"Mis libros siempre están llenos de peligros que luego tengo que ir vadeando, o sorteando"
En el mundo de la literatura contemporánea, las historias sobre el duelo, las pérdidas y las memorias familiares se han convertido en temas esenciales para entender el proceso emocional y humano que atravesamos a lo largo de nuestras vidas.
Rosa Pasa Página, vuelve a encontrarse con Margarita Leoz, que acaba de publicar: “Lo que permanece” (Seix Barral). Una novela que nos invita a adentrarnos en las historias de lo cotidiano, en las vidas de una generación de padres que, marcados por la posguerra, lucharon por construir una clase media y darles a sus hijos las oportunidades que ellos no tuvieron. A través de relatos de esfuerzo, sacrificio y amor, la obra explora la vulnerabilidad de los lazos familiares y lo que perdura una vez que la pérdida nos toca. Un relato de emociones profundas y reflexiones sobre el paso del tiempo y el legado que dejamos atrás.
Lo que permanece, nos presenta un recorrido literario por los caminos inciertos de la memoria y la pérdida. Su escritura es una reflexión sobre cómo el duelo no solo marca nuestro presente, sino también configura nuestras relaciones y nuestra identidad. A través de sus personajes, Margarita nos invita a cuestionar qué es lo que realmente permanece cuando las personas que amamos ya no están. Es, sobre todo, una novela muy personal.
“Era 7 de julio de 2016. Pamplona se preparaba para su día más festivo, cuando el señor Leoz muere de manera repentina. Su hija recibe una llamada de su madre. Ella le dice que su padre se ha ido. Desde ese momento es huérfana. Hace apenas un instante era hija, pero tal vez en ese momento había dejado de serlo”
P.—En la historia que presentas, nos situamos rápidamente en tu hogar, en un momento muy concreto. ¿Cómo te encuentras en ese instante? Tus gemelos tienen solo dos meses, y recibes una llamada inesperada, fuera de la rutina habitual de contacto con tus padres. Es tu madre quien te informa de la repentina muerte de tu padre. A partir de ese momento, la celebración y el bullicio de la fiesta afuera parecen quedar completamente alejados de lo que acaba de suceder. ¿Cómo te afecta este giro en tu vida?
R.—Lo que permanece es una novela de no ficción, aunque durante mucho tiempo no la vi como tal. En realidad, para mí no era una novela, sino el libro de mi padre, un libro que me resistía a escribir. Yo me había definido como autora de ficción y me sentía más cómoda trabajando en ese ámbito. De alguna forma, me protegía en la ficción, y no quería abandonar ese espacio. De hecho, durante bastante tiempo intenté no escribir ese libro. Tomaba notas, pero las disfrazaba, intentaba escribir algo diferente, un proyecto del que estaba convencida que jamás terminaría, mucho menos publicaría.
Pero bueno, sí, como dices ese es el arranque del libro, es el momento en el que yo, un 7 de julio del que vivo un poco ajena, porque nunca he sido muy sanferminera, a pesar de haber nacido en Pamplona y vivir aquí, en la actualidad, cuando sucedieron los hechos, me siento un poco ajena a esa fiesta, más ese año: en 2016 yo acababa de dar a luz a mellizos, tenía otra niña de 2 años y medio, estaba en plena crianza, en una vida totalmente distinta de lo que sucedía fuera, de la fiesta, del bullicio. Yo estaba pensando en dormir más de dos horas seguidas y sobrevivir un día y después otro y que mis bebés creciesen y me dejasen dormir.
Ese día, a las nueve de la mañana, recibí una llamada de mi madre. Normalmente, tanto ella como mi padre solían hablar conmigo a través del manos libres, pero esa vez solo escuché la voz de mi madre. Me dijo, con una calma que me sorprendió, que mi padre había fallecido de repente.
