares, se reconoció que Sautuola tenía razón. Pero ya había muerto. Nunca supo que su hallazgo cambiaría la historia de la arqueología.

P.—En tu libro intentas acercar el pasado a las nuevas generaciones haciéndoles ver que en el fondo, no hemos cambiado tanto. No sé para bien.

R.—Exacto. Y creo que es para bien. Hoy hay mucha más sensibilidad hacia el valor del patrimonio arqueológico. Los jóvenes están más concienciados y eso me da esperanza.

P.—¿Qué te parece más peligroso para la arqueología: los saqueos o el olvido?

R.—El olvido, sin duda. Los saqueos son terribles, sobretodo los que buscan monedas o anillos por su valor económico. Pero lo peor es que destruyen el contexto arqueológico. Sacar una moneda sin documentación equivale a borrar un capítulo entero de la historia. Un hallazgo no es solo el objeto, sino todo lo que lo rodea: el lugar, la posición, los estratos... sin eso, los arqueólogos pierden las claves para reconstruir el pasado.

P—¿Y esa reconstrucción es 100% científica, o hay espacio para la intuición?

R—Muchísima intuición. Los arqueólogos y arqueólogas son auténticos renacentistas: saben de historia, geografía, química, arquitectura, epigrafía… Son sabios que siguen pistas como lo haría Sherlock Holmes, al que menciono mucho en el libro. A veces no tienen certezas, pero sí indicios para reconstruir un escenario completo. Por eso perder una pieza o sacarla de contexto es como quitar una pieza crucial de un puzzle.

P—Mencionas a Sherlock Holmes... e incluso a Indiana Jones, pero: ¿ayudan o perjudican estas figuras al imaginario sobre la arqueología?

R—Indiana Jones tiene su parte buena porque acerca la arqueología al gran público. Pero también tiene su parte negativa: es un destructor. Él va en busca de una pieza concreta y, de paso, hace saltar el yacimiento por los aires. El arqueólogo real hace justo lo contrario: le interesan más el contexto y la historia que el objeto en sí.

P—¿Qué pesa más en la arqueología: la paciencia, la intuición o la tecnología?

R—La paciencia, sin duda. Muchos arqueólogos dedican su vida entera a un solo yacimiento. Eso requiere décadas de trabajo. Pero hoy, gracias a la tecnología, tenemos herramientas como el georadar, el láser o los drones. Es la llamada arqueología no invasiva: ya no hace falta excavar para saber qué hay debajo. Se puede ver en 3D sin tocar nada.

P—Como no abrir un sarcófago para no destruir la momia. Y eso enlaza con uno de los relatos que incluyes en el libro: Tutankamón.¿Por qué nos fascina tanto?

R.—Porque su tumba lo tiene todo: misterio, muerte, maldición (aunque sea falsa), cine, literatura, televisión… Y fue un descubrimiento completo, con todo su ajuar intacto. Es el gran hallazgo del siglo XX.


P—¿Y fue causal o casual?

R—Un poco de ambas. Carter estaba a punto de quedarse sin financiación. Su mecenas, Lord Carnarvon, ya no quería seguir pagando. Fue un niño aguador quien realmente encontró la entrada. Igual que pasó con Altamira, muchas veces los grandes descubrimientos comienzan con la intuición... o la casualidad.

P.—¿Qué hallazgo sigue generando más preguntas que respuestas?

R—Muchos, pero uno fascinante es el mausoleo del emperador Qin Shi Huang, en China. Ya hemos descubierto su ejército de guerreros de terracota, pero aún no se ha entrado en la tumba principal. Se cree que contiene una maqueta del mundo, con ríos de mercurio y cielos estrellados pintados en la bóveda. Entrar podría destruirlo todo. El mercurio es tóxico y las pinturas se oxidarían. Aún no tenemos tecnología suficientemente segura.

P—Y luego Troya, que fue redescubierta gracias a un lector obsesivo.

R—Sí. Schliemann, un comerciante alemán, se aprendió la Ilíada de memoria y creyó que era una guía real. Se equivocó en parte: confundió la capa de ruinas, pero encontró Troya. Le debemos ese descubrimiento a su intuición, a su amor por la literatura y a su fe inquebrantable.

P—¿Qué opinas de devolver las piezas arqueológicas a su lugar de origen?

R—Estoy a favor, siempre que el país garantice su conservación. Por ejemplo, Grecia debe tener sus piezas en Grecia, no en Londres. Lo que pasa es que si se devolviera todo... el British Museum se quedaría vacío. Hago una broma en el libro: no quedaría ni pintura en las paredes.

P—La arqueología nos conecta con el pasado, pero también nos recuerda que, en el fondo, no somos tan distintos.

R—Totalmente. Cambian los objetos, pero las emociones, las caras, los gestos... son los mismos. Martín Almagro, un gran arqueólogo español, demostraba que muchas iglesias actuales están construidas sobre antiguos templos celtas. Hay lugares que se repiten, porque la historia, aunque cambie de forma, tiene un hilo conductor.

P—¿De dónde viene tu vocación arqueológica?

R—Fue una casualidad. Yo soy periodista político. Pero una vez, un amigo me habló de un chico que no podía dormir porque en la mina donde trabajaba aparecían huesos constantemente. Fui al Museo de Ciencias Naturales con una quijada en una bolsa del Corte Inglés. El director me dijo: “O me dices de dónde ha salido esto, o llamo a la Guardia Civil”. Era de un animal prehistórico rarísimo. Desde entonces, me enganché.


P—El oficio de un arqueólogo es muy meticuloso, y no sale disparado porque haya encontrado algo valioso que exponer en un museo..sino que continúa explorando, porque lo que necesita es ampliar los conocimientos de aquello que ocurrió.

R—Los arqueólogos son auténticos renacentistas, ya que dominan la arquitectura, la química, la historia, la epigrafía, las bellas artes, la geografía…

P.—Este libro no sería lo mismo si no tuviera las ilustraciones de Quino Marín.

R— Quino Marín es un auténtico genio, de verdad. Creo que lo ha convertido en un libro de colección, porque cada dibujo que hace es maravilloso. Voy a contar una pequeña anécdota. El libro está hecho con un poco de humor, porque tienes que contar la historia de otra manera. Y entonces, Quino Marín al principio, cuando recibió los primeros capítulos, hacía unos dibujos muy serios y le dije: “Mira, Quino, intenta hacerlo como lo hace el escritor.” Y al final se vino arriba y entonces ya no paraba. Está lleno de detalles. En la portada, por ejemplo, hay que leer el libro para entenderlo. Pinta un mosquito, ese es el mosquito que mata a Carter. Bueno, es una leyenda. La leyenda dice que le mata la maldición, pero la verdad es que le mata el mosquito. O sea, todo está lleno en la portada. La mariposa de Camboya, González de Aedo, el primer español que llega a las Islas de Pascua... todo, de verdad, es un genio. Un genio, y yo cuando vi los resultados me quedé impresionado.


P.—¿Dedicas el libro a las personas más vulnerables, y citas a una por una? ¿Por qué?


R.— No sé, porque... creo que vives en un mundo un poco duro, y entonces yo creo que acordarse de los que nadie se acuerda, pues es...

P.— Te estás emocionando…

R.--Sí...

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Entrevista: Rosa pasa página

Editor de sonido e imagen: Manuel Muñoz

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