P.—En la novela mencionas que, al recibir la noticia de la muerte de tu padre, tomas conciencia de que pasas a un nuevo estado: la orfandad. Ahora eres huérfana de padre. Por un lado, está ese duelo, pero por otro, te cuestionas si tu madre también toma conciencia de que deja de ser esposa. ¿Qué piensas al respecto?
R.—Sí, porque creo que cuando ocurre una muerte tan cercana, de alguien tan importante, alguien que nos define, se produce una reflexión profunda. Muchas veces, nos definimos no sólo por quiénes somos, sino por las personas que tenemos a nuestro alrededor. Somos hijas de alguien, somos madres de alguien, amigas, vecinas… en relación con los demás.
La muerte de mi padre, en este sentido, me llevó a reflexionar no solo sobre lo que supone el duelo, sino también sobre quién era yo y qué tipo de relación habíamos tenido durante los 35 años que compartimos. Por eso, este libro nació de una necesidad inicial de hablar sobre mi experiencia con la muerte y el duelo, pero rápidamente se transformó en un cuestionamiento más profundo sobre quién fue mi padre y cómo era ese vínculo entre nosotros.
Al mismo tiempo, también me preguntaba si mi madre se definía también por su relación con mi padre. Hay una parte del libro en la que me cuestiono quiénes eran ellos antes de que los conociéramos nosotros. ¿Cómo eran mis padres antes de serlo? ¿Cómo se identificaban cuando aún no estaban definidos por sus roles como padres?
P.—En el libro, reconstruyes cómo se conocieron tus padres y cómo tu madre decidió dejar de trabajar para dedicarse a la familia. Esa parte es importante porque situarla antes de que tú nacieras permite ver la relación desde la perspectiva de tu madre como esposa. Después de la muerte de tu padre, ¿también reflexionaste sobre tu madre de la misma manera? ¿Trataste de recuperar lo perdido de su vida antes de que tú nacieras?
R.— Sí, pero me parece que es complicado. Es cierto que cuando alguien se va, es cuando realmente empezamos a echar de menos y hacernos preguntas. Y, como bien dices, tenemos la tendencia terrible de no aprovechar los momentos cuando deberíamos, sino cuando ya no hay manera de reparar lo perdido. Eso es algo que suele ocurrir así, y yo lo siento así. No sé... no podría escribir un libro sobre mi madre ahora que está viva. Creo que esto funciona de manera natural, o por suerte, siempre lo hacemos a posteriori, reflexionamos cuando ya no están.
Pero sí, es cierto que en el libro hay como dos tiempos: el tiempo más inmediato, el presente, el duelo, que está muy presente en los últimos capítulos, y luego está la narración pausada, esa rememoración del pasado, de esa vida que yo no conocí y que intenté reconstruir a partir de lo que mi madre me contó. Con mi madre, no desde el principio, porque yo misma me resistí a escribir este libro. Durante mucho tiempo intenté escribir ficción, porque me sentía protegida por la ficción. Además, soy una escritora un tanto pudorosa, en el sentido de que me gusta disfrazarme de otros personajes. Por eso, escribir este libro fue algo incómodo para mí como escritora, me lancé a un terreno desconocido, lo cual también considero valioso. Creo que siempre debemos escribir un libro que no hemos podido o sabido escribir antes, un libro que represente un reto.
Con todo esto, el personaje de mi madre, aunque siempre intenté darle un papel secundario, porque quería que el libro fuera muy esencial y no se distrajera de la figura de la hija y la del padre, está ahí. La figura de mi madre aparece, pero en un segundo plano, porque así lo sentí, para que el libro fuera más intenso, concentrado, y para dar el protagonismo a ese vínculo entre padre e hija.
P.—Hablas que eres una mujer muy pudorosa y que escribes novela de ficción. La cuestión es que te has abierto en canal. No sé si eras consciente del riesgo que podrías correr.
R.—La verdad es que sí, porque primero tomé mucha distancia con los hechos, esto sucedió en 2016, y estamos en 2025, entonces ha pasado un tiempo también para sentir las emociones de una manera muy diferente.
Cuando terminé de escribir Punta Albatros, buscaba escribir cuentos, una historia que se alejara totalmente de mí, porque había algo que me frenaba a escribir esta historia y era precisamente eso, el exponerme y el contar cosas demasiado íntimas o personales.
Al mismo tiempo, creo que Lo que permanece, es un libro pudoroso, porque me parece que para contar una intimidad, no es necesario exponerse, ser demasiado explícita o violenta, porque creo que la elegancia va por otro lado.
Empecé a escribirlo porque creía que había una historia y me parecía que todo lo que estaba ocurriendo, era muy de ficción. Que ocurriese un 7 de julio, era un hecho que no podía entender. O cuando acababa de dar a luz, o tenía a unos bebés y la vida parecía que era irracional, imposible de frenar y sin embargo esto sucedía.
O que en el tanatorio me dieran el pésame por la muerte de mi padre y la enhorabuena por el nacimiento de los mellizos. Entonces, era todo para mí ilógico, extrañísimo. Era como si yo fuese un personaje de los cuentos que yo misma escribía. Había algo totalmente literario en lo que me estaba sucediendo. Y también pensé que realmente ahí había una historia. Entonces llegó un momento en el que dije, bueno, escribir consiste en esto, en ser valiente, en soltarse la melena, en no ponerse a una misma frenos.
En la vida se puede ser pudorosa, pero en la literatura no, hay que arriesgar. Y luego pues me di cuenta de que realmente había un libro, y que era un potente y valioso a pesar de ser muy personal y muy íntimo quizás era una intimidad que también podía llegar a otros lectores, porque al final, todos hemos pasado por una situación similar o si no la vamos a pasar.
P.—Mucha gente se sentirá identificada porque cuentas los hechos sin adornos, con una realidad absoluta.
R.—Fíjate que también eso me supuso un reto, porque todos hemos pasado por lo mismo también y todas esas situaciones se parecen, y me preguntaba qué iba a decir yo, que no estuviera ya dicho. Era casi una osadía tratar de mirarlo de forma diferente y hacerlo especial para que no fuera otro libro más sobre el duelo y sobre los padres y las madres.
P.—¿Escribir amansa?
R.—Sí. Desde luego yo nunca me planteé este libro como un libro terapéutico, ni creo en la literatura terapéutica, ni me curé de mi duelo gracias a escribirlo, por supuesto, sino porque cuando yo estaba en las primeras fases de la escritura, había algo que me atraía del dolor. Es decir, yo deseaba permanecer en ese dolor, había algo de adicción en ver cómo había sido para poder escribirlo de la manera más fiel y más verdadera posible. Así que creo que lo que hice fue acrecentarlo en un momento dado.
Pero es cierto que con las palabras, lo que hacemos es transformar elementos de la vida en otra cosa. Y durante los cuatro años que me llevó la escritura de este libro, me permitieron también permanecer al lado de mi padre y una cierta prórroga de estar con él, algo que la vida no me había permitido.
Así que fue, en cierto modo, también como estar muy cerca de él, también pensando en todos esos recuerdos compartidos, revisando, porque hay un trabajo de documentación, estuve viendo fotos, cartas, diarios que yo tenía de todas esas épocas, así que lo frecuenté mucho y lo que sucedió es que luego por las noches soñaba con él, y fue un poco como estar con él sin estarlo. Y eso también es la magia de la escritura y de poner en palabras nuestra vida.
P.—El peligro de alcanzar los recuerdos, de tratar de recuperarlos, es que los distorsiona. Puede ser porque lo magnificamos una vez que ya no está o porque algunos, muchos de ellos, nos lo han contado y preferimos quedarnos en esa parte dulce.
R.—Sí, es cierto. Era otro de los peligros del libro. Yo creo que mis libros siempre están llenos de peligros que luego tengo que ir vadeando, o sorteando, o superando. De eso se trata también la escritura. Entonces, sí, ese era un peligro también. Yo tenía claro que no iba a hacer un libro en el que iba a ensalzar la figura de mi padre solo por el hecho de que lo había perdido, y porque el dolor de perderlo me hiciese hacer un personaje brillante y sin fisuras y sin grietas y sin sombras.
Y tampoco quería correr el riesgo de focalizarme demasiado en sus manías, en las cosas que me gustaban menos de él, en aquellos vicios que tenía…pero tampoco era un mal padre ni mucho menos. No quería jugar a los extremos, que nunca lo hago, ni siquiera con mis personajes de ficción, porque me parece que es muy falso y al final salen muy de cartón-piedra. Sino que lo quería retratar tal y como me pareció a mí que era. Quería hacer un personaje lo más real posible.
Hay un momento al final del libro donde yo digo que la presencia de mi padre fue extraordinaria y benéfica, a pesar de ciertas cuestiones de personalidad que nos alejaban, pero el balance era positivo y eso también me supuso un reto,
P.—¿Has descubierto alguna cosa de tu padre que no sabías en esta recuperación de memoria?
R.—Creo que siempre, cuando escribimos sobre la memoria encontramos muchas cosas. Pienso que en el fondo nuestros padres son un gran misterio, a pesar de haber vivido con ellos más o menos años, pero siempre siguen siendo un gran misterio y están a nuestro lado y quizás el haber estructurado esta historia con una cronología, reflexionado y pensado en construir un personaje a partir de elementos reales, pues creo que ese orden me ha dado una visión más completa de él. De cómo lo veía yo.
P.—¿Cómo te sientes ahora, después del tiempo que ha pasado y de haber publicado el libro, de haberte abierto en canal, como decía al principio.
R.—Es un poco extraño porque por una parte es sin duda mi libro más personal, y el que más me ha costado escribir desde el punto de vista emocional. Con personajes reales, y por otro lado comparto a mi padre con personas que jamás lo conocieron. Lo he transformado en personaje y hay mucha gente que está reaccionando por ese libro y sobre todo estoy muy contenta porque las reacciones son muy buenas.
Y son muchos los que se identifican con esta situación, y es algo que nunca me planteé. Nunca escribo para un lector, ni pienso cuando se publique, en las reseñas, las entrevistas... jamás pienso en eso cuando escribo. Porque por una parte soy yo que escribo y por otra parte soy yo que leo. Soy a la vez escritora y lectora, entonces escribo el libro que me gustaría leer.
Y al mismo tiempo digo que soy yo, que no hay nada inventado, que es todo real. Pero bueno, sí, es una situación distinta y extraña. Porque cuando hablábamos de Punta Albatros, también era yo pero estaba protegida y me parecía curioso que no me preguntaran por mí, mientras que aquí es todo lo contrario.
P.—En qué momento decides dar el paso y presentar a tu padre a todo el mundo.
R.—Como te decía a pesar de intentar buscar historias de ficción que me colmasen y que me apartasen de esa idea de escribir sobre mi padre. Pero todo lo que buscaba y todo lo que empezaba, y empezaba a escribir y escribía párrafos y páginas de otras historias y todo era pálido, me parecía que nada tenía vida y ninguna ficción me colmaba. Y fue cuando, al mismo tiempo, que yo me negaba a escribir el libro, tenía un archivo donde cabía de todo, notas dispersas del presente, del pasado, de todo, de imágenes que me venían a la cabeza, de sonidos, de canciones, de escenas de mi vida, que cada vez eso se iba llenando más. Y simplemente me di cuenta que yo no iba a poder continuar mi camino como escritora si no escribía este libro.
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Entrevista: Rosa Sánchez de la Vega
Editor de sonido: Manuel Muñoz